¿Qué se piensan el señor Rodríguez (al que hay que agregarle el ‘Zapatero’ para que haga sombra) y todos los fatxas de derecha e izquierda que conforman la Santa Alianza desde el Contubernio de la Moncloa que llamaron «transición»? ¿Que el mundo no se da cuenta? Tal vez piensen que las sonrisas de los gobernantes […]
¿Qué se piensan el señor Rodríguez (al que hay que agregarle el ‘Zapatero’ para que haga sombra) y todos los fatxas de derecha e izquierda que conforman la Santa Alianza desde el Contubernio de la Moncloa que llamaron «transición»? ¿Que el mundo no se da cuenta? Tal vez piensen que las sonrisas de los gobernantes que los reciben por este continente de desgracias y utopías son sinceras. Pues no, están directamente relacionadas con el monto de la coima que reciben. Pero los gobiernos están formados por una banda no tan numerosa. El resto es pueblo. Trabajadores, docentes, amas de casa, intelectuales. Y la mayoría de ellos ya sabe quiénes son ustedes.
Son los beneficios del temible progreso. Las noticias circulan a gran velocidad. No terminan de cometer ustedes el despropósito, que ya nos estamos enterando. Además, como ya han puesto sus pezuñas en nuestras economías y medios de desinformación, comenzamos a conocerlos más de cerca. Sí señores, ustedes son una republiqueta bananera. Y de las peores. El dinero, el pequeño poder de la Cenicienta de Europa, sólo alcanza para comprar la seda que vestirá a la mona, pero el lifting es imposible. Se les ve el plumero. Condenar a una persona por escribir dos artículos periodísticos con los argumentos que han usado, no lo ha hecho ni siquiera el más cruel y payasesco de los dictadorzuelos centroamericanos de las décadas de los 40 a los 60 en nuestra América. Con total desparpajo, se inventaron la «doctrina Parot», y siguen tan campantes. Mantienen la Ley de Partidos como si nada. Se cargaron medios de comunicación, partidos y derechos civiles como podría haber hecho el general Videla, la rata genocida. Quizá ustedes crean que pueden llamarse democracia porque no «desaparecieron» a Iñaki de Juana como Videla hizo con Rodolfo Walsh tras la carta que le escribió a la «junta militar». No, la condena a de Juana no es atribución de la democracia, sino un paso de sainete.
Republiqueta, sí, donde un presidente que dice ser socialista jura fidelidad a un rey. Y para más inri, a un rey que es todo lo que ya sabe el mundo entero, pues está escrito en revistas, en libros, circula por internet. Republiqueta que tuvo un presidente clonado de aquel Chaplin de «El gran dictador», que les tomó el pelo tras el 11M la apoteosis de la Republiqueta, que después se hizo pasar por catedrático y lo hemos escuchado hablando «en inglés» pero con palabras en castellano.
Allí se tortura, pese a las continuas recomendaciones del Relator de la ONU contra la tortura, de Amnesty Internacional y otros organismos de defensa de los derechos humanos. Allí hay miles de ciudadanos con los derechos civiles proscriptos. No pueden ser candidatos en elecciones porque alguna vez apoyaron o integraron organizaciones legales que después fueron ilegalizadas. Y cuando integran una lista, su solo nombre invalida el derecho de los demás. Esto sólo ocurre en la Republiqueta española. Una republiqueta sin salida, pues el bipartidismo nos ofrece el desconsuelo de elegir entre las sombras de la corrupción y el GAL, o la negrura de los hijos del fascismo.
Todo esto lo vemos desde nuestro continente. Un continente que los descubrió cuando enviaron ustedes sus hordas de ambiciosos y genocidas. Se llevaron el oro y la plata para el despilfarro de una nobleza parasitaria que aún siguen manteniendo. Hoy, son sanguijuelas que le han hincado el pico a nuestras empresas públicas de petróleo, aviación, teléfonos… Pero son los mismos. La Cenicienta intentó ponerse el zapatito de la democracia, pero su pie gordo y deformado no calzó. La plutocracia le echó una mano y ahora anda muy oronda con las desflecadas sandalias de la republiqueta.
* Daniel C. Bilbao – Periodista (Argentina)