Enterrados hasta las rodillas, dos españoles arreglan sus asuntos a porrazo limpio. Uno a la izquierda, otro a la derecha. Conociendo la historia de este país, Francisco de Goya, el sordo de la Quinta, muestra el símbolo de la lucha fraticida que asolaba a España. Duelos como en la época de los caballeros, solo que […]
Enterrados hasta las rodillas, dos españoles arreglan sus asuntos a porrazo limpio. Uno a la izquierda, otro a la derecha. Conociendo la historia de este país, Francisco de Goya, el sordo de la Quinta, muestra el símbolo de la lucha fraticida que asolaba a España. Duelos como en la época de los caballeros, solo que las armas eran garrotes y carecían de reglas y protocolos; sin padrinos ni cuenta de pasos ni elección de armas. Goya pintó el duelo de liberales contra absolutistas. A lo largo de la historia irán cambiando nombre, definición e intereses; hasta nuestros días.
Duelo a garrotazos es la más popular de las Pinturas Negras realizadas por Goya para decorar las salas principales de la Quinta del Sordo, donde vivió desde 1819 hasta 1824, junto a Leocadia Zorrilla y su hija Rosarito. En la sala superior estaba colocada la obra, compartiendo la pared con las Parcas. El Duelo a garrotazos siempre ha sido considerado como un enfrentamiento fratricida, aludiendo a las guerras civiles españolas, aunque se puede extender a la violencia innata del ser humano que tanto criticaba la Ilustración. Sería la imagen más real y cruel de las Pinturas Negras, donde se elimina todo elemento fantástico, que muestra la preocupación de Goya por la situación política que le tocó vivir, angustia que llevó hasta su propia casa.
Soy de los que piensa que existen las dos Españas y que no es un mito histórico. Para algunos ha dejado de tener sentido hablar de la cuestión, pero existir existen y lo vemos diariamente en la actualidad política, social y económica. «La memoria histórica de España sigue siendo la de los vencedores, por mucho que celebremos la supuesta consolidación de la democracia» (Jorge Semprún). De los vencedores y de los vencidos.
La idea de las dos Españas, ilustra muy bien la división de la sociedad española a lo largo de los siglos XIX y XX (antes y después). El concepto se acuñó durante la Guerra de Independencia (1808-1814) y se populariza hasta llegar a nuestros días. Durante la España invadida por las tropas de Napoleón, ni el pueblo fue una piña en su lucha contra el invasor francés, ni todos estaban en contra de Napoleón, ni el conflicto discurrió igual en unas zonas de España que en otras, ni los guerrilleros respondían a unos mismos objetivos ni las élites estaban de acuerdo sobre el régimen a apoyar.
«Españolito que vienes / al mundo te guarde dios / una de las dos Españas / ha de helarte el corazón». Antonio Machado es prueba de la actualidad del concepto que ha ido matizándose con el tiempo, representando la misma idea de división de los españoles. Lo vemos durante la Guerra de Independencia, el reinado de Fernando VII y las Guerras Carlistas (1833-1840, 1846-1849 y 1872-1876). En el XX aparecen de forma extrema en la guerra civil (1936-1939) que supuso el gran enfrentamiento fratricida entre estas dos Españas irreconciliables. Durante el franquismo se acrecentó y así seguimos.
En términos generales hay una España antiliberal, nominada nacional y católica, que identifica a la nación española con la religión católica y, en el siglo XIX, con un rey absoluto. Era encarnada por la iglesia, la aristocracia y una monarquía celosa de sus prerrogativas, además de por un populacho que hacía suyo el lema «¡Vivan las cadenas!», en contraposición al lema «¡Viva la libertad!» de los liberales. Está la España de las Luces y la Ilustración, que se vincula a las ideas de la Francia revolucionaria, encarnada por los regímenes liberales constitucionalistas, que propugnaba una separación de poderes y un acercamiento al laicismo y a la libertad de expresión. Dos Españas que pugnan permanentemente por imponer sus ideas: unos para instaurar el constitucionalismo y la revolución liberal y otros para evitar la caída de la monarquía absoluta en un contexto contrarrevolucionario.
Algunos ilustrados, como Goya o Jovellanos, el desgarro entre su simpatía por las ideas reformadoras de los franceses y su condena por los abusos de esos mismos ocupantes. Un baile de coronas (Carlos IV, Fernando VII y José I) en medio de una guerra en la que resultó decisiva la intervención de Inglaterra. Desde el comienzo de la ocupación, los viejos ilustrados eligen la modernización que representaban los franceses, frente a los fernandistas, que eran más bien reaccionarios. Bien es cierto que los dos bandos confluyen en algunas cosas cuando se discute la Constitución de Cádiz en 1812. Otro gallo nos cantara si el resultado de la guerra hubiera sido el contrario.
Antes de esta época ya se habían enfrentado otras Españas. Los católicos, contra los judios o contra los musulmanes. La intransigencia de los reyes Isabel y Fernando, contra las costumbres milenarias del pueblo hebreo. En aquellos momentos se creó un grave problema de convivencia. «Los cristianos temían que los judíos que vivían en los reinos de Castilla y Aragón pudieran influir sobre los conversos». En aquellos tiempos (como ahora), era habitual usar la religión como arma de cohesión política, por lo que se valoraba muy positivamente que todos los súbditos de un monarca compartieran una misma religión, sin fisuras ni diferencias. Contra todo y todos, se creó la Inquisición, que resultó ser un instrumento muy eficaz de pacificación.
El claro ejemplo de la existencia de las dos Españas enfrentadas es la llamada guerra civil, que provocó el golpe de Estado fascista. Una que quería construir una sociedad más igual y justa, concebida en términos ideales y defensora de un modelo republicano y socialista. La otra media España, asumida en la doctrina católica y conservadora, ve en el nazismo y el fascismo la solución contra »una república comunista». Esta España veía amenazada su forma de vida, su modelo social y un país anclado en los reyes católicos. Otro gallo nos cantara si el resultado de la guerra hubiera sido otro.
Esa división entre las dos Españas se acentuó aún más durante los cuarenta años de dictadura franquista, a lo largo de los cuales se sucedió la represión a los vencidos, que no propició en absoluto una reconciliación sino una división marcada por el odio. Tras la muerte de Franco, la Transición intentó a unir a las dos Españas, mediante un proceso de olvido; no de reconocimiento de los crímenes que se habían cometido durante la guerra y la represión de la dictadura. Y en esas estamos.
Esta división se ha mantenido hasta nuestros días, tal como lo expresaba Javier Tusell, «nos encontramos ante un asunto que viene de lejos y que da la sensación de poder durar todavía mucho«. Esto queda reflejado con la polémica que se genera, cuando, en aplicación de la Memoria histórica, se pretende desenterrar a víctimas en cunetas y fosas comunes. En frente, la exhumación de la momia de Franco del Valle de lo Caídos, que de momento el Tribunal Supremo impide.
El modelo español durante la Transición, estuvo basado en la continuidad institucional del régimen (la Ley de Amnistía), el consenso político (Constitución de 1978) y el pacto social (Pactos de la Moncloa). Los partidarios de la «ruptura», frente a la «reforma», consideran que el «olvido del pasado», mantiene el enfrentamiento entre las dos Españas. No se exigieron responsabilidades a las personalidades políticas y sociales beneficiadas por el franquismo y no reivindicar suficientemente la memoria histórica del bando perdedor de la guerra civil y la represión. Se dejaron sin resolver temas claves para la convivencia, como el conflicto en Catalunya entre otros.
España sigue dividida entre «fachas» y «rojos». Siguen habiendo enfrentamientos por los mismos motivos ideológicos y/o religiosos que hace más de 80 años, sin haber sabido, podido o querido apostar por un acercamiento de posturas. Se habla de no abrir viejas heridas cuando nunca se han cerrado. Hemos llegado a este siglo sin haber cerrado adecuadamente los conflictos de los anteriores. Que exista división entre las dos Españas, es un signo que nos diferencia de otro países de nuestro entorno, que han sabido construir una historia común y que, pese a tener ideologías distintas, han sabido superar las viejas rencillas y sentirse todos y todas parte del todo. En España esto no pasará por el momento; las heridas aún no han cicatrizado del todo, debido en parte a que la Transición no supo curarlas sino enterrarlas.
Hoy dos Españas hay. La que representa el «trifachito» de Colón, la de la unidad de España, la de «por España, todo por España», la de por dios, por la patria y el rey; la que se olvida de la gente y de su bienestar. En frente quienes defendemos la España republicana, la de la libertad, los valores universales por la igualdad, la justicia social y la solidaridad, la de los derechos sociales y civiles de la ciudadanía, la que va en contra de la violencia hacia las mujeres, la del respeto al medio ambiente, la de la convivencia en paz de los pueblos del mundo.
Tenemos que llegar a formular un único relato de la historia y diálogo frente al bastonazo limpio. Algo que parece imposible. Los pactos de este sábado, para la conformación de los ayuntamientos, son un signo de los duelos de todos los tiempos.
@caval100
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