Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
En un par de siglos, los historiadores compararán los devaneos por nuestra supuesta contribución humana al calentamiento global con los tumultos de hacia el fin del Siglo X al aproximarse el milenio cristiano. Entonces, como ahora, los fatalistas identificaban lo pecaminoso en el ser humano como el factor propulsor en la rápida deriva descendiente del planeta.
Entonces, como ahora, un mercado floreciente se alimentaba del miedo. La Iglesia Católica Romana era un banco cuyo capital era asegurado por la infinita misericordia de Cristo, María y los Santos, y así el Papa podía vender indulgencias, como cheques. Los pecadores establecían una línea de crédito contra la mala conducta y podían seguir pecando. En la actualidad se está formando un mercado mundial de «créditos de carbono.» Los que tienen una «huella de carbono» pequeña pueden vender sus excedentes en créditos de carbono a otros, menos virtuosos que ellos.
El comercio moderno es tan fantástico como el medieval. Todavía hay cero evidencias empíricas de que la producción antropogénica de CO2 esté haciendo una contribución mensurable a la actual tendencia al calentamiento del mundo. Los que propagan el miedo todavía se basan enteramente en modelos informáticos no verificados, burdamente sobresimplificados para identificar la pecaminosa contribución de la humanidad. A falta de toda base científica que lo apoye, el tráfico de carbono es alimentado por la culpa, la credulidad, el cinismo y la codicia, igual que las antiguas indulgencias, aunque éstas por lo menos produjeron hermosos monumentos.
Al llegar al Siglo XVI, mucho después de que el mundo había navegado con seguridad por el fin del primer milenio, el Papa León X financió la reconstrucción de la basílica de San Pedro, ofreciendo una indulgencia «plenaria», que garantizaba la liberación de un alma del purgatorio.
Ahora hay que imaginar dos líneas en un gráfico. La primera sube a un pico, después desciende abruptamente, luego se nivela y vuelve a subir de nuevo. La otra no tiene ondulaciones. Sube en un arco suave, que aumenta lentamente. La primera línea ondulada es el tonelaje mundial de CO2 producido por los humanos quemando carbón, petróleo y gas natural. En este gráfico se comienza en 1928, con 1,1 gigatoneladas (es decir 1.100 toneladas métricas). Llega a su pico en 1929 con 1,17 gigatoneladas. El mundo, encabezado por su potencia más poderosa, USA, cae en la Gran Depresión, y en 1932 la producción humana de CO2 cayó a 0,88 gigatoneladas por año, una caída de un 30%. Los tiempos difíciles impusieron una línea más dura que todos los consejos de Al Gore o todas las jeremiadas del IPCC (siglas en inglés para Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático). Entonces, en 1933, comenzó a aumentar lentamente de nuevo, hasta 0,9 gigatoneladas.
¿Y la otra línea, la que aumenta de modo tan regular? Es la concentración de CO2 en la atmósfera, partes por millón (PPM) por volumen, moviéndose en 1928 de algo por debajo de 306, llegando a 306 en 1929, a 307 en 1932 y así sigue. A través de auges y quiebras, la línea sigue aumentando regularmente. Actualmente está en 380. Hay, seguro, variaciones estacionales del CO2, tal como lo miden desde 1958 los instrumentos en Mauna Loa, Hawai. (Las mediciones anteriores a 1958 fueron hechas en burbujas de aire atrapadas en el hielo glacial.) Verano e invierno varían regularmente en unas 5 ppm, reflejando ciclos de fotosíntesis. Las dos líneas en ese gráfico proclaman que una colosal reducción de un 30% en las emisiones de CO2 hechas por el hombre ni siquiera causó una caída de 1 ppm en el CO2 de la atmósfera. Por lo tanto es imposible afirmar que el aumento en el CO2 atmosférico proviene de la quema humana de combustibles fósiles.
Encontré al doctor Martin Hertzberg, el hombre que trazó ese gráfico y sus conclusiones, en un crucero de Nation en 2001. Señaló que aunque compartía muchas de las posiciones editoriales de Nation, aprobaba mis reservas sobre el tema de las supuestas contribuciones humanas al calentamiento global, tal como las bosquejé en columnas que escribí en esa época. Hertzberg fue meteorólogo durante tres años en la Armada de USA, ocupación que le proporcionó una desconfianza de toda una vida en los modelos climáticos. Formado en química y física, científico investigador de la combustión durante la mayor parte de su carrera, está retirado actualmente en Copper Mountain, Colorado, y todavía realiza consultorías de vez en cuando.
No hace mucho, Hertzberg me envió algunos de sus recientes trabajos sobre la hipótesis del calentamiento global, un concepto que es aceptado actualmente por muchos progresistas como si fuera tan infalible como el dogma papal sobre asuntos de la fe o de la doctrina. Entre ellos estaba el gráfico descrito anteriormente, tan devastador para la hipótesis.
Como Hertzberg reconoce de buena gana, el contenido de dióxido de carbono en la atmósfera ha aumentado en cerca de un 21% en el siglo pasado. El mundo también se ha calentado un poco. Los datos no muy fiables sobre la temperatura promedio del mundo (que omiten la mayor parte de los océanos y regiones remotas del mundo, mientras sobre-representan las áreas urbanas) muestran un aumento de cerca de 0,5 grados centígrados en la temperatura promedio entre 1880 y 1980, y sigue aumentando, de modo más agudo en las regiones polares que en otros sitios. ¿Pero juega el CO2, a 380 partes por millón en la atmósfera, un papel importante en la retención de un 94% de la radiación solar que es absorbida en la atmósfera, en comparación con el vapor de agua, que también es un poderoso absorbente de calor, cuyo contenido en la atmósfera tropical húmeda, puede llegar a un 2%, el equivalente de 20.000 ppm? Como dice Hertzberg, el agua en la forma de océanos, nubes, nieve, capa de hielo y vapor «es abrumadora en el equilibrio radiante y energético entre la Tierra y el sol. El dióxido de carbono y los gases invernadero son, en comparación, el equivalente de unos pocos pedos en un huracán.» Y el agua es exactamente ese componente en el equilibrio térmico de la Tierra que nos es considerado por los modelos informáticos del calentamiento global.
Es un inconveniente notorio para los partidarios de los gases invernadero el que los datos también muestran concentraciones de dióxido de carbono del Eoceno, 20 millones de años antes de que Henry Ford hiciera rodar su primer modelo T desde su taller, entre 300 y 400% más elevadas que las actuales concentraciones. Los partidarios de los gases invernadero enfrentan otras dificultades como ser temperaturas más elevadas que las actuales en el período de calentamiento medieval, con simples embustes, falseando registros de anillos de árbol (que en sí constituyen una guía poco confiable) y afirmando que el calentamiento fue un asunto local europeo insignificante.
Hace más calor ahora, porque el mundo actual se encuentra en el deshielo después de la última Edad de Hielo. Las edades de hielo se correlacionan con cambios en el calor solar que recibimos, todos debidos a cambios predecibles de la órbita elíptica de la Tierra alrededor del sol, y de la inclinación de la Tierra. Como explica Hertzberg, el efecto cíclico calorífico de todas estas variables fue calculado en gran detalle entre 1915 y 1940 por el físico serbio, Milutin Milankovitch, uno de los gigantes de la astrofísica del Siglo XX. En pasados ciclos postglaciales, como ahora, la órbita y la inclinación de la Tierra nos dan días más y más prolongados días de verano entre los equinoccios.
El agua cubre un 71% de la superficie del planeta. En comparación con la atmósfera, hay por lo menos cien veces más CO2 en los océanos, disuelto como carbonato. A medida que progresa el deshielo postglacial, los océanos se calientan y parte del carbono disuelto es emitido a la atmósfera, como las burbujas en agua de soda al sacarla del refrigerador. «Por lo tanto la teoría del calentamiento global por el invernadero ve las cosas al revés,» concluye Hertzberg. «Es el calentamiento de la Tierra el que causa el aumento de dióxido de carbono y no lo contrario.» Recientemente tuvo la confirmación vívida de esa conclusión. Varios nuevos trabajos muestran que durante los últimos 750.000 años los cambios de CO2 siempre se quedan atrás respecto a las temperaturas globales entre 800 y 2.600 años.
Parecería ser que Poseidón anda a la caza de créditos de carbono. El problema es que la huella de carbono del ser humano es de efecto nulo en medio de esas inmensas fuerzas y volúmenes, y eso es sin mencionar siquiera el papel de ese gigantesco reactor bajo nuestros pies: el núcleo fundido cada vez más caliente de la Tierra.