Recomiendo:
0

En torno a una entrevista a Ángel Gabilondo en Público

Estudiantes y obreros. Una anotación a una entrevista al Ministro de Educación

Fuentes: Rebelión

Ángel Gabilondo ha sido entrevistado recientemente para Público [1] por JUAN J. GÓMEZ y DIEGO BARCALA. El próximo jueves se reunirán con su equipo los consejeros de Educación para concretar sus posturas tras varios meses de discusiones. El ministro de Educación asegura que la resolución «está muy cerca». Sólo siente inquietud «por aspectos que no […]

Ángel Gabilondo ha sido entrevistado recientemente para Público [1] por JUAN J. GÓMEZ y DIEGO BARCALA. El próximo jueves se reunirán con su equipo los consejeros de Educación para concretar sus posturas tras varios meses de discusiones. El ministro de Educación asegura que la resolución «está muy cerca». Sólo siente inquietud «por aspectos que no están relacionados con la enseñanza» sino con la guerra política.

Será eso. Pero cabe mostrar dudas razonables sobre un pacto que pretende sumar fuerzas como el PP o CiU, y organizaciones sociales de padres y madres de extrema beligerancia religiosa, grupos neta y directamente relacionados con sectores e instancias que apuestan, empujan y luchan por la financiación, la máxima posible, de escuelas e institutos privados, religiosos en su mayor parte, y por impedir, sea como sea, sea cual sea la dimensión de la falsedad o la estrategia falsaria diseñada para el caso, el rigor y laicidad en los contenidos y símbolos de la enseñanza preuniversitaria. El mismo ministro de Educación reconoce en la entrevista que las amenazas al pacto residen en tres frentes (la metáfora no es imprudente): el concepto aireado de libertad de enseñanza, los conciertos educativos y las potenciales aguas oceánicas de agitación que representa el aprendizaje del castellano y el derecho a usarlo.

De pasada, como mero apunte, sobre la necesidad de rigor e instrucción real, no meramente nominal, en la enseñanza impartida en nuestro país vale la pena retener los datos que aparecen en una entrevista con Richard Dawkins, de la que ha dado cuenta Rebelión [2], referidos a un país como Italia, sobre cuya cultura media y universitaria seguimos sin estar próximos: el 20% de los ciudadanos italianos niegan rotundamente que el hombre descienda de los animales; el 32% cree que los primeros hombres vivieron en la época de los dinosaurios; el 24% piensa que la Tierra tarda un mes en dar la vuelta alrededor del Sol

Como son muchos, y no marginales, los temas que aparecen en la entrevista con el señor ministro -conciertos, libertad de enseñanza, escuela pública, financiación de la enseñanza, porcentaje del PIB dedicado a educación, laicidad, reforma del bachillerato-, habrá que insistir sobre ellos en el futuro, me gustaría centrarme únicamente en el último punto de la conversación.

Se señala y pregunta a Ángel Gabilondo que, según todos los indicios, su mayor apuesta para combatir el fracaso escolar es la formación profesional de grado medio (que acaso podría evitar, si fuera el caso, el denominado «fracaso escolar» [3] en los alumnos que hayan superado la ESO pero no el «fracaso» en los alumnos que se hayan quedado a las puertas y que no hayan superado las pruebas de acceso a grado medio) y que la cuestión, apuntan los periodistas, reside en convencer a las familias, así, en general, de que esa es una buena opción académica para sus hijos.

El Ministro responde que se viene en España «de un modelo de sociedad que aspiraba a que algún miembro de la familia llegase a la universidad». Es una conquista razonable, admite a continuación, pero, añade, «en España faltan unas 500.000 personas con FP». En un pasaje oscuro o mal trascrito afirma que «la FP se vincula con una sociedad industrial, pero esto se cura con información». Este curso 2009-2010, prosigue, «hay 55.000 estudiantes más de FP y el 80% de los graduados encuentra trabajo rápidamente». La consideración social, con ello redondea su respusta, «también está cambiando gracias a las remuneraciones». Una consideración poliética y biográfica cierra su respuesta: «A mí me enseñaron que lo importante no es lo que uno hace, sino llegar a ser muy bueno y, a ser posible, el mejor en lo que haga. Yo tengo dos hijos, uno hace FP y el otro es máster en biomedicina, y ninguno de los dos es más listo o más rico que el otro».

Puestos a dar detalles biográficos déjeme decirles que yo tengo un hijo de 17 años que estudia primer curso de un ciclo de grado medio, Jardinería, y soy coordinador de Ciclos Formativos desde hace más de cinco años en un instituto de Santa Coloma de Gramenet, una población obrera de 120.000 ciudadanos pegada a la ciudad de Barcelona. A mi no me enseñaron mis padres que de lo que se trataba era de llegar a ser muy bueno y, a ser posible, el mejor en lo que hiciera. Yo tampoco se lo enseñado a mi hijo.

La conquista a la que alude el señor Ministro, como la mayoría de las conquistas sociales, no es generalizable. En las familias de muchos amigos míos, los universitarios han sido más o menos abundantes desde hace 5 o 6 generaciones. En mi caso, mirando hacia atrás desde ambas ramas, el primer universitario de mi familia soy yo. En los últimos años, se han sumado cinco jóvenes más. Algo similar ocurre en muchas de las familias de los alumnos que he tenido a lo largo de 30 años que llevo trabajando en el instituto que he indicado anteriormente. Los cambios positivos que ha habido en ese nudo, desgraciadamente se han estancando. La reflexión, la errónea reflexión, puede resumirse así: ¿para qué voy a estudiar cuatro o cinco años, privándome de muchas cosas, si lo que viene a continuación es el paro o seguir trabajando en lo que ya trabajo?

La afirmación de que España necesita 500.000 personas con FP es, como todas las afirmaciones sobre España, parcial y ocultadora de sentido. Las instancias económicas, nacionales y internacionales, que dirigen con mano de hierro y corazón helado la economía de nuestro país dicen tener esas necesidades que, por lo demás, sería necesario concretar por ramas, sectores y comunidades. No hay homogeneidad alguna, mirado como se quiera mirar el asunto. Por lo demás, eso, una vez más, parece presuponer un tema que no es un simple grano de sal o una chispita de aire: diseñar la formación de nuestros jóvenes en función de las necesidades, reales o manifestadas, a su libre y duro albedrío, de nuestros dirigentes económicos cuyo patrón máximo es un ciudadano de tan hondo calado social como el señor Díaz Ferrán no es lo mismo que elegir la lectura de un mal libro para el fin de semana.

El porcentaje de los alumnos que encuentran trabajo rápidamente -el 80% que señala el señor ministro- es, con toda probabilidad, un mal apunte que le han pasado sus asesores. Ni en sueños, ni en una hermosa noche de verano en la que contemplemos a nuestro ser amado con la mirada de la divinidad, podríamos creer en una cifra así. Las estadísticas que llevo realizando en estos últimos años transitan por intervalos numéricos muy alejados. Si el porcentaje real fuera del 50%, y ese porcentaje se mantuviera en el tiempo, y los trabajos fueran estables, y tuvieran que ver con lo estudiado en el ciclo, ya podríamos cantar algún aria de La Traviata o el fragmento final de Las bodas mozartianas.

Lo de las renumeraciones es, seguramente, un desliz del ministro. Los estudios y estadísticas son conocidos por todos y la figura del mileurista como ciudadano exitoso está ya en la mente de una generación. Los sueldos de los alumnos de grado medio, e incluso de grado superior, que no se mueven en las turbulentas aguas de la economía sumergida, o en la fraudulenta realmente existente, suelen moverse en una horquilla que tiene su límite inferior en 700 euros y el superior, alcanzado o superado en contadísimas ocasiones, en los 1.100 euros. La mayor parte de los sueldos, estúpido es decirlo, no alcanzan los 1.000 euros.

No sólo eso. Todo parece indicar que la reforma laboral que planea sobre nuestras cabezas y espaldas entona una melodía conocida: gestión empresarial del empleo, reducción del «precio» del trabajo asalariado, que el coste fijo del factor trabajo pase a ser un coste variable y la flexibilidad interna de la prestación salarial. Algunos abogados la han resumido magníficamente: «Se trata de equiparar el coste del trabajo al coste de la luz, de forma que se pueda apagar el interruptor y eliminar el coste». Ni más ni menos. Ese será el studium y praxis generale anunciado de los estudiantes-obreros de grado medio y superior.

Este parece ser, pues, el horizonte que se muestra a nuestros estudiantes, a los futuros trabajadores españoles. La clase obrera del futuro siguiendo las huellas de Alicia en tierra de maravillas. Los que mandan siguen dotado de sentido a nuestras palabras y a nuestras vidas. Ni que decir tiene que toda la publicidad diseñada para orientar a nuestros jóvenes a esta prometedora formación profesional tiene un acento y sesgo conocidos: se habla, diga lo que diga el ministro sobre su propia familia, para los hijos e hijas de los trabajadores de la Nisan, Eroski o BBVA, y ya para sectores de las clases medias menos favorecidas, pero no, en cambio, para los familiares del señor Botín, del señor Florentino Pérez, de la señora Aguirre, del señor Bono o del señor Artur Más. Estos ciudadanos están hechos de otro material.

Notas:

[1] Público, 20 de febrero de 2010.

[2] Richard Dawkins, Giorgio Odifreddi, La Repubblica. Traducido para Rebelión por Juan Vivanco: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=100876

[3] El concepto, o similar, necesitaría ser pensado globalmente con calma y atalaya social. No es inmediato ni meramente estadístico como a veces se sostiene.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.