Una colega cuyo talento y personalidad admiro hace muchos años me envió un mensaje electrónico que motivó esta meditación. «Perdona que te moleste con algo que a fin de cuentas a quien molestó fue a mí. Tenía en pantalla el noticiero del mediodía mientras revisaba el periódico, que acababa de aterrizar en la terraza. Estaba […]
Una colega cuyo talento y personalidad admiro hace muchos años me envió un mensaje electrónico que motivó esta meditación.
«Perdona que te moleste con algo que a fin de cuentas a quien molestó fue a mí. Tenía en pantalla el noticiero del mediodía mientras revisaba el periódico, que acababa de aterrizar en la terraza. Estaba pues, desconectada del noticiero. En eso levanté la cabeza y vi el rostro de una muchacha joven que estaba siendo entrevistada. Ella mencionó lo que se estaba haciendo en función del próximo Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes e inmediatamente pasó, con mucho énfasis, a declarar que «¡estamos contra la guerra, estamos contra el capitalismo… estamos contra esto y lo otro!» y a partir de tantos «en contra», sin algún «para qué» me golpeó la preocupación: ¿y porqué no estar por la paz, por el socialismo, por tantas cosas por las que debemos estar y luchar con más fuerza..?
«Tal vez ya por los años he perdido alguna agresividad que me hace pensar –soñar tal vez– en consignas más positivas que las de estar contra casi todo lo humano y lo profano, y me asalta la idea de que haciendo esa guerra atomizada y generalizada, podríamos estar perdiendo fuerza para construir.
«Me falta lo que hace falta para abordar en blanco y negro un tema como este y se me ocurrió transmitirte el sentimiento».
No me parece que el tema sea como para abordarlo a la ligera.
Las revoluciones sociales, aquellas que realmente lo son, tienen propósitos constructivos pero necesariamente parten de la destrucción de un modelo injusto. No me imagino cómo podrían ganar fuerza en las masas ideas sociales y políticas constructivas sin la denuncia de los males y las deficiencias que tendrían que ser erradicadas.
La práctica social demuestra que es más fácil denunciar los males y convocar a la lucha contra éstos que construir las virtudes y movilizar a las personas para alcanzar la perfección.
El genio extraordinario de Carlos Marx dotó a la humanidad de un catalogo de argumentos irrebatibles contra las malignidades del capitalismo. El marxismo ha servido a los pueblos para su lucha contra la explotación del hombre por el hombre, por un destino más justo y mejor. Enriquecido por las experiencias de las revoluciones, el marxismo es síntesis de lo más avanzado del pensamiento sociopolítico de nuestro tiempo y base del pensamiento progresista actual. En él hallamos abundantes razones para combatir al capital y algunas reglas o guías de conducta que sirven para identificar en el injusto ordenamiento vigente, sus puntos débiles y proponer uno mejor que sea alcanzable. Cuando estas ideas se ajustan a las necesidades concretas de la situación específica movilizan la acción popular que es imprescindible para lograr los cambios.
Ahora bien, esta interpretación, tan sencilla y comprensible cuando se aplica al macro nivel -como ha sido en el caso de Cuba- requiere de muchos miles de geniales «adaptadores» en los niveles medios y de base de la conducción revolucionaria.
Particularmente difícil resulta este asunto en la base cuando los procesos revolucionarios llegan a su etapa constructiva del nuevo orden, cuando ya no dependen solamente de la más alta dirección, sino también de múltiples líderes de base.
La experiencia cubana demuestra que, junto a sorprendentes valores que surgen del pueblo para cumplir esta función, y otros que no logran cumplirla por carecer de las condiciones esenciales para ejercer liderazgo, brotan cual plaga oportunistas repetidores de consignas y reglas burocráticas de conducta que ascienden veloces a base de incondicionalidad respecto a los superiores.
Obviamente, no es fácil crear antídotos contra tales males, ni creo que alguien tenga formulas para evitarlos.
Me parece que la atención desde arriba para que el mal no se propague es imprescindible, pero más importante aún es contribuir, de cualquier manera, a crear una conciencia ciudadana contra el oportunismo, que se aprovecha de la organización burocrática de los procesos. Estoy convencido que nuestro socialismo está llamado a perfeccionarse cada vez más hasta hacerse una organización viva, un sistema político con amplia y democrática participación social en todos los niveles.
A nuestra edad, querida amiga, solo podemos aspirar a que los jóvenes protagonistas actuales de la revolución aprovechen, tanto como ellos quieran, nuestra experiencia. Y recomendarles el control social y no el control burocrático como la mejor manera combatir las deficiencias actuales de nuestra sociedad y nuestro proyecto revolucionario, buena parte de ellas nacidas de reminiscencias subjetivas en nuestra generación del orden depuesto.
Sigamos llamando a los jóvenes a que sean auténticos protagonistas de los proyectos que materializan las ideas más avanzadas de este tiempo, aprovechando las experiencias de los revolucionarios que les desbrozaron el camino y les crearon, tanto como les fue posible no obstante los severos escollos interpuestos por el imperio, las magníficas condiciones que ahora tienen para seguir avanzando.
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