Durante años, algunos ciudadanos que no conseguimos despegarnos del autodenominado diario independiente, ahora diario global y globalizado, empezábamos su lectura por su penúltima página, por la columna de Eduardo Haro Tecglen: «Visto y oído» creo recordar era su título. Lo demás, salvadas honrosas excepciones (Manuel Vázquez Montalbán para recordar lo esencial, y John Berger, Francisco […]
Durante años, algunos ciudadanos que no conseguimos despegarnos del autodenominado diario independiente, ahora diario global y globalizado, empezábamos su lectura por su penúltima página, por la columna de Eduardo Haro Tecglen: «Visto y oído» creo recordar era su título. Lo demás, salvadas honrosas excepciones (Manuel Vázquez Montalbán para recordar lo esencial, y John Berger, Francisco Fernández Buey o Antoni Domènech por no tener olvidos imperdonables), en general, y sobre todo a partir de un determinado momento que no puedo a precisar, era un horror, un error creciente.
Superada la dañina dependencia, leemos ahora otra publicación que sin duda no es la mejor de las pensables ni incluso de las deseables realistamente pero que, cuanto menos, está alejada años-luz (o meses-luz para no exagerar tanto) del diario antichavista pro-Uribe. Tal vez por tradición, pero sin duda por gusto, obramos con parecido criterio: abrimos Público por la página 10 o 12, por «El dedo en la llaga» de Javier Ortiz (y por la columna que le acompaña de Rafael Reig que, sin duda, no desentona en absoluto).
No se trata de estar siempre de acuerdo con el punto de vista desplegado por Ortiz. No se trata de coincidir punto con punto con sus argumentaciones. No es que los presupuestos de análisis sean siempre indiscutibles. Pero, indudablemente, al leerle, uno ve que el mundo se contempla y analiza desde otra perspectiva, con otros criterios, con otros valores. Los mismos o parecidos que Javier Ortiz y sus compañeros exponían en Saida, aquella revista de la transición que jóvenes de la época, militantes o no del Movimiento Comunista, leíamos con la atención y devoción a ellos debida.
Sea como sea, el motivo de este elogio, mesurado por contención, no es sólo agradecer en general la columna de Javier Ortiz sino el de resaltar concretamente, esta vez sin límite, su aportación del pasado 3 de abril de 2008: «La izquierda aburrida» que, con excelente criterio, Rebelión reprodujo el 4 de abril. No es que el artículo no pueda ser discutido en algún punto, no es que uno no pueda pensar que el contexto histórico en los años ochenta no es el de estos últimos años, no es que piense uno que no puedan señalarse puntos que merecían mayor matiz, mayor desarrollo, no es que la argumentación sea concluyente sin fisuras, no es que el artículo pretenda señalar con detalle caminos de superación. No es ni siquiera razonable pedir esos atributos a un escrito de apenas dos mil caracteres. No es eso, no es eso compañeros. Es otra cara, otra arista la que pretendo resaltar. Es el punto de vista, la perspectiva, el compromiso político-moral, las verdades dichas como puños respetuosos pero rebeldes, la no claudicación tan necesaria como el aire que exigimos trece veces por minutos. En fin, el vivir en la ciudad, políticamente, con dignidad, sin resignación, sin pedir perdón por existir y sin entrega rendida de voluntad. Eso es lo que uno ve y siente al leer esa columna inolvidable a la que hacía referencia.
Un ejemplo como ilustración de estas verdades básicas, centrales, los postulados de la izquierda podría escribirse si fuéramos geómetras clásicos:
La cuestión central para la izquierda no es (no debería ser) qué se necesita para triunfar electoralmente. Para triunfar electoralmente hay que ser de derechas. De manera descarada o camuflada. Triunfa quien apoya el capitalismo, a la OTAN y a la UE… Al orden establecido. Lo que queda ridículo y no interesa a casi nadie es que pretendas que no estás en ese bando, pero que respaldas a su «ala progresista». ¿El ala progresista del bando reaccionario? Anda, no marees.
¿Cómo agradecer las lecciones aprendidas, los puntos de vista que enseñan y ayudan, los argumentos cuidados y respetuosos, el ejemplo de resistencia de Javier Ortiz? Se me ocurre, y no creo equivocarme, no puedo equivocarme, que los versos finales de aquel poema republicano -inolvidable y no olvidado- «1936» del gran, del enorme Luis Cernuda, poema dedicado a un brigadista norteamericano cuyo nombre ignoro, serán de su agrado:
Por eso otra vez hoy la causa te aparece
como en aquellos días:
noble y tan digna de luchar por ella.
Y su fe, la fe aquella, él la ha mantenido
a través de los años, la derrota,
cuando todo parece traicionarla.
Mas esa fe, te dices, es lo que sólo importa.
Gracias, compañero, gracias
por el ejemplo. Gracias por que me dices
que el hombre es noble.
Nada importa que tan pocos lo sean:
Uno, uno tan sólo basta
como testigo irrefutable
de toda la nobleza humana.