La mitigación del cambio climático y la adaptación al mismo son retos clave del siglo XXI.
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El clima global está cambiando, lo que entraña riesgos cada vez más graves para los ecosistemas, la salud humana y la economía. El reciente estudio de la AEMA «Climate change, impacts and vulnerability in Europe 2016» [El cambio climático: efectos y vulnerabilidad de Europa en 2016] indica que las regiones de Europa también se enfrentan a los efectos del cambio climático, como la subida del nivel del mar, el aumento de los fenómenos meteorológicos extremos, las inundaciones, las sequías y las tormentas.
Tales cambios se producen debido a las grandes cantidades de gases de efecto invernadero que emiten a la atmósfera muchas actividades humanas en todo el mundo, incluida, en particular, la quema de combustibles fósiles para la generación de electricidad, la calefacción y el transporte. Esta combustión también emite contaminantes atmosféricos que dañan el medio ambiente y la salud humana.
A escala mundial, el consumo de energía representa, con diferencia, la mayor fuente de emisiones de gases de efecto invernadero derivada de las actividades humanas. Alrededor de dos tercios de las emisiones de gases de efecto invernadero mundiales están ligadas a la quema de combustibles fósiles que se usan para calefacción, electricidad, transporte e industria. También en Europa los procesos energéticos son los mayores responsables de la emisión de gases de efecto invernadero: un 78 % de las emisiones totales de la UE en 2015.
Nuestro uso y producción de energía tiene una enorme repercusión en el clima, y lo contrario es también cada vez más cierto. El cambio climático puede alterar nuestro potencial de producción de energía y nuestras necesidades energéticas. Por ejemplo, los cambios en el ciclo del agua influyen en la energía hidráulica, y el ascenso de las temperaturas aumenta la demanda de energía para los sistemas de refrigeración en verano, mientras que reduce la de los sistemas de calefacción en invierno.
Compromiso mundial y de la Unión Europea para tomar medidas
Los esfuerzos mundiales realizados hasta la fecha para mitigar el cambio climático culminaron en el Acuerdo de París de 2015, en virtud del cual, 195 países adoptaron el primer acuerdo climático, universal y vinculante jurídicamente. El objetivo del acuerdo -mantener el incremento de la temperatura media mundial muy por debajo de 2 °C y de seguir esforzándose por limitar el aumento a 1,5 °C- es ambicioso y no puede lograse sin una reforma importante de los sistemas de producción y consumo de energía a escala mundial.
Para respaldar la agenda climática global, la UE ha fijado objetivos vinculantes relativos al clima y la energía para 2020, y ha propuesto objetivos para 2030 para avanzar hacia una economía con un nivel bajo de emisiones de carbono y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en un 80 %-95 % en 2050. La primera serie de objetivos en relación con el clima y la energía para 2020 incluye un recorte del 20 % de las emisiones de gases de efecto invernadero (en comparación con los niveles de 1990), un 20 % de uso de energías renovables en el consumo energético y un 20 % de mejora de la eficiencia energética. Las propuestas para 2030, debatidas actualmente en las instituciones Europeas, elevan estos objetivos al 40 % de recorte en las emisiones, el 27 % de energía procedente de fuentes renovables y el 30 % de mejora en la eficiencia energética en comparación con los valores de referencia.
Reducción de las emisiones generales
Las medidas adoptadas para lograr tales objetivos están contribuyendo a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en Europa. En 2015, las emisiones totales en la UE fueron en torno a un 22 % inferiores a los niveles de 1990. Salvo en el caso de los transportes y los sistemas de refrigeración y calefacción, las emisiones han disminuido en todos los sectores principales. Durante este periodo, la mayor parte de la reducción de emisiones se distribuyó casi equitativamente entre la industria y los sectores de suministro de energía.
En base a los últimos informes de la AEMA sobre la emisión de gases de efecto invernadero y la energía (Trends and projections in Europe 2016) [Tendencias y proyecciones en Europa en 2016], la UE, de manera colectiva, está en condiciones de conseguir sus objetivos para 2020. Se espera que el ritmo de las reducciones se ralentice a partir de 2020, y serán necesarios más esfuerzos para cumplir los objetivos a largo plazo. En particular, a pesar de la mejor eficiencia de los vehículos y el aumento en el uso de biocombustibles, se ha demostrado que la reducción de emisiones del transporte en la UE es muy difícil. Está previsto que algunas soluciones tecnológicas, como los biocombustibles de segunda generación y la captura y el almacenamiento de carbono, contribuyan a los esfuerzos de mitigación, pero no está claro si pueden o no aplicarse en la escala necesaria y ser viables y realmente sostenibles a largo plazo.
La decisión sobre el reparto de esfuerzos y el régimen de comercio de derechos de emisión de la UE
En referencia a la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, una de las piedras angulares de las medidas emprendidas por la UE es la Decisión sobre el reparto de esfuerzos , que establece objetivos anuales vinculantes para todos los Estados miembros de la UE para 2020. La decisión cubre las emisiones de los sectores como el transporte, los edificios, la agricultura y los residuos, que son responsables de cerca del 55 % de todas las emisiones de la UE. Los objetivos nacionales en materia de emisiones se han fijado a partir de la riqueza relativa de los Estados miembros, lo que significa que a los países más ricos se les exige un mayor recorte de sus emisiones, mientras que a otros países se les permite un recorte menor o incluso aumentar sus emisiones en los sectores cubiertos por el régimen. En 2020, el cumplimiento de los objetivos nacionales representará en su conjunto una reducción de en torno al 10 % del total de emisiones de la UE en los sectores en cuestión, en comparación con los niveles de 2005.
El 45 % restante de las emisiones (procedente principalmente de centrales eléctricas e instalaciones industriales) están regidas por el Régimen de comercio de derechos de emisión de la UE (EU ETS). Este régimen establece un límite en relación a la cantidad total de gases de efecto invernadero que pueden emitir más de 11 000 instalaciones en 31 países con un uso energético elevado ([1]). Incluye también las emisiones de las compañías aéreas que operan entre estos países.
En el marco del EU ETS, las empresas reciben o compran derechos de emisión que pueden comercializar entre sí. Se imponen sanciones elevadas a las empresas con emisiones superiores a sus derechos. El techo de derechos de emisión del régimen se reduce con el tiempo, de modo que las emisiones totales disminuyen. Al imponer un valor económico al carbono, el EU ETS crea incentivos para que las empresas busquen los recortes de emisiones que resulten más rentables e inviertan en tecnologías limpias y con bajos niveles de carbono.
La Agencia Europea de Medio Ambiente hace el seguimiento de los avances en la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero del EU ETS. Según los datos del último informe, tales emisiones se redujeron un 24 % entre 2005 y 2015, y ya son inferiores al límite establecido para 2020. La disminución se debió principalmente al menor uso de combustibles de hulla y lignito, así como al mayor uso de energías renovables para la producción de electricidad. Las emisiones del resto de las actividades industriales que cubre el EU ETS han disminuido también desde 2005, aunque han permanecido estables en los últimos años.
La Comisión Europea ha propuesto recientemente aumentar el ritmo de reducción de emisiones a partir de 2021, de modo que para 2030 los sectores que cubre el EU ETS habrán recortado sus emisiones un 43 % en relación con 2005. A largo plazo, más allá de los objetivos de 2030, los Estados miembros de la UE pueden lograr mayores reducciones de las emisiones de gases de efecto invernadero en los sectores incluidos en la Decisión sobre el reparto de esfuerzos. Si no se realizan grandes esfuerzos que tengan como objetivo estos sectores, la UE no alcanzará su objetivo para 2050 de reducir sus emisiones al menos un 80 % por debajo de los niveles de 1990.
Seleccionar sectores objetivos y garantizar la coherencia a largo plazo
Los esfuerzos de reducción de las emisiones de gases de la UE relacionados con la Decisión sobre el reparto de esfuerzos y el EU ETS están respaldados por una serie amplia de políticas y estrategias a largo plazo. Por ejemplo, los cambios en el uso del suelo (como la deforestación), pueden afectar también a las concentraciones de dióxido de carbono en la atmósfera. A tal efecto, la Comisión Europea presentó un propuesta legislativa en julio de 2016 para incluir las emisiones y la absorción de los gases de efecto invernadero de la atmósfera derivados del uso del suelo, el cambio de uso del suelo y la silvicultura dentro del marco de 2030 para el clima y la energía de la UE.
Del mismo modo, la creciente demanda de transporte ha hecho muy difícil reducir las emisiones en este sector. Para abordar el problema, la UE ha presentado una serie de propuestas de políticas para el transporte, incluida la Estrategia europea a favor de la movilidad de bajas emisiones e iniciativas como «Europa en movimiento». Otros retos, como el impulso de la eficiencia energética en los edificios o la energía renovable, recibieron recientemente el respaldo de un paquete exhaustivo de medidas propuestas en noviembre de 2016.
Los objetivos a largo plazo de la UE sobre el clima están integrados y respaldados por marcos de políticas más amplias, como la Estrategia energética de la Unión, cuyo objetivo es garantizar la coherencia de las políticas a largo plazo. Los inversores, los productores y los consumidores podrían mostrarse reacios a adoptar soluciones percibidas como inversiones arriesgadas si no hay una visión clara de las políticas y un compromiso político sólido y a largo plazo.
Las decisiones relativas a la inversión perfilan el futuro
En general, las emisiones de efecto invernadero relacionadas con la energía pueden reducirse de dos formas: apostando por fuentes de energía más limpias (por ejemplo, sustitución de los combustibles fósiles por fuentes renovables no combustibles) y/o reduciendo el consumo general de energía por medio del ahorro de energía y el aumento de la eficiencia energética (por ejemplo, mejoras del aislamiento de los hogares o utilización de medios de transporte más ecológicos).
No obstante, para evitar los peores efectos del cambio climático es necesario que estas medidas se adopten muy pronto, mucho antes de que se agoten las reservas de combustibles fósiles. Cuantos más gases de efecto invernadero emitamos a la atmósfera, menos probabilidad hay de que reduzcamos los efectos perjudiciales del cambio climático.
Habida cuenta de la urgencia de esta labor, la cuestión es, por tanto, si seguimos o no invirtiendo y planificando invertir en energía basada en combustibles fósiles. Las decisiones políticas para subvencionar una fuente de energía pueden influir en las decisiones de inversión. En este sentido, las subvenciones y los incentivos fiscales han sido cruciales para impulsar la producción de energías renovables a partir de la energía solar y eólica. Lo mismo cabe afirmar de las inversiones en combustibles fósiles, que en muchos países siguen estando subvencionadas.
En los últimos años, numerosos inversores anunciaron su decisión de desinvertir -retirar su inversión- en actividades relacionadas con los combustibles fósiles. Algunos de estos anuncios se basaban en cuestiones de índole ética, pero otros reflejaban dudas en relación con el sentido comercial de tales inversiones, teniendo en cuenta el tope en la cantidad total de gases de efecto invernadero que puede emitirse (a menudo denominado «presupuesto de carbono») para limitar el calentamiento global a 2 °C a finales de siglo.
La producción de energía suele exigir grandes inversiones, y una central de producción de energía, una vez en marcha, se espera que esté operativa durante décadas. Las inversiones actuales y previstas en tecnologías convencionales contaminantes pueden ralentizar la transición a fuentes de energía limpias. Tales decisiones de inversión pueden bloquear las opciones y los recursos energéticos durante décadas, dificultando la adopción de soluciones nuevas.
Para poner de relieve este tipo de riesgo, la AEMA analizó las centrales de producción de energía de Europa, existentes y previstas, que funcionan con combustibles fósiles. Del análisis se desprende que, si ampliamos la v ida de las centrales existentes y construimos nuevas instalaciones basadas en combustibles fósiles en las próximas décadas, la UE corre el riesgo de tener una capacidad de producción de este tipo de energía mucho mayor de la necesaria. Es decir, que para lograr los objetivos de la UE en relación con el clima, algunas de estas instalaciones deberían dejar de estar activas.
Y hay riesgos de bloqueo similares, por ejemplo, en el transporte, sector en el que nuestra movilidad depende en gran medida de los motores de combustión interna basados en carburantes fósiles, a lo que se añaden inversiones continuas en infraestructuras de transporte vial tradicionales. En su conjunto, esto crea una barrera para el cambio a modos más sostenibles de transporte, que necesitamos desesperadamente para mitigar el cambio climático, reducir la contaminación atmosférica y acústica y, en última instancia, mejorar la calidad de vida de las personas.
Abordar el dilema de la energía y el clima no es fácil, pero ya se están perfilando muchas innovaciones prometedoras. Un informe reciente titulado «Sustainability transitions:Now for the long term» [Transiciones sostenibles: ahora para el largo plazo], de la AEMA y la Red Europea de Información y de Observación sobre el Medio Ambiente (Eionet), muestra algunas de las innovaciones realizadas en diversos sectores que tienen el potencial de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero relacionadas con la energía. La reducción de los deshechos alimentarios, los cultivos urbanos, mejores cadenas de suministro y viajes aéreos con energía solar son tal vez pequeñas piezas de un gran rompecabezas, pero que juntas muestran que pueden emerger tecnologías y prácticas innovadoras que allanen el camino para un cambio más amplio en relación con la sostenibilidad.
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