Desde tiempos inmemoriales, l@s campesin@s aplican técnicas de cultivo respetuosas con la fertilidad de la tierra, las especies mejor adaptadas a cada territorio y la lucha biológica contra las plagas. Sin embargo, el campesinado es una «especie en extinción» a manos de empresas agroalimentarias cuyo producto principal no son los alimentos sanos y nutritivos, sino […]
Desde tiempos inmemoriales, l@s campesin@s aplican técnicas de cultivo respetuosas con la fertilidad de la tierra, las especies mejor adaptadas a cada territorio y la lucha biológica contra las plagas. Sin embargo, el campesinado es una «especie en extinción» a manos de empresas agroalimentarias cuyo producto principal no son los alimentos sanos y nutritivos, sino el beneficio económico.
LAS MULTINACIONALES CONTRA L@S CAMPESIN@S Y L@S CONSUMIDOR@S.
Desde tiempos inmemoriales, l@s campesin@s aplican técnicas de cultivo respetuosas con la fertilidad de la tierra, las especies mejor adaptadas a cada territorio y la lucha biológica contra las plagas. Sin embargo, el campesinado es una «especie en extinción» a manos de empresas agroalimentarias cuyo producto principal no son los alimentos sanos y nutritivos, sino el beneficio económico.
El desembarco del gran capital en la producción y distribución de alimentos arruina la pequeña y mediana explotación agropecuaria y el pequeño comercio. Producir alimentos sanos respetando la naturaleza es más caro, por unidad de producto, que producir comida basura a gran escala para el mercado mundial. Sin embargo, la producción campesina respetuosa con la salud pública, los derechos sociales y la fertilidad de la tierra, es mucho más eficiente que la producción de alimentos a escala industrial.
La mayoría de los campesinos no pueden sobreponerse a la competencia de las multinacionales alimentarias que venden más barato y manipulan a l@s consumidor@s. Las transnacionales arruinan cada año a millones de ellos, obligándoles a abandonar la tierra de sus antepasados y entregarse a un porvenir de explotación e inseguridad. Este es el origen de los movimientos migratorios del campo a las ciudades.
Desde el punto de vista del consumo, la sustitución de los campesinos por grandes empresas agropecuarias dificulta el acceso de la población a alimentos frescos, cultivados a favor y no en contra de la naturaleza. Salvo una élite culta y con poder adquisitivo capaz de procurarse una alimentación sana, la mayoría de la humanidad – más de cinco mil millones de personas – estamos encuadrados en dos categorías: personas con bajo peso, mala salud y alta mortalidad por la falta de alimentos sanos y suficientes en los países empobrecidos ó personas con sobrepeso y mala salud, por una sobrealimentación enfermante y cargada de tóxicos, en los países ricos.
Una gran parte de la población mundial carece de recursos económicos para disfrutar de una dieta saludable. Sin embargo, muchos de los que disponen de dichos recursos, tampoco lo hacen porque no ven la necesidad de variar sus pautas de alimentación y consumo. Al carecer de cultura alimentaria y de conciencia sobre nuestra responsabilidad como consumidor@s, no sabemos qué es una dieta saludable y no la deseamos, aunque la necesitemos urgentemente. El factor común para el crecimiento de la comida basura y la obesidad, en escenarios sociales y económicos muy diferentes, es doble. Por un lado, la pobreza y la ignorancia y por otro, el poder y la impunidad de las empresas trasnacionales.
Lo que compramos más barato en la gran superficie lo pagamos caro en términos de salud, contaminación, despoblamiento del campo, pobreza, exclusión, inseguridad, migraciones y aumento del poder del capital.
La globalización económica no sólo precariza el empleo, produce pobreza y exclusión, destruye derechos sociales, privatiza la protección del estado, ataca la salud alimentaria y la salud laboral. También engaña a la población para que compre alimentos enfermantes y después, los antídotos contra dichos alimentos, contamina a l@s niñ@s con deseos irracionales. inculcándoles hábitos perniciosos y atenta contra la salud pública y el derecho a la vida de tod@s.
LA CATASTROFE DEL LIBRE DE COMERCIO DE ALIMENTOS:
El hambre y la comida basura son las dos caras de la mercantilización y la globalización de los alimentos. La comida basura está unida al hambre como la cara a la cruz de una moneda. Mientras más de ochocientos millones de personas enferman y mueren por hambre, mil trescientos millones de personas enferman y mueren por las enfermedades asociadas al sobrepeso y la obesidad. El aumento simultáneo de estas formas de inseguridad alimentaria es exponente de su origen común.
a) Hambre y Desnutrición.
El hambre es la forma que adopta la inseguridad alimentaria en los países empobrecidos. Consiste en una sensación dolorosa producida por el déficit de alimentos y nutrientes esenciales para la salud y la vida humana. La vida orgánica necesita una mínima cantidad de calorías diarias (entre 2500 y 3500). Estas calorías proceden de los alimentos, combustible cuya transformación suministra la energía necesaria para el funcionamiento del organismo. Sin alimentos suficientes hay un déficit de energía y la vida tiende a extinguirse.
Los nutrientes principales son: proteínas, hidratos de carbono, grasas, minerales y vitaminas. Una alimentación saludable y completa debe ser suficiente, pero también variada. La carencia de uno o varios de los nutrientes esenciales es causa de enfermedades e incluso, de la muerte. La falta de proteínas influye en el desarrollo, reduciendo el peso y la talla y haciendo a las personas más vulnerables a las enfermedades infecciosas.
El hambre es la peor de las exclusiones. Degrada la naturaleza humana y deshumaniza a las personas convirtiéndolas en prisioneras de su hambre y reduciendo su salud y su esperanza de vida. La mortalidad infantil de los países empobrecidos multiplica por 10 la de los países ricos. La esperanza de vida de muchos países de Africa Subsahariana es la mitad que la de los países europeos. Sin embargo, una buena parte de los cereales, grasas y azúcar que consumen los países ricos proviene de países en los que el hambre campea a sus anchas.
En la Edad Media había hambrunas periódicas, pero habitualmente todos comían. Paradójicamente, la modernización capitalista se ha revelado como el modelo civilizatorio que más hambre produce. El mercado necesita la desigualdad y la pobreza para que la gente se entregue «voluntariamente» a condiciones laborales embrutecedoras y homicidas. El hambre es una gran creadora de fuerza de trabajo forzado por la necesidad.
El «libre comercio» es la causa de la actual subida de precio del arroz, alimento básico para 3.000 millones de personas. Dicho precio superó, a principios de abril de 2008 en el mercado de materias primas de Chicago, los 285 € por tonelada. En los tres primeres meses de 2008 había subido el 50% y en los últimos doce meses el 100%. Muchos inversores que han desinvertido en valores en crisis, hacen negocio con el hambre de los pobres. La disminución de las exportaciones por parte de Vietnam, India y China para atender a sus propias poblaciones, reduce la oferta de arroz en los mercados internacionales y favorece, de la mano de los especuladores, la subida de su precio. Las poblaciones de los países pobres, que destinan a la alimentación el 60% de sus rentas, no pueden comprar comida un 100% más cara.
Nunca ha habido tanta riqueza como en nuestra época, pero tampoco tanta pobreza. Aunque la producción mundial de alimentos crece constantemente, hay 852 millones de personas hambrientas. El hambre y la desnutrición son endémicas en grandes zonas de Asia, África y América Latina. En el mundo, 146 millones de niños y niñas tienen bajo peso por falta de alimentación. Cada año nacen 20 millones de niñ@s con un peso insuficiente debido a la desnutrición de sus madres. Este hecho condicionará su salud (tienen menos defensas ante las enfermedades), su desarrollo físico e intelectual (crecerán menos y tendrán más dificultades para aprender) y su futuro (formarán parte de las capas sociales más pobres, ignorantes y vulnerables).
El libre comercio de alimentos promete una modernización superadora del hambre, la enfermedad y la muerte. Pero, lejos de eliminar estas plagas, las ha elevado a la categoría de inevitables. Todos los años mueren, por causas directamente relacionadas con la desnutrición, 6 millones de niños y niñas menores de cinco años. 17.000 al día, 720 a la hora, 12 por segundo. La mayoría de estas muertes se evitarían con una alimentación adecuada. En nombre de la libertad de empresa, asistimos a una mortandad globalizada y en serie. Un «Auschwitz» nuestro de cada día, pero ahora en nombre de la democracia de mercado.
b) Obesidad y Sobrepeso.
La forma que adquiere la inseguridad alimentaria en los países desarrollados es «la comida basura». La «comida basura» es el resultado de convertir la comida en una mercancía. Se caracteriza por un abuso de hidratos de carbono, grasas de origen animal y productos químicos contenidos en los alimentos industrializados – dulces, refrescos, aceites y carnes de baja calidad – distribuidos masivamente a través de grandes superficies, cadenas de supermercados y cadenas de «comida rápida» de bajo precio.
En EEUU y Europa, desde la pasada década de los ochenta, el sobrepeso y la obesidad aumentan rápidamente debido a la generalización de la comida basura. Las muertes por enfermedades asociadas a este modelo de alimentación (cardiopatías, cáncer, diabetes tipo b y enfermedades circulatorias), crecen más rápido que las causadas por el hambre. Los cambios en la dieta, instigados por las multinacionales alimentarias, se globalizan desde los países ricos al resto del mundo, incluyendo a los países más pobres. Los gobiernos de derechas (globalizadores) y de izquierdas (alterglobalizadores) participan, por acción u omisión, en dichos cambios alimentarios.
SEGURIDAD ALIMENTARIA Y DEMOCRACIA.
Los poderes públicos tienen encomendada la defensa de la seguridad alimentaria de la población. Pero, al confundir democracia con libertad de empresa, están más preocupados por el ciclo económico, es decir, por los rendimientos del capital, que por la salud pública. La democracia de mercado presenta como algo natural la privación de la libertad de comer para unos y la «libertad obligatoria» de comer comida nociva para otros.
Detrás del hambre y la obesidad, la única libertad real es la libertad de empresa. La libertad de elección de la población entre salud (alimentos sanos) y enfermedad (alimentos nocivos), está mediada por la libertad de empresa. El derecho al libre comercio de alimentos tiene más fuerza que los derechos humanos que se invocan en las constituciones de los regímenes parlamentarios de mercado. De aquí se deduce que, sin controlar la libertad de empresa, no tendremos libertad para no morirnos por hambre o por comida basura.
La inseguridad alimentaria es la contraparte de la inseguridad política, laboral, social y sicológica que produce la economía global. El capitalismo es el culpable de la inseguridad alimentaria. La economía de mercado, no puede ni quiere, solucionar el problema del hambre porque el hambre de los hambrientos, al no expresarse como «demanda solvente», no moviliza las inversiones de capital y no favorece el crecimiento económico. En la democracia de mercado, la política no puede gobernar a favor de la gente y en contra de la economía. Por lo tanto, la pobreza y el hambre, al no ser objeto de la política ni de la economía, se gestionan mediante la compasión y la policía.
La utilidad económica y política del hambre se expresa con claridad en las multitudes de desheredados que, espoleados por la necesidad y tras viajes de terror, se entregan «voluntariamente» a condiciones extremas de explotación. Los abusos sobre estos parias sin derechos ni libertades explican, tanto la pujanza de nuestra economía como la calidad de nuestra democracia. La «libertad de empresa» priva de salud, alimentos sanos y seguridad a la mayoría de la gente. Para la mayor parte de la humanidad, la libertad de empresa es incompatible con la libertad de las personas y de los pueblos. No habrá democracia ni respeto a los derechos humanos sin privar a las multinacionales de su libertad para someter a las personas, los pueblos y las instituciones. Neutralizando a los mil mayores especuladores, se salvarían millones de vidas inocentes, se acabaría con el 90% de la violencia en el mundo y se sentarían las bases para una convivencia pacífica, justa y democrática. Pero antes, los hambrientos y obesos deberían desearlo. Esa es la tarea de la izquierda.
GLOBALIZACIÓN, «ALTERGLOBALIZACIÓN» Y LUCHA CONTRA EL HAMBRE.
La «lucha contra el hambre» de los gobiernos y su cohorte de ONGs, está determinada de antemano por las corporaciones que controlan la producción y el comercio mundial de alimentos. Multinacionales e instituciones del capitalismo internacional subordinan a sus intereses económicos las necesidades de la gente y el agotamiento de los recursos naturales. Los políticos hacen su política desde el respeto a dichos intereses y miran hacia otro lado ante sus constantes atentados contra la salud pública y las leyes.
La producción de alimentos para el mercado mundial impide que los pueblos y las naciones decidan su propia política alimentaria y ejerzan su derecho a producir y consumir sus propios alimentos. Con libre comercio global no puede haber soberanía alimentaria. El simulacro de «lucha contra el hambre» de globalizadores y alterglobalizadores solo sirve para fortalecer el mecanismo productor de hambre y para crear nuevas formas de inseguridad alimentaria. La producción industrial de mercancías alimentarias impone monocultivos para el mercado internacional, desarraiga y abandona a su suerte a millones de campesinos, elimina nutrientes e incorpora tóxicos y transgénicos a la comida. Este es el origen común del hambre, la obesidad y las amenazas ecológicas, alimentarias y sociales. Los alterglobalizadores montan sus circos sociales mundiales financiados y hermanados con los políticos e intelectuales culpables de la inseguridad alimentaria.
CRISIS DE LOS CUIDADOS E INSEGURIDAD ALIMENTARIA
La irrupción de la mujer en el mercado de trabajo, como forma envenenada de «liberación», junto a la prolongación de la jornada laboral y el pluriempleo, están en la base de la crisis de los cuidados. Una dimensión de esta crisis es la dificultad para procurarse una alimentación saludable. En los países desarrollados, la comida industrializada y globalizada aparece como una solución a este problema. Detrás de esta solución están las multinacionales ganando dinero con la degradación de las condiciones de vida de la gente trabajadora. Las mujeres entran en la esfera pública a través del mercado de trabajo basura sin salir, en la esfera privada del hogar, de la casi exclusividad en el trabajo de cuidados. Las campañas de adoctrinamiento publicitario de los científicos, publicistas y periodistas a sueldo, obligan a la gente a elegir la dieta industrializada «moderna» frente a los hábitos alimentarios «arcaicos». La combinación del libertinaje de las multinacionales y la precarización del trabajo convertido, al igual que los alimentos, en una mercancía, produce una triple crisis: del empleo, de los cuidados y de la seguridad alimentaria.
LA DEMOCRACIA DEL CONSUMIDOR: UN PROYECTO TOTALITARIO.
El consumismo irresponsable es la contrapartida de la gran producción para los mercados mundiales. Frente a él, la austeridad y el control del consumo superfluo aparecen como algo arcaico y miserable. Sin embargo, dicho consumismo está lejos de ser algo natural. Por el contrario, es el resultado de una violencia simbólica continuada. La publicidad desvía nuestras necesidades reprimidas asociando su satisfacción a las mercancías que promociona de forma repetitiva. Con una colonia consigues ligar mejor. Con un coche te conviertes en un triunfador. Marcándote con una marca, como si fueras una res, eres importante. Tras la apariencia democrática de la «libre elección», los deseos de los sujetos se producen mediante procedimientos coactivos. El adoctrinamiento de masas, la reducción de las opciones personales y la manipulación de los estados de necesidad artificialmente creados, explican la inmensa mayoría de nuestros deseos y nuestros actos.
Las imágenes televisivas se suceden a una velocidad incompatible con el pensamiento racional. El mensaje publicitario impide el razonamiento sobre el que se sustenta la libertad de elección. El «consumidor libre» es un ser coaccionado y programado. Los poderes públicos toleran que la publicidad inserte en la sicología de las personas, desde su más tierna infancia, un consumismo compulsivo. Estos comportamientos totalitarios se perpetran, cada día, en nombre de la democracia y la libertad de mercado.
El «consumidor libre» es una persona deseante, escindida e infantilizada, que basa su bienestar en la posesión de objetos y su seguridad en el dinero. Esta confusión le convierte en un perpetuo fracasado porque la seguridad depende del respeto que yo tenga a l@s otr@s y del que, recíprocamente, los otros me tengan a mí. La seguridad solo puede ser colectiva, nunca individual y no depende de tener cosas, sino del apoyo mutuo y de las relaciones cooperativas entre las personas. El consumidor irracional, espoleado por sus fracasos, necesita saltar de un objeto de deseo a otro en una eterna huida hacia delante. «Yo no soy tonto» … Pero soy un consumista compulsivo, ignorante, solitario, oportunista y lleno de miedo.
PRODUCCION Y CONSUMO: DOS CARAS DE LA MISMA MONEDA.
La crítica de los «alterglobalizadores» no asume la unidad de la producción y el consumo. Un modelo de producción capitalista no sería viable fuera de una sociedad capitalista. En una sociedad de mercado, el consumo, los deseos y los valores se hacen funcionales a la economía de mercado. Existe una dependencia recíproca entre la globalización capitalista y la generalización del consumismo compulsivo. No es viable una producción capitalista sin un consumo capitalista al igual que, tampoco lo es una economía que garantice las necesidades básicas de todos sin una educación popular en la austeridad.
La crítica de los alterglobalizadores al «consumismo», transmite un mensaje equívoco: «El consumidor consciente puede cambiar la sociedad con su poder de compra». Esta afirmación asegura que, sin más que modificar algunas de nuestras opciones de consumo, podemos arruinar a las empresas depredadoras y engrandecer a las que cumplen con su responsabilidad social y medioambiental.
Nada más alejado de la realidad. La eficiencia social y medioambiental es incompatible con la eficiencia económica que persiguen las empresas en una economía de mercado. Tras su apariencia alternativa, esta receta comparte el paradigma neoliberal de «la democracia del consumidor»: «La decisión del consumidor es capaz de premiar a las empresas eficientes y castigar a las que no lo son». «Los consumidores nos votan cada día comprándonos». Las alusiones al «poder de los consumidores» son un halago al narcisismo del consumidor enajenado. Algo parecido a calificar como «tolerancia» a la simple «indiferencia» o como «madurez ciudadana» al comportamiento político de las mayorías silenciosas, adoctrinadas y obedientes. Halagar al enajenado contribuye a profundizar su enajenación.
El sindicalismo mayoritario no se preocupa por el trabajo productor de alimentos enfermantes a pesar de que, l@s trabajador@s, son víctimas de la comida basura que producen y de las enfermedades y accidentes laborales. Pero, por otro lado, también son colaboradores en la producción de la comida nociva y su secuela de enfermedades alimentarias y muertes.
Los sindicatos y los ecologistas «alterglobalizadores», cada vez más coordinados, separan el momento de la producción y el momento del consumo. Al igual que sucede con la producción de armas, los sindicatos del régimen ni se plantean el problema de la producción de alimentos peligrosos, contaminantes o transgénicos. Solo se preocupan de que todos estemos trabajando para el capital. Paralelamente, los ecologistas del régimen consideran una ordinariez preocuparse por las enfermedades laborales y la mortalidad en el puesto de trabajo. Proponen medidas en defensa de los recursos naturales, el ahorro de energía y las especies amenazadas, haciendo caso omiso de la más amenazada de todas: l@s campesin@s y l@s trabajador@s de la agricultura, pero también los de la industria y los servicios. Esta amnesia tiene una explicación: para defender a los campesinos y l@s trabajador@s conjuntamente, tienen que enfrentarse con quienes les dan las subvenciones.
¿DE QUE SE RESPONSABILIZA EL CONSUMO RESPONSABLE?
Las elites ilustradas urbanas y el ecologismo alterglobalizador evocan el bucólico ambiente rural frente al estrés y la contaminación de las ciudades. En el terreno de la inseguridad alimentaria, se responsabilizan de su propia seguridad comprando comida biológica de alto coste en las grandes superficies o en las tiendas especializadas. Las redes de consumidores agroecológicos más vinculadas a las instituciones y a la agroindustria ecológica, como es el caso de la Federación Andaluza de Consumidores de Productos Ecológicos representan políticamente a estas élites y suscriben acuerdos en los que defienden explícitamente la distribución de productos ecológicos a través de las grandes superficies.(1) Pero esto no es ecologismo ni consumo responsable. No podemos hablar de ecologismo y consumo responsable sólo para unos pocos y sin confrontación con las causas y los causantes de la inseguridad alimentaria y la contaminación que sufre toda la sociedad.
La imposición de pautas de alimentación enfermantes es ilegítima, pero también ilegal. Por eso debe ser impedida. Invitar a comer a todas horas, ofrecer porciones más grandes, hacer publicidad de alcohol y de tabaco dirigida a personas jóvenes o asociar la comida y la bebida basura al deporte o la solidaridad, constituyen un atentado contra la salud. Si los poderes públicos no actúan, la sociedad debe actuar.
ALGUNOS PROBLEMAS PARA EL AVANCE DEL CONSUMO RESPONSABLE.
El dogmatismo obrerista y productivista otorga a la condición de asalariado una milagrosa conciencia revolucionaria y desconsidera las reivindicaciones transversales (alimentación, género, ecologismo, identidad nacional, etc), como si estas reivindicaciones no constituyeran la trama cotidiana de la clase obrera. Ambos prejuicios explican el absentismo de dicha izquierda en la construcción de una subjetividad antagonista en múltiples aspectos de la vida cotidiana de la gente trabajadora. El PSOE y su entorno acaban administrando estos vacíos mediante una «alterglobalización» disfrazada de democrática y plural, dirigida por sus dobles militantes en el ecologismo, el troskismo, el comunismo, los intelectuales, las ONGs, las redes cristianas y el anarcosindicalismo.
La crítica antidesarrollista y antitecnológica que, desde terrenos libertarios y a veces de forma muy solvente, rompe con el «socialismo de la opulencia» y la «democracia del consumidor», opina mucho pero aparece poco en las redes sociales donde los ecologistas socialdemócratas practican la limpieza étnica de colectivos refractarios a la «unidad de la izquierda».
La Agroecología y el Consumo Responsable necesitan crecer desde abajo y con fuerza propia. Esto supone militancia, conciencia política, autonomía y apoyo mutuo. La construcción de lazos cooperativos entre productor@s y consumidor@s se produce en un contexto social donde, con palabras de izquierda se manifiesta frecuentemente la misma mezquindad y cálculo mercantil atribuidos a la derecha. Es cierto que el crecimiento desde la autonomía es difícil y está lleno de problemas, pero no es menos cierto que los atajos son un viaje a la «unidad de la izquierda», es decir, a ninguna parte.
Los cantos al «pluralismo» defienden la presencia del PSOE y sus satélites en condiciones de igualdad en los MMSS para «llegar a los más amplios sectores sociales», son un atajo frente al esfuerzo militante y la dificultad de la construcción colectiva. Un lenguaje postmoderno y «autogestionario», maquilla la pusilanimidad, el oportunismo y los favores de la izquierda mayoritaria que contienen estos atajos. Es decir, «la política» en su forma degradada de los regímenes parlamentarios de mercado. Estas actitudes, potenciadas por las agencias socialdemócratas en los MMSS, prenden fácilmente en los sectores más inmaduros, individualistas y «comeflores» del movimiento juvenil. Con ello, las pujantes estructuras de encuadramiento juvenil de la «izquierda plural» se convierten en una maquinaria de leal y festiva oposición democrática a los crímenes de la economía de mercado y de la política de mercado.
El papel de «gozne» entre el PSOE y los movimientos sociales, lo ejecutan personajes procedentes del radicalismo. Sin este papel no se puede entender la calamitosa situación de dependencia política y cada vez más, también económica, de los MMSS respecto a la izquierda capitalista. Estas «alianzas» promueven el ascenso de lo insignificante y naturalizan la falta de firmeza, cohesión y verdad en los MMSS. Este entramado de burócratas, doctorandos, generales sin tropa, chiringuitos y departamentos «sociales» del PSOE, convertidos en un fin en sí mismos, se felicitan por la unidad conseguida. En eso tienen razón porque, en plena demolición del estado de bienestar, ellos consiguen llegar al bienestar del estado. Pero, en términos sociales, exceptuando la promoción personal de algunos espabilados, de esta unidad no se deriva absolutamente nada en términos de seguridad alimentaria y de modificación de las pautas de consumo, alimentación y movilidad del conjunto de la población.
Los «atajos» permiten a estos personajes mantener el lenguaje de la autogestión cuando, en realidad, ya están en la subvención y el «tráfico de influencias» (en su dimensión, salvo casos aislados, de pincho de morcilla). Con las subvenciones económicas, políticas y mediáticas, la periferia del poder les usa como auto oposición y como «esquiroles» ante cualquier intento de organización social autónoma respecto del PSOE, a la que califican de «sectaria». Estos atajos suponen un éxito de muerte, es decir, morir de éxito, perder la dimensión colectiva de un@ mism@. A pesar de ser los paladines del pluralismo, una vez «modernizados», estos personajes practican la calumnia y el acoso y derribo sobre los colectivos que no se han arrepentido(2).
En los últimos años, la dinámica de «éxitos de muerte» y de «atajos», ha supuesto una nueva transición política. Jóvenes radicales han pasado, sin solución de continuidad y a veces, sin cambiar de lenguaje, de «los ricos están ricos, cómetelos» al entramado de las ONGs, los departamentos juveniles de las diversas administraciones del estado, la promoción en la Universidad y las facilidades para levantar empresas ideológicas cuyo éxito no se apoya en el movimiento anticapitalista del que se reclaman «mediadores», sino en la ayuda, más o menos encubierta, de las redes y agencias de la izquierda capitalista que canalizan «políticamente» los apoyos y los recursos. Estamos ante una versión menor, postmoderna y juvenil, de lo que pasó con la entrada de la izquierda en el estado – y viceversa – durante la transición política española (1975 – 1979).
LA DIMENSION POLITICA E IDEOLOGICA DEL CONSUMO RESPONSABLE.
Los colectivos comprometidos con la agroecología y el consumo responsable, defendemos nuestro derecho a producir y consumir alimentos sanos y suficientes. Pero también nos planteamos la extensión social de nuestra actividad como respuesta a la inseguridad alimentaria que genera la globalización. Dicha extensión se enfrenta con la tarea de transformar las formas de producir y consumir alimentos. Esta transformación afecta a deseos y valores de la población colonizados por el afán de lucro y el consumismo. Acometer este reto requiere la proliferación de iniciativas urbanas y rurales basadas en relaciones directas entre consumidores responsables organizados en las ciudades y productor@s agroecológicos, también organizados, en el campo. Este proyecto, que contiene una gran carga ideológica, exige la máxima autonomía frente al mercado y el estado. En particular, respecto a la socialdemocracia que, con su lenguaje de izquierdas y sus «apoyos» corruptores, pervierte todo lo que toca (y se deja pervertir).
Es después de que existan redes fuertes y no antes, cuando viene la unidad de acción de las redes de consumo responsable con el PSOE y su peligrosísimo entramado clientelar y con los gobiernos de derechas o de izquierdas y sus subvenciones «políticas». De aquí se deriva que la agroecología y el consumo responsable no pueden prosperar como un departamento de cualquiera de las grandes ONGs ecologistas implicadas en «la unidad de la izquierda» y enfeudadas por los recursos y apoyos de las instituciones del estado. Cualquier propuesta «reformista» que acepte el libre comercio de alimentos, la globalización y la competitividad, grabadas en la frente de la ideología socialdemócrata, es irracional y está condenada de antemano. Frente al hambre y la comida basura, las únicas reformas verdaderas en la producción, distribución y consumo de alimentos, serán el resultado de una oposición anticapitalista asumida con firmeza desde organizaciones de agricultores coordinadas con organizaciones de consumidores.
POR UN CONSUMO RESPONSABLE AGROECOLOGICO AUTOGESTIONADO.
Necesitamos organizarnos como víctimas de la globalización alimentaria y ejercitar el legítimo derecho de tod@s y cada un@ de nosotr@s a una alimentación sana. Sin esta acción directa no es posible hacer nada. Pero esta acción, aunque necesaria, no es suficiente. Un consumo responsable agroecológico debe responsabilizarse también de otras cosas. No podemos desconocer la dimensión social, ética, ecológica e internacional que contienen los modos de alimentación implantados en nuestros propios deseos por la violencia publicitaria.
La elaboración de una cultura alimentaria y su difusión social es el punto de partida de cualquier cambio democrático y participativo en el terreno de la alimentación. Simultáneamente, necesitamos establecer el diálogo y la cooperación entre campesinos agroecológicos y redes de consumidores responsables, cerrando la brecha que el capitalismo produce entre el campo y la ciudad. La necesidad de alimentos de calidad para los consumidores agroecológicos no puede contraponerse a la necesidad de precios justos para los agricultores responsables. No hay desarrollo posible del consumo responsable sin un desarrollo simultáneo de la producción agroecológica. A su vez, si la producción agroecológica no cuenta con la complicidad y el respeto mutuo de las redes de consumidores, es inviable o presa fácil de la gran distribución y de la hipoteca de las subvenciones.
El consumo responsable agroecológico debe cuidar su propia autonomía respecto a los poderes económicos, políticos y culturales causantes de la inseguridad alimentaria. Es preciso defender este principio, aunque los culpables de la inseguridad alimentaria sean los mismos que dan los apoyos, los empleos y las subvenciones. En la relación de la izquierda con el Estado, esta encrucijada no es nueva. En ausencia de una fuerte movilización ciudadana, no son los movimientos sociales quienes entran en el Estado, sino el Estado quien entra en los movimientos sociales, sometiéndolos al poder económico y político.
Compartimos la necesidad de espacios de coordinación local, a pesar de la escasa influencia social del consumo responsable agroecológico. Las estructuras de representación pueden ser necesarias para conseguir el apoyo de la administración. Sin embargo, el precio no debe ser la autonomía y la fuerza social propia. La coordinación horizontal de proyectos autónomos es la condición para la influencia social y ésta, lo es a su vez para avanzar en la educación alimentaria de la población. La educación alimentaria de la población exige conocer las causas de la inseguridad alimentaria. Esto supone clarificar la identidad económica y política de sus causantes y la necesidad de enfrentarse con ellos. El conocimiento de los problemas es la condición para la libertad de elección de la gente. La experiencia participativa de los consumidores responsables, organizada en multitud de proyectos confederados y en alianza con campesinos agroecológicos organizados, es la única fuente de poder social frente a las imposiciones y los manejos del estado y del mercado.
Más que una estructura organizativa fuerte necesitamos un movimiento fuerte que recoja y exprese, de forma unificada y con respeto de las diversas identidades, las necesidades de millones de consumidores y de miles de agricultores. Dicho respeto interpela a las prácticas excluyentes que, sobre todo en el terreno de los transgénicos, se han producido desde la victoria electoral del PSOE en III´04 (3).
Es el momento de tomar la iniciativa. ¡Del campo a la ciudad y de la ciudad al campo!
Agustín Morán.
Abril de 2008.
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Notas:
(1)»Comercio, consumo y salud». Punto 10º del » Decálogo de Actuación» suscrito por la AGRUPACIÓN EN DEFENSA DE LA AGRICULTURA ECOLÓGICA (Red de Semillas, Federación Andaluza de Consumidores de Productos Ecológicos-FACPE, Asociación Vida Sana, Comité Andaluz de Agricultura Ecológica-CAAE, Intereco, Sociedad Española de Agricultura Ecológica-SEAE y FEPECO). La Federación de consumidores andaluces pretende que este Decálogo sea suscrito por la Coordinadora Estatal de Asociaciones de Consumidores Ecológicos y emplea todos sus recursos para impedir que cualquier voz discrepante informada y autónoma esté presente en dicha coordinadora estatal.
(2)»Los daños colaterales de la unidad de la izquierda». www.nodo50.org/caes/articulo.php?p=410&more=1&c=1
(3)Al aceptar, tras la llegada del PSOE al gobierno en III´04 el abandono de la moratoria y la negociación sobre una ley de (imposible) coexistencia entre cultivos transgénicos y no transgénicos. Ver:www.ecoportal.net/content/view/full/61553