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Entrevista con Frei Betto

En el nombre político del amor

Fuentes: Rebelión

Frei Betto no titubea para nombrar las cosas. No deambula por las galerías del lenguaje, ni se cobija bajo palabras cómodas. Es un hombre comprometido con la verdad, con la suya propia, que coloca siempre al servicio de los más, que viven con menos, o con nada casi; porque los menos viven con demasiado, o […]

Frei Betto no titubea para nombrar las cosas. No deambula por las galerías del lenguaje, ni se cobija bajo palabras cómodas. Es un hombre comprometido con la verdad, con la suya propia, que coloca siempre al servicio de los más, que viven con menos, o con nada casi; porque los menos viven con demasiado, o con todo casi. Su suerte empezó a echarla con los pobres de la tierra en el Brasil de los sesenta, marcado por la rudeza de botas militares, que patearon la democracia fuera del terreno político. En esa época, el joven que leía a Kafka y a Fromm, admiraba a Fannon, estudiaba periodismo y ya había ingresado en la orden de los dominicos, salió a las calles surcadas por proyectiles para protestar contra el régimen que arbitrariamente se había apoderado del balón, gritó a coro frente al consulado norteamericano «Yankees go home» y hasta enfrentó cuatro años de prisión (de 1969 a 1973) sin mayor recurso contra el miedo que la escritura.

Según rememora en La Mosca Azul (2012), fue en medio de esa convulsión social, mientras se nutría con arte en teatros, cines y encuentros con Glauber Rocha, Nelson Pereira, Leon Hirszman, cuando aprendió a ver su país y el mundo con ojos diferentes; y fue luego en el retorno a la libertad, en su decisión de quedarse en Brasil -declinando la opción del exilio-, cuando entró en contacto verdadero con el pueblo, con el «pobretariado», en «aquella callejuela fétida por los desechos a cielo abierto, el moco corriendo por la nariz de los niños, el radio alto el día entero, el marido borracho pegándole a la mujer, mientras yo intentaba concentrarme, rezar, estudiar». Desde entonces, Frei Betto se ha asegurado de testimoniar en más de un millar de ponencias, en cientos de artículos, y en unos 50 libros, pero, primordialmente, en su praxis político-pedagógica-religiosa, su mirada diferente de la realidad y su relación desmitificada, aunque esperanzadora, con ese sujeto histórico, múltiple, complejo, imperfecto, que las teorías sociológicas denominan pueblo.

Con Cuba, al igual que con tantas otras naciones de América Latina y el Caribe, el fraile y escritor sudamericano, defensor de la teología de la liberación y la educación popular, ha tejido una historia de fraternidad en sus ires y venires y en su acompañamiento crítico, respetuoso y edificante a la obra de la Revolución, durante más de tres décadas. En 1985 publicó el libro Fidel y la religión, que reúne una serie de conversaciones con el Comandante, y en los 90 sembró en la Isla la semilla del educador brasileño Paulo Freire; es decir, sembró una concepción liberadora de la pedagogía, de la política, de la vida, que ha revelado otros caminos posibles -además de los ya transitados- para el ejercicio dialéctico y creador de revolucionar la revolución.

No es fortuito que en su última visita al país, en ocasión del Congreso Internacional Universidad 2014 y de la XXIII Feria Internacional del Libro, Frei Betto insistiera, en cada una de sus presentaciones, en la educación como eje medular de la política, en la política como eje medular de la educación. Tampoco es fortuito que propusiera el desarrollo de la educación popular frente a la bancaria -a pesar de las alarmas epistemológicas que activó la categoría educación popular en quienes la simplifican a educación gratuita-. Pero si consiguió provocar interrogantes en las personas que le escucharon, habrá cumplido su misión pedagógica.

El siguiente diálogo, realizado momentos antes de que comenzara una ponencia suya en Casa de las Américas sobre la vida y obra de Paulo Freire, intentó buscar algunas respuestas y, por supuesto, abrir también otras preguntas.

-En su visita de noviembre de 2010, cuando participó en el Encuentro Nacional de Educadoras y Educadores Populares desarrollado en La Habana, usted utilizó en su intervención una metáfora muy interesante para definir a Cuba, partiendo de una lectura que había hecho de los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido: «Quizá ustedes no sepan que es un hecho biológico que las águilas pueden vivir 70 años como máximo. Pero cuando llegan a los 30 o 40, propenden a la muerte porque sus garras y su pico ya no son fuertes para destrozar las carnes con que se alimentan. Y cuando sienten que pueden morir, vuelan hacia lo alto de una montaña y se arrancan las garras y el pico. Esperan meses allí, hasta que les vuelven a salir. Así viven otros 30 o 40 años más. Hoy, el águila es Cuba.» A tres años de esas declaraciones, cómo ve esa águila que veía transformándose entonces. ¿Cómo ve a la Revolución Cubana?

-Bueno, yo creo que la Revolución Cubana está viviendo un momento crítico, un momento de cambios. Primero hay un cambio en el mundo. Estamos pasando de la modernidad a la postmodernidad. Significa que estamos pasando de un paradigma racional hacia un paradigma de mercado. Segundo, vivimos en un mundo hegemonizado por el capitalismo neoliberal. Y tercero, el hecho de que Cuba sea una isla multiplicada por cuatro. Una isla geográfica, una isla por ser el único país socialista de la historia de Occidente, una isla por el bloqueo de los Estados Unidos y una isla por el desplome de la Unión Soviética.

Entonces, Cuba necesita cambios, pero no para volver al capitalismo, sino para mejorar el socialismo. Es un poco esta metáfora de que Cuba tiene que saber renovar sus alas y su vuelo. Y para eso, mucho más importante que los cambios económicos son los cambios espirituales.

La revolución no puede ser la promesa en nombre del socialismo de un futuro capitalista para cada uno. Pero como nosotros todos somos muy vulnerables al capitalismo, el capitalismo es muy seductor, el capitalismo tiene capacidad de cooptación, no es fácil ese proceso. Y no puede depender solamente de consignas y discursos. Debe ser resultado de un trabajo de educación, un trabajo ideológico, un trabajo de formación política de la gente, en la línea de la ponencia que hice en Universidad 2014.

-Hay una polémica bastante fuerte hoy en la izquierda latinoamericana, y sobre todo aquí en Cuba, acerca de la naturaleza de estas transformaciones, porque unos dicen que significa un retorno al capitalismo por el desarrollo de la pequeña propiedad privada y la apertura a la inversión extranjera, mientras que otros defienden que es una manera de enfrentar las coyunturas y de mantener la revolución. ¿Considera que estas transformaciones contribuyen a la construcción del socialismo? ¿Cómo entiende los desafíos de construir socialismo con estas transformaciones?

-Mira, yo creo que hay dos equívocos. Uno, identificar capitalismo con democracia, que es algo muy común en todos los países capitalistas, donde la gente piensa que democracia y capitalismo son sinónimos. El otro es pensar que socialismo y estatización son sinónimos. Mucha gente que se ha criado, educado, crecido en una sociedad socialista estatizante piensa que la estatización es la estructura económica del socialismo. Pero están equivocados. El socialismo es un sistema que tiene que buscar la operatividad de la economía, el desarrollo de la economía, sin volver a la explotación del hombre por el hombre, o de la mujer por el hombre, o de la mujer por la mujer; sin apropiación privada de la riqueza, sin producción de la plusvalía para una minoría.

Entonces la gente plantea equivocadamente la cuestión cuando piensa que porque en Cuba haya inversión extranjera, empresas extranjeras y empresas privadas de cubanos, eso ya significa capitalismo. No. Va a significar capitalismo si desde ahí viene explotación, alienación, hedonismo, consumismo, falta de solidaridad, quitando el espíritu internacionalista de Cuba. Ahí sí.

Yo diría tranquilamente que como mismo en una sociedad estatizante, o estatizada, hay mucha gente que es capitalista, oportunista, corrupta, que busca en todo sacar provecho propio y es indiferente a las causas sociales, en las sociedades capitalistas también hay mucha gente que es socialista, altruista, solidaria. No podemos hacer al capitalismo sinónimo de democracia ni al socialismo sinónimo de estatización.»

– Ha habido una discusión que le ha acompañado en esta visita, a raíz de su intervención en Universidad 2014, cuando dijo que el principal enemigo de la Revolución Cubana está dentro de la Revolución y que es la educación bancaria, el egoísmo, la indiferencia.

-Y es verdad.

-Pero quería retomar el intercambio del 14 de febrero, cuando un educador popular cubano argumentaba que la educación en Cuba era bancaria porque era resultado de una manera de hacer la política que era bancaria, de una manera de pensar el socialismo que era bancaria. ¿Cómo cree que el sistema político y el sistema educativo puedan transformarse mutuamente para no ser bancarios, para ser populares?

-Bueno, Cuba tiene todas las condiciones para evitar que la educación, tanto dentro de las escuelas como fuera, en la cosa política, no sea bancaria. Por ejemplo, los CDR (Comités de Defensa de la Revolución), yo pregunto: ¿funcionan? Si funcionan muy bien, ahí la gente participa, opina, debate, pero si no funcionan hay que preguntar qué pasa. Y es muy grave si no funcionan, porque significa que la gente no se está movilizando, y ahí viene la educación bancaria, que es cuando uno no participa en ninguna instancia de debate, de discusión, de propuesta, y solamente acoge lo que viene de arriba sin ningún espíritu crítico. Eso es bancario. Peor que la ortodoxia es la ortofonía, la simple repetición de lo que dice la autoridad.

Entonces hay que crear una sociedad dialógica, una sociedad democrática en el sentido que todos tienen su opinión. Es ese conjunto de debate el que va a fortalecer espiritualmente a la Revolución Cubana. Como siempre pasó, sobre todo en los primeros años, cuando la gente estaba movilizada. Claro, en ese momento los CDR tenían la función de guardián de la calle, del barrio, pero ahora ellos deben tener la función de movilizar a la gente para esta educación espiritual, revolucionaria.

-Y ¿considera que deban ser cambios que surjan desde el sistema educativo, que se den desde los CDR, por ejemplo, o que sean simultáneos?

-Simultáneos. Porque el sistema educativo no es fácil, no es fácil adoptar la metodología de educación popular dentro de las escuelas. Hay que cambiar muchas metodologías. Pero es posible. Habría que transformar las escuelas, no solamente en centros de formación de profesionales, sino también en centros de formación de cuadros. Buenos médicos, buenos abogados, buenos cientistas sociales, buenos diseñadores, pero buenos revolucionarios. Ese es el desafío. Nos explica el divorcio entre la educación profesional y la educación ideológica.

– En esa misma intervención suya en el encuentro nacional de educadores populares, luego de decir que Cuba era como un águila en transformación, explicó que la Revolución Cubana tiene la capacidad de moverse críticamente sobre sí misma para salir adelante y consideró que las redes de educación popular tienen mucha importancia en eso. Después de tres años, ¿cómo valora el trabajo de la Red Nacional de Educadoras y Educadores Populares, asociada al Centro Memorial Martin Luther King?

-Ese trabajo es muy positivo, muy bueno, pero es muy pequeño para las dimensiones de este país y sus necesidades de educación espiritual. Habría que incrementar eso más fuertemente. Habría que por todo el país hacer talleres de capacitación en esta línea, crear centros Martin Luther King por todas las provincias, hacer una sumatoria de experiencias con la metodología de la Revolución Cubana, la metodología de Paulo Freire y otras metodologías liberadoras.

-Un aspecto muy interesante de la Educación Popular en Cuba es que se ha convertido en un puente con América Latina, en otro más, porque históricamente la Isla siempre ha tenido una apertura al continente. ¿Cree que la educación popular podría insertarse en el proceso de integración que se está viviendo hoy en la región para potenciarlo?

-Es casi imprescindible. La preocupación que miro, sobre todo ahora ante el caso de Venezuela, es que esos gobiernos progresistas no están haciendo un trabajo sistemático de base, de organización de los jóvenes, de educación política. Entonces son gobiernos que tienen el riesgo de fracasar, porque un gobierno progresista no se mantiene con políticas sociales y consignas. Es necesario formación política, formación espiritual de la gente.

-Recientemente, en la II Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, se declaró a América Latina y el Caribe Zona de Paz. ¿Qué trascendencia puede tener esa declaración en el escenario actual de la región, donde hay tantas injusticias?

-La declaración es fundamental. Primero, para encontrar caminos de entendimiento entre las fuerzas antagónicas de este continente, como pasa por ejemplo con las conversaciones de paz entre gobierno y guerrilla en Colombia. Después, para evitar que haya armamentos nucleares en América Latina. La existencia de estos centros nucleares de producción de plutonio es muy amenazadora para la gente y la naturaleza. Finalmente, el hecho de que la principal fuente de paz es la justicia. Y esa palabra no es mía, esa palabra es del profeta Isaías, 700 años antes de Cristo. La paz debe ser fruto de la justicia. No como quiere Obama, fruto del equilibrio de fuerzas. Por ahí no va a haber paz nunca.

-Ahora mismo la paz es un tema bastante frecuente en Latinoamérica; tomando el referente cotidiano de la Educación Popular, ¿cómo se podría construir cotidianamente la paz sin tener que esperar por una política gubernamental para comenzar esa construcción?

-Hay demasiados métodos de construcción de paz, de reconciliación entre la gente, de diálogo. Habría que incrementar eso en los centros de trabajo, en las escuelas. Vuelvo al tema principal: es una cuestión de metodología. A mí me parece un poco raro que un país socialista no tenga movimientos sociales dinámicos, permanentemente preocupados con la formación de las nuevas generaciones. No se puede pensar que porque vivimos en Cuba, y Cuba es socialmente socialista, ya somos todos altruistas, solidaros, revolucionarios. No es verdad. Ese trabajo de educación tiene que empezar de nuevo en cada nueva generación.

-¿Usted percibe en Cuba hoy algún movimiento social?

-No. Aquí hay sindicatos, federación de mujeres, la FEU (Federación Estudiantil Universitaria), con la que estuve tres horas. Hay un montón de asociaciones, hay todo eso, y muy buenas, pero habría que mejorar esos mecanismos para que lleguen al conjunto de la población cubana. Y sobre todo, tocar un mecanismo que tiene supremo poder: los medios cubanos. Me parece un poco raro que en un país socialista la gente esté todo el tiempo mirando películas de Hollywood y telenovelas de la Globo. Es un desafío para la gente de izquierda, la gente progresista, crear programas atractivos. No es posible que no tengamos inteligencia, imaginación, creatividad para esto.

-Para crear belleza.

-Para crear belleza. Exactamente.

-Una última pregunta. Casi siempre en los talleres de la Red Nacional de Educadores y Educadoras Populares se proyecta la intervención suya donde dice que el socialismo es el nombre político del amor. Pero en las sociedades contemporáneas los grandes medios tienen una visión muy contraria del socialismo y del amor, como que no caben en una misma oración. ¿Cómo sería una sociedad en la que prevaleciera la socialización del amor?

-Una sociedad que tenga como paradigma la solidaridad y no el mercado. El amor es un producto cultural, esa es una palabra de Lenin. Entonces hay que estimular esta producción. ¿A través de qué? A través de la solidaridad, el altruismo, la militancia, el compartir. Por ahí va la cosa.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.