Todo empezó por una foto. La de los presos excarcelados de ETA en Durango. Pero tal vez, antes de esa foto, estaba el negativo de la realidad por un lado y el positivo de la ficción por otro. Si bien ETA ha muerto, o está a punto de hacerlo, quienes formaron parte de ella han […]
Todo empezó por una foto. La de los presos excarcelados de ETA en Durango. Pero tal vez, antes de esa foto, estaba el negativo de la realidad por un lado y el positivo de la ficción por otro. Si bien ETA ha muerto, o está a punto de hacerlo, quienes formaron parte de ella han vuelto para integrarse entre los vivos. Pese a que haya quien piense que siempre debieron quedarse entre los muertos. Pero han cumplido con la ley, con la ley que los condenó y no con otra. Y eso les autoriza ética y jurídicamente para estar presentes. Aun a costa del dolor infligido. Porque el espacio privado del dolor sufrido no debe mezclarse con el espacio público y político. Una cosa es cómo se viven los duelos privados y otra como se gestionan las consecuencias del sufrimiento en el escenario político.
Personalmente creo que cumplir la condena impuesta -y ellos y ellas lo han hecho- lleva implícita la redención y el perdón de los pecados. Porque el fin de la pena es restablecer el daño causado. Más aún, el delito ya penado supone devolver a la sociedad el orden social sustraído y retribuir a la víctima -en este caso a sus familiares- el mal generado. Aunque la pérdida sufrida no obtenga compensación ni reparación alguna. Del arrepentimiento mejor no hablar. A no ser que sólo nos interese pedir tal certificado en función de la nómina que nos sustenta.
Un amigo de Oiartzun (Gipuzkoa) -inmaculado abertzale-, me decía el otro día que hace dos meses era impensable prever el paso que han dado la izquierda abertzale y los presos de ETA. Creo que para la gran mayoría de la población vasca también. Y más. No hay partido político, mínimamente sensato, que no se haya sorprendido ante las actuales posiciones de los presos, la izquierda abertzale y la propia ETA. Nadie apostaba hace un año por imaginar un escenario como el que hoy vivimos. Me refiero a los pasos dados, a las aceptaciones, a las renuncias y a los compromisos políticos y sociales en el seno de ETA y su entorno. Actores, fuerzas, ideas y dinámicas se mueven. Por precepto, convicción, por escenificación, por volver a estar vivos o por regresar a la política. El hecho es que la realidad muestra esos signos, emite esos ecos. Otra cosa es que el gobierno y el PP no se quieran enterar o que hagan como que no ven, no oyen o no escuchen.
En la manifestación que tuvo lugar el pasado día 11 de enero en Bilbao, impulsada tras acuerdo entre el PNV, Sortu y otras fuerzas políticas y apoyos como el de Geroa Bai, se puso de manifiesto la capacidad de convocatoria de las formaciones en torno a un lema común y consensuado vinculado a la paz, la necesidad de acuerdo y los derechos humanos. Un lema ajustado a la corrección política en toda regla. Ello tuvo lugar tras un decretazo del juez Velasco ilegalizando una anterior convocatoria de apoyo a los presos de ETA. Quizás la respuesta de la ciudadanía, unas 130.000 personas, no respondió solo al lema, sino también al tema. Y el tema de fondo es la creciente criminalización de la vida social y política en el reino de España y sus periferias nacionalistas. La gente, y el caso de los sucesos de Burgos es un ejemplo, está cansada ante la desproporcionada cantidad de corrupción, mentiras y manipulación que es capaz de gestionar el gobierno del PP sin pudor alguno. Quienes participaron en la manifestación de Bilbao estaban allí, tal vez por muchas cosas más. Sin que ello merme valor alguno al principal motivo de la misma.
Y es que la sociedad vasca es consciente del enorme esfuerzo que va a suponer normalizar la situación política y social del País Vasco. Hacer duelos, renunciar a la venganza, normalizar los discursos, convivir con víctimas y verdugos, cerrar páginas, abrir procesos, dimitir de convicciones, vivir de renuncias, encarar el futuro al fin. Esto es lo que nos espera. Más no esperemos que sea fácil. Ni para la izquierda abertzale, ni para el aparato jurídico-policial español. No va a ser fácil para nadie. Pero el PP se empeña en enrocarse en un permanente conflicto. Sumergirse y regodearse en la perpetuación del mismo. Pese a que lo nieguen. Rajoy y su gobierno no aspiran a gestionar este tiempo. Rajoy es un mediocre gobernante que ni ve ni quiere ser visto. Y todo para evitar ser testigo de la historia. El PP está anclado en el pasado, en el olor de la sangre derramada. Porque ello le resulta rentable. Porque el PP, sus medios de presión mediática y la gran derecha unionista no pueden vivir sin él. ETA, como símbolo vinculador de estrategias políticas, fue y es su sustento; como una adicción perversa. Porque ante la falta de violencia física de ETA, el PP necesita reactivar sus cenizas, reinventar sus sombras, revivir sus fantasmas. Volver al viejo lema: Todo es ETA. Y si falta ETA necesitamos reinventarla. Y si no hay terroristas que detener, los inventaremos. Resucitaremos a ETA con nuevos discursos, simbolismos, imágenes distorsionadas o ideas-fuerza que rentabilicen el crédito pasado. Porque todo lo que huela a abertzalismo, es sinónimo de ETA. Y si no lo es, será. Por ordeno y mando de un discurso manipulador y una gestión de la justicia contaminada de venganza revanchista. Y en este sentido la AVT -un auténtico lobby de presión ética y moral- es el más fiel exponente de una venganza sin límites. Uno es capaz de entender el dolor privado, la ausencia de los seres queridos asesinados, lo que ello puede suponer. No así el intento de mercadear con el recuerdo y la victimización eterna en una orgía patológica de revancha sin fin.
Y es que el PP es rehén de los hooligans de la ultraderecha mediática y los lobbies de presión que emponzoñan a diario la opinión pública. Pero en medio de esta ciénaga, el PP sabe que muere lentamente en las urnas. O al menos está tocado. Y lo sabe. Sabe que su política social y económica está hundida. No da más de sí. Y eso tiene un precio. Volver al desempleo político, a la oposición aislada. Así que sólo echando mano de ETA, el producto estrella de la manipulación y la más rentable idea-fuerza electoral, el PP volverá a convencer, a ser creíble. Lo necesita para tapar los enormes agujeros negros abiertos en la sensibilidad de la gente tras la gestión nefasta de una crisis abierta y cerrada en falso. Pero ello precisa de una escenificación y un escenario. Ese escenario es la vuelta a la tensión, a la persecución, a la criminalización política injustificada, al conflicto eterno, a la provocación a la izquierda abertzale y la ciudadanía en general. Esto vende como producto emocional de consumo populista. Es rentable y convence a un electorado anestesiado y necesitado de proezas apasionadas ante la falta de una auténtica gestión de la crisis. Pero más aún, transmuta los problemas reales y recentra los polos de atención sobre el viejo problema del terrorismo tratando de resucitarlo como prioridad política y social.
Por eso el PP, obligado a actuar desde inmediatez, desde la urgencia, desde el arranque visceral, comete errores de bulto. Otra cosa es que no le importe y espere que el tiempo lo borre y disimule como un mal sueño. Las recientes detenciones de ciudadanos en el País Vasco, la calumnia contra la manifestación de Bilbao, sus críticas al PNV, las declaraciones del ministro del Interior, más propias de un político antidemocrático sin redimir, son un fiel reflejo de esta estrategia de huida hacia adelante.
No está muy lejos el momento en que ETA haga pública su disolución y sus militantes entreguen las armas. Incluso es posible que en un acto de suprema redención pidan perdón por sus pecados. A buen seguro nada de esto será suficiente para que el PP cambie de estrategia como lo hiciera el gobierno británico con el IRA. Ese acto de indulgencia pública y social de ETA no será suficiente. Ni ese ni ninguno. Porque ETA es un activo, un valor de cambio. Ha sido y es el pecado que ha dado de comer a los que la condenan. Nada más. Por eso hay que resucitarla. Como sea. Porque a alguien le sirve más viva que muerta. Porque el PP pareciera abonado al placer del pensamiento fúnebre.
Paco Roda. Universidad Pública de Navarra
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