«Un auténtico genio del teatro». Así se refirió el crítico Hilton Als de la revista The New Yorker, a Guillermo Calderón, quien durante el mes de marzo estuvo en Nueva York para presentar su obra Neva con un elenco estadounidense. «Ha sido una experiencia increíble, porque es bonito poder trabajar en otros teatros, con otros […]
«Un auténtico genio del teatro». Así se refirió el crítico Hilton Als de la revista The New Yorker, a Guillermo Calderón, quien durante el mes de marzo estuvo en Nueva York para presentar su obra Neva con un elenco estadounidense.
«Ha sido una experiencia increíble, porque es bonito poder trabajar en otros teatros, con otros elencos y en otros idiomas. El poder conectarte con otros públicos, es buenísimo», dice con entusiasmo el director y dramaturgo chileno que pronto estrenará en Los Angeles, California, una nueva versión de Neva, pero con un elenco local. «Es algo muy entretenido, porque me obliga a revisitar una obra que hice hace harto tiempo y es como verme a mí en el pasado», confiesa Calderón.
Actualmente, Guillermo se divide entre los viajes y la dirección de los dos proyectos que tiene en la cartelera del ciclo Teatro Hoy, organizado por la Fundación Teatro a Mil: Villa+Discurso y la segunda temporada de Escuela. Esta situación él mismo la describe como «exigente, porque se pierde la raíz de los proyectos». «Ando de acá para allá, y me gustaría estar acá en Chile para estar pendiente de todo. Pero son las cosas que pasan cuando la profesión se abre. Es muy difícil en términos personales, pero no me puedo quejar porque son oportunidades muy bonitas y estoy feliz de tomarlas».
Se nota que Escuela es una obra con mucha investigación previa, ya que entrega muchos datos e información formativa. ¿Cómo fue el proceso de creación?
Todo comenzó con una invitación de Santiago a Mil, quienes producen y me ayudan a desarrollar esta idea. Mi intención era examinar la dictadura por los 40 años del golpe, pero examinar la última parte de la dictadura, que es lo que me correspondió vivir a mí. Es un trabajo de recuerdo e investigación, porque me enfrento a la persona que yo era en esa época y también trato de reconstruir la historia de nuestro país a través de conversaciones con personas que vivieron ese período. Nos acercamos a gente que tenía estos conocimientos de guerrilla urbana, de vida clandestina y manejo de armas; y nos sometimos justamente al proceso al que se someten los personajes en la obra: la enseñanza. Para mí era muy importante rescatar el lenguaje perdido, a partir de la entrega de información, de contenidos que se perdieron y que fueron parte de la cultura de esa época. Quería rescatar la historia, pero no a partir de hechos históricos, sino de una experiencia íntima y ultra privada, para darle visibilidad a esa generación.
Dices que lo que te tocó vivir forma parte del montaje, pero, ¿cómo lograste hacer coincidir todo este aprendizaje con tu propia experiencia?
Nací en 1971, por lo que cuando terminó la dictadura, tenía 18 años, tal como los cabros que andan en las calles protestando actualmente. Crecer en dictadura, crecer con la ilusión de derrocar la dictadura, y después experimentar una decepción con el retorno a la democracia, esa es la emoción que yo quería rescatar. Por eso hay una sensación de depresión, era lo que buscaba experimentar. Par a mí era importante hablarle al estudiante que está protestando hoy y decirle que lo que están haciendo ahora tiene un origen, y que hay una continuidad que tiene que ver con el trauma de cómo terminó la dictadura y cómo empezó la democracia. Eso produjo una gran decepción entre las personas que intento retratar en la obra.
Entonces, ¿para quién es esta obra?
Obviamente para todos (risas). Pero pienso en dos grupos: en mi generación, esa que vivió la llegada de la democracia como la derrota de una ilusión. Una generación que está desaparecida, que no existe. En segundo lugar, es a ese estudiante protestante, para demostrarle que su angustia, que su decepción con el sistema educacional y el político tiene este origen: el de esta lucha y este fracaso hacia el final de la dictadura.
¿Qué opinas del contexto en el que se está presentado Escuela, que haya coincidido con movimientos sociales, protestas, demandas estudiantiles y enfrentamientos con encapuchados?
A mí me gusta mucho, porque siento que la obra dialoga con la realidad y muy directamente. Nosotros lo hacemos intencionalmente. De hecho, en las diapositivas utilizamos la imagen de los estudiantes y porque hay una conexión muy directa, ya que los personajes también hablan de la lucha estudiantil. Y durante las últimas semanas se ha vuelto a abrir el rol de la lucha armada, por los comentarios que hizo Guillermo Teillier sobre la lucha armada, como legítima herramienta para derrocar la dictadura, provocando una gran polémica. Esta obra se inserta en todo esto. Me gusta cuando el teatro puede ser parte de una discusión política y cultural que va más allá de las salas, cuando hay una resonancia en la conversación nacional.
La obra tiene una estructura fragmentada, que a ratos parecieran ser recuerdos de una persona. ¿Por qué decides montarla así en el escenario?
Hay dos ideas en la estructura de la obra. Yo no quería dramatizar esta historia. Un montaje de traición, de amor, de muerte; no, para mí era mucho más interesante mostrar la simpleza de la clase.
Lo otro, el recuerdo de esa época es frágil y fragmentado. Cuando le preguntábamos a personas sobre cómo era esta escuela, sobre cómo era la institución -porque no era sólo una escuela, sino que estaban repartidas por todos lados de Chile-, siempre la gente nos respondía «ah, no me acuerdo mucho». Hay una cosa de fragmentación, de confusión, contradicciones, errores en la memoria, cosas absurdas. Entonces nos interesaba que la obra fuese una experiencia fragmentada que te obligara a ubicarte en lo que significa recordar fragmentadamente, y la emoción que eso produce, que es como una confusión de memoria, pero además política. Todo esto te obliga a pensar no sólo cómo era la época, sino que también cómo pensaba yo en aquel entonces.
En ciertos momentos o con ciertos diálogos, la obra provoca risas e incluso carcajadas en el público. ¿Qué te pasa con esa reacción?, ¿esperabas que respondieran de esa forma?
Sí, porque el ritual de la Escuela es muy serio y solemne, pero a la vez, deja espacio para el humor. Es parte de la rutina de la escuela. Además, es tan radical de lo que se habla, como de morir, de torturas; que te pone en una situación súper compleja, porque es tan radical que se necesita algún tipo de protección, para poder dar un paso atrás y opinar. Eso lo permite el humor y muchas veces es algo que buscamos intencionalmente.
Desde el estreno de Escuela en el Festival Santiago a Mil 2013, hasta ahora, ¿cómo crees que ha sido la recepción del público?
Es interesante. A mí me ha sorprendido cómo la gente ha acogido la obra, que ha sido muy bien. Sobre todo porque es una obra con un elemento de abstracción, cierto nivel de complejidad política, y un poco brutal la forma en la que se expresan las ideas. Yo pensaba que eso podría provocar cierta confusión, pero al contrario, me parece que la gente entiende súper bien la obra, y eso nos ha dado mucha confianza. Para mí también fue una obra difícil de hacer, porque trata de un tema político, de un mundo que es de una minoría radical en Chile. Cuando alguien se sienta a ver la obra es obligado a opinar políticamente, y reflexionar en torno a lo que te propone directamente la obra. La idea es que el público piense en sus propias ideas políticas. Hay gente que naturalmente lo apoya, y otros que la rechazan, entonces la obra funciona como un espejo de las propias ideologías. Uno no ve sólo la obra, sino que a uno en la obra. Eso es algo buscado, que ha funcionado y que me tiene muy satisfecho con la evolución de las primeras funciones de este ciclo.
¿Y qué comentarios ha hecho el elenco con estas presentaciones?
Nuestro trabajo es muy colectivo, entonces todos compartimos algo parecido. Ellos están muy satisfechos de trabajar desde una idea que es un poco difícil y distinta, como lo es no mostrar la cara, que es uno de los temas principales en la actuación, en términos de expresividad, y para ellos ha sido una exploración en algo que los obliga a desarrollar otras formas. Eso ha sido satisfactorio y un gran descubrimiento para los actores, quienes además se sienten participando en una obra donde lo importante son las fuerzas de las ideas políticas, sentirse parte de un diálogo nacional. Es una obra que va más allá de lo técnico de la actuación, sino que pasa por hacerse cargo de las ideas.
La «derrota» que hay en Escuela tiene un lugar importante en Villa+Discurso, la otra obra que tienes en la cartelera de ciclo Teatro Hoy, donde vemos las hijas de un país que perdió la guerra contra la dictadura y a una presidenta quizá no derrotada, pero sí llena de contradicciones e inseguridades
Para mí Villa es una obra muy interesante porque explora el problema de la memoria, pero tiene cierta claridad moral, donde están las víctimas y los victimarios. Lo de Bachelet es distinto, porque es la confusión o el problema del gobernante que tiene transformarse para manejar un sistema que está predefinido. Para mí, todo esto es la consecuencia natural, porque no recuerda la historia en términos moralmente simples, sino que en conflicto. Para mí el recuerdo de la dictadura no puede ser simplista, sino que complejo, entonces me encanta que estas dos obras se estén dando al mismo tiempo, porque dialogan entre ellas.
¿Qué te pasa con esta Michelle Bachelet que vuelve a ser candidata, luego del discurso de despedida que tú mismo le escribiste?
Para mí es súper interesante porque la obra ha «cambiado» a partir de los hechos políticos. Es otra obra porque antes ella se iba del poder y pedía perdón por las cosas que no hizo, entre esas por la educación; pero ahora la Bachelet que vuelve es una nueva Bachelet. Ha dicho algunas cosas que recuerdan a las grandes promesas no cumplidas por la Concertación, que quizás ni siquiera fueron promesas. Pero viene totalmente transformada, volviendo a plantear un sueño, que obliga a quienes se sintieron decepcionados por su trabajo como Presidenta, a plantearse nuevamente la posibilidad de creer en ella. Yo tengo mucha curiosidad por ella, yo creo que su cambio es legítimo pero la veo más aislada, sin un movimiento político y social que la sostenga, al contrario, el movimiento social la crítica y el político está desgastado, al igual que su coalición política.
¿Te gustaría que leyera o que tomara en cuenta el discurso que le escribiste?
La verdad es que hice la obra para yo hablar, con la opinión que tenía de ella y del país, a través de sus ojos. No tiene nada que ver con ella, así que no quiero hacerle ninguna observación. Es una persona muy carismática, querida y respetada; pero no tengo ninguna intención de hacerle un nuevo discurso (risas), pero sí quiero ver qué pasó. Hay una gran historia detrás, muy dramática, y que quizás me den ganas de escribir una obra, pero aún le queda por avanzar más.