Un bien económico es un bien escaso; cuanto menos agua disponible, más valor alcanza. Económico y escaso en la práctica son sinónimos.¿Como es posible que en el planeta azul el agua sea cada vez más un bien escaso? El agua, líquido elemento necesario para los seres vivos, ha sido desvalorizada; lo que escasea es el […]
Un bien económico es un bien escaso; cuanto menos agua disponible, más valor alcanza. Económico y escaso en la práctica son sinónimos.¿Como es posible que en el planeta azul el agua sea cada vez más un bien escaso? El agua, líquido elemento necesario para los seres vivos, ha sido desvalorizada; lo que escasea es el agua natural contaminada por la sociedad industrial, A mayor necesidad de infraestructuras, de técnica, de planificación, mayor es el precio del agua. Estamos ATRAPADOS por el dominio de la economía sobre una necesidad vital.
En el agua helada de los casquetes polares, en lagos y humedales han sido encontradas trazas de PCB, una sutancia química muy peligrosa que afecta negativamente a los sistemas, inmunológico, nervioso y endocrino de los seres vivos, incluidos los humanos. El fluido que sale de los grifos y beben millones de personas contiene partículas contaminantes tan diminutas, que las técnicas de potabilización llegan a la nanofiltración. Dos siglos de capitalismo industrial han robado el futuro a la humanidad. Estamos ATRAPADOS en la entropía galopante del ciclo del agua, desde que las primeras gotas toman contacto con la tierra, hasta que llegan al sumidero del mar.
Los valores del agua son férreamente dominados por la dictadura de la economía: el valor biológico sujeto a monetarización, los valeres paisajísticos y culturales usados como una fuente de ingreso más y el valor simbólico socavado por el H2O, que ta bien describiera Ivan Illis: «Ese fluido manipulado que ha perdido la capacidad de reflejar el agua en los sueños (…) El agua ya no puede ser observada; sólo puede ser imaginada, reflexionando sobre una gota ocasional o un humilde charco». El valor simbólico del agua habita en la memoria colectiva y a veces lanza cuerdas para que esas reflexiones humildes sobre la gota ocasional, nos ayuden a sublevarnos contra el pensamiento único y global, ese que sobrevuela sobre los saberes locales de las cuencas tratando de aplastar toda diversidad, escudándose en lo universal de su proclama. Estamos ATRAPADOS por un pensamiento que nos hace esclavos de los grandes embalses y trasvases. Pero se puede pensar contra el pensar.
El valor simbólico del agua no se deja tan facilmente encerrar. Igual que la simbología de la tierra sirve a la población indígena y mestiza de América Latina para alimentar mitos y cosmovisiones, que sirven tanto para la sumisión como para la revuelta, el agua de la que está impregnada el lenguaje y la cultura mediterránea puede cumplir la misma función, al evocar la lucha la tenacidad, la autonomía, la libertad. Hay relatos, historias que muestran el valor simbólico del agua convertida en metáfora sobra la vida que nos deja vivir el capital y de la lucha, o lo que es lo mismo, el querer vivir, el no rendirse nunca ante la dominación.
Con la intención de encontrarse con el agua gente de Pegalajar, de Alcalá de Guadaira, de la Sierra Norte de Sevilla, de las marismas del Guadalquivir, de las Alpujarras y la vega Granadina -lugares donde el agua tiene un alto valor simbólico- y de otros muchos sitios, preparan un Encuentro para noviembre donde hablaremos y haremos planes de fuga para agujerear los muros de esta realidad que nos tiene ATRAPADOS. Seguir el curso del agua, ¿puede ser el rumbo para este viaje?
AGUA GRATIS
Comunicación de un sediento para «Encontrarse con el Agua»
La Real Academia de la Lengua en su Diccionario nos remite a de balde para definir lo gratis. De balde es algo sin coste alguno. Como gran parte del Diccionario la palabra coste está atrapada por la economía. El dinero gratis es una bomba subversiva en forma de paradoja, que utiliza en su discurso la gente empeñada en combatir la realidad impuesta; el agua gratis es solo un reclamo. El coste económico para prestar servicios de agua es cada día más elevado, por lo que se imponen tarifas realistas con las que afrontar las inversiones del llamado ciclo integral. El reclamo está fijado en la memoria colectiva; el agua, generalmente, ha sido un bien común no mercantilizado hasta el siglo pasado, como anteriormente lo fue la tierra y hoy lo es el aire… aunque no sabemos hastas cuando. Elementos necesarios para vivir; a la vida le han puesto precio.
El grito de agua gratis que retumba en los recovecos de la mente, alimentado por el recuerdo de otros tiempos, cuestiona la planificación hidrológica como instrumento principal al servicio de la mercantilización del agua. Los planes de oferta o de gestión de la demanda están sometidos a la ley de la economía, a la productividad o eficiencia económica el agua. El fordismo dominó en la planificación del agua a lo largo del siglo XX, sólo en la última década, casi agotada las posibilidades del modelo fordista en la organización productiva de la sociedad, el postfordismo se abre paso en los planes hídricos. Lo que no cambia es la preeminencia del valor económico del agua. Es la premisa de la que se parte.
En el planeta y en la historia de los seres humanos los valores del agua son multiples y diversos: biológicos, paisajísticos, simbólicos, culturales y hasta económicos. El acceso libre y de balde al agua natural por parte de la gente garantizó la pluralidad de valores del líquido elemento. Hizo falta desvalorizar el agua para convertirla en un recurso escaso de un gran valor económico. El agua gratis es un clamor contra la economía del agua, contra el H2O, esa creacion social de los tiempos modernos, que necesita de planes y de complejas tecnologías para su manejo.
1.- La planificación hidrológica. La población mundial habita mayoritariamente en los ejes fluviales y en las franjas litorales de mares y océanos. Los primeros asentamientos humanos estuvieron ligados a la cercanía de los ríos, manantiales y fuentes naturales. En el momento que diversos clanes decidieron compartir el agua de la misma fuente y acordaron convivir en la misma ribera, se forjaron los cimientos de la comunidad. El acuerdo se convirtió en costumbre y la costumbre en ley; las aldeas en pueblos y los pueblos en ciudades. Los planes hidrológicos nacieron para almacenar y distribuir agua, llevándola allí donde su valor económico fuera mayor, transformando tierras de secano en zonas regables, aportando fuerza motriz para las centrales hidroeléctricas, o contribuyendo al crecimiento de las ciudades. El plan proyecta las infraestructuras de acumulación (embalse) y distribución (trasvase) necesarias en cualquier proceso de valorización capitalista, en este caso, de acrecentar el valor económico del agua. La planificación hidrológica influyó fuertemente en la política territorial de la primera mitad del siglo XX, despoblando el monte para incrementar la población en las zonas regables de los valles y en las ciudades de la cuenca. Ya en la mente de los planificadores estaban los proyectos que harían saltar los límites de la cuenca, para acabar con la «enorme injusticia de la naturaleza, de haber creado un España húmeda y una España seca»: el trasvase Tajo-Segura fue aprobado en el año 1934 a propuesta del Ministro de Fomento, el socialista Indalecio Prieto.
La cuenca es límite, el horizonte natural, la matriz de suelo, agua y clima que otorgan a un territorio su singularidad física. Para los seres humanos la cuenca fue el lugar donde habitaba el saber local. Gracias a la planificación hidrológica, el agua dejó de ser un factor limitante para el crecimiento de las actividades económicas y de las ciudades. Toda política económica lleva implícita su expresión espacial, ante la que nada pueden hacer los planes territoriales, salvo ponerse a sus órdenes. En los años sesenta y setenta del siglo XX, la política económica en España introdujo la mecanización y la agroquímica en el campo, contribuyendo notablemente al abandono progresivo del mundo rural y a la inmigración hacia los grandes núcleos urbanos. Las infraestructuras hidráulicas llegarían en años posteriores a ser insuficientes ante el incremento de las zonas regables, de la expansión turística en la costa mediterránea y el crecimiento de las áreas metropolitanas. Las fuerzas económicas y políticas demandaban otro plan. Así fue como nos encontramos con el Anteproyecto de Plan Hidrológico Nacional de 1993 (APHN).
Con la globalización económica en marcha todo era posible para el mercado mundal, también para la economía del agua: construir gigantescos embalses en la India, China o América Latina, desalar agua del mar sin otro tope que el económico, transportar agua desde Canadá y Alaska para venderla envasada en los EEUU, o planificar un gran trasvases desde el Ebro al litoral mediterráneo. Sin embargo, la capacidad de «carga» de la bioesfera del planeta impone unos límites físicos a la mundialización de la economía, siendo el cambio climático y en especial su influencia sobre el ciclo natural del agua, uno de sus primeros exponentes que ya se dejan sentir. A partir de 1995 el Banco Mundial, los expertos universitarios y las grandes asociaciones ecologistas coinciden en otra forma de planificación basada en la Water Conservatión (WC), en una nueva cultura del agua (NCA). Fruto de este cambio de orientación, el APHN de Borrell sufre constantes ataques, hasta que en 1996 el Patido Popular en el gobierno recoge la bandera de elaboral otro plan hidrológíco.
El PHN aprobado en el año 2001 a propuesta del Partido Popular es «centrista». Incluye grandes infraestructuras -embalses y trasvases- como parte de su política de oferta y una mayor gestión de la demanda basada en los principios de conservación del agua. Sí hay un importantes punto de coincidencia entre el Plan del PP y la nueva planificación que se demanda desde la NCA. Ambos proponen utilizar la política de precios para gestionar mejor los recursos hídricos: tarifa volumétrica para los regadíos -haría falta instalar contadores en las acequias- y trasladar el coste de la infraestructuras del ciclo integral al recibo del agua en los abastecimientos urbanos.
Aspira esta nueva planificación a converger en una ordenación territorial (OT), que tiene el techo de sus competencias en las Comunidades Autónomas, mientras que los ejes comerciales y las grandes regiones económicas se planifican y desarrollan desde los despachos de las empresas trasnacionales y de las instituciones internacionales. La política de agua se decide en el seno de organismos mundiales donde mandan las corporaciones del ramo, auxiliadas por las instituciones internaciones y los grandes Estados. La nueva planificación -en el caso de imponerse la NCA- quedaría limitada a transponer la política de agua de la Unión Europea u otros organismos, teniendo la capacidad de maniobra muy limitada. Aunque las relaciones sociales capitalistas se confundan cada vez más con la vida y la maquinaria tecnocientífica se empeñe en sustituir a la naturaleza y a las hembras en la privilegiada tarea de crear vida, los intentos de planificar el clima o el ciclo del agua de foma sostenible, no pasan de ser sueños totalitarios, como los planes quinquenales soviéticos o los planes estratégicos de las ciudades-empresas, ejemplos convertidos desgraciadamente en pesadillas reales. Lo que trata esta nueva planificación es la de asegurar la sostenibilidad del valor económico del recurso y ello pasa por conservar el agua. Paradójica contradicción si el origen de la economía del agua parte de su desvalorización.
La planificación que propone la NCA tiene sólidos fundamentos teóricos basados en la economía ecológica. Sucede que la economía cuando desciende de la teoría a la práctica, se convierte en una actividad institucionalizada que tiene lugar en un contexto social, bajo un marco legal que la ampara. De hecho son los valores económicos los que orientan las leyes. El agua es un recurso económico para los gestores de esta sociedad. «Quien tiene el agua tiene el poder» dicen en Murcia. La economía ecológica deviene en economía ambiental al concretarse sus propuestas teóricas, en planes, proyectos y medidas prácticas para una nueva cultura del agua. ¿Como se puede planificar el «no future»?, cogestionando la catástrofe. La década transcurrida desde la Cumbre de Río de 1992 a la Sima de Johannesburgo de 2002 está llena de ejemplos.
Los datos obtenidos en puvliómetros y estaciones de aforo eran más que suficientes para la proyección de infraestrucutras en la planificación hidrológica tradicional. Había que asegurar la ofeta de recursos hídricos mediante captaciones y regulaciones, embalsando y trasvasando, evitando en la medida de lo posible las «pérdidas» de agua hacia el mar. En la nueva planificación cobra su importancia la gestión basada en la WC, con la visión termodinámica del ciclo del agua, aplicando el segundo principio de dicha ley conocido como entropía. Desde sus orígenes en las precipitaciones hasta el mar convertido en sumidero, el agua pierde calidad, lo que afecta gravemente a la cantidad disponible, sobre todo para los abastecimientos urbanos. Es por ello que las nuevas propuestas sobre planificación ponen el acento en la conservación de la calidad del recurso, en una buena asignación de usos y en el ahorro. Este enfoque es parte de la economía del agua, de una buena gestión de la escasez, pero no cuestiona su valor económico, una monetarización institucionalizada en el reino del mercado.
La entropía en el ciclo del agua tiene un origen natural y humano, el primero depende de la calidad del suelo y el subsuelo por donde discurre el líquido elemento; el segundo es fruto de las afectaciones que sobre el medio natural han tenido las actividades humanas, básicamente en el anterior milenio y muy en especial durante el proceso de acumulación capitalista de los dos últimos siglos. La economía ecológica parte de una crítica a la ideología del Progreso, pero a la hora de hacer planes la NCA no ataca la mayor fuente de entropía producida por la desvalorización del agua, condición necesaria para que tenga valor económico. El capital, motor acelerador de la entropía del planeta, nos lleva de catástrofe en castástrofe y los límites físicos con los que se encuentra trata de paliarlos con la Técnica, ya sea obligándonos a respirar con mascarillas, bebiendo agua tratadas con las más sofisticadas técnicas de depuración, o aceptando resignadamente mutuaciones genéticas. Porque el capital como relación social, debido a su imanencia, no tien límites, puede desaparecer al mismo tiempo que la especie humana. En el peor de los casos esperamos que siempre habrá gente dispuesta a rebelarse contra la entropía del capital.
2.- Agua, fordismo y lo que viene después. Con el período fordista, caracterizado por la producción en serie y el consumo de masas, comenzó el declive del agua natural, bien común convertida en una mercancía más. El fordismo en la agricultura -máxima consumidora de agua en España- arranca en los años veinte del pasado siglo, con la constitución de las Confederaciones Hidrográficas (1926). El discurso regeneracionista, encabezado por Joaquín Costa, promueve la construcción de infraestrucuras hidráulicas que aumenten las zonas regables con el fin de «acabar con una población hambrienta». Política hidráulica que correrá pareja con el siglo. Los grandes embalses y los canales de distribución construidos en las cuencas del Ebro y del Guadalquivir fueron las primeras infraestructuras que dieron agua a nuevas zonas regables de millares de hetáreas; estas zonas fueron el equivalente agrario a la gran fábrica fordista. Miles de trabajadores produciendo en serie en la industria para un consumo de masas, miles de colonos trabajando las tierras de riego, cultivando algodón, cereales, frutales para consumir más allá de los mercados locales.
El agua, legalmente, seguía siendo un bien comunal pero las Confederaciones Hidrográficas se quedaron con el monopolio de la construcción de las infraestructuras y de su gestión para el Estado. Lo mismo ocurrió con otros sectores estratégicos para la producción fordista: el Estado se hizo cargo de construir carreteras, infraestrucuras ferroviarias, portuaria y aeroportuarias, de las refinerías y las explotaciones de carbón, mientras que a las empresa hidroeléctricas les entregaban, «llave en mano» grandes saltos de agua. El fordismo aplicado al agua es la política de oferta única para una demanda creciente; un producto que se obtiene mediante técnicas de ingenería, en la que el Estado, amparándose en la definición de bien de interés general, la ofrece a un precio simbólico a las empresas particulares (agrícolas, industriales o de servicios de agua), que después obtendrán sustanciosos beneficios con el valor añadido del agua.
Tras la aireada crisis del agua, debida a la contaminación galopante y al agotamiento progresivo de emplazamientos idóneos para nuevas presas, el renovable ciclo hidrolgico muestra su oculta entropía agravada por las actividades económicas. Lo que vendrá después, es lo que ya está aquí: el postfordimo en la política de agua. Al iniciarse el nuevo milenio se acaba el monopolio de la oferta de agua (además de los tradicionales embalses y acuíferos, las nuevas ofertas pueden venir de políticas de ahorrro o reciclaje) y también con la gestión estatal del recurso en»Alta». Con las oportunas modificaciones legales las empresas constructoras, las comunidades de regantes u otros usuarios pueden construir y hacerse cargo de gestionar embalses, trasvases y canales de distribución, al mismo tiempo que, en cada Confederación se crean empresas públicas con participación privada, para vacíar de competencias a la Administración Hidráulica.
Sigue la vieja fórmula regeneracionista, abanderada de las obras hidráulicas, pero combinada con políticas de conservación que permita nuevas ofertas del agua-mercancía mediante la incorporación de técnicas para usos más eficientes y la reutilización del recurso de formas ecalonada con complejos sistemas de depuración. Se trata de aplicar la política de las 3 R (reducir, reutilizar, reciclar) a la planificación hidrológica en un período de transición, en el que todavía es negocio la construcción de grandes embalses y trasvases.
Ya no se produce en masa un sólo producto hídrico; una de las características del postfordimo es la producción a la «carta» de mercancías, servicios y consumidores. En los abastecimiento urbanos se produce agua potabilizada para la red urbana, agua bruta o reciclada en depuradoras, para jardines e instalaciones deportivas, agua de mejor calidad para las escasas poblaciones y urbanizaciones con doble red y agua mineral para las personas enfermas, los niños y los amantes de las dietas.
La mercantilización del agua se amplia, más allá del campo de las necesidades biológicas, a otros valores: paisajísticos, culturales y simbólicos. Los paisajes formados por el agua, cañones, glaciares, fiordos, hoces, cataratas, etc,, forman parte de la oferta de la poderosa industria turística, así como las fuentes que ponen música y frescor a la Alhambra, las fiestas y los parques temáticos. Los curas fueron los primeros en poner precio al valor simbólico del agua con los bautizos, y en los baños termales se paga el marco de sociabilidad que presta el líquido elemento, pero es la publicidad, la que se lleva la palma al mercantilizar el valor simbólico del agua.
3.- Los valores del agua. El agua tiene un valor biológico para todos los seres vivos: su ingesta es vital y sin embargo está condicionada por el dinero que pueda costar. Escapar de la prisión mercantilizadora en la que tienen encerrada al agua es encontrarse con ella en plena libertad. Darse agua gratis es la prioridad, agua natural. Ello supone pensar lo impensable: acabar con el agronegocio y el modelo alimentario industrial, decontruir el territorio metropolitano y las formas de abastecimiento y saneamiento de agua de la sociedad dominada por la tecnología, desmantelar la industria contaminante… Porque otro mundo no es posible, sólamente tenemos éste con el que hay que acabar, deconstruir, desmantelar, para que la acción destructora nos libere de las prisiones de lo posible, pues todo lo que es obra de los seres humanos, las personas pueden acabar con ello : los trasvases, los grandes embalses, el H2O, las tecnologías, etc., salvo aquellas acciones sobre el medio natural, que escapándose de sus manos traspasan los umbrales de lo irreversible. Así que no valen las resignaciones.
El acceso libre y autónomo de las personas al agua natural (salvo gozosas excepciones) es una trágica pérdida que hemos vividos en nuestras carnes a partir de la segunda mitad del sigo XX y que las últimas generaciones guardan en la memoria. Lo mismo ocurrió con la tierra y el suelo en general, bien comunal expropiados desde hace siglos por latifundistas, compañías mineras y especuladores urbanísticos. Impedir que nuevas políticas e infraestructuras avancen en la mercantilización del agua permitirá luchar en mejores condiciones contra la venta del aire, otro bien comunal que necesitamos para respirar; ese aire sano que nos vende la publicidad televisiva si adquirimos un apararo acondicionador de última tecnología.
Recuperar el valor simbólico del agua es poner la cuenca como horizonte y territorio del saber popular, la experiencia comunitaria como fuente de conocimiento, de convivencia y de enriquecimiento de la individualidad, y de libertad de la gente frente a la sociedad totalitaria, a la megamáquina que domina a las personas. En el ámbito de lo común, el agua natural tiene el valor simbólico de fortalecer los vínculos sociales en un mundo donde el Estado-guerra se jacta de destruirlos, para establece su dominación sobre el único que favorece su estrategia: el vínculo del miedo.
Darnos agua gratis es reapropiarse de un bien comunal desvalorizado y expropiado como mercancía. No queremos reapropiarnos de una mercancía llamada H2O, sino tomar el valor de uso del agua y recuperar los valores del agua natural, desterrando el valor mercantil. De sólo agua no vive el ser humano, le son necesarios otros bienes comunitarios y ámbitos de comunidad para alimentarse y ser alimento de sociabilidad. Por todo eso se lucha, eso es el querer vivir.
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