No hay soluciones fáciles. A lo mejor hay que intentar todas a la vez. La humanidad se enfrenta hoy a dos retos nuevos, unidos e inauditos: producir energía suficiente a medida que disminuyen las reservas mundiales de petróleo barato y, al mismo tiempo, prevenir un cambio climático catastrófico. Sin una actuación decidida habrá conmociones climáticas […]
No hay soluciones fáciles. A lo mejor hay que intentar todas a la vez. La humanidad se enfrenta hoy a dos retos nuevos, unidos e inauditos: producir energía suficiente a medida que disminuyen las reservas mundiales de petróleo barato y, al mismo tiempo, prevenir un cambio climático catastrófico.
Sin una actuación decidida habrá conmociones climáticas y energéticas y cada vez más graves que provocarán enormes trastornos en la agricultura, la industria y el bienestar general de la gente y, con el tiempo, dañarán la prosperidad y la estabilidad política de numerosas sociedades de todo el mundo. Por desgracia, no hay una respuesta única para esta disyuntiva entre energía y clima. Y, aunque el dilema energético es el más complicado, hay que dejar de buscar y proponer ideas aisladas para resolverlo.
Las nuevas investigaciones sobre el comportamiento de los sistemas muy adaptables (el inmune, los mercados o la ecología de los bosques) demuestran que, a medida que sus problemas se complican, sus soluciones deben hacerlo también. La extrema adaptabilidad se consigue mediante un gran número de experimentos locales y variados. Se prueban muchas cosas a la vez para averiguar cuáles de ellas -y qué combinaciones- son las que sirven.
Para resolver la encrucijada de la disminución de los recursos energéticos y el aumento de las temperaturas tendremos que recurrir de forma simultánea a una serie de tecnologías y políticas económicas, algunas de las cuales no son aún ni imaginables. Colocaremos paneles solares y molinos en los tejados de nuestros edificios al mismo tiempo que extraemos calor del suelo bajo los cimientos. Experimentaremos electrolizando el agua y transportando hidrógeno por tuberías al mismo tiempo que gasificamos el carbón y bombeamos millones de toneladas de dióxido de carbono al interior de la Tierra. Probaremos con impuestos sobre el carbono, mercados de derechos de emisión y normas de compensación de carbono. Algunas de estas cosas funcionarán, y cada una surtirá algún efecto. Ninguna de ellas será decisiva. Pero es posible que todas juntas sean solución suficiente.
«Aunque el dilema energético es el más complicado, hay que dejar de proponer ideas aisladas para resolverlo»
Al fin y al cabo, varios de los mayores triunfos que ha tenido la humanidad en los últimos decenios han surgido de estrategias múltiples, muchas veces experimentales y a menudo aplicadas de forma simultánea, sin que hubiera ningún plan global. El rápido declive del aumento de la población en muchos países pobres desde los 70 se debió a la conjunción de la accesibilidad a métodos anticonceptivos, mayor índice de alfabetización femenina, más poder económico para las mujeres y la difusión de las pautas culturales de la modernidad. Ni los demógrafos más optimistas podrían prever ese resultado.
Lo mismo ocurre con nuestro dilema ecológico: sabremos cuál es la solución más rápida si experimentamos con grupos sinérgicos de soluciones apropiados para problemas concretos en lugares y momentos específicos. No hay que desanimarse. No hace falta escoger sólo una de la lista de ideas excelentes que aquí figuran. Tal vez tengamos que probarlas todas.
* Thomas Homer-Dixon es director del Centro Trudeau de Estudios sobre la Paz y los Conflictos y catedrático de Ciencia Política en la Universidad de Toronto (Canadá).
Publicado en El Arca
http://elarcadigital.com.ar