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España, un país de Constitución débil (I)

Fuentes: Rebelión

Cuando uno va al médico porque se siente cansado, abatido, sin fuerzas, normalmente le recetan un reconstituyente. A la vista está que España, como consecuencia de la crisis, de su clase política, de su clase económica y de muchas otras de sus clases, se ha demostrado de CONSTITUCIÓN débil y necesita con urgencia un reconstituyente […]

Cuando uno va al médico porque se siente cansado, abatido, sin fuerzas, normalmente le recetan un reconstituyente. A la vista está que España, como consecuencia de la crisis, de su clase política, de su clase económica y de muchas otras de sus clases, se ha demostrado de CONSTITUCIÓN débil y necesita con urgencia un reconstituyente adecuado. Por tal motivo, doy comienzo aquí a una serie de artículos que pretenden servir de tónico vigorizante para la salud de nuestras leyes.

Dice la Constitución española de 1.978 en su artículo 9.2 que:

«Corresponde a los poderes públicos promover las condiciones para que la libertad y la igualdad del individuo y de los grupos en que se integra sean reales y efectivas; remover los obstáculos que impidan o dificulten su plenitud y facilitar la participación de todos los ciudadanos en la vida política, económica, cultural y social.»

Reconstituyente nº 1

Lo que la Constitución ha unido que solo lo separe la realidad.

Se podría decir que la Constitución actúa como un pegamento entre los miembros de la sociedad a la que pretende regir y dirigir, pero no siempre se cumple esta máxima.

Por algún motivo que se me escapa, los poderes públicos no han promovido eficazmente las condiciones para que la libertad y la igualdad del individuo, se cumplan. Está claro que no todo el mundo goza del mismo nivel de libertad e igualdad, ya se sabe, todos somos iguales, pero unos son más iguales que otros. La prueba es casi un axioma: robar una gallina te acerca tanto a la cárcel como te aleja de ella el hecho de robar cien millones de euros. Entre otras cosas porque con lo que te dan por la gallina no te alcanza para pagar la fianza y, en cambio, con los cien millones te la puedes pagar tranquilamente; lo que me lleva a la escalofriante conclusión de que la sociedad se conforma con quedarse con una parte de lo robado, porque luego el artista de los cien millones no suele pisar la cárcel ni devolver lo sustraído. Los poderes públicos se muestran, por tanto, tozudamente incapaces en este aspecto.

Igualmente, los poderes públicos parecen haberse conjurado para no «facilitar la participación de todos los ciudadanos en la vida política, económica, cultural y social».

En cuanto a la vida política y económica parece ser que sólo tienen garantizada la participación los chorizos, vagos y maleantes. Resultando tremendamente difícil llegar muy lejos sin abandonar el terreno de la honradez.

En la vida social, también han encontrado su «acceso facilitado», aquellos que, bajo el pretexto de «esto es lo que le gusta a la gente», nos insultan desde las televisiones (casi todas), o desde la llamada prensa del corazón .

En la vida cultural habría mucha tela que cortar, pero como ejemplo representativo aunque no extensivo, mencionaré el caso, el misterioso caso, de los españoles que no eran iguales a los demás. Me estoy refiriendo a grandes artistas de fama internacional, que no tributan ni cotizan en España como hacen los ciudadanos normales, corrientes y, según la Constitución: iguales a ellos. Con esto queda demostrado de nuevo que unos son más iguales que otros. Para lo único que son iguales que nosotros estos individuos es para vender discos como churros. Pero como el español medio ni canta ni toca instrumento alguno con el que ganarse la vida, como mucho puede aspirar a vender los churros pero no los discos. Yo, sin ir más lejos, el único instrumento que sé tocar que me pueda dar de comer es la cuchara. Y gracias tengo que dar de poder tocarla todos los días, de momento.

Además de los artistas del micrófono, también los hay del balón, de la pelota, de la raqueta, del volante o de las dos ruedas, todos ellos igual de artistas, y al mismo tiempo todos ellos igual de distintos a los que pagamos nuestros impuestos en España. «Me alegro de ser español», «me alegro de ser español», ¡paga tus impuestos aquí y nosotros también nos alegraremos de que seas español! Mientras tanto ponte la camiseta del banco donde lo guardes o del paraíso fiscal con el que te sientas más identificado.

En fin, puede que solo sea una impresión mía, pero hay un punto en el que debo reconocer que la Constitución y la realidad tienen encuentro y coincidencia. Hay en España un colectivo, en «crecimiento positivo» como diría un economista, que suma ya más de cuatro millones de individuos que sí que son iguales (al menos entre ellos): los parados. No quisiera yo pensar que los esfuerzos de los poderes públicos estuvieran encaminados a hacer cumplir el artículo 9.2 de nuestra Constitución por esta vía igualitaria.