Arnold August es un escritor y periodista canadiense, con varios libros publicados. Los más recientes son Cuba y sus vecinos: democracia en movimiento y Relaciones Cuba-EE.UU.: Más allá de Obama. De 2008 a abril de 2017 escribió más de 70 artículos acerca de las relaciones Cuba-Estados Unidos, el sistema político cubano, Venezuela, Honduras y el […]
Arnold August es un escritor y periodista canadiense, con varios libros publicados. Los más recientes son Cuba y sus vecinos: democracia en movimiento y Relaciones Cuba-EE.UU.: Más allá de Obama.
De 2008 a abril de 2017 escribió más de 70 artículos acerca de las relaciones Cuba-Estados Unidos, el sistema político cubano, Venezuela, Honduras y el proceso de integración de América Latina. Es miembro de la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA, por sus siglas en inglés), cuya sede está en Estados Unidos; la Asociación Canadiense de Estudios Latinoamericanos y del Caribe (ACELC); la Cátedra de Investigaciones sobre Cuba de la Universidad de Nottingham (Gran Bretaña); y de la Red de Intelectuales, Artistas y Movimientos Sociales en Defensa de la Humanidad, con sede en Caracas. Desde 1999 hasta la fecha, sus publicaciones lo han llevado a dictar conferencias en universidades de Estados Unidos, Canadá, Europa, Cuba y Puerto Rico.
Dialogamos con Arnold August acerca de la actual situación en Latinoamérica y Medio Oriente, los sistemas políticos de Cuba y EE.UU. y el impacto en esas regiones por la llegada al gobierno en Estados Unidos de una nueva administración.
Como académico llevas más de dos décadas estudiando a América Latina en sus relaciones con Estados Unidos. ¿Cómo aprecias el actual momento tras el fin de la administración Obama y la llegada a la Casa Blanca de Donald Trump?
Recordemos el apoyo dado por la administración Obama al golpe de Estado en Honduras en 2009. Luego, en 2011, durante su segundo mandato, en su viaje a Brasil hipócritamente abrazó a la entonces Presidenta Dilma Roussef. Pocos años después su Departamento de Estado apoyó el golpe contra ella, a través de su diplomacia de perro guardián. También en 2011, durante su viaje a América del Sur, en Chile rechazó la idea de pedir perdón por el apoyo de Estados Unidos al sangriento golpe de Estado de 1973, haciendo un llamado al olvido del pasado. Durante una conferencia de prensa logró pasar desapercibido en un ataque contra Cuba, por no ser democrática y no realizar «elecciones libres y justas».
En 2012, la administración Obama igualmente dirigió el golpe de Estado contra Fernando Lugo en Paraguay. Cuando, en abril de 2013, un mes después del fallecimiento de Chávez, Nicolás Maduro ganó estrechamente las elecciones presidenciales, reconocidas a nivel internacional, la administración Obama apoyó el desconocimiento de los resultados de estas elecciones por parte de la oposición liderada por Capriles. Esto dio como resultado la violencia apoyada por Estados Unidos en 2013 y encabezada por Capriles y otros, reavivada de nuevo en abril y mayo de 2017. Obama dejó elaborado el plan de la actual violencia. Con excepción de Bush y su fallido intento de golpe de Estado contra Chávez en 2002, ningún otro presidente estadounidense anterior a Obama llevó a cabo una injerencia tan descarada en los asuntos internos de Venezuela.
Obama rompió el récord de todo, con el Decreto especial por medio del cual declaró que Venezuela constituye una amenaza para la seguridad de Estados Unidos y ha sancionado al Vicepresidente venezolano. A lo largo de su mandato, Obama aumentó las bases militares y la presencia de Estados Unidos en países aliados tales como Colombia y otros.
De esta manera, Obama dejó preparado el terreno y sirvió en bandeja de oro a Trump la agresiva política exterior de Estados Unidos hacia América Latina. Debemos recordar igualmente que Obama se alió con los Clinton para sabotear la campaña de Bernie Sanders, la cual muy posiblemente hubiese permitido la derrota de Trump y, consecuentemente, una política más abierta hacia América Latina. Obama y Clinton prefirieron a Trump antes que a Sanders. Así que Trump es la continuación del imperialismo estadounidense en la región, de la misma manera que lo fueron Reagan, Bush y Obama.
Durante su visita al Medio Oriente, la semana pasada, la cruda actitud de Trump provocó que algunos periodistas invocaran el desagradable prototipo estadounidense [Ugly American o Americano Feo]. Sin embargo, ¿quién resulta más peligroso para los pueblos del mundo, ese ecuánime [cool], bien informado [hipster], sonriente Obama, con su aureola de Premio Nobel de la Paz, o el abiertamente desagradable norteamericano, Trump?
De 2008 a la fecha has escrito sistemáticamente sobre el tratamiento a Cuba en los medios de comunicación occidentales ¿Cuáles serían las constantes y cuáles los cambios en el enfoque de esa prensa sobre la Isla en este período?
La característica más constante de la prensa occidental es el continuo etiquetado que se hace de Cuba como una dictadura opresiva, violadora de los derechos humanos, sin elecciones libres y justas, sin libertad de prensa ni de expresión. Sin embargo, lo esencial es realmente la acusación de mantener su «economía cerrada», eufemismo de socialismo. Es el leit motiv, porque mientras Estados Unidos tolera e incluso tiene relaciones con países realmente autoritarios y, de hecho, con una falta flagrante respecto a los derechos humanos enumerados anteriormente, siempre que estén orientados al modelo capitalista y que permitan libertad de acción al capital occidental y especialmente al estadounidense, esos países tienen luz verde.
El principal objetivo occidental es la cultura socialista cubana. Estados Unidos y sus aliados libran una guerra cultural, entendiendo la cultura en sentido amplio, incluyendo las esferas artística, política e ideológica, en contra de la cultura socialista cubana. Esto viene sucediendo desde 1959, pero se ha incrementado significativamente desde el «deshielo» entre los dos países, como un derivado negativo del muy positivo restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre los países vecinos.
Es necesario tener no sólo en mente, sino mantener a la vanguardia de la evaluación, que Estados Unidos ha cambiado la táctica pero no el objetivo de derrocar la Revolución cubana, y con ello su soberanía y dignidad. El cambio de táctica se está deslizando de la agresión a la seducción. Esta seducción es la guerra cultural como nunca antes se había librado con tal intensidad, ni con tanta sutileza, al punto de que algunos cubanos ni siquiera saben (o no desean reconocer) que está teniendo lugar.
A la vanguardia de la resistencia cubana frente a esta guerra cultural, están el Ministro de Cultura, Abel Prieto, el Ministro de Relaciones Exteriores, Bruno Rodríguez y otras figuras del gobierno. Sin embargo, esta resistencia es asumida constantemente por escritores como Luis Toledo Sande, Elier Ramírez Cañedo, Iroel Sánchez, Graciella Pogolloti, Enrique Ubieta, Darío Machado Rodríguez, Rafael Cruz Ramos, Fernando Martínez Heredia, Esteben Morales, Jesús Arboleya, Ambrosio Formet, Javier Gómez Sánchez, Carlos Luque Zayas Balán y otros, como quienes publican en CubaDebate.
A quienes se encuentran fuera de Cuba, especialmente en Occidente, yo les pregunto: ¿han escuchado hablar alguna vez de ellos? Probablemente no. ¡Este es el problema! Cabe destacar que los medios de comunicación estadounidenses, en el contexto de la intensificación de su guerra cultural, emplean únicamente a voceros cubanos escogidos a dedo tanto en Estados Unidos como en la isla para representar a Cuba. Son caras conocidas de la televisión y otros medios de comunicación internacionales. Su narrativa coincide inevitablemente con el pensamiento único estadounidense que se tiene de la política y la ideología, promoviéndose mutuamente mientras ridiculizan o censuran a los mencionados intelectuales cubanos. No es casualidad que estos auto-proclamados expertos no reconozcan la existencia de la guerra cultural occidental contra la cultura socialista cubana. Ellos son, de hecho, parte de esta agresión en el plano de las ideas, contra su propio pueblo.
Has publicado varios libros sobre el sistema político cubano. ¿Cómo lo caracterizarías en cuanto a semejanzas y diferencias con los de sus vecinos?
No creo que sea posible caracterizar éstas como similitudes o diferencias, si tú se refieres a Estados Unidos como al vecino más cercano a Cuba. Como tú sabes, el sistema político cubano es cubano. Tiene su propia historia y tradición, la cual se remonta a mediados del siglo XIX. Está basado, sobre todo, en una revolución progresista y en la emancipación de los humildes, en la soberanía, la dignidad nacional, con el objetivo de lograr una sociedad justa. Es anti-racista y busca la solidaridad internacional, como por ejemplo como lo hizo para ayudar a liberar a Sudáfrica del apartheid respaldado por Estados Unidos, al internacionalismo médico y al apoyo a los pueblos del mundo, especialmente en Asia, África y América Latina.
El sistema estadounidense es estadounidense. Está basado en el levantamiento del siglo XVIII, liderado principalmente por los propietarios de esclavos con el fin de establecer una nueva colonia para que, en sus propias palabras, las Trece Colonias tuviesen su propio lugar en el mundo. Este es el excepcionalismo norteamericano.
Según mi conocimiento, es la única experiencia en la historia universal según la cual, del seno del antiguo colonialismo británico, un todavía más poderoso colonialismo, eventualmente evolucionando hacia el imperialismo, nació y superó ampliamente a su progenitor en la agresión, la destrucción y la guerra. Esta inspiración se remonta a los peregrinos y puritanos del siglo XVII, y a la noción bíblica del pueblo elegido, destinada a inspirar a todo el planeta.
Debe quedar claro: Estados Unidos nunca tuvo una revolución, sino una guerra de independencia para construir un nuevo imperio. Además, se trataba de un Estado esclavista. El Estado contemporáneo se basa en los vestigios de la esclavitud y, por supuesto, las más horrendas características de la esclavitud y de la discriminación racial han sido atenuadas, pero se encuentran ocultas al público hasta cuando son capturadas por teléfonos inteligentes, mientras el Estado asesina a tiros a negros y la prensa lincha mediáticamente a las víctimas. Actualmente, no es posible hablar o actuar acerca del problema del racismo en Estados Unidos sin reconocer al Estado como vestigio de la esclavitud.
De la misma manera, el sistema norteamericano se transformó violentamente a partir del genocidio de los pueblos indígenas, un hecho histórico que debe rectificarse. Sin embargo, está lejos de ser el caso, dado que los pueblos indígenas y sus territorios aún se encuentran en la mira de los círculos dominantes, como lo demuestra la reciente crisis de Standing Rock.
El sistema estadounidense está basado en el imperio de los ricos, quienes desde hace varios siglos modelaron el sistema político estadounidense para gobernar sobre la inmensa mayoría. Hoy día no es posible pensar seriamente en el sistema político de los Estados Unidos sin tener en cuenta que la política interna y externa de las economías dominantes se han fusionado con el sistema político al servicio del imperialismo estadounidense. Es por ello que durante las «más libres y justas» de las elecciones en el mundo (en EEUU), es posible discutir de todo excepto los enormes gastos militares que impulsan la economía.
En este momento, cuando los progresistas de todo el mundo se preparan para conmemorar el centenario de la Revolución bolchevique, también puede ser la ocasión para reafirmar la tesis leninista del imperialismo como la fase superior del capitalismo. Resulta divertido escuchar a los periodistas liberales de los medios dominantes norteamericanos hablar de «capitalismo». Muy conveniente. Sin embargo, ¿alguna vez alguien les ha escuchado mencionar el término «imperialismo»?
En mi opinión, es obvio que no es posible observar las similitudes entre los sistemas políticos cubano y norteamericano, ni es posible hablar de diferencias, puesto que esto sería una grotesca declaración insuficiente. Estos sistemas son diametralmente opuestos, simbolizados el uno por la mano emblemática de la figura de Fidel Castro, y el otro por todos los presidentes de Estados Unidos juntos, de Washington a Trump, con excepción de Abraham Lincoln.
¿Cuál crees debe ser el papel de los movimientos de solidaridad con la Revolución cubana?
Creo que, en la situación actual, los movimientos de solidaridad con Cuba pueden desempeñar varios papeles, todos de igual importancia.
Una tarea debe ser proporcionar un espacio y hacer público entre los más amplios sectores de la sociedad, las opiniones de los escritores e intelectuales cubanos revolucionarios que están liderando la resistencia a la guerra cultural contra Cuba. Por ese motivo, en mi último libro (Cuba-EE.UU.: Obama y más allá), dedico un capítulo completo que contiene las entrevistas contigo Iroel y otros cuatro especialistas de las relaciones Cuba-Estados Unidos: Luis Toledo Sande, Esteben Morales, Jesús Arboleya Cervera y Elier Ramírez.
Se trata de una primicia publicada en inglés. Considero que tú y otros escritores similares están a la vanguardia de la lucha por la vida y la muerte para salvaguardar la cultura socialista cubana. Para los no cubanos, que no estén familiarizados con estos puntos de vista, es ignorar una característica clave de la realidad cubana actual.
La oposición al bloqueo sigue siendo la piedra angular de la solidaridad con la Revolución cubana. Este movimiento tiene que ir aún más allá para exhortar y aventurarse en los vestíbulos del poder político, como lo es el cabildeo en la Colina del Capitolio e influir en el creciente movimiento contra el bloqueo.
De la misma manera, los principales conferencistas en Estados Unidos deberían seguir apoyándose en personalidades como al Alcalde de Newark, Nueva Jersey, a quien escuché en un evento en marzo de 2017, en Nueva York, en el que se promovía la normalización de las relaciones Cuba-Estados Unidos. Él ya había visitado a Cuba y salió de nuevo al día siguiente después de hablar con un grupo de políticos y empresarios de Newark. Fue realmente inspirador. En el contexto de la oposición al bloqueo, creo que no es posible olvidar que el fundamento jurídico básico del bloqueo son la Ley Torricelli y la Ley Helms Burton, cuyos títulos formales contienen el término «democracia», dirigida por supuesto contra Cuba.
La promoción de la democracia es tan «norteamericana como el pastel de manzana». No es necesario agregar nada más. Esto requiere una oposición. La restitución de la Bahía de Guantánamo a Cuba es una cuestión de honor, dignidad y seguridad para Cuba. Esto lo debemos al pueblo cubano.
Recientemente publicaste varios artículos dedicados a analizar una «izquierda» cubana que estaría al servicio de la injerencia extranjera. ¿Qué reacciones provocaron y a qué crees que se deban?
El primero de ellos se titula ¿El final de la ideología en Cuba? En efecto, tiende a contrarrestar la tendencia existente entre algunas personas que se expresan en internet quienes, por supuesto, se llaman a sí mismos «izquierdistas» -¿cómo podría ser de otra manera en Cuba?- en el sentido de que ni el capitalismo ni el socialismo constituyen una respuesta para Cuba. La solución, según ellos, sería una especie de sistema híbrido. Igualmente, aquellos que adhieren al principio son etiquetados como «extremistas» e «ideólogos», como si los puntos de vista de los acusadores no reflejaran una inclinación ideológica.
Esto me recuerda los días de mi universidad en la década de 1960, cuando fue promovido el libro El final de la ideología, del sociólogo norteamericano Daniel Bell, para contrarrestar nuestro creciente interés en el pensamiento revolucionario del momento. Creo que tu -Iroel, y otros, llevan a cabo una labor similar contra esta tendencia, denominada Corrimiento al centro. Pensé que esta orientación, que surgió amenazante en Cuba, fue importante como un nuevo ingrediente clave en la guerra cultural liderada por Estados Unidos contra la cultura socialista cubana. Mi artículo suscitó mucho interés dentro y fuera de Cuba. Así, he profundizado más en ello y en un segundo artículo presenté cómo estos «izquierdistas» tienen mucho en común con la derecha cubana que incluso propone la anexión de Cuba a Estados Unidos.
Ahora bien, en estos artículos me concentré en la orientación ideológica y política, sin dar nombres, para enfocarme en el contenido con fines educativos. El resultado fue una ola de indignación en internet por parte de algunos «izquierdistas» cuyo juego había sido expuesto, además ¡por un no-cubano!: alejarme del contenido del que ellos se quejaban, en el sentido de que yo no los nombraba. Lo que resulta un tanto divertido es que ni siquiera notaron que ellos se nombraron a sí mismos, hasta el punto inclusive en que el ala derecha tomó partido por sus homólogos «izquierdistas». No fue necesario nombrarlos y, de esta manera, hicieron de mis artículos algo mucho más contundente. Esto me llevó a un tercer artículo donde, nuevamente sin nombrarlos, explico por qué no los nombro. Según la información de la que dispongo, no han escrito nada más desde entonces.
¿Qué opinión te merece la huelga de hambre de prisioneros palestinos «por la paz y la dignidad» que recibe el silencio de grandes medios de comunicación?
Esa es quizás la más valiente actividad en el mundo. Sin embargo, como dices, ha sido censurada. Concluyó tras 40 días de huelga de hambre, cuando aparentemente las autoridades israelíes se vieron obligadas a ceder a las exigencias de los presos políticos. No obstante, conociendo a Israel y a Estados Unidos, estoy bastante seguro de que esto no ha concluido. Tú mencionaste el papel de los medios de comunicación. En este sentido, recordarás la visita de Obama a La Habana, puesto que los dos estábamos allí presentes.
Durante la conferencia de prensa conjunta de Raúl Castro y Obama, la planta de la Casa Blanca en la CNN fue la primera en hacer una pregunta a Raúl Castro, en el momento justo aprobado por Obama, acerca de los llamados presos políticos en Cuba. Sin embargo, durante la visita de Trump a Israel la semana pasada, en medio de las manifestaciones de miles de palestinos en apoyo a los presos políticos, ni una palabra se mencionó en la CNN acerca de los presos políticos en Israel. Una vez más, muchos ejemplos ilustran la cuestión arbitraria de la libertad de prensa y de los derechos humanos.
Sin embargo, lo más importante es que la causa del heroico pueblo palestino es emblemática para el progreso y la paz en el mundo. Nadie en el planeta puede quedarse indiferente ante la situación de Palestina. Si tuviese otra vida desearía dedicarla, junto con otras personas alrededor del mundo, a la liberación de Palestina de la garra genocida de Israel, apoyada por la fuerza militar más poderosa de la historia, Estados Unidos. Las generaciones más jóvenes seguramente asumirán esta causa más que nunca antes.
Fuente: http://espanol.almayadeen.net/articles/entrevistas-exclusivas/11932/arnold-august
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