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En torno a las ideas, propuestas e iniciativas federalistas (y confederalistas) de Francisco Fernández Buey

Fuentes: Rebelión

Para Víctor Ríos y Julio Anguita, maestros y referentes de muchos ciudadanos y ciudadanas que apostamos por una rebelión cívica.  Hasta su prematuro fallecimiento, pero, sobre todo, en la década de los años noventa del siglo pasado, el autor de La gran perturbación y Marx sin ismos estuvo fuertemente interesado en el federalismo y en […]


Para Víctor Ríos y Julio Anguita, maestros y referentes de muchos ciudadanos y ciudadanas que apostamos por una rebelión cívica.

 Hasta su prematuro fallecimiento, pero, sobre todo, en la década de los años noventa del siglo pasado, el autor de La gran perturbación y Marx sin ismos estuvo fuertemente interesado en el federalismo y en la elaboración de ideas y propuestas que abonaran una cultura federalista de debò, en serio.

Artículos periodísticos [1], borradores y papeles para la dirección de Izquierda Unida [2], un meditado artículo en El Viejo Topo [3], una carta para su amigo Víctor Ríos [4], entonces en la coordinación de Izquierda Unida, son algunos ejemplos de sus escritos de aquella época. Me centraré en la última de las referencias.

Pero antes de ello vale la pena recordar dos reflexiones directamente relacionadas con la temática.

El artículo referenciado de El Viejo Topo se abría con un paso de una entrevista de Mundo Obrero a Manuel Sacristán de 1984: «[…] Sólo el paso por ese requisito aparentemente utópico de la autodeterminación plena, radical, con derecho a la separación y a la formación de Estado, nos dará una situación limpia y buena. Ya se trate de un Estado federal o de cuatro Estados. Todas las técnicas políticas y jurídicas que se quieran aplicar para hacer algo que no sea eso no darán nunca un resultado satisfactorio. Eso siempre será una justificación para el mayor mal que sufre España, que es tener un Ejército político como el que tenemos». Después de ello, FFB, discípulo, amigo y compañero del autor de «Panfletos y materiales», iniciaba su artículo con las siguientes palabras: «El objetivo de este papel es contribuir a traducir al plano político y organizativo el federalismo cultural que una alternativa de izquierdas, en la España de final de siglo, necesita… Estas reflexiones se inspiran en la previsión de Manuel Sacristán, que he puesto al comienzo de este papel, así como en conversaciones mantenidas con el filósofo comunista, en 1985, a propósito de la necesidad de profundizar en una alternativa federalista» [6].

Dos años antes, en un artículo publicado en El País -«Iniciativa para una cultura federalista»-, señalaba consistentemente FFB: «Así, pues, el derecho a la autodeterminación de los pueblos no es un anacronismo en esta Europa, en este mundo; es un derecho democrático básico en una democracia en construcción (y no habría que tener miedo a decir que ésta, la nuestra, es todavía una «democracia en construcción»)» («Democracia en construcción» era una forma muy generosa de hablar entonces de lo que Vicenç Navarro suele llamar ahora, de manera no menos generosa, «democracia demediada»).

Vayamos, pues, a FFB, a Víctor Ríos y a la carta a él dirigida [7]:

El autor de La ilusión del método, sin pasaporte durante los años de silencio y resistencia, estaba a punto en aquel entonces, finales de septiembre de 1994, de partir para El Salvador. Antes de ello (la carta está fechada el 1 de octubre), comenta FFB, «como lo prometido es deuda… te envío las notas de lectura del ‘Borrador de documento sobre modelo de Estado».

No tenía buen opinión de ese papel «bienintencionado pero flojo» de un sector de IU. Su opinión era que ese escrito no debía presentarse sin modificaciones a la próxima Asamblea de IU, la IV, que, salvo error por mi parte, debía celebrarse en diciembre de ese mismo año. Partiendo de que la propuesta de un estado federal alternativo le parecía buena, FFB opinaba que había que trabajar simultáneamente en dos planos: 1. Redacción de otra propuesta que pudiera presentarse en la asamblea de diciembre. 2. Preparación de una campaña educativa dirigida a la ciudadanía «para fomentar culturalmente el federalismo y la idea de un estado plurinacional». Ahora bien, admitía si lo verde estaba verde, lo federal estaba verdísimo. Por razones de tiempo, lo más razonable sería que la IV Asamblea de IU aprobase una declaración de principios, breve, clara y sencilla, y luego se nombrara a una comisión que, esta vez sí y en serio, estudiara y concretara su proyecto.

FFB sugería algunos puntos para la declaración: 1. España ha sido históricamente y seguía siendo un estado plurinacional, pluricultural y plurilingüístico. 2. En lo político y en lo político-cultural había dominado durante mucho tiempo, durante siglos, «el uniformismo y el centralismo castellano (apoyado en el ejército y en la policía)». 3. Simultáneamente, en lo económico, habían dominado, seguían dominando, los intereses de las oligarquías (andaluza) y burguesías periféricas (vasca y catalana) «en acuerdo o alianza con los poderosos del centro (entre los que hay que incluir también a oligarcas, burgueses propiamente dichos, gran clero y sectores altos de los aparatos represivos del Estado». 4. Todo lo cual se ha juntado o incluso ha podido motivar grandes flujos de población de unos territorios a otros «dándose, en estas últimas, grados de mestizaje, asimilación y conflicto intercultural variables».

Para FFB, en este nudo histórico-descriptivo, era muy importante señalar que hasta ahora, en España, no se había tratado «casi nunca con verdad y limpieza de corazón el problema doble que representa esta citación histórica contradictoria, a saber: el problema de las imposiciones político-culturales centralistas» al igual que el problema de la potencial (y a veces muy real) discriminación de una población emigrante de habla castellana que, por necesidades económicas, por hambre incluso, por desesperación, emigraba desde las regiones de origen de las principales oligarquías terratenientes (Andalucía, Extremadura), o incluso desde las regiones empobrecidas de la «por otra parte, nacionalidad titular del estado (las Castillas), donde radicaba al poder administrativo central, político-militar», a las zonas de «la periferia en las que se había producido un mayor desarrollo industrial y consiguiente acumulación de riqueza (Cataluña y Euskadi)».

La falta de verdad y limpieza en el trato de los problemas derivados de la situación había sido causa, en el límite, de su resolución por la vía más irracional de las posibles: «declarando unos que el problema son los nacionalismos periféricos y afirmando los otros que el problema es el nacionalismo español». En aquellos momentos, en 1994, FFB señalaba que el verdadero problema al que había que enfrentarse no era ni el hecho diferencial vasco-catalán-gallego «ni las dudas eternas de algunos intelectuales sobre la existencia de España como nación», ni el centralismo uniformista, ni el independentismo. Todo esto eran entonces [vale la pena insistir: a mediados de los noventa del siglo XX] «actitudes residuales (aunque fuertes y poderosas) derivadas del ocultamiento y de la ignorancia que ha reinado y sigue reinando sobre el verdadero doble problema. Gran parte de nuestra historia del XIX y XX (en particular la adhesión armada de las gentes por abajo a uno de los nacionalismos y las alianzas que parecen contra natura que algunos llaman «tradiciones históricas») tiene que ver con eso».

Como en el debate político por arriba sólo se tendía a ver una de las caras del doble problema, las gentes de abajo -es decir, los trabajadores inmigrantes en Cataluña y Euskadi, y la mayoría de la población en el resto de territorios- quedaban convertidos, una y otra vez, en simple masa de maniobra de los nacionalismos encontrados. «Llevamos ya casi un siglo de forcejeo entre las burguesías y las oligarquías hispánicas para la redistribución de los poderes en el estado español, pero la mitad de ese tiempo las dictaduras han estado ocultando o ignorando la complejidad de la situación y sus paradojas». Lo que los historiadores, en ocasiones, llamaban traición de las burguesías periféricas se explicaba bien con el esquema apuntado. También se explicaba con ese esquema «la existencia del nacionalismo popular (del vasco y catalán y del español, sobre todo)». Era lógico, apuntaba el filósofo lascasiano, que una parte de los burgueses catalanes tuvieran el alma dividida entre «la pasión de estado y la lógica del beneficio inmediato», como también lo era que «buena parte de los trabajadores inmigrantes (y sobre todo sus hijos) tengan el alma dividida entre las ‘dos culturas» [8].

Para FFB sólo tras la comprensión del doble problema y de sus implicaciones, se podía hacer realmente política seria y justa en el país. El PSOE había tenido éxito durante una década en aquel entonces porque, desde el poder, desde arriba, lo había entendido. La izquierda de verdad todavía no había caído en ello y por esa razón, «sistemáticamente, se venía dividiendo una y otra vez, cada vez que por razones históricas el acento histórico recae en el asunto de las nacionalidades».

De este modo, para salir del charco, para tomar la iniciativa por abajo, para hacer una política autónoma, «no subordinada a los de arriba en cada una de las nacionalidades», el escrito cuya elaboración proponía FFB a IU tendría que 1. Enunciar con claridad el doble problema histórico heredado. 2. Explicar con toda la calma y pedagogía necesarias que ese doble problema era una particularidad propia de eso que llamábamos España [9] aunque no únicamente de ella [10]. 3. Por ello, por ser única (o casi única) exigía un pensamiento propio y soluciones propias: «debía ser un reto estimulante, un estímulo político-cultural, proponer una solución racional a este asunto conociéndolo». 4. El escrito tenía que dar razón a los partidarios de la autodeterminación en las nacionalidades históricas, no por burgueses claro está, «sino porque les asiste la razón democrática: la verdad es la verdad la diga Agamenón o su porquero» [11]. 5. Concretar el propio, el autónomo punto de vista (FFB ponía énfasis en ello), «a favor de la autodeterminación de Cataluña, Euskadi y Galicia, la defensa de las minorías en cada una de las comunidades y el carácter federal o confederal del Estado resultante».

Este punto 4, añadía el autor de Leyendo a Gramsci, era el más difícil. Desde su punto de vista, una redacción inspirada en el socialismo clásico (un socialismo sin ismos y abierto a nuevas praxis y conocimientos), debería apuntar que Izquierda Unida:

1. Respetaría el derecho a la autodeterminación de, en principio, Euskadi, Cataluña y Galicia.

2. Que colaboraría a perfilar la conciencia de la cuarta nacionalidad, de la «España pequeña»: de «la nacionalidad sin nombre (una nacionalidad latente, inexpresada, pero sin la cual no se entiende el relativo consenso entre castellanos, andaluces, extremeños, aragoneses, riojanos, cántabros, etc., sobre los otros grados de autonomía)».

3. Que IU favorecería el acercamiento entre nacionalidades por motivos históricos y lingüístico-culturales, «dejando, por tanto, abierta, la posibilidad a la concreción administrativa de la idea de países catalanes».

4. Que IU defendería en cada caso los derechos de las minorías lingüísticas y la igualdad de las lenguas peninsulares. De todas ellas.

 5. Que IU actuaría sobre ello positivamente. Es decir, promovería la educación a «los chicos de Valladolid y Palencia para que no insulten a los chicos de su edad que hablan en catalán cuando se instalen allí, viajan por la ruta del románico o visitan el museo nacional de escultura policromada». IU hará igualmente propaganda, que no publicidad, para que los trabajadores que hubieran sido elegidos en el Parlamento catalán, por ejemplo, pudieran expresarse -sin complejos ni mala conciencia- en catalán, en castellano o en ambos idiomas si así lo desearan.

6. IU debía trabajar a favor de la unión libre, en una confederación, de los pueblos de las cuatro o de las que fueren «comunidades resultantes del libre ejercicio del derecho a la autodeterminación».

Y no sólo eso. En opinión de FFB, IU debía proponer un nuevo nombre para la entidad confederal resultante que «sea respetuoso con las diferencias históricas entre las nacionalidades y expresa la voluntad del ejercicio libre y soberano de un vivir en común».

Una redacción menos clásica para el mismo ideario, concluye FFB, tendría que partir de la siguiente concreción: qué podía significar, en el marco europeo que entonces se empezaba a conocer, el derecho a la autodeterminación en un país con la particularidad del doble problema y, que por otra parte, el asunto no se le escapaba ya entonces al autor de Albert Einstein. Ciencia y conciencia, había «visto frenado durante los últimos años el proceso migratorio clásico, o sea interior; y está conociendo ya un proceso migratorio de distinto tipo (lo cual alerta sensiblemente la visión tradicional de los conflictos interculturales)». En este caso, matizaba FFB, más que de los datos históricos -y de los sentimientos a ellos conectados que, naturalmente, tenían forma política- se debía partir del análisis de las últimas tendencias socioeconómicas.

Dando primacía al análisis de estos datos, el autor de Guía para una globalización alternativa creía que se podía hacer una propuesta de estado confederal por la vía de profundización del actual estado de las autonomías, un estado que alcanzara el suficiente consentimiento de la mayoría de la población «sin tener que pasar por las tensiones que sin duda provocaría primero el ejercicio del derecho a la autodeterminación y luego… la discusión acerca de la configuración administrativa de, pongamos por caso, los países catalanes».

Eso sí, añadía, para que ese planteamiento fuera factible era necesario probar o cuanto menos mostrar que «una adecuada redefinición y redistribución de los autogobiernos en función del doble problema y en la situación europea actual» era por lo menos «tan satisfactoria para las nacionalidades como el ejercicio pleno del derecho a la autodeterminación» que, FFB aclaraba por si fuera necesario, podía implicar la separación y la constitución de un estado. La necesaria reforma de la Constitución de 1978 podía abrir espacios -espacios, vale la pena insistir- para la configuración de un estado confederal de estas características.

Lo más importante, si se optara por esta segunda línea, era superar «las reticencias psicosociales derivadas de una larguísima historia de agravios (que en Euskadi incluye una larguísima historia de muertes)». Sea como fuere, si IU quería ser realmente la izquierda de verdad de los próximos tiempos en todo el estado tenía que «tener claro qué vía elige y hablar sobre estos problemas con personas que tengan a la vez conocimientos jurídicos y sensibilidad ante el doble problema». En los medios de comunicación de la época, no se había suscitado ni de lejos una discusión sobre ello. IU podía suscitar una discusión así con «calma, fuerza y conocimiento de causa».

FFB proponía finalmente dos comisiones de trabajo: una técnico-jurídica, que estudiara las posibles concreciones de la propuesta federal, y otra en el plano político-cultural «para dar forma a una campaña ciudadana a favor del plurilingüismo y el pluriculturalismo». Juan-Ramón Capella era la persona más adecuada para coordinar y organizar la primera comisión. Él mismo quería aportar cosas a la segunda aunque ya anunciaba su idea central: «dedicar una parte importante del presupuesto del estado a una campaña educativa en las escuelas para familiarizar a los niños y a los jóvenes con la realidad multilingüística y multicultural del estado español». Si se hacía bien, con paciencia, con mano izquierda y respeto de las diferencias, se podía conseguir participación de muchas personas de las distintas nacionalidades.

FFB comentaba finalmente a Víctor Ríos que hiciera de «esto en IU el uso que creas más conveniente». Un fuerte abrazo era un despedida final.

No fue esta, como señalamos anteriormente, la única ocasión en la que este comunista democrático imprescindible reflexionó sobre estas cuestiones. Valdrá la pena poner volver sobre ello.

Un Marx sin ismos, señaló en una ocasión nuestro marxista leopardiano, era un Marx que daba que pensar, un Marx para dialogar y discutir. Como él precisamente. Como este luchador antifranquista apellidado Fernández Buey que dio con sus huesos en la cárcel por defender en onces de septiembres poco concurridos los derechos nacionales de Cataluña, los derechos democráticos de sus ciudadanos, de todos sus ciudadanos y ciudadanas.


Notas:

[1] FFB, «Iniciativa para una cultura federalista», El País, 13 de noviembre de 1995 (Edición Cataluña, p. 2).

[2] Entre otros, «Ideas para forjar una cultura federalista», «Iniciativa para una cultura federalista [borrador para amigos]», «Iniciativa para una cultura federalista», «Ideas para una cultura federalista». Algunos de ellos sin fecha, el primero está fechado en diciembre de 1994 y el segundo en marzo de 1995.

[3] Francisco Fernández Buey, «Ideas para una cultura federalista», El Viejo Topo, nº 111, octubre de 1997, pp. 15-25.

[4] Fechada el 1º de octubre de 1994. Probablemente fuera el primer compás de toda la sinfonía federalista. Víctor Ríos fue, como es sabido, uno de los grandes amigos y compañeros de FFB. Puedo dar testimonio personal de la confianza política del autor de Por una universidad democrática ante el ojo y hacer políticos de uno de los luchadores antifranquistas, desde posiciones comunistas democráticas, de mayor recorrido de nuestro países de países. Sacristán, amigo de ambos, coincidía en este punto con la valoración de FFB. Sin ningún atisbo de comparación, claro está, me sumo al diagnóstico.

[5] Poco antes, Sacristán había señalado: «A mí me parece que los nacionalismos ibéricos están más vivos que nunca, los tres. Paradójicamente el menos vivo es el español. Por eso no he dicho los cuatro. Lo digo en el sentido de que en el caso español los nacionalistas son de derechas, incluida mucha gente del PSOE, pero de derechas de verdad. En cambio, en los otros tres nacionalismos, por razones obvias, por siglos de opresión política y opresión física, el nacionalismo no es estrictamente de derechas, sino que hay también nacionalistas de izquierda (…). A mí me parece que la vitalidad de los tres nacionalismos no españoles de la Península es tanta, que aunque parece tópico yo no creo que se clarifique nunca mientras no haya un auténtico ejercicio de derecho a la autodeterminación. Mientras eso no ocurra, no habrá claridad ni aquí, ni en Euskadi, ni en Galicia». El texto, me permito insistir, fue publicado en un Mundo Obrero de febrero de 1985. La conversación se produjo a finales de 1984.

[6] Como se recuerda, Manuel Sacristán falleció en agosto de 1985. Está enterrado en Guils (Girona), al lado de su primera compañera, Giulia Adinolfi.

[7] La carta se ubicará en la Biblioteca Central de la UPF, en un apartado dedicado a la obra de FFB, a su biblioteca y a sus materiales de trabajo. Se cita aquí, con permiso de Víctor Ríos.

[8] FFB abría aquí un interesante paréntesis sobre las razones del éxito electoral del PSOE en 1982. Su hipótesis sobre la «fuerza» del partido felipista-guerrista era la siguiente: habían sabido armonizar las promesas sociales con una moderada defensa del nacionalismo español.

[9] Para FFB, la particularidad española no era comparable con las diferencias Norte/Sur en Italia ni con otros asuntos centroeuropeos.

[10] Sin mayor precisión, FFB señalaba que había casos parecidos en el otro extremo de Europa. ¿Pensaba tal vez en Yugoslavia?

[11] Destacadamente, FFB no proseguía con los compases siguientes de la obertura del machadiano Juan de Mairena, un texto tan admirado por su maestro José María Valverde. Ni con el acuerdo de Agamenón ni con la comprensible oposición o duda escéptico-proletaria de su porquero.