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Escritores: ¿trabajadores de la cultura o de la industria?

Fuentes: Rebelión

Los escritores como cualesquiera otros trabajadores En primer lugar hay que tener presente, como en el caso de cualquier otro trabajador, que sin empresa que te explote, no hay un trabajador, sea escritor o no, sino sencillamente un miembro del ejercito industrial de reserva (es hora de tomar en serio la no metáfora, industria cultural, […]

Los escritores como cualesquiera otros trabajadores

En primer lugar hay que tener presente, como en el caso de cualquier otro trabajador, que sin empresa que te explote, no hay un trabajador, sea escritor o no, sino sencillamente un miembro del ejercito industrial de reserva (es hora de tomar en serio la no metáfora, industria cultural, para tomar en cuenta las políticas de los actores de la dicha industria, en primer lugar burguesía y proletariado) o lo que es lo mismo, un parado.
Ahora bien, una de las principales características de los trabajadores de la industria cultural es que trabajan alejados de sus centros de trabajo, podíamos decir que «teletrabajan» y que han teletrabajado siempre, aún antes de inventarse Internet, éste es uno de los motivos que nos han inducido a error en cuanto a nuestra función en el proceso productivo. Otro de los motivos que inducen subjetivamente a error es la oferta individual del trabajo al capitalista (¿pero en qué otro sector de la producción se ofrece colectivamente) redundando con la importancia subjetiva que tiene para el obrero de la escritura su producción inmediata.
Pero es la producción mediada la que saldrá a la calle convertida en la mercancía libro.

Trabajadores de la cultura

Uno piensa aquí inmediatamente en la cultura con mayúscula y sencillamente se trata de la materia con la que se trabaja, porque la lengua sola es insuficiente, sin cultura no hay escritores igual que sin edificios no hay calles, aunque por supuesto todos conocemos numerosos casos que contradicen lo dicho arriba, pero que explican el forzamiento de la cultura, que llevan adelante las grandes empresas del sector imponiendo, a traves del oligopolio de la distribución, autores de muy baja calidad o sea mercancía literaría de muy baja calidad. El motivo inmediato es que las grandes empresas no van a obrar en contra de sus intereses como fracción de clase de la burguesía en su conjunto. Es de ingenuos creer que la calidad de texto, las innovaciones y otros excelentes etcéteras van a pesar en esa producción (igual que unas mercancías que se estropean antes son mejores para su producción por las otras grandes empresas) lo que es lo mismo, una gran empresa editorial escogerá siempre l
 o peor, aunque puedan equivocarse en algún caso puntual.

Un gran ejercito de reserva

Si en cualquier rama de la producción el ejercito de reserva es considerado un arma del capital muy importante para que la fuerza de trabajo contenga su coste o lo rebaje, también lo antedicho es cierto en la producción de originales para el sector industrial del libro, dónde todavía es más considerable su importancia, sencillamente porque la fuerza de trabajo formada ante las escasas peticiones editoriales ya vive de otra cosa. Se trata de que los escritores tienen un papel doble, como asalariados o etcétera de cualquier otra rama de la producción o los servicios y asumiendo su papel social, extraeconómico, como escritores.
Por este motivo al tener una posición social doble, la apropiación de esta rama de la actividad económica burguesa nunca ha estado en el orden del día de los escritores (en cuanto colectivo reconocible) al contrario, su única aspiración ha sido integrarse en la política de la empresa que fuera a aceptar su trabajo. También la doble situación social explica sin necesidad de darle muchas vueltas, el por qué los escritores en cuanto colectivo nunca hayan logrado formar un frente común frente a sus explotadores en el pasado, en el presente o en el previsto futuro. Su composición de clase es totalmente heterogénea.

El capital internacionalizado en la esfera de los libros

Un factor muy importante y decisivo es la internacionalización del capital y que por lo tanto las grandes empresas editoras están presentes en países distintos al de su casa matriz, ésto decide que los autores nacionales propios también son los autores que deben venderse, y leerse, en cualquier lugar del mundo, impuestos por campañas publicitarias y distribución excluyente de los nativos (con respecto a la sustitución es muy ilustrativa una carta de Corín Tellado en «El País» dónde expone su propia sustitución en el quiosco por autoras usanas, debida a la empresa que a ella la editaba) así dominan los autores usanos por encima de los nativos en el resto del mundo. No obstante que esto es una obviedad se tiende a encubrirla con sofismas sobre la calidad.
Los autores usanos sirven así como mercancía de referencia a los autores de los mercados perifericos, de la misma manera que cualquier otra mercancía novedosa. Aceptando estos valores del centro sobre la periféria es como los autores nativos resultan, y a veces aceptan ser, un reflejo gris de los autores de la empresa transnacional o incluso de una empresa reflejo de una multinacional.

Las consecuencias sobre las culturas autóctonas y sus escritores

Las consecuencias de la internalización del capital en la esfera de la producción de libros es sencillamente devastadora, y golpea en primer lugar a las minorías que se ocupan del trabajo en la cultura, asistimos a una aculturación galopante que se da al mismo tiempo que la perdida de los propios referentes (medir el número de veces que se citan nombres sería darle una dimensión real al asunto) Pero de momento se puede preguntar: ¿Quién cita a Valle-Inclán? ¿O a Miguel Hernández? ¿A Cervantes o a Quevedo quiénes los citan? Aunque sea para criticarlos. Los escritores publicados son cada vez más por formación calcos de las grandes medianias (ya he puesto arriba que las mercancías que venden son cada vez peores debido a que lo peor resulta más barato, la mala moneda sustituye a la buena) del otro lado del Atlántico, su prosa dependiente del ingles, su conciencia poco más allá de la del vendedor de colecciones puerta por puerta.

Posdata

Este mundo esta mal hecho, hay que obrar

Partiendo de que entre los escritores vivos habrá algunos que independientemente de su deseo de ser explotados, publicar en alguna empresa del sector, ya se habrán dado cuenta de su nulo papel social (salvo que acepten el conformismo de la manera «anglosajona» de ser escritor, una persona privada sin más proyección pública que la que decida la empresa que lo contrata) y quieran mostrar su capacidad más allá de ese deseo de publicar que en exclusiva resulta adverso, habrán de reunirse alrededor de una publicación sostenible que vertebre un agrupamiento que acabe decantando a aquellos que efectivamente tengan algo que decir ante el horror del presente y del futuro manifiestamente a peor de este presente.

Repitiendo a otro:

«He dicho y salvado mi alma»