A partir de la guerra del agua de abril del 2000, la insurgencia de diferentes movimientos sociales inició y fortificó la defensa de los recursos naturales y de la soberanía estatal que son amenazados por las recalcitrantes políticas de liberalización de la economía, que entienden a los recursos naturales como mercancías destinadas a satisfacer las […]
A partir de la guerra del agua de abril del 2000, la insurgencia de diferentes movimientos sociales inició y fortificó la defensa de los recursos naturales y de la soberanía estatal que son amenazados por las recalcitrantes políticas de liberalización de la economía, que entienden a los recursos naturales como mercancías destinadas a satisfacer las demandas de producción, reproducción y acumulación del capital. La importancia de las demandas que surgieron de esta resistencia social al neoliberalismo, se hace evidente en tanto la guerra del agua ha sido reconocida como un hito mundial. Este hecho es reflejado en los diversos foros, seminarios, encuentros, talleres y otros espacios de debate social que están constantemente analizando la situación del agua dentro del modelo de tratados comerciales que se vienen llevando a cabo entre Bolivia y las diversas instituciones internacionales como la OMC, el BID, el FMI, y el BM.
En este contexto se encuentra el enérgico debate sobre el denominado «recurso agua», en el cual una gran resistencia a la concepción del agua como mercancía se está desarrollando. Tanto el Ministerio del Agua, que se ha instalado en Bolivia como producto de los logros de la guerra del agua, como la FEDECOR y la Fundación Solón, están proponiendo al agua como derecho humano en contraposición a su concepción como mercancía.
Con esta propuesta, el Ministerio del Agua ha atemorizado a distintas instituciones internacionales, quienes ven amenazados sus intereses económicos y políticos. Recientemente, Bolivia se ha pronunciado en la OMC para pedir se considere esta nueva concepción del agua y la oposición ha sido ardua [1] . Debido a que la idea ha levantado tantos temores pareciera que es revolucionaria; sin embargo, debemos detenernos un momento y ser cautelosos ya que nuestras propias ideas pueden ser recicladoras de los principios e intenciones del sistema capitalista, que considera a todo recurso natural, no únicamente como mercancía -y esto es de suma importancia- sino como capital constante y capital variable. Más aún, inclusive el ser humano se ha venido a constituir en capital constante y variable. En este sentido, la crítica a la concepción mercantilista del agua debe ser pensada, analizada y sentida desde estas apreciaciones.
Consideramos indispensable repensar las bases filosóficas que sostienen la propuesta del agua como derecho humano porque son las mismas bases filosóficas de las que emana la visión mercantilista del agua. Esta última se rige por un empecinado antropocentrismo que ha llevado al ser humano a instalar una relación jerárquica y asimétrica con la naturaleza, funcionalizada como un conjunto de recursos existentes sin otro sentido que el de servir a las necesidades humanas. De la misma manera, la concepción del agua como derecho humano encierra una noción en la que el ser humano se atribuye el derecho al agua -y a otros recursos- como si él fuera el dueño, lo que establece, inevitablemente, una relación asimétrica. Mientras pensemos que el agua es un derecho únicamente humano, perpetuaremos la visión antropocéntrica que enaltece el sistema capitalista.
Algunos dirán que, al asumir al agua como derecho humano y no como mercancía, se está luchando por evitar su comercialización indiscriminada contribuyendo a preservar el medio ambiente. A esto respondemos que el ser humano ya es considerado como mercancía y, peor todavía, como capital constante y variable; por lo tanto, es extremadamente difícil que pueda constituirse en defensor de los recursos naturales si la defensa de la propia condición humana es de por sí bastante complicada.
La colonización del ser humano, que es parte integral de esta discusión, se ha edificado sobre las bases filosóficas y epistemológicas que guían nuestras relaciones (desiguales) con la naturaleza y sus «recursos naturales», interiorizadas por cada ser humano -con algunas salvedades culturales-. En este sentido, si no nos descolonizamos de nuestra visión antropocéntrica, a partir de la cual establecemos un intercambio asimétrico con la naturaleza, por considerarla de nuestra propiedad y externa a nosotros, menos lograremos descolonizar a los «recursos naturales».
La escisión ontológica que caracteriza tanto a la concepción mercantilista como a la humana del agua, separa al ser humano de la naturaleza. El agua no es pensada-sentida como una hermana o hermano, como lo consideraron y consideran distintos grupos originarios del planeta y, por alarmante que suene, como la misma ciencia ha venido demostrando últimamente. Así es, la misma ciencia, que es un condensado representativo de la filosofía capitalista que estamos mencionado críticamente, está sufriendo una crisis espeluznante gracias a que sus últimos descubrimientos de biología, física cuántica y química, entre otros, están resquebrajando el principio fundamental de la objetividad o, que es lo mismo, la separación del sujeto y el objeto. La teoría sistémica ha demostrado exitosamente que la unidad del ser humano con la naturaleza es indiscutible [2] .
Otro punto de coincidencia entre la concepción mercantilista del agua y la concepción de la misma como derecho humano, es que ambas la conciben como «recurso natural». La una la considera como recurso mercantil y la otra, como recurso humano. En sí, ambas la reconocen como un recurso destinado, como ya apuntamos antes, para satisfacer las necesidades del ser humano.
Además, y como estrategia para engrandecer la concepción antropocentrista, el ser humano ha venido a atribuirse el derecho de dar a varios ecosistemas el rango de «patrimonio intangible de la humanidad». Sin embargo, no creemos que la intención verdadera sea resguardar estos lugares del apetito voraz del capital ya que, al fin y al cabo, sigue siendo un patrimonio de propiedad del hombre antropocéntrico.
Ergo, si continuamos reconociendo que el agua es un «recurso» -externo y funcional-, sea éste de derecho humano o de derecho mercantil de las instituciones internacionales y empresas transnacionales manejadas, al fin y al cabo, por seres humanos -que también podrán luchar por su derecho al agua-, no nos acercaremos, ni someramente, a una reivindicación verdadera.
Es importante mencionar que en julio del año 1997 se llevó a cabo el Simposio del 49° Congreso Internacional de Americanistas, en Quito, Ecuador [3] , hecho que marcó un hito en el conocimiento de la América andina. Varias de las exposiciones de este trabajo reflejan un profundo conocimiento epistemológico con elementos prácticos, en general más eficientes que los resultados de la epistemología occidental, por la sencilla razón de que está edificado sobre una filosofía de unidad con la naturaleza, en la que todos los seres son hermanados y en la que los antropocentrismos, que conllevan la destrucción de la naturaleza y la desigualdad social que de ella surge, se anulan. En este contexto, el agua es percibida como un ser vivo, una madre/padre, una hermana/hermano, un ser querido. En este sentido, la relación del hombre con el agua se lleva a cabo a partir de un sentimiento en el que ella es un ser vivo al cual el ser humano «cría», y no «utiliza». El agua no es considerada un recurso mercantil, ni tampoco un recurso de derecho humano. Es importantísimo, además, aclarar que el ser humano, al mismo tiempo que «cría» al agua, se deja «criar» por ella. Se trata de una relación complementaria, no asimétrica.
A pesar de haber sido escenario de un hecho cultural y científico fundamental, este simposio fue desapercibido por el público. No podía haber sido de otra manera; sus planteamientos no encajan con la concepción de recurso natural que manejamos en Occidente. A pesar de esto, creemos urgente considerar estos planteamientos, no como una propuesta que venga a reemplazar todo el conocimiento que Occidente ha edificado y defendido por cientos de años, pero sí como una invitación a considerar el conocimiento originario en forma complementaria.
De alguna manera, en Bolivia se está tratando de hacer lo anteriormente mencionado. Es importante resaltar que la posición que considera al agua como derecho humano asume, como inmanente a este concepto, el derecho que la fauna y la flora tienen sobre este elemento natural. El Ministerio del Agua de Bolivia reconoce, en sus principios, el uso ancestral del agua, el consumo humano, la producción agropecuaria y las necesidades de la fauna y la flora [4] . Pero el problema reside en que, en estas concepciones, todos los demás seres que conforman la tierra son secundarios o sujetos al ser humano. Inclusive, la visión ancestral del agua y de la realidad en general, se asume como alternativa o subordinada a la visión occidental. Se sigue reproduciendo el antropocentrismo y el etnocentrismo que, a nuestro juicio, no llevará a cambiar la situación del sistema capitalista y su forma de explotación de los recursos naturales para acumular ganancias.
Si plantear al agua como derecho humano es tan intolerante, imaginemos lo que es sugerir que el agua es un ser vivo al que debemos respetar como a un ser querido. Esta dificultad fue mencionada en el «Encuentro de mujeres en defensa del agua», llevado a cabo en La Paz, el 12, 13 y 14 de junio de este año. Pero si consideramos la capacidad de lucha de los movimientos sociales que han defendido al agua desde el año 2000, no deberíamos perder la oportunidad de apostar a un cambio verdadero. Reproducir el discurso de derecho humano, tan defendido por el PNUD, puede ser una trampa insalvable.
¿Será, entonces, pertinente considerar al agua como derecho humano siendo que este concepto parece ser equivalente al de mercancía? ¿Será revolucionario pensar en el agua como «recurso» de propiedad del ser humano y, secundariamente, de necesidad de la fauna y la flora? ¿Por qué es tan riesgoso asumir al agua como ser hermano, hijo de la Madre Tierra, al igual que el ser humano, como lo han hecho por tanto tiempo las culturas originarias de todo el mundo que han demostrado un insuperable conocimiento de agricultura, riego, y otras disciplinas? ¿Por qué no defender al agua como un derecho humano, de la fauna, de la flora, del medio ambiente y de todos los seres que lo componen, y un derecho del agua misma, en tanto es un ser vivo? Creemos importante luchar contra el antropocentrismo y el etnocentrismo, vestiduras de metal que no nos dejan encontrar el verdadero cambio, tan reclamado en la actualidad.
[1] Juan Carlos Alurralde (Oso)-Agua Sustentable. Ponencia Agenda nacional del agua. En: «Encuentro nacional de mujeres en defensa del agua», La Paz, 12, 23, 14 de 2006.
[2] Para ahondar en la teoría sistémica consultar las siguientes investigaciones entre otras: Humberto Maturana y Francisco Varela, «El árbol del conocimiento». Editorial Universitaria, 1995, Santiago de Chile. W. I. Thompson (editor), «GAIA. Implicaciones de la nueva biología». 2da edición, Editorial Cairos, 1992, Barcelona-España. Fritjof Capra, «El punto crucial. Ciencia, sociedad y cultura naciente». Editorial Cuatro Estaciones, 1992, Argentina.
[3] Juan Van Kessel y Horacio Larraín Ibarros (editores). «Manos sabias para criar la vida». Abya-Yala, 2000, Quito-Ecuador.
[4] Ministerio del Agua Bolivia. «Una visión humana del agua en Bolivia». IDRC, COSUDE, 2006, La Paz-Bolivia.