«La asamblea es el gobierno de los pelaos, la democracia de los comunes, el lugar donde las jerarquías se disuelven o al menos se encogen, donde se funda la fuerza colectiva y la confianza»
Manuel Cañada trabaja actualmente de educador social en un IES de Extremadura. Forma parte, en condición de afiliado, del PCE, IU y CGT, aunque su tiempo de militancia, como él mismo señala, lo dedica fundamentalmente a un colectivo por los derechos sociales que lleva el nombre de «La Trastienda».
Me permito sugerirle al lector/a la lectura o relectura de lo comentado por este incansable educador social, en otra conversación anterior, sobre la huelga del 29M [1].
Nos habíamos quedado en las huelgas indefinidas. ¿Una huelga indefinida sigue siendo actualmente un procedimiento razonable de lucha?
No hay un catálogo de procedimientos razonables de luchas. Incluso podría afirmarse que cuanto más «protocolizada» esté una lucha menos eficacia reivindicativa tendrá. El poder trabaja día y noche para amortizar o integrar las revueltas. La expresión que venimos escuchando en las últimas semanas a los tertulianos del poder: «La huelga general ya está descontada», podría ser una buena muestra de esa estrategia. Y un reciente anuncio de Vodafone reproduciendo los signos externos del 15M (las manos en el aire en lugar de los aplausos, el ordenado caos de las asambleas, la mezcla intergeneracional) podría ser otro ejemplo, en este caso de la tarea de «recuperación» o anulación de las luchas por la vía de la estetización y mercantilización.
Algunas de las formas de lucha o expresión del conflicto social que más han trastornado al poder en los últimos años no tienen nada de «razonables». La ocupación de las calles o de las plazas en plena campaña electoral (13 de marzo y 15M), el bloqueo las cumbres de los organismos internacionales (movimiento antiglobalización), el asalto de los grandes supermercados (caracazo y Los Ángeles), los estallidos incendiarios de las periferias (París, Londres)… La gente inventa continuamente formas de lucha, a partir de la combinación o hibridación de experiencias que han funcionado.
Claro que una huelga indefinida puede ser un procedimiento oportuno de lucha, depende de las circunstancias. Pero hoy, en muchos casos, las luchas laborales han de darse dentro y fuera del centro de trabajo. Y acompañarse de otro tipo de acciones y alianzas. Parafraseando a José María Ripalda, podríamos afirmar que, aunque con formas distintas, boicot, sabotaje y traición al poder siguen siendo el principio fundante de la política revolucionaria.
Opino que, justamente, una de las posibles utilidades de este libro es que habla de procedimientos de lucha «poco razonables».
¿Por qué es tan hermosa una huelga general? ¿No exageró el poeta Jorge Riechmann con ese poema con esa expresión?
La huelga general, a pesar de los cálculos de los burócratas y de los intentos por reducirla a amago o ritual, contiene siempre la evocación de otra sociedad posible. En el «gobierno obrero provisional» que supone siempre una huelga general, mal que les pese, se insinúa otra organización social distinta al capitalismo. La huelga general es la constatación y el recuerdo del carácter parasitario del capital y sus capataces.
Pero el extraordinario poeta y pensador que es Jorge Riechman no hace referencia aquí a esta épica obrera. Para él, la huelga general no sólo cuestiona el poder empresarial y gubernamental, sino además insinúa la posibilidad de parar la máquina de la destrucción y de la alienación general. Se trata de luchar también contra la dictadura de las mercancías, contra el tiempo prisa y contra «la demagogia de la normalidad».
¿Qué sindicato nació de la huelga que describe? ¿Es una fortaleza organizativa como señala usted en el capítulo V?
Mediante ese enunciado provocador, se intenta invertir los términos usuales de la relación entre lucha obrera y sindicato, entre movimiento e institución. La lucha está antes del sindicato. El sindicalismo es previo al sindicato. Ir a cobrar con un martillo, presentarse en una obra a reclamar trabajo colectivamente o conjurarse para rendir menos, son expresiones de sindicalismo, aunque nadie esté afiliado a ninguna organización. El sindicato nace en la capacidad para interpretar y vincularse a la lucha «espontánea» de los trabajadores. El sindicato nace en la afirmación de la autonomía obrera.
Rescatar huelgas como la de los yeseros no sólo es un acto de memoria y justicia, escribe usted, sino que es un «aprovisionamiento de municiones para los tiempos convulsos que vienen». ¿No exagera un poco? En su opinión, ¿qué tiempos convulsos son esos que vienen?
Concebir el libro como munición ideológica quizás sea, efectivamente, una exageración. Cabría hablar, con más propiedad, del deseo manifiesto de que la narración de esta huelga pueda ser una modesta contribución a las luchas del presente.
Pero, por el contrario, la previsión de tiempos agitados puede parecer timorata o incluso banal. La intuición de vértigo histórico, de estado de excepción está presente en muchos de los análisis que vienen haciéndose desde nuestro campo en la última década. Reparemos en conceptos como capitalismo del desastre (Naomi Klein), capitalismo gore (Sayak), fascismo social (Juan Pedro Viñuela), fascismo posmoderno (Santiago López Petit) o colapso de la civilización industrial y ruptura histórica total (Ramón Fernández Durán), por citar solo algunas tentativas de descripción y proyección sobre la sociedad que se está configurando.
En muchos aspectos, la situación tiene parecido con las circunstancias en las que emergió el fascismo: fascinación tecnológica, regresión social, estetización de la política. Un cóctel articulado por la gran burguesía que manipula los miedos a la proletarización de las clases medias.
Pero quizás, como apunta Riechmann, «falta lenguaje para decir lo que viene». Las formas de dominio que se están incubando tienen componentes nuevos o renovados. La precariedad como régimen de vida; el consumismo, el hedonismo, el individualismo posesivo como valores dominantes; la fragilización de los vínculos sociales y la ausencia o debilidad de los sujetos sociales y políticos críticos (Sennett y Bauman), el retorno de las clases peligrosas (Zibechi)… Sin embargo, algo falla en los planes del poder y los aires de revuelta se extienden por todo el mundo: procesos revolucionarios latinoamericanos, 15M, Londres, Grecia… Vienen años de intensa lucha de clases, aunque es probable que adopten formas poco convencionales.
Más allá del libro, abusando de su tiempo, déjeme preguntarle algunas cuestiones complementaras. ¿Qué significa para usted el sindicalismo de concertación? ¿Cuáles son las diferencias con el sindicalismo de lucha?
Con el término «sindicalismo de concertación» hago referencia a lo que representan hoy los sindicatos mayoritarios, que han convertido el pacto social permanente en su práctica y programa máximo. Es el sindicalismo que, cuatro meses después de la huelga general del 29 de septiembre, avala el pensionazo. El que presenta la desmovilización obrera como una contribución responsable a la salida de la crisis. Es un sindicalismo cooptado por el poder, que hace de palabras como diálogo social, crecimiento económico o competitividad su vocabulario cotidiano. Es un tipo de práctica sindical que puede calificarse sin ambages como «pro-capitalista», que ha jubilado incluso moderados conceptos que formaban parte de la tradición de CCOO como el de combinación estratégica de negociación y movilización.
El sindicalismo de lucha por el que se aboga se caracterizaría en primer lugar por su democracia, por la primacía de la asamblea frente a las inercias de burocratización y reproducción de los aparatos. Y sobre todo, como se dice en el libro, «un sindicalismo capaz de pensar la globalidad, de sacudirse los corporativismos, de pensar simultáneamente la clase y la especie, de cuestionar no sólo cómo se produce sino, además, qué se produce; capaz de impugnar el consumismo, la obsolescencia programada y la dictadura de las mercancías».
Pero, para crecer, para poder representar una alternativa al sindicalismo oficial, este otro sindicalismo de lucha ha de arriesgar y desprenderse también del «narcisismo de las diferencias minúsculas» (Riechman). En mi opinión, estamos desaprovechando un tiempo precioso para avanzar hacia una mayor coordinación y unidad de acción entre todas las opciones que podríamos adjetivar como sindicalismo de lucha, crítico o alternativo, como CGT, CNT, COBAS, Solidaridad Obrera, SAT, Corriente Sindical de Izquierdas, CSC, Intersindical….
¿Por qué es tan importante la Asamblea obrera?
Fundamentalmente por aquello que indicaba el corrido de la revolución mexicana: «Dicen que soy un pelao / y no sirvo p’al gobierno/ Yo no vengo a ver si puedo/ sino porque puedo vengo». La asamblea es el gobierno de los pelaos, la democracia de los comunes. Es el lugar donde las jerarquías se disuelven o al menos se encogen, donde se funda la fuerza colectiva y la confianza. Una huelga de cinco meses, como la que se narra en el libro, es imposible sin la asamblea obrera.
«Después del fin de los grandes relatos, vino la dictadura del spot publicitario». Es una afirmación suya. Me la comenta por favor.
La expresión la utilicé en un pequeño texto que hice en 2005 titulado «Resquicios de Nietzsche», a cuento de la lectura posmoderna que se ha hecho de este autor. Me parece que una de las corrientes más influyentes, también en el campo histórico, es el posmodernismo y que convenía hacer una crítica a esa tramposa exaltación de lo fragmentario que en verdad pretende poner a salvo y esconder la oculta «totalidad única», el capitalismo. Quizás se entiende mejor reproduciendo los párrafos donde se ubicaba originalmente esa frase:
«Tras «el fin de los grandes relatos» vino la dictadura del spot publicitario, la tiranía del instante. Y resplandeció la gran narración implícita, el capitalismo naturalizado, ascendido de producto histórico a realidad consustancial al desarrollo de la especie humana. Muchos años antes de que las élites de finales del siglo XX destilaran esta lírica de la plusvalía, Schumpeter ya habló de la «destrucción creativa» como principio constituyente del capitalismo.
Capitalismo de capitalismos fragmentarios y fragmentadores. El «pueblo por venir» que esperaba Deleuze no llegó y en su lugar lo hizo el mercado coral, en el que efectivamente no solo habla el jefe, sino todos los concursantes. No solo habla quien controla, a través de las omnipresentes cámaras, a los concursantes sino también lo hacen los trepadores, los urdidores, los bufones o los delatores, quienes someten sus fragmentos de vida a la dogmática de la competencia».
¿Qué es el movimiento obrero. ¿Es identificable con las luchas sindicales, con los sindicatos? Añado: ¿qué significa para usted tener conciencia obrera? ¿No es algo de otros tiempos?
El movimiento obrero es bastante más que el movimiento sindical. Del movimiento obrero formarían parte además de sindicatos y partidos, ateneos, publicaciones, cooperativas, organizaciones de apoyo mutuo y todo tipo de instituciones y espacios donde se expresa la existencia autónoma de la clase obrera y la aspiración a una sociedad sin clases.
No todo sindicalismo es movimiento obrero. Movimiento obrero y conciencia obrera, en mi concepción, son términos indesligables. Y una parte del sindicalismo realmente existente en modo alguno promueve la conciencia obrera ni los valores alternativos al capitalismo. A este sindicalismo le cuadraría a la perfección lo que Lukács escribía a propósito del oportunismo: «El oportunismo tiende a impedir el ulterior desarrollo de la conciencia proletaria (…) tiende a rebajar la consciencia de clase del proletariado al nivel de su inmediatez psicológica». Es un tipo de organización que no sólo acepta, sino que se ofrece como garante de la separación entre lucha económica y lucha política.
La conciencia obrera no es cosa de otros tiempos. Es más, por volver a ese magnífico texto canónico de Lukács (Historia y consciencia de clase), la «permanencia de una consciencia de clase oscura, es un presupuesto necesario de la subsistencia del régimen burgués». Sólo saldremos del pozo en el que estamos si recuperamos la conciencia de clase, si abandonamos la fantasía de que todos somos clase media, si somos capaces de desalojar al capitalista que se ha colado en cada una de nuestras cabezas….
Coménteme también, si no le importa, este aforismo próximo a sectores del 15-M: «No es la crisis, es el capitalismo».
Entre las muchas virtudes del 15M está la de su producción de lemas, capaces de unir la fina ironía con la radicalidad política.
El aforismo que citas da de lleno en dos dianas. Por un lado, abre la crítica a una forma de presentación de la crisis como un fenómeno poco menos que natural. Es como si la cantinela de la sucesión de los ciclos económicos nos hiciese olvidar quiénes desatan esas tempestades. Este sentido del aforismo sería parecido a otro lema que ha utilizado el movimiento: «No es crisis, es estafa». No es crisis, es saqueo organizado (M. Martínez Llaneza); «No es crisis, para el capital es esplendor» (José Iglesias).
La segunda diana a la que apunta este aforismo es la que desvela el origen de la situación: el capitalismo es esto, amigos, viene a decir. Y claro que está en lo cierto. Gramsci advertía de esa íntima relación entre capitalismo y crisis en estos términos: «El desarrollo del capitalismo ha sido una continua crisis; esto es, un rapidísimo movimiento de elementos que se equilibraban y se inmunizaban».
Ahora bien, aun pareciéndome un lema sugerente, que moviliza la reflexión sobre la naturaleza del capitalismo, pienso que corremos el riesgo de despachar esta crisis como una fase rutinaria en el funcionamiento habitual del «termostato capitalista», como un episodio purgativo más de la exacta máquina de la destrucción creativa.
Y ésta, no es una más de las periódicas «epidemias de sobreproducción» (Marx, en el Manifiesto). Es una crisis general, sistémica. Es una condensación de crisis: financiera y económica, energética, alimentaria, urbana, de reestructuración geopolítica del capital, también de pugna entre Estados y regiones económicas… El mago capitalista, a duras es capaz de dominar las potencias subterráneas que él mismo ha conjurado… Esta crisis, más bien, se va pareciendo ya a aquello que Gramsci definía como «crisis orgánica», cuando «la contradicción económica deviene contradicción política y se resuelve políticamente por la subversión de la praxis».
Hace casi cuatro años escribí un texto que se titulaba «Tiempo de crisis, tiempo de lucha». En él se afirmaba lo siguiente: «Convertir esta confluencia de crisis en crisis de legitimidad del capitalismo, esa es la contienda a la que estamos emplazados».
Estos años no han hecho más que ahondar la urgencia de la convocatoria. Convertir la crisis en el capitalismo en crisis del capitalismo. Ese es el punto en el que nos encontramos. Y ahí, modestamente, propongo otro aforismo complementario al que citabas: No es crisis, es lucha de clases.
Después de agradecerle su tiempo y generosidad, ¿quiere añadir algo más?
Darte las gracias por tu generosidad y paciencia.
De generosidad, de la mía, muy poca en este caso. Ha sido un honor para mí y no es sólo la cortesía lo que afirmo.
Notas:
La primera y segunda parte de esta entrevista han sido publicadas en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=147063 y http://www.rebelion.org/noticia.php?id=147690
[1] Entrevista a Manuel Cañada sobre la huelga general del 29-M. «La contra-reforma laboral: todo el poder para el capital, nueva acumulación de capital a partir de la desposesión de derechos laborales». http://www.rebelion.org/noticia.php?id=147063
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