La defensa del territorio ha sido siempre una de las principales acciones del movimiento ecologista, y también la más agotadora. Un trabajo extenuante que ha dejado por el camino a muchos compañeros y compañeras en el sentido de que nunca más han vuelto a implicarse en algo parecido.
No obstante, alcanzar el pico del petróleo plantea un escenario muy distinto porque pone fin a esta lucha por la defensa del territorio y a tantas agresiones medioambientales, al menos las que se llevan a cabo con la fuerza del petróleo. Y ese momento es ahora. Los datos de fuentes oficiales1 así lo demuestran, porque la producción de petróleo no sólo no ha superado los máximos alcanzados antes de la pandemia sino que, además, empieza a declinar, y con ella los inventarios de sus derivados (gasolina, gasóleo, fuel, etc.). Y no sólo para el petróleo, porque también están alcanzando sus máximos, o ya los han superado, otros recursos naturales energéticos (carbón, gas, uranio) y no energéticos (fósforo, cobre). Sin duda, es un duro golpe a la opulencia, al derroche y al despilfarro, al consumir para producir riqueza, al que contamina paga y al que paga contamina, y a las ansias de crecimiento del sistema capitalista. Pero también es un duro golpe para quien no tiene qué llevarse a la boca, porque en un mundo globalizado pocos pueden escapar de sus garras.
El capitalismo encara su recta final, ha topado con los límites biofísicos del planeta y ahora toca decrecer, no por elección sino por imposición. Ésta es una realidad tan cierta como que es imposible un crecimiento infinito en un planeta que es finito. La Ciencia así lo reconoce, puesto que la propia teoría ecológica ya nos alerta de que el crecimiento exponencial no puede mantenerse indefinidamente en el tiempo, que hay una capacidad de carga para todos los organismos vivientes que no se puede superar, y que la riqueza es un recurso limitado más.
Y en esta huida hacia delante, el capitalismo pretende llevarse por delante los últimos espacios naturales que han resistido al embate urbanístico, y también las tierras de cultivo esenciales para la supervivencia humana. Contra toda lógica, se han reactivado proyectos urbanísticos y macroparques de energía para los de siempre (multinacionales, constructoras, fondos de inversión, eléctricas…). Se quiere hacer creer que la nuclear nos salvará la vida, o que el hidrógeno verde es el futuro de la humanidad. No son más que delirios de un sistema socioeconómico que agoniza y que no sabe por dónde salir. Más allá de eso, el mundo se está militarizando ante un posible escenario de pérdida de democracia, con el ascenso de la irracional extrema derecha, para defender aquello más valioso para las grandes élites: la riqueza. Porque la riqueza es un recurso limitado más, y los ricos no quieren perder su posición. Pero en un mundo con los recursos limitados, la riqueza de unos pocos supone la pobreza de muchos.
A pesar de todo, un duro golpe a la economía capitalista es la mayor defensa para el medio ambiente, y abre un espacio de esperanza para construir otra sociedad. Por eso, ahora, más que nunca, es necesario seguir defendiendo los territorios, porque cada bosque, cada montaña, cada río, cada playa, cada espacio natural salvado del ladrillo y de las máquinas, se convierten automáticamente en espacios de esperanza en los que construir esa nueva sociedad. Las tierras fértiles sepultadas bajo el cemento y el asfalto no pueden traer más que hambre y miseria. Por delante se atisban muchos problemas y sus impactos, como el afrontar el Cambio Climático sin la fuerza del petróleo, pero la rapidez con la que una máquina es capaz de destruir un río o un bosque será algo cada vez menos frecuente. Aquellos espacios que son insostenibles hoy, caerán por su propio peso mañana. Pero, antes, hay que salvar los territorios, porque todo aquello que podamos salvar hoy, serán espacios de esperanza mañana.
Ahora, más que nunca, hay que salvar los espacios de esperanza.
Nota:
1. Agencia Internacional de la Energía, Administración de Información de la Energía (USA), OPEP.
Óscar Gavira, biólogo
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