Vista la experiencia de estos últimos 500 años, es evidente que solo la independencia de Euskal Herria y la conformación de un Estado vasco es la única opción -¿cuál si no?- que puede garantizar a nuestro pueblo la libertad y soberanía a las que tiene derecho. Tanto la historia -conquista militar, guerras carlistas y del […]
Vista la experiencia de estos últimos 500 años, es evidente que solo la independencia de Euskal Herria y la conformación de un Estado vasco es la única opción -¿cuál si no?- que puede garantizar a nuestro pueblo la libertad y soberanía a las que tiene derecho. Tanto la historia -conquista militar, guerras carlistas y del 36…- como el presente -España «indivisible e indisoluble», Amejoramiento impuesto, carpetazo al plan Ibarretxe.. – muestran que poco puede esperarse de esta cárcel de pueblos que, desde su propia creación hace cinco siglos… es el Estado español.
La institucionalización política de Euskal Herria no tiene por qué aceptar poderes menores de los que hoy tienen el resto de las naciones que han alcanzado la independencia, cual es la de su conformación como un Estado soberano en el actual contexto internacional. En cualquier caso, es evidente también que, partiendo de lo anterior y desde un punto de vista de izquierdas, nuestro proyecto independentista debe ir más allá y abordar en positivo otra serie de problemas.
El Estado, tal como se ha configurado históricamente, no es una institución neutra situada por encima de los distintos y contradictorios intereses existentes en una sociedad. Al contrario, se trata de algo construido para mejor defender los derechos de las clases y grupos sociales dominantes, con los que mantiene estrechas y firmes relaciones, a fin de garantizar su privilegiada situación económica, política, social y cultural frente a las mayorías sociales dominadas.
El Estado no es pues algo aséptico que, según cual sea la fuerza que detente el poder político, pueda convertirse en una institución progresista o reaccionaria, sino algo que opera en todo momento en favor de las minorías detentadoras del poder real existente: económico, militar, cultural, religioso,.. Por esa razón, en caso de que las fuerzas de izquierda accedan al poder político, lejos de dejar intacta esa institución, deberán impulsar la construcción de una organización social substancialmente diferente. De lo contrario, el viejo aparato podrá neutralizar inicialmente, y posteriormente fagocitar, el cambio radical que se pretende realizar.
Entendida la democracia grosso modo como «gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo», la misma se encuentra a años luz del mercadeo electoral que conocemos. En la actual «democracia» solo somos meros consumidores de los productos monopolizados por los grandes partidos que producen, distribuyen y venden las distintas mercancías electorales, quedando limitada nuestra participación a votar/consumir cada cuatro años las listas/productos que aquéllos nos publicitan.
La democracia, al contrario, debería asentarse en la participación directa de la sociedad en sus distintos ámbitos (laboral, vecinal, social…) y medirse, más que por grandes afirmaciones constitucionales (no es lo mismo tener «derecho a la vivienda» que conseguir el acceso real a la misma), por la materialización efectiva de los derechos y libertades de la ciudadanía. Esa democracia debería ser además más real y directa (derecho a la revocación de los gobiernos -mienten mucho- y cargos públicos, realización de consultas y referéndums, listas abiertas…) y menos formal, estando exenta de privilegios de cualquier tipo para las personas elegidas, cuya situación salarial y social debería ser similar a la del resto de la población.
¿Qué a cuenta de qué viene todo esto? La respuesta es simple. En estas fechas que transcurren entre la celebración del Aberri Eguna y el próximo y 14 de abril, quizás sea bueno comenzar a dar a la reivindicación de la «República vasca» un papel más central en nuestra estrategia y práctica independentista. Me explico.
Evidentemente, no por re ivindicar la » República vasca» va a desaparecer ningún problema de fondo de los antes comentados. Existen abundantes ejemplos en los que, bajo el manto «republicano», se han levantado los más despóticos regímenes, al igual que también existen ejemplos imperiales cuya seña de identidad se asienta en la afirmación «estatal». En este sentido, ¿qué diferencia cualitativa existe hoy entre la «republicanísima» Francia, y los «democratísimos» Estados Unidos de América? El problema, pues, es de contenido, no de nombres.
Aún con todo, es evidente que mientras la reivindicación del «Estado» hace referencia, en esencia, a algo relacionado con el Gobierno, el poder, la Administración , el ejército, etc., la de «República» nos pone en mayor medida en relación con exigencias de democracia, libertades, (Grecia, revoluciones francesa y rusa, luchas independentistas antiimperialistas…) y en oposición a aquellas formaciones históricas sobre las cuales se han asentado habitualmente el despotismo y la tiranía: imperios, monarquías, dictaduras,..
Reclamar la República vasca nos permite además enlazar directamente con lo mejor de nuestras tradiciones democráticas (Juntas, Infanzones, el batzarre y el auzolan...) y no con monarquías y jauntxos, así como con reivindicaciones de plena actualidad (democracia laboral, barrial, social…) y otras que apuntan a la nueva sociedad que queremos construir: participativa, autoorganizada, laica, no patriarcal desmilitarizada… Al contrario, sacralizar sin más la exigencia del Estado vasco, puede servir para alimentar algunos discursos («primero hay que construir la casa y luego ya veremos de qué color la pintamos»), que en el fondo no hacen sino relegar del quehacer diario las reivindicaciones democráticas y sociales de izquierda.
Por otro lado, la reivindicación de la República vasca no desmerece en modo alguno ni rebaja la exigencia de independencia. Dicho de otra manera, la defensa del Estado vasco no conlleva per se contenidos más «independentistas» que los que pueda tener la República vasca. Mucho más aún frente al Estado español en cuya conformación la Monarquía ha sido y es una de las principales señas de identidad de la España indivisible e indisoluble y, en esa medida, la afirmación republicana añade un plus de ruptura a nuestras aspiraciones independentistas.
Así pues, si bien la conformación de un Estado vasco es, como decíamos al principio, la única opción que puede garantizar a nuestro pueblo en el actual contexto internacional la libertad y soberanía a la que tiene derecho, que nuestra bandera diaria de lucha sea la de la República vasca. Socialista, por supuesto.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
rCR