«El patriotismo es defender a tu gente, no engalanarse para cocktails en los días de fiesta y luego desahuciar, expulsar a nuestros jóvenes, regalarle a tus amigos lo que era de todos. Claro que tenemos motivos y ejemplos de orgullo, pero no suelen salir en las fotos: los vecinos que defienden a vecinos para que […]
«En España diez cabezas embisten y una piensa»
(Antonio Machado)
Cientos de veces lo habrá afirmado y seguirá afirmándolo M punto Rajoy en sus mítines, junto a toda la pléyade de sus seguidores: «España es un gran país», «No dejéis que hablen mal de España», y sandeces por el estilo, como una especie de argumento barato y simplón de quien no posee verdaderos argumentos para defender su ideario. Variantes a miles de ese mensaje se cuentan por doquier en el argumentario no sólo de los propios dirigentes del PP, sino de cuantos piensan como ellos: «Nos gusta España» parece ser el lema que recoge todas esas variantes, como si los demás odiáramos a nuestro país o fuéramos menos patriotas que ellos. Y tan «orgullosos» se sienten de su país que hasta patentan una «Marca España» para venderla por el mundo, parece ser que basándose en los récords de nuestros deportistas de élite, en nuestra gastronomía, en nuestro clima o en nuestros artistas. ¿Somos ya por todo ello un gran país? Pues de entrada parece que lo primero que deberíamos hacer es fijar el marco de referencia de lo que entendemos por «un gran país», pues de lo contrario, estaremos practicando un absurdo ejercicio. Y en este sentido, emerge una clara conclusión: un país será grande en tanto en cuanto trate bien a su gente, mejore las condiciones de vida de su población, alcance altos récords de justicia social. Los que estamos en contra de esa frase no es que no amemos a nuestro país, sino que precisamente porque lo amamos, queremos que se convierta en realidad, porque como vamos a ver a continuación, dista mucho de serlo.
Se nos han inculcado visiones equivocadas de los «grandes países» de la historia, equiparándolos a las «grandes potencias» (Reino Unido, Estados Unidos, o España durante toda su época colonial a partir del descubrimiento del «Nuevo Mundo»), pero todo ello tampoco es garantía de ser «un gran país», sino más bien de ejercer un dominio imperialista sobre el resto de pueblos y naciones del mundo. Constituir un gran país es otra cosa bien distinta, pero para ello, como decimos, hay que cambiar el concepto, el fondo, el significado (hasta ahora manipulado) del término. Un gran país es aquél que es gobernado bajo un claro proyecto de igualdad y justicia social, redistribución de la riqueza, y absoluto respeto a los derechos fundamentales. La aspiración a ser «un gran país» no debe confundirse con obtener o reclamar determinado protagonismo en ciertos foros internacionales (la mayoría de ellos enfocados desde la única perspectiva de la globalización capitalista), sino en constituir un ejemplo, una referencia, un estilo y un modo de proyectar sociedades justas y avanzadas. Por tanto, y a la luz de este nuevo horizonte…¿podemos concluir que somos efectivamente un gran país? Pues a las pruebas nos remitiremos: España es el país de la Unión Europea con peores condiciones de trabajo, con escandalosos niveles de baja protección social, con altísima precariedad, con bajos salarios, con alta temporalidad, y todo ello como resultado del enorme poder político y mediático de las clases empresariales, que consiguen sus elevados beneficios a costa de un enorme declive en la calidad de vida de las clases trabajadoras.
Nuestro país posee el mayor índice de trabajadores pobres de los países de nuestro entorno, y como concluye Vicenç Navarro, autor del artículo de referencia: «No puede amarse la nación, la patria, un país, y a la vez dañar la calidad de vida de la población que vive en ella (…). Los nobles sentimientos patrióticos se han estado manipulando y utilizando para ocultar el daño que los falsos patriotas han estado imponiendo a la población». ¿Puede ser un gran país aquél donde sus pensionistas se ponen en pie de guerra, precisamente debido a que sus gobernantes se dedican sistemáticamente a empobrecerlos? ¿Podemos hablar de que España sea un gran país cuando silencia de forma agresiva la voz disidente de artistas, poetas, escritores, músicos, etc.? ¿Acaso puede un gran país ejercer censura sobre la libertad de expresión, reprimiendo, multando, encarcelando, cerrando medios, cuando no está de acuerdo con lo que se defiende por otras voces? Sonados han sido durante estos últimos días los casos de Pablo Hassel, Valtonyc, La Insurgencia, César Strawberry, Cassandra, etc., que se unen a los más antiguos de Alfon, Andrés Bódalo, etc. ¿Podemos hablar en términos de «gran país» porque nuestras empresas eléctricas paguen un 15,8% más a sus Consejeros, tras aumentar sus beneficios un 3%, cuando cientos de miles de personas han de recurrir a los Servicios Sociales de sus Consistorios porque no pueden hacer frente a los recibos de la luz? ¿Hablaríamos en términos de «gran país» en una España donde el machismo en todos los órdenes aún campa a sus anchas, lo que motiva que las mujeres tengan que organizar una Huelga General para demostrar su fuerza?
No parece muy de recibo hablar de «gran país» cuando 650 juristas de diversas asociaciones llevan ante el Consejo de Europa las violaciones de derechos humanos que se cometieron por parte del Estado durante la jornada de votación del pasado 1 de Octubre en Cataluña, donde un pueblo sólo pretendía votar sobre el modelo de relación con el resto del Estado. Y el Estado, sus gobernantes y sus seguidores argumentaban que no se estaba «respetando la Ley», como si ellos mismos pudieran ponerse de ejemplo de leales defensores de la misma, cuando estamos acostumbrados a ver cómo la esquivan cuando no les interesa, pone en peligro su status quo, o defiende ideales diferentes a los suyos. Todo ello pasa en la Ley de Memoria Histórica, o en la Ley de Violencia de Género, o en la Ley de Dependencia, que son sistemáticamente despojadas de presupuesto, precisamente porque son leyes que no quieren cumplir. Eso sí, después se hacen llamar «constitucionalistas» con todo el descaro. O bien, se olvidan de los derechos sociales, civiles y políticos que refleja la Constitución (esa que tanto defienden, y que habla del derecho al trabajo, a la vivienda, etc.) y dejan ese trabajo a asociaciones populares que intentan defenderlos. Es el caso de la PAH, que lleva años reclamando una Ley de Vivienda digna ¿Puede afirmarse sin complejos de «gran país» bajo un molde social donde las nuevas generaciones de todas las profesiones (como los investigadores) se rebelan ante el sistema porque los condena al paro, al exilio o a la precariedad?
¿Puede hablarse en términos de «gran país» cuando hasta las organizaciones más prestigiosas de derechos humanos, como AI, denuncian la restricción injustificada y desproporcionada de la libertad de expresión bajo esta España de leyes mordaza? ¿Es que un «gran país» puede poner coto a la información, a la noticia, a la actualidad, a la crítica y al análisis imparcial en sus medios de comunicación públicos, como ocurre actualmente con el ente Radio Televisión Española? ¿Es que acaso puede calificarse de «gran país» aquél donde el pasado fascista aún no ha sido superado, y se mantienen claros vestigios como el Valle de los Caídos, las dedicatorias de calles y plazas a personajes franquistas, o el ideario religioso en las aulas? ¿Es quizá un «gran país» aquél que participa cada vez más activamente en recursos militares, en su integración en una organización armada, con la voluntad de continuar incrementando el presupuesto de Defensa mientras reduce las partidas para gasto social? ¿Puede considerarse un «gran país» aquél que reduce, recorta y desmantela las grandes conquistas del Estado del Bienestar, a costa del enriquecimiento de las empresas privadas, como ocurre con la sanidad o la educación? ¿O donde la banca, quizá el sector privado por excelencia que se encuentra detrás de todas las reformas regresivas del Gobierno, ha ganado 84.000 millones de euros desde el inicio de la crisis, aumentando sueldos e indemnizaciones de sus directivos y consejeros, mientras cierra sucursales y destruye miles de empleos directos? Por si todo ello fuera poco, nuestro «gran país» está denunciado (o amonestado) por diversas organizaciones y tribunales internacionales (ONU, TEDH, etc.) por asuntos de torturas, por lo que poco que invierte en protección a la infancia, por sus leyes hipotecarias, por su política penitenciaria, por sus vestigios franquistas, y por algunos otros asuntos que denotan prácticas execrables que ningún gran país debería permitirse.
Por su parte, la corrupción es marca de la casa de este «gran país» que según ellos es España, convirtiéndose en una ciénaga putrefacta de la que cada día se nos informan nuevas noticias. Los casos de corrupción se cuentan ya por cientos, y por miles los imputados, y hasta el partido político que nos gobierna ha sido declarado como «asociación para delinquir» por algunos jueces y fiscales. ¿Denota todo este ambiente características de «gran país»? Y si a todo esto añadimos una Casa Real absolutamente ilegítima, unos privilegios inmensos para la Iglesia Católica (en contra de lo que declara la propia Constitución), que además realiza activas campañas en contra de determinados avances sociales para algunos colectivos, unos Ejércitos donde la vena fascista anida en muchos de sus mandos, una política migratoria centrada en la dejación de funciones (incluso con ataques a los colectivos que se dedican a realizar tareas humanitarias), unas «tradiciones» ancestrales absolutamente salvajes y aberrantes con los animales (el principal ejemplo es la tauromaquia, aún apoyada por las instituciones), la existencia de Centros de Internamiento de Extranjeros (que son en realidad auténticas cárceles para los inmigrantes sin papeles) con prácticas absolutamente crueles contra sus internos…la conclusión se nos ofrece clara como las aguas fluyentes de un arroyo cristalino: España no es un gran país. Desgraciadamente, nos queda mucho recorrido para ser un gran país. Los mismos programas informativos de cualquier cadena de radio o de televisión, sea pública o privada, nos ofrecen diariamente la imagen decadente, oscura, antisocial y antidemocrática de este «gran país» que es España. Podríamos continuar poniendo ejemplos de la desfachatez política, social y económica, cívica y medioambiental que practica este «gran país», pero no queremos cansar más a los lectores y lectoras. Creemos que ha quedado claro.
Y si España es un atisbo de gran país (que no podemos decir que lo sea hasta que superemos las limitaciones antes indicadas) es a pesar de toda la gente que lo afirma, es sobre todo gracias a los luchadores y luchadoras por la libertad de nuestra gente, de nuestros pueblos, por los servicios públicos, por la protección social, por la solidaridad de las personas. Si España es un atisbo de gran país es gracias a todos los colectivos que están luchando por conseguirlo, es decir, es gracias a todas las personas que precisamente no afirman que nuestro país sea un gran país, sino que se esfuerzan porque esa frase sea algún día una realidad. «Hacer América Grande otra vez» era el engañoso mensaje de Donald Trump durante su campaña electoral, cuando en realidad lo que está haciendo es empeorar todos los aspectos sociales de su gente, de sus habitantes, destruyendo las pocas y tímidas conquistas sociales que durante la era Obama se habían conseguido. Desconfiemos pues de quienes alegan la «grandeza» de su país, de su patria o de su pueblo de entrada, sin demostrarlo primero, sin aducir y argumentar los logros conseguidos, los avances realizados, las conquistas alcanzadas para la gente, los progresos en igualdad, en solidaridad, en justicia social. La política ha de ser humilde, los pueblos también, los gobernantes más aún, y no recurrir como argumento barato y chovinista al alegato de injustificada grandeza cuando en tantos aspectos debemos avanzar, cuando llevamos tanto retraso en avances sociales, o cuando lo que estamos consiguiendo, como en nuestro caso español, es retroceder a marchas forzadas. Si España comienza a marchar en sentido inverso al actual, quizá, algún día, podamos concluir que somos «un gran país». Ahora mismo no somos ni aspirantes.
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