«Nosotros creemos que el viento es wakan, un poder sagrado y grande,» explica Pat Spears, desde su casa en la reservación Lower Brule de Dakota del Sur. Pat, presidente del Consejo Inter-tribal Sobre Política de Servicios Públicos, es un gran tipo de ancha sonrisa. «Nuestras abuelas y abuelos siempre nos han hablado de eso, y lo reconocemos.»
Los Lakota, como otros pueblos nativos, han hecho las paces con el viento, reconociendo su poder en el cambio, históricamente y en la actualidad. Alex White Plume, presidente de la Nación Lakota Oglala, se hace eco de las palabras de Spears, hablando sobre tate como el poder del movimiento y la transformación, un mensajero para los rezos del pueblo Lakota.
En verdad, éste es un tiempo de cambios, provocados por los precios en alza del petróleo y el desmoronamiento de la infraestructura. Los pueblos nativos tienen un ojo en el horizonte, donde las turbinas eólicas, paneles solares, y un movimiento para el control local de la energía se están alzando. Éste es un movimiento, no sobre la tecnología y los aparatos, sino más bien sobre cómo debiera ser el futuro. ¿Será centralizado, con las necesidades de la vida llegando desde muy lejos, o tendrá alimentos locales y energía local? Se trata de un movimiento que se encuentra en los vientos que barren las reservaciones y ranchos de las Grandes Planicies, en el sol que cocina el Suroeste, y en los pastos y granos de las praderas. Todos estos recursos se adaptan por sí mismos a la producción de energía controlada localmente.
En los Estados Unidos, estamos perdiendo la canoa. La producción de energía centralizada basada en combustibles fósiles y recursos nucleares ha centralizado el poder político, desconectando a las comunidades de la responsabilidad y el control sobre la energía, y ha creado un vasto sistema despilfarrador.
La energía renovable, la cual posee el efecto opuesto, es la fuente de energía de más rápido crecimiento en el mundo. Y de acuerdo a Exxon, la energía es el mayor negocio del mundo. Así que considerar esta cuestión posee algunas consecuencias importantes.
Al fin y al cabo, los Estados Unidos se está perdiendo grandes oportunidades económicas. Cuando los Sioux de Rosebud quisieron construir un generador eólico, tuvieron que importar las piezas de la turbina desde Dinamarca, y ése es un largo camino.
Cuando George Bush puede decir en su discurso del Estado de la Unión que los Estados Unidos es adicto al petróleo, ya es tiempo de admitir que somos adictos a la energía. Los Estados Unidos, con sólo el 5% de la población mundial, consume un tercio de la energía del mundo. En los últimos 70 años, el mundo ha quemado el 97% de todo el petróleo alguna vez utilizado.
Hemos permitido que nuestras adicciones atropellaran nuestro sentido común y a una buena parte de nuestra decencia. Vivimos en un país con la disparidad de riqueza más grande entre ricos y pobres de cualquier nación industrializada. A medida que el precio de la energía se incrementa, los pobres son empujados aún más hacia los márgenes. La energía renovable es una manera de revertir esta tendencia. Necesitamos recobrar la democracia, y un elemento clave es democratizar la producción de energía.
Las energías alternativas representan una increíble oportunidad de reconstrucción social y política, con potencial para la paz, la justicia, la equidad, y alguna recuperación de nuestra dignidad nacional. La producción distribuida de energía, junto con la eficiencia, es la clave. De acuerdo al Departamento de Energía, despilfarramos hasta dos terceras partes de nuestra electricidad basada en combustibles fósiles como desperdicio; perdemos inmensas cantidades en producción ineficiente, calentamiento, y sistemas de transporte.
Debemos reducir nuestro consumo, luego crear sistemas de energía distribuidas, en donde las familias y los negocios locales puedan producir energía y vender el excedente a la red. La generación en relativamente pequeña escala y distribuida de energía eólica, solar, o incluso de biomasa, permite la producción al nivel local o tribal sin la necesidad de grandes inversiones ni grandes corporaciones. Esto, a su vez, permite una mayor medida de control y responsabilidad local – atributos que pertenecen en gran parte a la definición de democracia – y el reconocimiento de dónde estamos y a dónde necesitamos ir.
Algunos de los proyectos eólicos más grandes en el país están en Minnesota, donde las Planicies llegan al borde de los Grandes Bosques y los vientos barren la parte sur del estado. El financiamiento para las programas de energía renovable de Minnesota es en gran parte el resultado de una batalla duramente ganada en la legislatura de Minnesota contra un vertedero de basura nuclear adyacente a la reservación Prairie Island Dakota. Las preocupaciones de la tribu sobre los efectos en la salud provocados por la basura nuclear cercana a su comunidad llevaron a la legislación del estado a requerir una inversión significativa en energía renovable, lo cual a su vez llevó al desarrollo eólico.
En otros sitios, los pueblos indígenas tenemos en nuestros territorios cuatro de las diez minas de carbón a cielo abierto más grandes de la nación; hemos sido inundados y ahogados por proyectos de represas tales como Pick Sloan (cuenca del Río Missouri), James Bay, Kinzua, y Río Columbia; y hemos sido irradiados por minas de uranio y vertederos de basura nuclear propuestos en las comunidades Shoshone Occidental y Goshute. Las comunidades nativas están listas para un cambio.
Tate – Los Vientos del Cambio
El viento no para de soplar en la reservación de Sicangu Lakota en Rosebud, en lo que se denomina Dakota del Sur. Esta reservación es considerada uno de los lugares más desafiantes en el país para montar un proyecto alternativo. A esta comunidad, hogar de la gente de Caballo Loco, nunca se le hicieron fáciles las cosas, y a lo largo de los años, su poder político y económico ha ido disminuyendo. Los políticos de Dakota del Sur cortaron pedazos de la reservación, grandes corporaciones productoras de porcinos detectaron la falta de regulaciones ambientales e intentaron mudarse dentro de la zona, y el aislamiento geográfico contribuyó a que la comunidad pudiera fácilmente convertirse en una presa económica para la sociedad mayor.
Por estas razones el proyecto eólico de la tribu de Rosebud – una turbina de 750 kilowatts ubicada detrás del pequeño casino tribal – es admirable. Más allá de inmensos obstáculos burocráticos – la «cinta blanca» tan común en las reservaciones – y la ausencia de grandes campañas políticas o financieras, nació la Autoridad Tribal de Servicios Públicos de Rosebud.
Los defensores tribales como Bob Gough, abogado para la gente de Rosebud y los sucesores de Caballo Loco, y Tony Rogers, director de la Autoridad Tribal de Servicios Públicos de Rosebud, encontraron financiamiento para el proyecto, saltaron por encima de trampas regulatorias, y encontraron un mercado local en una de las muchas bases de la fuerza aérea existentes en Dakota. El proyecto, que ha generado electricidad por los últimos tres años, es ahora el prototipo para un proyecto más grande de 30 megawatts planificados para la reservación.
La realidad es que esta región de Norteamérica tiene más potencial para la producción de energía eólica que casi cualquier otro lugar en el mundo. Treinta y tres tribus indígenas tienen más de 300 gigawatts de potencial de generación eólica. Esto equivale a más de la mitad de la capacidad eléctrica instalada de los Estados Unidos. Estas tribus viven en algunos de los condados más pobres del país, aunque las turbinas eólicas que están colocando pudieran brindarle energía a EE.UU. – si tuvieran más mercados y acceso a las líneas de energía.
En el ámbito nacional, grupos tales como el Consejo Inter-tribal sobre Política de Servicios Públicos están trabajando con los líderes tribales para llevar más energía generada por el viento a la línea, y para gestionar el crecimiento de la próxima economía energética, un elemento crítico en la estrategia de desarrollo. Puede que las reservaciones indígenas sean los lugares más ventosos del país, pero las tribus aún están luchando para desarrollar los recursos financieros y técnicos y la infraestructura tribal requerida para realizar este potencial y mantener los puestos de trabajo y el control en la comunidad. Como explica Bob Gough, «En el negocio de la energía renovable, las tribus van a estar ya sea sobre la mesa o en el menú.» Quien controle la próxima generación de producción energética determinará en gran medida el éxito de la estrategia de energía renovable local.
Honor the Earth (Honrar la Tierra), una fundación nacional de nativos americanos, está trabajando con comunidades tribales en un número de estados para construir capacidad tribal local para la energía renovable. Las comunidades tribales están espiritual y socialmente alineadas con la necesidad de la «energía natural», en consonancia con los valores tradicionales. Honrar la Tierra se ha asociado con aliados como Solar Energy International (la Internacional de Energía Solar) para entrenar a la juventud nativa en dos proyectos separados en las cuestiones básicas de la generación de energía solar y eólica. Nuevos entrenamientos están planificados para la reservación Skull Valley Goshute (la cual estaba destinada a recibir el basurero nuclear de la planta de energía nuclear de XCEL en Prairie Island – hasta una reciente victoria) otras reservaciones Shoshone occidentales, y un proyecto en Chiapas.
En mi propia reservación, White Earth (Tierra Blanca), en el norte de Minnesota, estamos analizando una variedad de opciones energéticas: eólica pequeña, solar, conservación, y un proyecto comercial más grande de energía eólica. Tierra Blanca es la reservación más ventosa en el estado. Un plan energético tribal que completamos en la última primavera incluye trabajos que buscan la generación de 8 megawatts de energía eólica para proveer a las necesidades tribales, y para crear calefacción local y bio-combustibles (una planta de biodiesel se está discutiendo). Nuevas asociaciones con granjeros y comunidades están explorando el potencial para producir energía eólica comercial.
El realizar estos cambios siempre exige un paso a la vez. Pero los Pueblos Nativos tenemos en nuestras memorias tanto la la experiencia de la resiliencia como el amargo sabor de una economía energética que envenenó el agua y el aire. Alentados por la historia, un deseo de fortalecer nuestras prácticas culturales, y un agudo sentido del control local y de soberanía energética, las comunidades tribales estamos liderando el camino hacia la próxima economía energética.
Winona LaDuke, una Anishinaabe de la reservación Tierra Blanca, es Directora Ejecutiva de Honrar la Tierra, una organización nacional ambientalista de Indígenas Norteamericanos. Ella fue la candidata vicepresidencial para el Partido Verde en las elecciones de 1996 y 2000.