En los últimos veinte años el cambio climático y sus impactos potenciales y reales se han hecho cada vez más evidentes. Esto se debe a los resultados de la investigación científica pero también a los movimientos ambientalistas, los medios, la intelectualidad crítica, dirigentes de gobierno progresistas y productores de energías alternativas, que han hecho de […]
En los últimos veinte años el cambio climático y sus impactos potenciales y reales se han hecho cada vez más evidentes. Esto se debe a los resultados de la investigación científica pero también a los movimientos ambientalistas, los medios, la intelectualidad crítica, dirigentes de gobierno progresistas y productores de energías alternativas, que han hecho de este problema y sus implicancias un centro de atención política y social. La Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) y el Protocolo de Kioto surgieron en la década de 1990 como el mecanismo político internacional para abordarlo.
En los últimos dos años, la cuestión del cambio climático ha trepado a la cima de la agenda política. Esto tiene relación con la publicación del Cuarto Informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (PICC), el Informe Stern (este último con un mensaje simple y economicista) y con los precios exorbitantes de la energía y el argumento de que se ha llegado al «pico» del petróleo, una expresión que refiere a que de que a partir de ahora la cantidad de recursos petrolíferos nuevos que se encuentren serán siempre menores al lo que se consume. El PICC y Al Gore ganaron el Premio Nobel de la Paz; en las cumbres del G8 en 2007 en Alemania y en Japón en 2008, el cambio climático y la energía fueron temas centrales de la agenda. La Conferencia de las Partes de la CMNUCC en Bali, en diciembre de 2007, se transformó en una reunión con una repercusión mediática de nivel mundial.
Sin embargo, es notorio que no es mucho lo que ha cambiado en los últimos veinte años. El consumo de petróleo y gas ha aumentado enormemente, los patrones de producción y consumo siguen siendo los mismos, y más aún, estos procesos han sido rápidamente globalizados a través del capital transnacional, las políticas de Estado y el modo de vida de una clase media mundial.
Esto obedece a una razón principal: las políticas ambientales en general, y las políticas de cambio climático en particular, son formuladas de acuerdo a la política dominante y los intereses asociados a ésta. Hoy, la política dominante es neoliberal y neo-imperial, se orienta a la competitividad y al mantenimiento y fortalecimiento del poder de los gobiernos, las empresas y las sociedades del Norte. Las políticas favorecen los intereses de los propietarios de activos y de las clases medias mundiales – incluidas las clases medias de los países con economías emergentes como China, India o Brasil. Todavía se promueve en el mundo el modo de vida occidental como algo atractivo. Todavía se equipara el bienestar y seguridad social con el crecimiento económico, y esto supone el crecimiento de la producción de automóviles, aeropuertos, agricultura industrial, etc. en base al uso intensivo de los recursos.
El papel de la CMNUCC
Es importante reconocer que la cuestión del cambio climático fue politizada a través del conocimiento científico, especialmente a través del PICC. De todas formas, existe el peligro de considerar el problema del cambio climático exclusiva o predominantemente como un problema global que debe ser enfrentado globalmente, es decir desde arriba, con el conocimiento occidental y a través de técnicas de gestión. De esta manera se soslayan la multiplicidad de conflictos locales en torno a recursos escasos y el uso de la tierra. La existencia de muchas alternativas queda relegada por la existencia de un «problema global». Por otra parte, muchas formas locales de producción y de vida en realidad están en riesgo por causa del capitalismo globalizado, así como por un tipo de política climática que está modelado por las estructuras de dominación. El desarrollo de la producción de agrocombustibles para el mercado mundial en el seno del sector agrícola es solamente la tendencia más visible.
Lo que surge en los últimos 20 años es un tipo de manejo global de los recursos en el cual los gobiernos, los empresarios, los científicos, algunas ONG y los medios actúan colectivamente para controlar la destrucción del medioambiente. A veces se critica el contenido de las políticas como insuficiente. Pero no se formula una crítica a la forma de la política. No se critica la forma de la política intergubernamental, es decir, la diplomacia bajo la presión de los grupos de interés, en busca de un consenso que sistemáticamente lleva a compromisos débiles. Es más, se minimiza la necesidad de cuestionar el poder corporativo empresarial y los estilos de vida de las clases altas y medias para enfrentar con seriedad el cambio climático.
Los instrumentos de la política ambiental mundial se basan fundamentalmente en el mercado, porque «el mercado» es considerado por poderosos actores como el mejor de los medios para tratar problemas de largo alcance como el cambio climático. No por casualidad, el principal instrumento de la CMNUCC es el comercio con los derechos de emisión. Más aún, esto justifica políticas débiles «en casa» porque no se puede fomentar transformaciones profundas si los otros países no participan. Es una cuestión de competitividad.
La actual división del trabajo (junto con las divisiones de clase, género, raza, edad, y estratificación internacional), que está determinada por estructuras de dominación, casi no es problematizada en los debates sobre transformaciones socio-ecológicas. De ahí que las políticas ambientales han pasado a ser una estrategia moral fundada en la eficiencia y orientada a las clases medias.
La generalización del modo de vida occidental es cínica porque miles de millones de personas son pobres y carecen de acceso a los medios básicos de subsistencia. Sin embargo, la dinámica capitalista promociona que los patrones de producción y consumo de este tipo tienen igualmente dimensiones atractivas, como la individualidad y ciertas formas de libertad.
Para contrarrestar los efectos y las novedades del manejo global de los recursos determinado por las estructuras de dominación, necesitamos un debate público amplio y pasos prácticos hacia la necesaria transformación de los modelos de producción y consumo, y cambios de orientación en relación al mundo natural y el poder de los Estados y el capital.
La CMNUCC no es la institución responsable del aumento de emisiones de CO2 y el modelo de desarrollo basado en combustibles fósiles, es decir de la continuidad del cambio climático. El proceso es mucho más amplio, abarca a actores económicos y políticos muy poderosos y está asimismo vinculado a los estilos de vida de las clases altas y medias en todo el mundo. A nivel institucional, la OMC, el FMI y el Banco Mundial, que promueven la liberalización del comercio y las políticas de ajuste estructural, son las fuerzas motrices centrales que actualmente dañan las relaciones entre sociedad y naturaleza.
Resulta muy importante y problemático que la CMNUCC sostenga que es el mecanismo central y más adecuado para detener el cambio climático. Pero en los últimos 15 años se ha vuelto evidente que es muy poco lo que se ha avanzado en torno al problema con los enfoques tecnocráticos -por el contrario, los modos de vida y las orientaciones políticas dominantes están siendo hoy re-legitimadas. La CMNUCC materializa el hecho de que hay una toma de conciencia politizada sobre el cambio climático. Esta toma de conciencia se estructura en formas específicas que están alineadas con las fuerzas sociales y los intereses dominantes. No es independiente del desarrollo neoliberal y neo-imperial. No por casualidad, la dominación modificada de la naturaleza a través de las estrategias de modernización ecológica, el conocimiento occidental, el papel preponderante de los expertos y de supuestos «líderes iluminados», conjuntamente con los instrumentos basados en el mercado, son los factores que determinan las políticas ambientales. Esto representa un desastre cotidiano para miles de millones de personas.
La modalidad política de manejo de crisis que existe en este terreno es la diplomacia, y lo que allí prima es la defensa de los «intereses nacionales» en el marco de las condiciones del capitalismo globalizado y la competencia. Cuando los gobiernos retornan de grandes conferencias en las cuales, una vez más, se ha evocado la noción de estar «ante una encrucijada», siguen obedeciendo a los actores poderosos como la industria automotriz, las empresas productoras de semillas, la agroindustria, los productores de carne, etc. Además, se puede apreciar claramente que los ministerios de medioambiente son relativamente débiles, ya que los temas de la energía quedan en manos de otros aparatos más fuertes.
Este es un hecho verificable en el campo de los agrocombustibles. Cuando se trata de seguridad energética y ganancias, se dejan de lado interrogantes críticas y experiencias desastrosas. Los gobiernos del Sur, como el de Brasil o el de Indonesia, presentan el tema de los agrocombustibles como una «oportunidad de crecimiento y desarrollo». Las reestructuraciones en la agricultura son determinadas por la gran demanda de la UE, donde se están implementando normas específicas que exigen la mezcla de gasolina y etanol. Pero ¿para quién y a qué precio? Los consumidores de la clase media mundial apoyan esta política de desarrollo porque le temen al alza de los precios de la energía. Se abandonan las alternativas, o se reducen a un campo menor de la «mezcla de energía».
En definitiva, lo que experimentamos en el campo de las políticas ambientales es un intento de reestabilizar el proyecto de globalización neoliberal-imperial impulsado por las crisis, presentando una imagen progresista en materia de elaboración de políticas ambientales. «Los líderes del mundo han entendido el problema», esto es lo que oímos en las cumbres del G8 y la CMNUCC. Pero en realidad las modalidades actuales en materia de políticas ambientales y de recursos siguen siendo formuladas por el poder y no cuestionan las relaciones de dominación existentes. En otros foros, como el G8, se formulan políticas irresponsables como el desarrollo de usinas nucleares, que penetrarán el debate y las políticas de la CMNUCC.
Trascender la gestión global de los recursos Para reorientar la acción política y social en pos de verdaderas alternativas a las formas y contenidos dominantes en materia de políticas climáticas, ambientales y de recursos, es necesario someterlas a la crítica y cambiarlas.
Desde una perspectiva emancipatoria es de suma importancia detener el cambio climático, lo que a su vez implica frenar los modelos de consumo y producción basados en los combustibles fósiles. Estos afectan fundamentalmente a los grupos sociales vulnerables que no pueden defenderse de la escasez de agua y las sequías o contra las lluvias torrenciales y las inundaciones. Estos hechos suceden con mayor frecuencia porque prima el ánimo de lucro y porque estos enfoques son considerados parte del «progreso» y de un estilo de vida confortable para mucha gente. Tales enfoques se han vuelto predominantes gracias a una manera patriarcal y «moderna» de entender la dominación de la naturaleza, que posibilita su explotación, mercantilización y destrucción. Los movimientos sociales radicales y las ONG críticas, así como los intelectuales y medios críticos reconocen que la CMNUCC no es un mecanismo adecuado para encarar una de las crisis más severas que enfrentamos. Como otras instituciones políticas internacionales – en el terreno ambiental o en otros – la CMNUCC es parte de una modalidad de gestión global de los recursos de carácter capitalista, occidental, blanco y masculino. No debería seguir siendo legitimada mediante la participación de las ONG críticas, los movimientos sociales y otros actores críticos. No necesitamos una «globalización sustentable», que básicamente significa más neoliberalismo e imperialismo.
Después de 15 años de experiencia con la CMNUCC desde que entró en vigor en 1994, se puede apreciar con claridad que necesitamos acciones políticas y sociales fundamentalmente diferentes. Los Estados son aún actores importantes, pero ellos y sus funcionarios no son las fuerzas motrices. Por el contrario, son principalmente un obstáculo para políticas serias. Cambiar los modelos de producción y consumo, los estilos de vida y los significados de una «buena vida», el poder corporativo de las empresas y las políticas de manejo de los recursos es un proceso amplio. Requiere tener en cuenta varios elementos.
Un elemento central es poner explícitamente de manifiesto una crítica enraizada en la práctica al dogma de la competitividad ligada al desarrollo tecnológico. Son pocos los gobiernos y los actores sociales que han entendido los peligros de las tendencias actuales. Lo que se necesita es una re-politización del «mercado». No se trata simplemente de un mecanismo supuestamente eficaz de asignación de recursos, sino que es un instrumento altamente eficaz para generar la dominación, más o menos opaca, de algunos sobre otros. El mercado es sinónimo de poder y explotación según criterios de clase, género, raza y alineamiento Norte-Sur. Por este motivo, constreñir el poder de las grandes empresas industriales y financieras es una tarea crucial que debemos encarar. Pero si somos exitosos, eso significará menor crecimiento económico, con todas sus consecuencias en términos de las ganancias, el poder del capital privado, los ingresos fiscales del Estado y el empleo en los sectores tradicionales.
Una política emancipatoria debe cuidarse de no pecar de moralista respecto de la política ambiental. Por supuesto que necesitamos menos consumo de carne, automóviles/movilidad y aparatos electrónicos, etc. Pero esto no puede ser tan sólo un reclamo moral que deje de lado las estructuras sociales basadas en las relaciones de poder. Son necesarios estilos de vida y formas de producción, intercambio y división social del trabajo alternativos y atractivos, así como identidades alternativas -y son posibles: La protección de los bienes naturales comunes (el agua, la biodiversidad, el aire, etc.) contra su mercantilización es, en muchos casos, una lucha muy concreta. El consumo colectivo, las infraestructuras que lo acompañan, una mayor eficiencia energética y bienes sustentables, no son elementos que estén vinculados exclusivamente a procesos de aprendizaje sino que también podrían cuestionar el poder de ciertos productores y la aceleración de la globalización de lo «descartable». Necesitamos la reconversión de muchas industrias existentes, aprovechando el enorme conocimiento de los productores que allí reside.
Las cuestiones ambientales están profundamente ligadas a lo social. El trabajo digno versus la superexplotación, especialmente de los inmigrantes ilegalizados y muchos obreros en el Sur global, es una contradicción que obedece a la misma lógica de lucro y acumulación que está precipitando la destrucción de la naturaleza. Es necesario politizar los intereses inmediatos de los trabajadores respecto de la comida barata, la energía y otros bienes que se producen en condiciones no sustentables y antisociales. De todas formas, también aquí hay un problema a resolver dado que los intereses a corto plazo de muchas personas están vinculados a la producción y al consumo no sustentable. Las orientaciones y prácticas socio-ecológicas emancipatorias necesitan entrelazarse con otros aspectos de la vida y a la redistribución de la riqueza social.
Conflictos y reclamos radicales-emancipatorios
Es posible pensar, y ya existen, muchas alternativas posibles. Deberíamos preguntarnos si el tema del cambio climático, tan altamente politizado, no abre una vía al pensamiento y la acción más transformadora. Posiblemente a través de los conflictos socio-ecológicos se pueda dejar en evidencia que en juego está mucho más que políticas testimoniales contra el cambio climático fundadas en la gestión global de recursos: los temas de la democracia y la toma de decisiones, el poder sobre el conocimiento social y los medios de producción, la necesaria reducción de la jornada laboral, la valorización de actividades reproductivas referidas al cuidado humano, la salud, la alimentación, etc.
Por eso, proponemos una campaña internacional para transformar radicalmente la política del cambio climático. Para eso, necesitamos formular reclamos y propuestas radicales a través de debates e intercambios de experiencias y puntos de vista. Esos reclamos y propuestas deben plantearse en el seno de los debates y problemas actuales y alterar la interpretación que hoy tenemos de ellos, ofreciendo así posibilidades para la acción.
Nuestra crítica de las políticas dominantes de medioambiente y cambio climático no implica ser cínicos sobre el cambio climático, y nuestra intención no es en absoluto fortalecer el grupo de intereses que defiende la vía de desarrollo basada en los combustibles fósiles. Sin embargo, no vemos la solución al problema en el conocimiento científico occidental, en los procesos intergubernamentales y en la modernización ecológica para las clases medias occidentales, a expensas de muchos otros, especialmente los pobres, y las condiciones materiales de la vida en el planeta.
La política en tiempos de profundas crisis socio-ecológicas tiene que ser diseñada de otra manera, como un proceso transformador informado, que tome en consideración las muchas ambigüedades, pero con la mira puesta en un mundo más justo, basado en la solidaridad -más allá del dogma de la competencia y el lucro. Queremos reorientar los debates y las políticas hacia transformaciones socio-ecológicas y emancipatorias fundamentales, al unísono con el reconocimiento de las prácticas alternativas.
Ulrich Brand enseña ciencias políticas en la Universidad de Viena.