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Carta abierta a Manuel Rivas

Entre las palabras que resisten el fuego

Fuentes: Rebelión

9 de diciembre, 2006. Manuel: Acabada en esta dulce mañana junto al mar la lectura de esas seiscientas diez páginas paridas sin duda con furor, no podía resistirme a lanzar a los vientos un mensaje que transportase siquiera una mínima parte de mi estupor, de mis lágrimas silenciosas, de mi agradecimiento por catorce días de […]

9 de diciembre, 2006.

Manuel:

Acabada en esta dulce mañana junto al mar la lectura de esas seiscientas diez páginas paridas sin duda con furor, no podía resistirme a lanzar a los vientos un mensaje que transportase siquiera una mínima parte de mi estupor, de mis lágrimas silenciosas, de mi agradecimiento por catorce días de mágica perturbación.

Dejando aparte secretos compartidos que no pueden formularse -voces recónditas que pueblan sueños- y como concesión al carácter abierto de esta carta, a quienes se asomen -antes, durante o después de haber olfateado el hedor de las hogueras de papel; antes, durante o después de haber quedado impregnados para siempre del prodigioso humo que se desprende de las carnes de los libros- dejaré constancia de mi asombro.

Quizá lo de menos sea la evidente -descomunal- labor de documentación; o la apabullante pericia técnica que ha permitido labrar esa trama en la que cada cosa está en su sitio -no en el sitio que el escritor ha decidido, sino en el sito que le corresponde y que ella misma exige; o la enternecedora capacidad de fascinación ante los objetos y las gentes, y las palabras de unos y otras… Lo que de verdad aturde es esa forma de mover el discurso entre la extrema fantasía -tan del Finis térrae- y la dramática peripecia que sirve de fondo difuso a la historia, sin que una estorbe a la otra, sino más bien empeñadas en un sutil y pasmoso deambular en el que se penetran mutuamente compartiendo luz y sombras.

No sé si merece la pena mencionar la patética algarada de los herederos morales de aquellos traidores evocados con lúcida destreza en tu libro. Por mi parte creo que lo que cuenta es el valor de crear, y que un creador tiene la ineludible obligación moral de tomar partido -y callar es una forma especialmente rastrera de tomar partido… No digamos ya defender Pactos de Silencio sellados con sangre. De modo que, frente a esos graznidos, el grito de la memoria enterrada.

En tu caso, un texto que se alimenta del humo del pasado (de los libros que ardieron en los comienzos de la guerra moral en la que fuimos derrotados), tanto como de la extrema sensibilidad del presente (la mano que escribe desde el corazón) y de la niebla invisible del futuro (de esas palabras aún por llegar que algunos quisieran silenciar).

«La fuerza duradera de verdad sólo está en quien resiste», decía Kafka…

Resiste, Manuel. Salud.

Jesús García Blanca
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