«Our ignorance is not so vast as our failure to use what we know.» – Marion King Hubbert Esta entrada explora implícitamente la cuestión fundamental: ¿Hemos superado ya el punto de no retorno? Imagen del delta del Ebro, relacionada con el objetivo de 350 ppmv, que dio la vuelta al mundo el año pasado en […]
«Our ignorance is not so vast as our failure to use what we know.» – Marion King Hubbert
Esta entrada explora implícitamente la cuestión fundamental: ¿Hemos superado ya el punto de no retorno?
Un lector reciente llegó a este blog, tuvo la paciencia de explorarlo a fondo, y me escribió hace una semana: ¿por qué no habla usted de las soluciones? Tenía razón.
El correo de este amable visitante gallego coincidía, precisamente, con la elaboración de esta entrada. Le dije que yo prefería llamarles respuestas, porque no había encontrado nada que me convenciera como auténtica solución. Le señalé que acababa de aparecer un trabajo de gran relevancia, que me había aportado nueva luz, y que me disponía a referenciarlo aquí. También le dije que el texto era, probablemente, demasiado largo.
En eso estamos. Pero si usted quiere entender de una vez por todas, de forma cabal, el problema climático al que nos enfrentamos, lea este artículo y sus notas al pie.
El pasado 6 de mayo fue dado a conocer el borrador de un extenso paper[1] firmado por 14 eminencias científicas de todo el mundo, lideradas por James Hansen, el climatólogo jefe de la NASA. Este artículo, titulado The Case for Young People and Nature: A Path to a Healthy, Natural, Prosperous Future (1), está destinado a constituir una referencia en el campo del cambio climático en general, pues establece las eventuales posibilidades con que la humanidad cuenta, todavía, para resolver esta grave cuestión. De cara a la esperanza que todavía podamos albergar en solucionar el mayor problema con el que la humanidad se ha enfrentado jamás, este texto, y los que le dan soporte, están llamados a tener gran repercusión en los círculos científicos y políticos de los insiders.
James E. Hansen, considerado el mejor climatólogo del mundo por sus compañeros de la National Academy of Sciences de los Estados Unidos – y convertido a su vez en activista climático a pesar de haberse declarado republicano moderado – está muy prolífico en este 2011, pues ha emitido ya otros tres artículos (2,3,4), dos de los cuales, que contienen investigaciones que ofrecen fundamento a las conclusiones del que nos ocupa, han sido publicados en Archiv[2]. En uno de ellos firma con su principal colaborador, Makiko Sako, y en el otro son 14 los autores de los principales centros de investigación de todo el mundo. En el caso del texto final, el que voy a intentar describir en lenguaje asequible, son 15 los firmantes de distintos países. Todos ellos de la máxima categoría científica[3]. El paper que ha sido dado a conocer lo es en su versión borrador (draft).
Cuando un texto de este tipo se hace público fuera de los circuitos científicos establecidos es por alguna razón de peso. Y es que a veces hay verdadera prisa. Anunciar que han calculado que, deteniendo las emisiones de gases de efecto invernadero en seco en 2011, es posible todavía reducir la concentración atmosférica de CO2 desde su valor actual de 390 ppmv[4] al valor seguro de 350[5] ppmv en 2050 pero que, si espero unos pocos años más, sólo 10, aunque haga lo mismo, el sorpasso actual duraría más de 100 años, es algo que hay que dar a conocer lo antes posible. Sobre todo porque, en el segundo caso, el tiempo durante el cual la temperatura ha superado un valor crítico habría sido excesivo, y el sistema climático de la Tierra, a través de sus lazos de retroalimentación lentos, nos conduciría inexorable e irreversiblemente al desastre.
En el primer caso también hay números para que así sea, pero bastantes menos. Con sólo un poco de suerte podríamos librarnos de lo peor, y las generaciones más jóvenes no tendrían que andar lidiando con la destrucción permanente de la Tierra a lo largo de sus vidas, retirándose continuamente de la línea de mar, viendo como desaparece buena parte de la herencia cultural arquitectónica y luchando por la estricta supervivencia toda la vida. Como así sería, en el caso contrario, no sólo para los más jóvenes sino a lo largo de tantas generaciones como nos podamos imaginar. Virtualmente, para siempre.
Dicho de otro modo: con un poco de suerte, habríamos salvado la civilización.
¿Es posible, pues, evitar la disrupción climática? Según estas eminencias, es físicamente posible todavía salvar el planeta manteniendo más o menos el mismo aspecto que el que ha permitido el desarrollo de las civilizaciones. A muchos científicos les resulta no computable concebir que, siendo físicamente necesario, no se obre en consecuencia. Así, que lo sea económicamente, o políticamente, es algo en lo que los autores apenas entran, pero que iremos viendo hacia el final de esta entrada de blog. En todo caso, la (bien conocida) relación de impactos concretos del cambio climático[6] que efectúan en la segunda parte del artículo[7] – y en los que, por hoy, no entraré – puede entenderse como una forma de presión hacia la adopción de las acciones que plantean, o bien como un anuncio de lo inevitable, conocedores como deben ser de la dificultad de realización de sus propuestas.
Con respecto a los famosos 2 ºC de límite máximo, invención del entorno político, que no científico, de la Unión Europea (6,7), y ratificada en el «Acuerdo de Copenhague» (8), señalan taxativos:
«Debido a las evidencias acumuladas en las últimas décadas, la afirmación de que un calentamiento de 2 ºC es un objetivo ‘seguro’ es extremadamente insensata (!). Un calentamiento de esta magnitud llevaría a la Tierra hacia las condiciones del Plioceno, es decir, hacia un mundo diferente caracterizado por continuas disrupciones masivas tanto de la sociedad como de los ecosistemas (9) [énfasis añadido].
Las condiciones del Plioceno, período geológico de hace dos a cinco millones de años, no parecen muy atractivas, no tanto porque la temperatura media era 2 ºC superior a la actual sino, especialmente, porque el nivel del mar alcanzó un nivel 25 ± 10 metros superior al de ahora (10), fusión parcial de la Antártida mediante. Veamos pues qué nos proponen para evitar este desaguisado, pues cabe suponer que habrán explorado todo el océano de posibilidades.
Para entender bien la importancia del desafío es necesario, previamente, conocer algunos datos básicos, en número mínimo de tres.
La importancia del desafío
Los autores, tras justificarlo, dan por hecho que el desequilibrio energético de la Tierra es de 0,59 ± 0,15 W/m2 calculado para el período 2005-2010 (3) a partir de datos empíricos. Sin embargo, señalan que el valor a tener a tomar en consideración a efectos prácticos es el de 0,75 W/m2, pues lo que cuenta es el promedio a lo largo de todo el ciclo solar de 11 años (11). Esto significa que, en cada metro cuadrado de la Tierra, la diferencia entre el calor recibido por el sol en esa superficie y el calor emitido por esa misma superficie (promedio) hacia el espacio exterior equivale precisamente a esta cantidad de energía.
Para tener una idea de la significación de este valor se han propuesto dos analogías. La primera, que empleaba el propio Hansen hasta poco después de la mitad de la pasada década, era imaginar que, en cada metro cuadrado de la superficie de la Tierra, hay una bombillita pequeña, de esas de árbol de Navidad (12). No parece mucho. La segunda, sugerida por los oceanógrafos Sarah Purkey y Greg Johnson, consiste en imaginar que, suponiendo un planeta con 7 mil millones de habitantes humanos, cada uno de ellos, hombres, mujeres y niños, tiene encendida una estufa eléctrica (ellos dicen secador de pelo industrial) de 1.400 W las 24 horas del día, todo el año (13). Este calor, sostenido en el tiempo, es suficiente como para ir calentando los océanos y acabar fundiendo todo el hielo del planeta. Estas imágenes mentales importan mucho, pues de ellas depende, en buena medida, la intensidad de la percepción por parte de la población y, así, su capacidad de presión hacia el poder político.
Un segundo valor que los autores aportan es la cifra, ya famosa, de 350 ppmv de concentración atmosférica de CO2 como valor máximo de seguridad (14), que en este trabajo resulta considerablemente afinada. Así, dado que Hansen y su equipo han determinado algo fundamental, a saber, la función de respuesta climática[8] (es decir, la ecuación que determina la evolución de la concentración de CO2 y la temperatura tras una inyección súbita – o una reducción súbita – de CO2 en la atmósfera), están en condiciones de calcular que:
- Para aumentar la radiación de calor al espacio en una cantidad de 0,5 W/m2 (inferior a la estrictamente necesaria), la concentración atmosférica de CO2 debe ser reducida de su nivel actual de 390 ppmv a 360 ppmv
- Para aumentar este parámetro a 0,75 W/m2 y, así, restablecer el equilibrio energético y estabilizar el clima, la concentración atmosférica de CO2 debe de ser reducida a 345 ppmv (15)
Indican que la incertidumbre científica que estos valores puedan contener se podrá ir reduciendo con el tiempo, tanto en función de nuevo conocimiento teórico y metodológico como de las mediciones empíricas que se vayan realizando a medida que el sistema climático responde a las distintas intensidades de forzamiento a las que le vayamos sometiendo.
El tercer dato fundamental es el siguiente:
«Si se mantuviera durante mucho tiempo, un calentamiento global de 1 ºC en relación a la temperatura media entre 1880-1920 (o, lo que es lo mismo, 0,75 ºC por encima de 1951-1980 o, también igualmente, 0,3 ºC superior a la media móvil de los últimos cinco años antes de 2000)[9] , nos situaría ya cerca o dentro de la ‘zona peligrosa’. (16)
En claro: superar en sólo 3 décimas la temperatura media entre 1996 y 2000 sería estar ya en la zona peligrosa, aquella en la que no sabemos si estamos a tiempo de algo y encima sospechamos que no. Pensar que estamos a 0,15 ºC[10] de esta situación (lo pongo optimista, pues la temperatura está aumentado entre 0,15 y 0,20 ºC/década (17)), de modo que todavía quedan diez años, no deja de ser una triste buena noticia para quienes nos temíamos que ya no fuera así. Sin embargo, entiendo que las advertencias que hacen los autores en su texto, y que veremos al final, son suficientes para seguir manteniéndome en la duda razonable. Mejor dicho: acabarán llevándome a la conclusión contraria, aquella que los científicos no escriben, sólo hablan. Pero vayamos por partes.
Querido lector, tener estos tres datos a mano es algo de la máxima relevancia. ¿Significa que, una vez reducida la concentración de CO2 a 345 ppmv, hemos resuelto el problema? Bueno, sí y no. Es decir: seria que si en el caso de que el actual rebasamiento (overshoot) del valor de seguridad de 350 ppmv no durara demasiado tiempo. Sería que no en el caso contrario porque entonces, en realidad, sería imposible la reducción – de hecho, sería imposible reducir en absoluto, pues el sistema climático habría quedado, entonces, fuera de todo control humano debido a la entrada en el terreno de juego, a la activación, de los fenómenos de retroalimentación del tipo lento, que más adelante veremos.
¿Cuánto es demasiado tiempo? Nos topamos aquí de nuevo con la incertidumbre científica. Volveremos más adelante sobre este punto, y de momento veamos qué deberíamos hacer para que la concentración se reduzca de los 390 ppmv actuales a ~350 ppmv cuanto antes.
¿Bastaría con frenar hoy en seco todas las emisiones?
Para tener una idea de urgencia, es ilustrativo saber cómo evolucionaría el sistema en el caso de que las emisiones frenaran en seco y nos fuera posible comparar distintas situaciones: 1) si ocurriera hoy; 2) si el frenazo fuera dentro de 20 años, o 3) si esperamos 40 años para acabar haciendo lo inevitable. Pues bien. Queda claro que ni dentro de 20 años ni dentro de 40 valdrá la pena hacer nada de todo esto y nos bastaría con adaptarnos a algo muchísimo peor que lo que por ahora podemos todavía plantearnos.
Digo esto porque, si frenáramos ahora, la concentración atmosférica de CO2 podría haberse reducido hasta las 350 ppmv no antes de la mitad de este siglo, pero si poco después. Podría no ser demasiado tiempo. En cambio, dentro de 20 años, las cosas habrían ido a bastante peor pues, si el frenazo se produjera entonces, la vuelta a 350 no tendría lugar (teóricamente) antes de 2250 (no es un error tipográfico). Y, con sólo seguir como hasta ahora hasta el 2050 y que, entonces, alguien nos obligara a frenar en seco, habría que esperar (teóricamente) ¡hasta después del año 3000![11] Ya intuimos que los dos últimos escenarios son demasiado tiempo. Por eso digo teóricamente porque, en realidad, eso no iba a ocurrir: el sistema climático habrá adquirido dinámica propia y la temperatura aumentaría exponencialmente, totalmente fuera de nuestro control.
Qué podemos hacer? Está claro que no podemos frenar en seco, digamos, mañana. Bueno, no queremos hacerlo, pues ciertamente tal vez salváramos el planeta pero a costa de una hambruna generalizada y guerras por los recursos que se llevarían por delante a la inmensa mayoría de la población. Comprensiblemente, ésta abandonaría cualquier atisbo residual de ética y responsabilidad generacional que todavía pueda mantener hoy y que, sin duda, comparten mis lectores como característica común. De modo que sólo queda actuar de forma gradual, y desde luego por las dos vías: dejar de añadir CO2 lo antes posible, o sea, organizarse para una rápida eliminación de las emisiones actuales y, además, retirar el exceso de carbono ahora presente en la atmósfera.
Muy importante: no vale lo segundo sin lo primero. No hay tierra fértil disponible suficiente para compensar con reforestación lo que se emite, y mucho menos lo que ya está emitido y sobra. De modo que nadie crea que, a estas alturas del asunto, pasados de vueltas como andamos y con el motor a punto de reventar, podemos seguir más o menos igual y, mientras tanto, jugar a ‘compensar’ nuestras excrecencias plantando arbolitos. Puede valer a nivel individual. No sirve a nivel global[12].
Hay que dejar de añadir al tiempo que quitamos lo que sobra
Los autores han calculado que la cantidad de carbono que hay que retirar de la atmósfera para tener alguna posibilidad real de reducir la concentración de CO2 a los valores seguros – y, así, restablecer el equilibrio energético de la Tierra – es la friolera de 100 GtC (100.000.000.000.000 kilos de carbono). Admiten para ello un plazo de 50 años, y señalan que el período 2031-2080 puede valer, teniendo sobretodo en cuenta la incertidumbre que pesa sobre esta cifra, que resulta ser, en el estado actual de conocimiento, cercano al 50% (18). Además es preciso reducir las emisiones de CO2 a un ritmo anual del 6%, pero en este caso el plazo sí es crítico: comenzando no más tarde de 2013.
Esta es la combinación virtuosa, que los autores habrán sopesado como la más equilibrada en el compromiso concentración de CO2 – factibilidad: viabilidad estimada.
Los autores no entran en cómo conseguir esta sostenida reducción de emisiones, pues las recetas son bien conocidas: energías renovables, etc. – suponiendo que, teniendo en cuenta el menor EROEI[13] y las limitaciones que imponen las inexorables (y molestas) leyes de la termodinámica, sea posible alcanzar los valores de energía útil a los que estamos acostumbrados. No será así, ni mucho menos, y no quedará más remedio que reducir drásticamente nuestro consumo de energía (19).
[Sepa usted que, a estas alturas del conocimiento, disponer de la energía útil con la que ahora funcionamos (ni mucha menos) es puesto cada día más en duda entre científicos e ingenieros: ello a pesar de los buenos deseos de todos nosotros, del inaudito optimismo y habilidades del reciente informe del IPCC sobre el tema (20) que justo acaba de aparecer[14] – más propias de agencia de PR[15] que de un organismo científico – y del wishful thinking que, con la inestimable colaboración de nuestros líderes sociales, tanto nos nubla el entendimiento.]
En todo caso, una reducción del 6% anual empezando, como quien dice, ya mismo, es una barbaridad[16]. Sólo cabe esperar que, en los próximos meses, alguien con autoridad suficiente nos diga si es posible hacer esto, y cómo se hace, sin grave colapso social para todo el mundo. Digo esto para que, durante 2012, podamos ir preparándonos para la nueva vida.
Los autores, en cambio, orientan el texto a esbozar, a grandes rasgos, las líneas a seguir para la retirada de la atmósfera del CO2 en exceso. Veamos pues cómo eliminamos el CO2 sobrante, pero teniendo siempre en cuenta que:
«Un programa de reforestación ambicioso permite la posibilidad de retornar el CO2 al nivel de 350 ppmv dentro de este siglo, pero sólo en el caso de que las reducciones de emisiones procedentes de los combustibles fósiles comiencen muy pronto.» [énfasis añadido]
O sea, en 2013.
¿Bastaría con reforestar toda la Tierra?
Vamos a ver. ¿Qué nivel de reforestación sería necesario?
Queda claro en el texto que no bastaría con plantar unos cuantos árboles, ni tan solo miles de millones de árboles. Lo primero es dejar de deforestar al 0,6% anual (21), incluyendo el control del fuego forestal. Después habría que reforestar todo lo que se ha deforestado durante la era industrial. Como esto no resulta muy práctico, proponen que se reforeste todo lo que se pueda (?) siempre que:
- Se construyan plantas de generación de energía a partir de la biomasa, pero en centrales que admitan la captación y el secuestro in situ del CO2 resultante de la combustión. Cuidado: nada de los biocombustibles actuales (trigo, azúcar), que no solucionan nada[17] y generan nuevos problemas, sino de forma que el combustible original proceda de residuos agrícolas y forestales.
- Se cambien las prácticas agrícolas actuales. La agricultura debe abandonar el arado intensivo y dejar de usar fertilizantes de origen químico, evitando así la continua degradación actual del suelo. Sólo de esta forma podrá dejar de ser una fuente de CO2 para convertirse en un sumidero neto. Arado, el mínimo, máximo reciclado biológico de nutrientes y reciclado del agua de riego, basado éste, principalmente, en la lluvia. Esta ‘nueva’ forma de agricultura permitiría retirar de la atmósfera entre 0,4 y 1,2 GtC/año (22). Esto no significa otra cosa que abandonar la agricultura industrial.
Así que, mientras desmontamos la generación de energía mediante el carbón, transformamos la automoción hacia los vehículos eléctricos allí donde se pueda y empleamos biocombustibles allí donde no, pero sólo los procedentes de residuos agrícolas o forestales[18] tenemos que ir terminando con la agricultura y con el riego industrial. Presumiblemente, los autores habrán calculado que la seguridad alimentaria de la población no quedaría comprometida, aunque sólo tocan este asunto de forma tangencial refiriéndose a la necesidad de que la agricultura esté basada, según sus palabras, en ‘pequeños propietarios’, o minifundistas (26). O sea: el huerto.
No dicen nada los autores sobre la viabilidad de la famosa captura de CO2 en origen (es decir, almacenar bajo tierra, o mar, el CO2 de la combustión de carbón y del gas natural que se produce en las centrales de generación de energía eléctrica, y que ahora extienden a la biomasa residual), greenwashing tecnológico de las empresas energéticas [ver: No sucumbir al greenwashing]. Esta tecnología ha sido puesta seriamente en duda nada menos que en el Journal of Petroleum Science and Engineering (27) – si bien un reciente trabajo del Lawrence Berkeley National Laboratory se muestra algo más optimista al respecto (28). Lo que es cierto es que los proyectos de demostración no funcionan todavía, a pesar de sus incesantes (y astronómicas) demandas financieras (29,30), y también energéticas (31).
La cuestión es que, allí donde James Lovelock apuesta por las nucleares (32), estos otros gurús, más correctos, parecen apostar por el secuestro de carbono, cosa que, es de suponer, va a ser combatida con fe e insistencia equivalente por las organizaciones ecologistas. Igual llevan razón diciendo que esto es el chocolate del loro (33), pero yo prefiero apuntarme a la esperanza de James Hansen y sus eminentes colegas. La única diferencia entre los dos es que, si bien una de las tecnologías ya funciona, la otra todavía no. En cualquier caso el asunto está complicado, fotut, porque, si optáramos por la energía nuclear, cuyas plantas necesitan al menos cinco años para ser operativas (algunos dicen 10), no llegaríamos a tiempo[19] y, si nos decidiéramos por el secuestro de carbono, en pocos años difícilmente sabremos primero cómo, y después dónde, almacenar miles de millones de toneladas de carbono cada año en forma de gas CO2 (multiplique usted por 3,664), o gas licuado, de forma segura. Y algo no menor, a saber, cuánta energía adicional a generar sería necesaria sólo para este proceso que, según el 3r informe del IPCC[20] de 2007, puede llegar a ser de casi la misma que la energía útil generada, de modo que habría que generar casi el doble (34). Y cuánta agua (35) que, por lo demás, siempre parece ser sistemáticamente subestimada cuando de biocombustibles se trata (36,37). Por lo menos es de esperar que, de residuos orgánicos, los que se vayan a quemar, los haya en cantidad suficiente como para cubrir la demanda de energía líquida que alimenta el sistema económico, es decir, para otros usos que no sean sólo la propia generación de energía, el secuestro de CO2 resultante de su generación, y la alimentación humana.
Tampoco dicen nada los autores acerca de los costes de la generación de estos biocombustibles de segunda generación. Entretanto, Miguel A. Carriquiry y otros dos autores del Centro para el Desarrollo Agrícola y Rural de la Universidad Estatal de Iowa nos informan en la revista académica Energy Policy de que:
«A corto y medio plazo, el coste supone una barrera mayor para la producción comercial … los biocombustibles de segunda generación suponen un coste de capital muy elevado, del orden de cinco veces el caso de una planta de etanol de almidón de una capacidad similar» (38) [énfasis añadido]
Démonos cuenta de que los biocombustibles actualmente al uso ya son más caros que los combustibles fósiles, y que el trabajo de Carriquiry no cuenta con que, encima, hay que secuestrar el carbono.
Respecto a la deforestación cabe señalar dos cuestiones. La primera se refiere a que, cuando deforestamos, no lo hacemos por simple amor al fuego, sino con dos objetivos principales. Uno es aumentar la superficie destinada a producción agrícola, sea ésta destinada al cultivo alimentario o al cultivo energético (biocombustibles) (39,40). En el tercer mundo también se deforesta, y mucho, para construir centrales hidroeléctricas. El otro objetivo es el de la explotación de la biomasa, principalmente en forma de madera y papel. La madera destinada a mobiliario no es un problema[21] salvo cuando se quema, pero el papel no reciclado acaba degradándose en su mayor parte, y por tanto emite CO2 al final de su vida útil. [Recordemos demás que el reciclado del papel consume una gran cantidad de energía).
La importancia decisiva de la dieta
Digo todo esto porque dejar de deforestar significa cambiar muchas cosas, entre la que una de las menos importantes será olvidarnos del papel barato. Pero hay algo que me parece más serio, relacionado con la urgente necesidad de revertir el proceso: la reforestación propiamente dicha. Los autores nos recuerdan que hay distintas actividades que compiten por los usos de la tierra, y nos remiten a trabajos de la mayor seriedad donde se indica que la reforestación necesaria para la eliminación de esas 100 GtC requeriría de una superficie que es, aproximadamente, la mitad de la que ahora se destina en todo el mundo a la suma de la agricultura y la ganadería. Lo interesante es que, de esta suma, más o menos la mitad es cultivo agrícola y la otra mitad es ganadería. Desde luego esto es así en España: según Óscar Carpintero, la carne ganadera en España representa sólo el 15% del total de la ingesta los kilogramos ingeridos en 1995, pero supuso casi el 50% de la huella terrestre alimentaria (41).
Dado que el ganado se alimenta, en muy buena parte, precisamente de los cultivos agrícolas… la solución que proponen los autores exige una transformación de los hábitos alimentarios de la mayor magnitud en todo el mundo, justo ahora cuando las sociedades emergentes comienzan a disfrutar del consumo de carne, cuya demanda global crece a gran velocidad. ¡Todos vegetarianos! (42).
Los autores no olvidan mencionar la captura química de CO2 del aire, a saber, la disposición de equipos capaces de retirar directamente de la atmósfera el CO2 en exceso que contiene. A esto se le llama Captura Directa del Aire (Direct Air Capture, DAC). Estiman que el coste de retirar 50 ppmv es del orden de 60 billones de dólares (trillion). Esto es coherente con un reciente informe de la American Physics Society, en el que estiman, a partir de lo que califican de suposiciones optimistas, un coste de $600 por cada tonelada de CO2 retirada, sin contar el coste de gestión del producto una vez captado. Sin contar tampoco la monstruosidad de los equipos necesarios pues, hoy por hoy, sólo captan 20 tC/año/m2 de área: para eliminar el CO2 de una central térmica de 1 GW, se necesitarían paredes de 10 m de alto y 30 km de ancho… De modo que mejor reforestar (44).
Démonos cuenta de que, hasta aquí, nos hemos encontrado con las siguientes necesidades, prácticamente simultáneas[22], que nos impone el mundo físico:
- Reconsideración de la agricultura industrial a nivel global, y vuelta a la agricultura tradicional
- Cambio drástico de dieta en las sociedades ricas
- Reducción significativa del consumo de la cantidad de energía disponible para el sistema económico, con sus directas implicaciones en la evolución del PIB
- Necesidad de echar mano a corto plazo de una tecnología todavía no consolidada (CCS), que además cabe suponer que será ecológicamente contestada
Existe otra salvedad de consecuencias sociales también de gran magnitud. Todo el trabajo se refiere al CO2, y los valores de concentración que emplean se refieren sólo a este gas [ver: Relación entre gases emitidos, concentración en la atmósfera y temperatura resultante]. Sabemos que hay otros gases que contribuyen, en conjunto, en un 25% al efecto invernadero: metano, ozono troposférico, óxidos de nitrógeno, CFC y HFC, SF6 y distintos aerosoles[23], entre otros (45). Sabemos también que otros aerosoles, en particular el SO2, ejercen el efecto contrario, a saber, reflejan parcialmente la luz del sol. Se da el caso de que, por lo menos de forma aproximada, el efecto de calentamiento de esos otros gases, y el de enfriamiento de los aerosoles reflectores, se compensan mutuamente (46).
Las partículas de SO2 se originan durante la combustión del carbón en las centrales eléctricas (son las causantes de la lluvia ácida) y, a diferencia de los gases, el tiempo de permanencia en la atmósfera se mide en días[24]. Esto significa que, al reducir las emisiones de la combustión fósil, también se reduce la emisión de SO2, mientras que los demás gases permanecen: esto haría aumentar la temperatura [ver: El oscurecimiento global y el límite de los +2ºC: 1. No apto para menores].
En estas condiciones, los autores nos recuerdan que, además de hacer todo lo que nos dicen, hay que reducir, simultánea y drásticamente, las emisiones de todos estos otros gases. Pero para este caso nada dicen respecto a cómo hacerlo.
Todos estos elementos son los que me resultan difícilmente asumibles desde el punto de vista de su viabilidad no ya económica sino, esencialmente, política. Parece claro que, a la vista de las dificultades para ponerse de acuerdo sobre nada significativo, las instituciones internacionales existentes no son válidas para las necesidades actuales de la Humanidad (47). Hay que crear otras nuevas (47,48), y aún así estaría por ver si cumplirían mínimos. Piense en cuáles serían los organismos necesarios para conseguir lo que estas eminencias nos dicen que hay que hacer como mínimo, y qué poder coactivo deberíamos otorgarles. Y cómo se organiza esto cuando, precisamente, los dos países con mayor capacidad coercitiva, Estados Unidos y China, los principales emisores, uno no quiere bajarse del burro y el otro hace todo lo posible para subirse a él.
(Nosotros los europeos, cautiva y desarmada Bruselas por un ejército extranjero sabiamente exportador de ideología y soft power – que le funciona mucho mejor que el hard power puro y duro – hemos abandonado ya toda ilusión de liderar proceso alguno.)
Sin embargo…
En el texto, una vez planteados los objetivos cuantitativos y las acciones que proponen para conseguirlos, señalan que hay que tener muy presente una advertencia importante, que anuncian en contundentes términos expresivos:
«One important caveat must be stressed»
Se refieren a que, en sus cálculos, los lazos de retroalimentación lentos del sistema climático… ¡no han sido tenidos en cuenta! Señalan a este respecto que esta simplificación es válida para el siglo XX, pero que es muy dudoso que lo sea para los cálculos sobre el comportamiento del sistema climático en el siglo XXI. Esta afirmación es consistente con el hecho de que, actualmente, la pérdida de masa de hielo diaria conjunta de Groenlandia, la Antártida y los glaciares supone una aportación de agua al océano que, en números redondos, es de 1 Km3 diario. Y creciendo.
Recordemos que un lazo de retroalimentación positiva es lo mismo que lo que popularmente se conoce por círculo vicioso, a saber, que el efecto de una causa refuerza a la propia causa que produce el efecto. De esta forma, si nada lo compensa, el resultado conduce a la ruptura del sistema. Por el contrario, un lazo de retroalimentación negativa consigue atenuar la intensidad de la causa y permite, bajo determinadas condiciones, estados de equilibrio frente a las perturbaciones. En el sistema climático, desafortunadamente, la predominancia de los lazos de retroalimentación positiva es abrumadora, y se suelen clasificar en dos: los de dinámica rápida y los de dinámica lenta, abreviadamente lazos rápidos y lazos lentos. Démonos cuenta de que lo de rápidos es casi a un eufemismo, pues su respuesta se mide en años o décadas, pero se les denomina así en referencia a los lentos, cuya respuesta se mide en siglos, milenios o más.
Los lazos de realimentación considerados en la categoría de rápidos son 1) el efecto del vapor de agua; 2) el efecto de la nubosidad; 3) los aerosoles; y 4) el hielo marino, éste último denominado retroalimentación hielo-albedo. Entre los lentos, los más importantes son 1) la desintegración de las masas de hielo y 2) las emisiones de gases de efecto invernadero debidas al propio incremento de la temperatura , caso de las emisiones de CO2 y metano por descomposición del permafrost del Ártico [ver: Las emisiones de CO2 y metano del permafrost ártico ya se han iniciado y serán netas en los años 2020. El proceso es irreversible], o de la descomposición orgánica de los suelos en general. El único lazo de realimentación negativa de intensidad suficiente como para estabilizar algo es la conversión del CO2 en carbonatos (roca). Pero, desafortunadamente, es el mas lento de todos y opera a muy largo plazo (milenios).
Finalizando, y resumiendo, en el propio texto y dada la situación actual de conocimiento de la dinámica de los lazos lentos, menor que el de los rápidos, el trabajo presenta tres posibilidades, advirtiendo que no pueden ser muy precisos:
- El caso business as usual (BAU), o sea, seguir como hasta ahora, sin hacer nada significativo, hasta 2030. Supongamos que, a partir de entonces, disminuyen rápidamente las emisiones a un ritmo de un 5% anual. Asimismo, la reforestación para absorber las 100 GtC se inicia en 2030 y concluye en 2080. Resultado previsible: la temperatura alcanza +1,5 ºC y se mantiene por encima de +1 ºC hasta 2500. Demasiado tiempo. Las grandes masas de hielo no aguantarían, y perderían su capacidad de mantenerse estables a las perturbaciones. Pero es que incluso en el caso de que la situación actual se prolongue sólo hasta 2020, la superación del grado centígrado (recuerde, en referencia al promedio 1880-1920) se mantendría durante más de 100 años. Sigue siendo demasiado. Escenario descartado.
- El caso en que sigamos mareando la perdiz y sin hacer nada significativo tampoco en 2030 y continuemos quemando combustibles fósiles durante algunas décadas más. La analogía más próxima en la historia geológica de la Tierra se encuentra hace 55 millones de años cuando, en el denominado Máximo Térmico del Paleoceno-Eoceno, el calentamiento global superó los +5 ºC. El forzamiento, en ese caso, procedió, con toda probabilidad, de una emisión de metano de los fondos oceánicos, y provocó un planeta sin hielo y con el nivel del mar unos 75 m más alto que ahora durante al menos cinco millones de años (49). Lo interesante es que, en ese caso, el crecimiento de la cantidad de carbono en la atmósfera se produjo a una velocidad considerada de vértigo: entre 3.000 y 5.000 años. En la situación actual el vértigo es más vertiginoso: habremos hecho lo mismo ¡en menos de 200 años!, con lo que es de presumir que la respuesta será también mucho más aguda, según nos informan las leyes matemáticas. Escenario descartadísimo.
- Lo que proponen los autores como posible: reducir el 6% las emisiones a partir de 2013 y reforestar las 100 GtC a razón de 2 GtC/año, comenzando alrededor de 2030. En este caso:
«Este escenario ofrece la perspectiva de que la gente joven, las generaciones futuras y otros seres vivos del planeta tengan la oportunidad de residir en un planeta similar a aquél en el que se ha desarrollado la civilización.» (50)
El texto en inglés para ‘tengan la oportunidad’ es ‘would have a chance‘, expresión lo suficientemente ambigua como para que pueda ser que sí, pero que también pueda muy bien ser que no. Yo me he apuntado a la traducción en versión optimista.
De no ser así:
«Los jóvenes de hoy y las generaciones siguientes se enfrentarían a un cambio climático y unos impactos climáticos continuos que estarían fuera de su control.»
Al final, el llamamiento desesperado:
«Para proteger el futuro de los niños y evitar la pérdida de servicios cruciales de los ecosistemas, los gobiernos tienen que actuar inmediatamente para reducir de forma significativa las emisiones procedentes de los combustibles fósiles. De no hacerlo así, serían cómplices de estas pérdidas y de sus consecuencias.» [énfasis añadido] (1).
Examinar referencias
Notas
[1] Artículo científico publicado en una revista académica peer-reviewed del circuito científico regular, revisado y aceptado por otros expertos del mismo campo
[2] Archiv es un punto intermedio de la publicación científica, que sirve para presentar resultados intermedios que servirán posteriormente para fundamentar conclusiones finales
[3] James Hansen, Pushker Kharecha, Makiko Sato, Jeffrey Sachs (Columba University, Earth Institute, New York), Paul Epstein (Center for Health and the Global Environment, Harvard Medical School, Boston), Paul J. Hearty (Department of Environmental Studies, University of North Carolina at Wilmington), Ove Hoegh Guldberg (Global Change Institute, University of Queensland, Australia), Camille Parmesan (Integrative Biology, University of Texas, Austin), Stefan Rahmstorf (Potsdam Institute for Climate Impact Research, Germany), Johan Röckstrom (Stockholm Resilience Center, Stockholm University), Eelco J.Rohling (Southhampton University, United Kingdom), Peter Smith (University of Aberdeen, United Kingdom), Konrad Steffen (Cooperative Institute for Research in Environmental Sciences, University of Colorado), Karina von Schuckmann (Centre National de la Recherche Scientifique, LOCEAN, Paris), James C. Zachos (Earth and Planetary Science, University of California, Santa Cruz)
[4] Partes por millón, en volumen. Suele abreviarse por ppm.
[5] Valor determinado como máximo por la NASA en un trabajo de referencia publicado en 2008 (5) y asumido como válido por la práctica totalidad de la comunidad científica especializada
[6] Dedican un apartado a cada uno de los siguientes impactos: nivel del mar, desplazamiento de las zonas climáticas (ahora a razón de 100 km/año), extinción de especies, destrucción de los ecosistemas de coral, tormentas y otros extremos hidrológicos, fusión de los glaciares montañosos, salud humana y las implicaciones sociales de estos fenómenos.
[7] Son bien conocidos, pero su relación y fundamentación en base a distintas referencias nos sirve para saber, de entre la miríada de trabajos existentes, a cuáles sus señorías otorgan mayor credibilidad.
[8] La función de respuesta climática determinada por la NASA para la evolución del CO2 tras un pulso (inyección súbita) de CO2 responde a la fórmula: CO2 (t) = 18 + 14 e-t/420 + 18 e-t/70 + 24 e-t/21 + 26 e-t/3.4. Los autores señalan que esta expresión simplificada, válida para el corto-medio plazo, reproduce con una precisión suficiente el comportamiento del sistema climático en el pasado, conocido mediante la paleoclimatología, y constituye una aproximación suficiente al comportamiento de los modelos climáticos más confiables (14). La respuesta inversa, para el caso de una reducción súbita, es muy similar (1).
[9] Es decir, el promedio de la temperatura media anual de los años 1996 a 2000
[10] Dado que la temperatura está aumentando a un ritmo de 0,15 ºC / década, hoy no nos quedan más que quince centésimas de grado de margen de seguridad
[11] Una muestra más de que los fenómenos de la naturaleza son fuertemente no lineales
[12] A este respecto, también indican que la reducción individual del consumo de energía fósil no es útil a efectos de reducción de emisiones. Esto es así porque, en las condiciones actuales de funcionamiento del sistema económico, la disminución de la demanda hace disminuir su precio, lo que permite que otros puedan acceder al recurso y emitir desde otro lugar.
[13] Energy Return on Energy Invested, o cantidad de energía necesaria para obtener la energía que es aplicada al sistema económico y no aplicada en la obtención de esa energía.
[14] A este informe del IPCC le hacen decir que es posible que el 80% de la energía de 2050 sea generada por fuentes renovables. A la espera de que se publique el informe completo, pues sólo se sabe del Sumario para Responsables de Políticas, que sabemos siempre aguado, cabe destacar que se refiere a la demanda energética de hoy (con lo que condena a la pobreza a miles de millones de personas) y que considera a los biocombustibles como una fuente renovable, cuando sabemos que eso es sólo bajo condiciones muy estrictas y difícilmente generalizables (20).
[16] He calculado que esto supone una reducción de las emisiones del 90% en 40 años, lo que va más allá del más optimista de los 164 escenarios analizados por el informe del IPCC (20).
[17] A pesar de toda la propaganda en contrario, sabemos ya que los biocombustibles a partir del azúcar – y, en mayor medida, el trigo – generan muchos más problemas que los que resuelven, una vez se emplean a gran escala. Su EROEI es muy bajo, y desde el punto de vista de las emisiones tanto la deforestación que generan como la fertilización a través de combustibles fósiles provoca que, a corto-medio plazo (unos 50 años), se generen muchas más emisiones de gases de efecto invernadero (CO2 y NOx) que las que se evitan (22,23).
[18] Parte de los llamados biocombustibles de segunda generación, los únicos con los que no es posible no producir emisiones netas (25)
[19] Estaría por ver, pues cuando Estados Unidos entró en la segunda guerra mundial, Roosvelt transformó General Motors de una fábrica de automóviles a una de armamento móvil (tanques, etc.) en el plazo récord de 9 meses.
[20] International Panel of Climate Change: Panel Internacional sobre Cambio Climático, organismo de la ONU.
[21] No hay degradación ni combustión y, por tanto, tampoco emisiones. Es como un secuestro.
[22] Concretamente, la generación actual de jóvenes
[23] Partículas sólidas en suspensión. Polvo, digamos.
[24] El tiempo de permanencia de estos demás gases se mide en décadas, a diferencia del CO2, que se mide en milenios.
Fuente: http://ustednoselocree.com/2011/05/20/que-es-lo-que-realmente-habria-que-hacer/