El culebrón de Iñaki Urdangarín y sus andanzas financieras por las Islas Baleares y la costa valenciana va creciendo como bola de nieve, a pesar de que a algunos les gustaría echar tierra al asunto y se dan por contentos con la decisión del Museo de Cera de traspasarlo de sala en su desangelada exposición. […]
El culebrón de Iñaki Urdangarín y sus andanzas financieras por las Islas Baleares y la costa valenciana va creciendo como bola de nieve, a pesar de que a algunos les gustaría echar tierra al asunto y se dan por contentos con la decisión del Museo de Cera de traspasarlo de sala en su desangelada exposición. No hay sino dar un vistazo a la prensa diaria para comprobarlo. Los más de dos mil folios del expediente judicial encierran una mina de información sobre la organización de las empresas investigadas, los métodos de captación de contratos a dedo, su asignación contable y su destino final en los paraísos fiscales. Basten unos pocos ejemplos:
Sobre el volumen de dinero público apropiado:
Sobre el original modo de operar: http://www.elmundo.es/elmundo/2012/01/01/espana/1325445198.html
http://www.elmundo.es/elmundo/2012/01/02/espana/1325537443.html
Y sobre la acusación de evasión de dinero a paraísos fiscales: http://politica.elpais.com/politica/2012/01/02/actualidad/1325504026_560915.html.
Un apunte filológico del caso
No es mi intención, porque no soy competente en la materia, hacer un análisis jurídico del caso, algo sin duda conveniente. Creo que también sería oportuno ofrecer una perspectiva económica del asunto, dado que esta madeja empresarial encaja bien en el capitalismo tardío que nos ha tocado disfrutar. Y, por supuesto, me parece obligado que los partidos y sindicatos ofrezcan a la opinión pública española una toma de posición política, teniendo en cuenta que la mayoría del dinero se ha detraído de fondos públicos otorgados por instituciones públicas y que las acusaciones del fiscal incluyen los delitos de malversación de caudales públicos, fraude a la Administración, falsedad documental y prevaricación.
Me llamó la atención desde el comienzo la nomenclatura griega de las empresas dirigidas por el señor duque de Palma: Nóos y Aizoon. En mi ingenuidad, no suponía tales conocimientos de filología clásica en un deportista de élite. En el primer caso, se trata de la empresa principal, un Instituto «sin ánimo de lucro» según sus fundadores. ¡Menos mal, esto nos tranquiliza porque si llega a ser con ánimo de lucro, tendríamos dificultad en contar el volumen de dinero captado para tan ordinario fin! El sustantivo griego nóos es un término filosófico central dentro de la Psicología de Aristóteles en su habitual forma contracta del dialecto ático, noũs (lo mismo que en griego moderno), y significa «intelecto» o «mente».
La empresa inmobiliaria Aizoon, que Iñaki Urdangarín compartía con su esposa Cristina de Borbón, toma su nombre del adjetivo griego aizóon, que procede de aei-zóon y quiere decir «siempre vivo»; no se usaba en griego clásico aunque es frecuente en la terminología científica botánica. Como curiosidad, ya antes de Urdangarín teníamos en la península un Aizoon hispanicum, planta esteparia mediterránea llamada popularmente «algazul».
En el colmo de «clasicismo», por no decir de «virtuosismo», cuando el Instituto Nóos quemó su altruista apariencia, el duque no tuvo empacho en crear una ONG con el pretencioso nombre de Areté, sustantivo griego que significa nada menos que «virtud». Nos quedamos con las ganas de saber si la referencia de esta areté hispánica es a alguna virtud en concreto, bien se trate de las virtudes intelectuales y morales de Aristóteles, bien de las virtudes teologales y cardinales cristianas. En cualquier caso, significa la culminación de una pirámide empresarial que cumplió con eficiencia su objetivo de obtener el máximo beneficio con el mínimo esfuerzo o, como ha afirmado Diego Torres, socio de Urdangarín y profesor de ESADE (la exquisita escuela de negocios ahora tan callada) personalizando su relato: el duque «no trabajaba y sólo quería repartir (?) beneficios».
Desconocemos quién es el autor o autora de la nomenclatura griega usada por Urdangarín y señora para designar sus empresas. Quizá alguien de la familia o de sus asesores de confianza con conocimientos de griego pero ideológicamente muy alejados de aquella cultura clásica que hundía sus raíces en el valor de la razón para comprender el mundo y en la defensa de la democracia sobre la base de que el poder reside en el pueblo, el démos, no en el rey, ni en la oligarquía.
A los implicados en el caso les reconocemos de buen grado que «saben (mucho) latín», o sea, que son muy astutos o vivos, y que algunas de sus peripecias empresariales y de sus artimañas de «ingeniería financiera» podrían inspirar nuevos episodios de la picaresca nacional en versión pija. Al asesor o asesora lingüística le aconsejaríamos un poco de prudencia o mesura en la elección de los nombres griegos, porque no está mal, a pesar de los tiempos que corren, que la cosa designada guarde alguna relación con el nombre, pues ¿dónde se encuentra en todo este entramado el «intelecto», «la permanente vitalidad» y no digamos la «virtud»?
De paso, le recordamos a estos ambiciosos navegantes la advertencia de Aristóteles: «En las realezas hereditarias hay que añadir como una causa más de destrucción el que haya muchos despreciables y que, no teniendo los reyes un poder tiránico sino una dignidad real, se conduzcan con insolencia» (Política, 1313a, traducción de Julián Marías y María Araujo).
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