Tras las últimas elecciones generales vuelve a hablarse con cierta intensidad de la necesaria negociación entre el Gobierno de Lakua y el Gobierno español, aunque los socialistas muestran de nuevo su cara más intransigente. El PSE insiste con dureza en el debilitamiento de Sabin Etxea, ya que los resultados de esas elecciones representan un varapalo para el PNV, sin tener en cuenta las singulares condiciones en que se desarrolló la consulta por lo que se refiere a Euskadi. Y con la idea de ese varapalo los socialistas empuñan la bandera y tratan de hacerse con la Lehendakaritza para recomponer la unidad de la patria española, dándole unos brochazos de regionalismo vasco.
Quizá resulte audaz lo que voy a decir, pero no creo que el Sr. López piense en su intimidad, por un principio de lógica elemental, que los resultados vascos habidos por el socialismo expresen una situación realmente sólida del PSE. Fío en la autenticidad de los votos «populares», pero no en la veracidad de muchos sufragios socialistas. Frente a la cesta total de ambos votos lo que parece evidente es que los vascos siguen siendo notablemente nacionalistas y de ahí la crecida abstención habida en los comicios. El Sr. López ha ocupado una tierra facialmente vacía y se limita a enaltecer su relativa victoria porcentual. Es más, yo no confiaría en la proclamada derrota del PNV, ya que una cierta cantidad de sus miembros podría haber engrosado circunstancialmente la abstención, cuya cifra total rebasa obviamente al abertzalismo de izquierda. A mi juicio ha funcionado en la abstención algo parecido a un principio de pacto por la soberanía.
La abstención engloba, creo, a unas capas soberanistas del PNV diluidas en el histórico partido. Siempre he tenido la sensación de que un número apreciable de vascos peneuvistas cultivan en el recaudo de su alma, con grave tensión de ánimo, la idea de la independencia. Esos vascos podrían haberse quedado en casa en las últimas elecciones y aguardan a la clarificación de su partido. El Sr. López debe saber todo esto mucho mejor que yo, pero su servicio a Madrid le obliga a hacer análisis de una tremenda simplicidad. Una parte sustancial de la nación vasca se ha retirado a sus cuarteles de invierno y espera que experimentos tan pirotécnicos como el del Sr. Zapatero en este caso acaben por mostrar su entretela adustamente españolista. Ante todo, creer que el Sr. Zapatero va a sentarse a una mesa de negociación seriamente planteada equivale a desconocer radicalmente la psicohistoria española, que está hecha de caverna y rugido.
Hablemos, pues, un poco de la posible y cacareada negociación en torno a la cuestión vasca, que más bien he tenido siempre por cuestión española.
Si es que se negocia algo, ¿qué es lo que se va a negociar? Algunos observadores que funcionan desde Madrid han advertido que esa negociación podría hacerse si hay renuncia al plan del lehendakari o se transforma ese plan en una propuesta deshuesada con un adormecedor propósito a largo plazo. Es posible, pero han de hacerse a esa postura dos objeciones muy importantes por su fuerza argumental. La primera de ellas es que la propuesta política del lehendakari contiene un principio irrenunciable si el nacionalismo conservador vasco quiere seguir subsistiendo como una fuerza de arrastre ciudadano. Se trata de la autodeterminación. Y la autodeterminación va a ser vetada por Madrid. Es más, manipular la esperanza de un mayor autogobierno vasco degradándolo a la catalana agudizaría el conflicto en Euskadi. A estas alturas creo que no puede haber un PNV significativo si la consulta autodeterminatoria deja de realizarse o se falsifica groseramente. Como asimismo sería imposible una nueva escalada del PSE si se empecina en su política españolista. Yo deduzco que el lehendakari tiene claras estas cosas, aunque haya de resistir olas como las del reciente temporal.
La cuestión soberanista se ha impuesto a toda clase de manipulaciones, tales como ofertas de mejoras económicas o de rango secundario. Los vascos, mayoritariamente, exigen un respeto a su nación, que no se puede confundir con mercadeos de zoco.
La segunda objeción que ha de formularse a una negociación con las condiciones previas en que insiste Madrid se deriva del propio contenido con que quiere alimentar el hecho negociador. La negociación se niega a sí misma cuando previamente se excluye coactivamente el contenido fundamental de lo aportado por una de las partes, en este caso la parte que sufre la castración de su nacionalidad. El Sr. Zapatero ha de tener presente esta obviedad, aunque tampoco sé hasta donde llega la solidez dialéctica del Sr. Zapatero, que corre por la política con algo tan simple como un monopatín. No existe negociación si en la mesa negociadora, que constituye el instrumento resolutivo, no se depositan las propuestas con toda nitidez, amplitud y limpieza de intención. Sentarse a esa famosa mesa con una propuesta que equivalga a un contrato de adhesión, según el cual una de las partes solamente tiene el derecho a la aceptación total o la renuncia completa, parece una burla a la razón y a la dignidad del negociador vasco en este caso. Y con el horizonte españolista al fondo, yo no creo que el Sr. Zapatero proponga a los vascos otra cosa que un contrato de adhesión, por lo menos teniendo detrás a un Partido Socialista que vive la dolorosa eliminación de una generación de dirigentes y está por tanto plagado de rencores, crepitaciones y «esperas».
Claro que esta situación de un nuevo choque frontal por parte de Madrid puede soslayarse durante un tiempo yendo y viniendo de la capital del Reino y contando con la lógica fatiga que puede sufrir una parte relevante de la sociedad vasca, que lleva muchos años dolida por acontecimientos sangrientos y por las intrincadas labores encajeras de una parte de sus dirigentes nacionalistas. Pero no puede tampoco olvidarse que la aspiración vasca a su independencia crece hacia la hondura por obra de una lógica elemental y penetra con su raíz a una juventud rebelde al menos en estos aspectos fundamentales. En Catalunya, por ejemplo, está claro el daño que ha producido a las formaciones nacionalistas este balanceo dubitativo frente a Madrid. Es más, la misma dinámica de independencias que se está dando en Europa mantiene viva la brasa del soberanismo de los pueblos, pese a las contradicciones que alimentan, en razón a los intereses de sus clases dirigentes, las grandes potencias.
La cuestión que queda fundamentalmente por dilucidar, una vez que se ha prometido a un pueblo lo que se ha prometido por su Gobierno al vasco, es el qué hacer si la negociación con España se torna imposible. Ahí solamente resta un enérgico posicionamiento institucional, formando con partidos, sindicatos, universidades, instituciones sociales y cuantas organizaciones puedan aportar segmentos ciudadanos de todo tipo. Cabe suponer que este frente reclamaría la atención de entidades internacionales y de la misma Unión Europea, que no echarían en saco roto la importancia de Euskal Herria en conjunto y de la pugna actual en los tres territorios históricos que forman la comunidad de Euskadi. Mientras esta conjunción de voluntades no se produzca con energía y determinación las negociaciones con el Gobierno español, sea el que sea su color político, producirán un desgaste preocupante en el nacionalismo vasco, excesivamente segmentado para abordar la gran batalla común por la libertad nacional.
Repitamos el principio: a lo largo de su historia, lo que constituye España, su entraña significativa, jamás ha sido propensa a la negociación que afecte a sus concepciones patrióticas. Aupada sobre un basamento teológico y militar, sobre el que se aúpa un capital reticente a cualquier modernización, por modesta que sea, España alimenta a su ciudadanía con los fuegos artificiales de un heroísmo perpetuo y gratuito. España siempre quemó todos los brotes de libertad interna y de conciliación externa.