Arden las pérdidas, vuelven a arder las pérdidas. El compañero César (de Telefónica) ha fallecido hoy, a las 6 de la mañana, en el primer día de Mayo, su 1º de Mayo. Una enfermedad maldita se lleva a amigos, a militantes imprescindibles. Él lo era, sin exageración. Desde joven hizo suyos los valores y finalidades […]
Arden las pérdidas, vuelven a arder las pérdidas.
El compañero César (de Telefónica) ha fallecido hoy, a las 6 de la mañana, en el primer día de Mayo, su 1º de Mayo. Una enfermedad maldita se lleva a amigos, a militantes imprescindibles. Él lo era, sin exageración.
Desde joven hizo suyos los valores y finalidades de las tradiciones revolucionarias. Sin sectarismos, con inteligencia, con lucidez, con consistencia, con solidez y con fina ironía, incluso a veces con sarcasmos.
César iba en serio, muy en serio.
Tomo algunas datos recogidos de una nota de Josep Bel, de CoBAS. el sindicato en el que César militaba, y de Joan Tafalla de Espai Marx.
El compañero César inició su militancia en el PCE, en los años 70, en la Facultad de Físicas de la Universidad de Madrid. Allí también, en la ciudad resistente, nos ha dejado a los 61 años.
Han sido más de 35 años de honestidad y coherencia. En Barcelona, donde muchos le conocimos, seguimos su militancia -siempre generosa, fruto de convicciones, nunca resultado de algún cálculo estratégico personal- en CC.OOO, PCC, EUiA, en CoBas. Dando ejemplo siempre en la justa manera en que hay que dar este tipo de ejemplos. Sin anunciarse, sin pavoneos, estando simplemente donde hay que estar.
Alguna vez me comentó con ironía aquello que Sacristán escribiera en sus anotaciones a la biografía de Gerónimo: «Hay que dar a veces batallas que se saben perdidas». César añadía con sabia ironía: «De acuerdo, de acuerdo, tal vez sí, pero es duro, muy duro, y, si me permites camarada msl,…perdón camarada sla, algo paradójico -observa que no digo inconsistente- dicho por un lógico y epistemólogo. ¡Batallar por algo que se sabe perdido! ¿Y cómo se sabe por cierto que es perdido?».
Científico, técnico y humanista («nada humano le era ajeno»), César escribió dos novelas: «El efecto túnel» y «Rostro del Águila».
Su situación, que apenas comentó entre sus más próximos, no le impidió estar en la última huelga de hambre de los compañeros de Telefónica, donde trabajaba desde hacía muchos años. Allí estaba. En primer fila sin hacerse notar. También César deseaba y luchaba por la readmisión de Marcos.
No llegó a conocer probablemente la última tragedia de Bangladesh. No hubiera podido soportar el relato [1]:
Ruman es uno de los cinco millones de niños que trabajan más de 6 horas al día en Bangladesh. Su sueldo: no sobrepasa los 12 euros mensuales, menos de medio euro diario (la hora de trabajo a 0,085 euros). Sin zapatos, sin guantes, ni cascos ni lentes de protección. Él ya es uno de los trabajadores más veteranos del galpón 2, donde comenzó hace 5 años, cuando apenas alcanzaba los 7. Al escuchar la sirena a la siete de la mañana, Ruman corre cada día hasta la puerta de la fábrica. Es «un galpón improvisado de tres pisos, en el que se reporta una temperatura promedio de 40 grados, combatida por dos ventiladores huérfanos de la mitad de sus aspas». Esta improvisada «empresa» es una de las 600 que funcionan en la capital de Bangladesh, donde los niños entre 5 y 12 años representan la mano de obra más barata del mercado. Con sus palabras:
«Mi mamá nos despierta a mi hermano y a mí a las seis de la mañana para que podamos ducharnos y salir a trabajar. Y así estoy hasta que se hace de noche y salimos corriendo a cenar a nuestra casa… Soy el encargado de hacer ollas pequeñas. Los trabajadores más grandes nos pasan las láminas y nosotros las moldeamos. Nos sentamos en el suelo y vamos dando con un martillo a las piezas para que alcancen la forma que nos pide el jefe… A los 4 años ya iba al mercado a vender. Luego cumplí 5 y ya pude venir a la fábrica… Venimos solo con la ropa de casa, nos quitamos los zapatos cuando entramos a trabajar… Hay mucho polvo y se me ensucian para ir a la escuela… Salgo a jugar cuando se va la luz en la fábrica. En ese momento salimos todos a la calle a jugar a la pelota… Pero me gusta también ir a la escuela, ahí comemos y aprendemos a través de canciones… Una vez se incendió una fábrica aquí al lado y debimos salir corriendo todos. Yo era más pequeño y por eso me caía de los empujones de los otros, pero pude salvarme… Una vez mi amigo sufrió un accidente en el pie, desde ese día me da miedo que me pase a mí.»
Trescientos niños trabajan con Ruman. La fábrica no les da comida. Come lo que puede traer de su casa. En la fábrica, no hay baños ni agua. Gatos prescindibles, reducción de los costes de producción de la «mano de obra» (algunos empresarios catalanes, muy catalanes, saben del tema). Salen a la calle a hacer sus necesidades. Su sueldo se lo da a su madre. Comen con él y compran ropa para todos.
Los domingos, su día de descanso, duerme. Ruman casi siempre está cansado.
César, que lo hubiera escrito mucho mejor, no hubiera podido leerlo. No hubiera sido capaz. Se hubiera levantado de indignación, de rabia y hubiera prendido en llamas las calles de estas ciudades de explotación, injusticia, infamia y antihumanismo.
¡Vamos juntos este primero de Mayo! ¡Todos y todas, sin sectarismos, sin divisiones querido César! ¡Vamos a gritar verdades como puños! ¡Tú con nosotros, nosotros contigo!
Gracias, compañero, gracias por el ejemplo, gracias por ti. Gracias porque nos has dicho que el ser humano es noble, porque nos has hablado con tu hacer de la enorme dignidad de tantos seres humanos desconocidos. De la tuya, de tu enorme dignidad por ejemplo.
Hasta siempre compañero César. ¡Nunca habitará el olvido sobre ti ni sobre lo que para todos sigues y seguirás representando!
Nota:
Salvador López Arnal es militante de CoBAS
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.