Cuando Elizabeth Cady Stanton vino al mundo en Johnstown, en el estado de Nueva York, el día 12 de noviembre de 1815, nadie podía imaginar que aquella niña pasaría a la historia como una pionera en la lucha por los derechos de la mujer, y que terminaría por convertirse en una luchadora infatigable en pos de la igualdad real entre hombres y mujeres. Todavía hoy, ciento dieciocho años después de su desaparición, su figura sigue siendo recordada y admirada por miles de personas en todo el mundo. Esta es parte de su historia.
La pequeña Elizabeth nació en el seno de una familia numerosa. Su madre, Margaret Livinston, dio a luz hasta en once ocasiones, aunque como era habitual en la época, no todos los hijos llegaron a la edad adulta. En su caso sólo ella y otras cuatro hermanas consiguieron sobrevivir a la niñez.
Su padre, Daniel Cady, fue un prestigioso abogado, juez y congresista de su época. Así que desde muy niña, Elizabeth estuvo familiarizada con los entresijos del sistema legal norteamericano. Esto le sirvió para descubrir, bien pronto, que las leyes no eran iguales para todos los seres humanos y que, según una persona naciese hombre o mujer, blanco o negro, rico o pobre, las oportunidades que tendría en la vida serían diferentes. También descubrió, a muy temprana edad, que ella, por el simple hecho de haber nacido mujer, no estaba en el lado de los privilegiados, pues las mujeres del siglo XIX no tenían prácticamente ningún derecho. Muy pronto empezó a darse cuenta de que aquella situación no era justa pues veía que muchas mujeres eran, de hecho, mucho más inteligentes y valían mucho más que cualquier hombre. Elizabeth, que no tenía un pelo de tonta, pensó que las mujeres debían de tener las mismas oportunidades que los hombres.
Sus padres vieron muy pronto que la pequeña Elizabeth era una persona bastante singular. Estaba claro que aquella niña no era como sus hermanas ni como otras niñas de su vecindario. Tenía opiniones propias que, muchas veces, diferían considerablemente del pensamiento establecido. Y tenía la valentía necesaria para hacerlas públicas. Por ejemplo, en el primer cuarto del siglo XIX no era muy común que las niñas fuesen a la escuela. No obstante, la pequeña Elizabeth se empeñó en que ella quería ir a la escuela, como hacían los niños que conocía. Su padre accedió y, de esta manera, la niña pudo ir al colegio. Allí demostró que era una excelente alumna, y que pocos niños podían igualarla y mucho menos superarla. Sobre esta etapa de su vida, escribe Sandra Ferrer en el blog Mujeres en la historia:
Hasta la edad de dieciséis años, Elizabeth estudió en la Academia de Jonhstown donde aprendió matemáticas, ciencia, literatura y varias lenguas. En la escuela fue una alumna aventajada que se batía en duelos intelectuales con otros alumnos y recibió varios premios. Pero terminada su etapa de educación básica, Elizabeth vio con desconcierto cómo sus compañeros seguían estudiando y accedían a las universidades mientras ella y otras niñas solamente podían acceder a colegios femeninos como en el que ella ingresó, el Seminario Femenino de Troy. https://www.mujeresenlahistoria.com/
Cuando tenía 25 años conoció al periodista y político Henry Stanton, que acabaría convirtiéndose en su esposo, padre de sus siete hijos, y leal compañero en su activismo militante. Stanton era un famoso abolicionista, que había alcanzado fama por su posicionamiento radical contra la esclavitud. Tanto Henry como Elizabeth estuvieron vinculados al Partido Republicano desde su creación. Hoy, visto lo visto, puede parecer increíble que el Partido Republicano, el partido en el que militan personajes ultraconservadores como Donald Trump, Mike Pence o Sarah Palin, un partido escorado totalmente a la derecha, que hace de la xenofobia, del ultraliberalismo y del patriarcado su bandera, naciera para aglutinar a las personas que estaban contra la esclavitud y que, de los dos grandes partidos estadounidenses, en el momento de su fundación, fuese el progresista. Pero así era en aquella época.
Para la joven Elizabeth, cualquier tipo de discriminación, tanto racial como de género, suponía una arbitrariedad. Y como había demostrado desde su niñez, si había algo que no soportaba, eran las arbitrariedades. La joven Elizabeth había llegado a la conclusión de que el statu quo solo se podía cambiar si se luchaba contra él. Y eso fue lo que hizo. Luchar contra un orden establecido que no le gustaba, por reaccionario, por injusto, por antinatural.
Desde el movimiento abolicionista, en el que tiene una participación activa, entra en contacto con un nutrido grupo de mujeres que, como ella misma, están convencidas de que solo la lucha es el camino que las llevará a la conseguir sus objetivos: Lucretia Mott, Martha Wright y Susan B. Anthony serán algunas de sus compañeras de viaje en el movimiento sufragista y feminista norteamericano, al que dedicará todas sus energías, hasta el último día de su vida.
En julio de 1848, los días 19 y 20 para ser exactos, tiene lugar en la Iglesia Metodista de la pequeña población de Seneca Falls, donde la familia se había instalado un año antes, la primera Convención en Defensa de los Derechos de la Mujer, en el que Elizabeth presenta, ante las mujeres y los hombres participantes, un documento que marcará el devenir del movimiento feminista. Se trata de la Declaración de Sentimientos, un texto basado en la Declaración de Independencia y que sería firmado por 68 mujeres y 32 hombres al final de la Convención. En él se establece, básicamente, que todos los hombres y todas las mujeres fueron creados iguales y deben ser, por tanto, iguales ante la ley, con los mismos derechos y los mismos deberes.
En 1869, Elizabeth y Susan B. Anthony, a quien había conocido en la Convención de Seneca Falls, crearon la Asociación Nacional para el Sufragio Femenino (National Woman Suffrage Association), nacida de una escisión de la Asociación Americana para el Sufragio Femenino (American Woman Suffage Association). El motivo fundamental de la escisión de ambos grupos fue la aprobación de la enmienda decimoquinta, que otorgaba el derecho al voto a los hombres negros. Elizabeth apostaba porque la decimoquinta enmienda incluyera también el derecho al voto femenino. Finalmente, la decimoquinta enmienda, aprobada en 1870, no reconocía el derecho al sufragio de las mujeres de los Estados Unidos. Desde ese momento hasta el final de su vida, Elizabeth va a dedicar todos sus esfuerzos y energía a pelear por los derechos de las mujeres.
Elizabeth Cady Staton escribió, a lo largo de su vida, varios libros y numerosos ensayos, discursos y artículos cuyo tema central era la situación laboral, social, económica, cultural, de las mujeres estadounidenses. Estos escritos sobre la igualdad de las mujeres contribuyeron poderosamente a establecer los cimientos del feminismo para el futuro. Lo más destacado de su producción bibliográfica lo podemos encontrar en History of Woman Suffrage (1881) escrito junto a Susan B. Anthony; The Solitude of Self (1892); The Woman Bible (1895), y el texto autobiográfico Eighty Years and More (1898).
Uno de sus grandes hitos como activista en pro de los derechos de las mujeres, fue la puesta en marcha, junto con el famoso activista anti-esclavitud y uno de los primeros hombres en declararse abiertamente feminista, Parker Pillsbury, de la revista semanal The Revolution cuyo primer número apareció el día 8 de enero de 1868 y cuyo lema era: “Men, their rights and nothing more; women, their rights and nothing less.” (“Hombres, sus derechos y nada más; mujeres, sus derechos y nada menos”). Esta publicación fue una herramienta poderosísima para atraer a miles de obreras al movimiento feminista, pues en la revista se trataban temas de gran interés práctico para ellas: los derechos laborales, las condiciones en las fábricas, etc., aunque también podían aparecer artículos relacionados con la prostitución, el alcoholismo (Elizabeth Cady Stanton estaba absolutamente en contra de lo que consideraba una verdadera lacra social), el control de natalidad, la higiene personal, la coeducación, la moda, etc.
Elizabeth Cady Stanton murió a las tres de la tarde del día 26 de octubre de 1902, a los ochenta y seis años de edad, por una insuficiencia cardíaca, en su casa, situada en el edificio Stuart Apartment House, en el número 230 de la Calle Noventa y cuatro Oeste, en la ciudad de Nueva York, sin haber conseguido votar ni una sola vez en toda su vida. Un día antes de su muerte, había escrito una carta al Presidente de los Estados Unidos, Theodore Rooselvet, exhortándolo para que, de una vez por todas, se aprobara el voto femenino. Aún tendrían que transcurrir otros dieciocho años para que una mujer pudiera votar y ser elegida como cargo electo en los Estados Unidos de América, pero a nadie se le escapa que el trabajo de Elizabeth Cady Stanton durante más de cincuenta años en pos del voto femenino fue imprescindible para que finalmente esto fuese una realidad.
Elisabeth Griffith resumió magistralmente el papel protagonista de la activista feminista.
Durante casi 50 años lideró el movimiento feminista en los Estados Unidos. Estableció el orden del día, redactó sus documentos y articuló su ideología… Sus declaraciones y hechos aparecieron en la prensa nacional; su muerte en 1902 provocó titulares internacionales; los periódicos la llamaron la “Gran anciana de América”.
Elizabeth Cady Stanton fue un ejemplo para miles de mujeres en todo el mundo y, sin duda, una de las protagonistas principales de la lucha feminista. Su fuerza y su energía, su tesón y su inteligencia, fueron determinantes para que el mundo de hoy sea un lugar menos injusto, con menos desigualdades, mucho mejor que el que a ella le tocó en suerte.