Cada vez que se convocan elecciones generales se lanza desde el PSOE y sus aledaños ideológicos, sindicales y mediáticos el mensaje del voto útil. La esencia del mismo está anclada siempre en la lógica agónica de la batalla final, del desenlace decisivo, de la hora incierta para la «causa común». La formulación de la consigna […]
Cada vez que se convocan elecciones generales se lanza desde el PSOE y sus aledaños ideológicos, sindicales y mediáticos el mensaje del voto útil. La esencia del mismo está anclada siempre en la lógica agónica de la batalla final, del desenlace decisivo, de la hora incierta para la «causa común». La formulación de la consigna se refuerza con otra que contiene ecos épicos de contiendas y experiencias negativas para la izquierda en otras épocas: «hay que derrotar a la derecha». La reiteración del llamamiento, campaña electoral tras campaña electoral, demuestra que ha tenido éxito en experiencias pasadas. Y demuestra también cuan frágil es la memoria más inmediata y reciente. De los recuerdos menos cercanos ya ni hablamos.
Que el partido gobernante use una y otra vez el señuelo, forma parte de una estrategia electoral que sólo necesita del candor de sus abducidos, los cuales, mártires y gregarios, viven constantemente entre el amargo regusto del oneroso deber cumplido y la frustrante sensación de que ese va a ser su sino sempiterno.
El voto emitido en conciencia, sea éste a la opción que sea, es junto con el voto blanco y la abstención consciente, la plasmación de una realidad política, la radiografía limpia del cuerpo social y sus voluntades libres, sinceras, plurales. Al día siguiente de los resultados puede recomponerse una voluntad única de gobierno o de oposición coherente si hay un programa, unos acuerdos y unos valores compartidos.
El o la votante que renuncian a constatar valientemente ante el electorado el respaldo a sus ideas, renuncia a ser él o ella mismos. Su destino es el de un eterno segundón que asume y echa sobre sí la carga y la responsabilidad de lo que el protagonista no ha sabido mantener; es una versión laica del agnus dei.
La causa común de la Democracia es la del voto libre sin consideraciones que lo malinterpreten. De no ser así, estarán permanentemente votando en función de intereses y mensajes que conducirán a un menor respaldo en las urnas y consecuentemente, a ser instados en las siguientes elecciones para continuar así su lento e inútil suicidio político.