No sé qué esperamos puesto que aquí dentro nunca pasa nada. Admito, sin embargo, que la sala de espera es mucho más cómoda que la siniestra caverna platónica. No estamos sujetos con cadenas, y las luces de neón siempre encendidas, iluminan un espacio acogedor. Brillan las paredes de color blanco que nos protegen de lo […]
No sé qué esperamos puesto que aquí dentro nunca pasa nada. Admito, sin embargo, que la sala de espera es mucho más cómoda que la siniestra caverna platónica. No estamos sujetos con cadenas, y las luces de neón siempre encendidas, iluminan un espacio acogedor. Brillan las paredes de color blanco que nos protegen de lo inesperado. Además, el menú que podemos comprar es mucho más variado. Ahora ya no hay quejas a causa de su mala calidad. Si te lo puedes pagar, se te ofrece un mundo de oportunidades. La servidumbre voluntaria se asienta en la producción de individuos consumidores y narcisistas, pero a la vez volátiles e inconstantes. Clientes de sí mismos. Es el triunfo de la autonomía del yo, del «libre» autocontrol.
El hilo musical que me acompaña continuamente, día y noche, me recuerda que soy libre de hacer con mi vida lo que quiera. Que mi vida está en mis manos. Si fracaso, soy yo el culpable. Si tengo éxito, yo solo soy el ganador. Cuando oigo esta proclama de libertad entiendo perfectamente porque no deseo salir fuera de la sala de espera. En la intemperie no sé qué me aguarda. Aquí, en cambio, todo está previsto. Han llenado el vacío con tantas mercancías que éste ha desaparecido. Riego con miel las cucharadas de soledad que me trago. La normalidad no es un estado de cosas. Es el efecto de un verbo (retornar, volver…). La vida cotidiana retorna a su normalidad. ¿Su? La normalidad así tejida se configura como un espacio de posibles. La opción que pondría en duda el propio espacio de posibles está prohibida.
Durante los periodos electorales el hilo musical aumenta de volumen, y entonces nos damos cuenta de que se trata de una extraña música hecha de palabras: «Cambio», «Regeneración», «Democracia»… Son palabras conocidas y ya un poco nuestras. Por eso su repetición nos tranquiliza. Como el niño pequeño encerrado en el interior de un habitación oscura que al canturrear consigue alejar su miedo. Quizás son cuentos para que podamos conciliar el sueño. ¡Qué mas da! Tengo la necesidad de creer en lo que me dicen. Tengo esperanza en ellos. Además me costaría mucho abandonar esta sala. A veces oigo voces de auxilio que vienen de fuera, golpes contra la puerta. Prefiero no mirar. Sería un error creer que el electoralismo es sinónimo de puro espectáculo. Los periodos electorales sirven para definir el sentido común, es decir, para (re)establecer los límites de lo que puede ser pensado, experimentado, y vivido. El sistema político impone el código gobierno/oposición. Lo que se sale de él, simplemente no existe: es ruido criminalizable.
Hoy han programado un combate de boxeo entre dos púgiles con mucho futuro. El Coletas (68 kg.) y el Fachilla (80 kg). Seguro que me lo pasaré muy bien. Mañana han prometido un documental que lleva por título «Viatge a Itaca. Cap a un nou pais» (Viaje a Itaca. Hacia un nuevo país). Sinceramente no tengo tiempo para preguntarme qué hago metido durante tanto tiempo en esta sala de espera. ¡Hay tantas actividades preparadas para nosotros! La semana que viene incluso nos dejarán cambiar de nombre varias calles, y también podremos sacar la estatua del Jefe de Estado. El poder ya no necesita transformar la fuerza en derecho y la obediencia en deber, le basta con entretenernos. Este es el formato natural y único de toda experiencia. El entretenimiento expulsa el conflicto y oculta el campo de guerra que subsiste bajo el espacio de posibles.
Las palabras de cambio y esperanza, animan. Si hay vida, hay esperanza. Lo democrático es una tertulia compuesta por tertulianos. Es cierto que esta conversación interminable se introduce lentamente en las grietas de las paredes. Perdón, quiero decir las circunvoluciones del cerebro. «Cada cual tiene su opinión». La esencia de lo democrático es ésta, ¿no?. Por eso la votación a mano alzada está prohibida y tiene que ser siempre secreta. El voto secreto, bien escondido de los demás, respeta completamente lo que somos: vidas privadas. Malas lenguas afirman que estas votaciones nunca cambiarán nada porque siempre serán un reflejo del miedo, del miedo que sólo el estar juntos puede deshacer. No lo entiendo ni me importa. Lo democrático realiza una operación política de distracción. Señala falsos enemigos, decide cuáles son nuestros problemas, impide abordar las cuestiones esenciales. En la conversación democrática no existe la posibilidad de tomar la palabra. Sólo se puede hablar, es decir, opinar indefinidamente. A veces llegan noticias del subsuelo y sacuden la tranquilidad que reina en la sala de espera. Entonces los mercados tiemblan, se disparan las alarmas, y los chantajes perforan los tímpanos. La verdad es que no sucede muy a menudo porque hay instaladas dobles ventanas. Además, como no quieren que nos acerquemos a ellas, nunca sabemos que pasa exactamente fuera. Un día, recuerdo perfectamente cuando fue, me cansé de esperar. Más exactamente, me pregunté qué esperaba sentado en aquella sala. No osé preguntarme el porqué, tan solo el qué. Lo reconozco. Y, sin embargo, fue entonces cuando me acordé que hace muchos años, yo no estaba en una sala de espera sino en un vagón del metro. Un vagón del metro que convertimos en un fiesta, cuando entramos en él con los carros llenos de comida de un supermercado que previamente habíamos asaltado. Un vagón de metro que, seguramente, no llevaba a ningún lugar, pero en el que bailaba el ritmo de la vida. Éramos fuertes y valientes. No debíamos favores a nadie. Recobrada mi independencia pude, por unos instantes, asomarme y advertir que en el campo de guerra habían conseguido alzar una posición; también oí el eco de un grito de rabia digna; en Palestina, el arma de los oprimidos es un cuchillo; nuestra violencia es existir. Grecia en referendum dijo No aunque, finalmente, la UE impuso el Sí. ¿Cuánto cinismo cabe en una organización para aún seguir llamándose «Podemos»? Alianzas, confluencias, siglas… ¿de qué fuerzas verdaderamente reales, hablamos? ¿De qué contrapoder son portadoras? En el Parlament, después de proclamar la República catalana, el primer acto de los protagonistas fue hacerse una selfie.
En la sala de espera huele a muerto. Antiguos amigos quieren limpiar las cloacas, y han decidido colaborar con los guardianes. Ahora son los nuestros los que nos llaman a participar. Olvidad los actos heroicos porque la política se hace en el día a día. Además, recordad que siempre fuimos pocos y muy infantiles. En algunos momentos, nos creímos el ombligo de la ciudad. Fuimos unos ilusos. Siempre es mejor hacer algo que no hacer nada. Hay que ser responsables. Tenemos que simplificar el lenguaje para poder llegar a la gente. Para solucionar los problemas de la gente. Una pregunta por favor: ¿quién es la gente? Asaltaremos las instituciones para que entre aire fresco. ¡Cuidado eso es intocable! ¡Cuidado los contratos han sido ya firmados, y rescindirlos es imposible! ¿Dónde está lo posible que esperábamos encontrar? La policía es un poder fáctico. El puerto, por donde entra la droga para media Europa, ni mirarlo. Nuestra meta es simple: de cambiar la ciudad para cambiar la vida tenemos que pasar a cambiar la imagen de la ciudad para cambiar la idea que la gente se hace de su vida. Será un pequeño paso. Es una trampa. Todo gran viaje empieza con un pequeño paso inicial. Defender el desarrollo económico es progresista ya que impulsa el desarrollo económico. ¿Por qué ocultáis que, en la actualidad, la vida y el capitalismo son incompatibles? Todo posibilismo para ganar tiene que engañar, y entonces, necesariamente pierde puesto que deja de ser veraz. Al final, sólo os quedará gestionar la decepción. El tiempo no puede aquietar la espera porque ya no queda tiempo. Hay una pregunta que jamás puede ser planteada en la sala de espera porque continuamente es ridiculizada. Esta pregunta, sin embargo, es la única pregunta hoy verdaderamente importante: ¿cómo salimos del capitalismo?
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