La crisis económica que asola al mundo no luce facil para Europa. Más allá de lo propiamente económico, la Unión Europea luce extremadamente vulnerable frente a los impactos políticos que pueden derivar del desempleo masivo. Entre las áreas problemáticas cabría citar algunas como las siguientes: La caída del Muro de Berlín se produjo en momentos […]
La crisis económica que asola al mundo no luce facil para Europa. Más allá de lo propiamente económico, la Unión Europea luce extremadamente vulnerable frente a los impactos políticos que pueden derivar del desempleo masivo. Entre las áreas problemáticas cabría citar algunas como las siguientes:
La caída del Muro de Berlín se produjo en momentos en que la entonces Comunidad Económica Europea se debatía entre las tesis de la consolidación o de la expansión. La necesidad de atraer al redil occidental a los antiguos vástagos del imperio soviético, inclinó la balanza hacia la expansión. A través de un proceso progresivo y por fases se ha llegado a los veintisiete miembros que hoy conforman la Unión Europea. Por lo que nadie se paseo por aquel entonces -ni tampoco cuando se estableció el libre movimiento de personas dentro del contexto de la Unión- es que podría llegar a confrontarse una crisis económica como la actual. Nadie midió el impacto que podrían llegar a tener las hordas de ciudadanos de Europa del Este cayendo sobre el Reino Unido, Francia o Italia, en momentos de desempleo generalizado. Ello, desde luego, podría tener un importante efecto desestabilizador sobre la Unión.
Con la desaparición del eurocomunismo y de sus sucesores como opción de poder, la distinción entre izquierda y derecha en Europa quedó esencialmente reducida a socialdemocracia versus las diversas vertientes conservadoras. Ahora bien, en la medida en que la socialdemocracia fue cooptada por la economía de mercado, las diferencias sustanciales entre izquierda y derecha pasaron a desdibujarse de manera significativa. Ello hace que en momentos de crisis del capitalismo y de desempleo feroz, los descontentos y las frustraciones encuentren problemas para canalizarse por vía de la política asociada al poder. El riesgo evidente es que éstos se expresen por vía de los extremos. Y, desde luego, el extremismo de derecha es siempre el más probable cuando se confrontan altas tasas inmigratorias y libertad de movimiento al interior de la Unión. No hay que olvidar, en este sentido, las lecciones políticas resultantes de la depresión económica de los años treinta del siglo pasado.
Desde finales de los noventa se ha evidenciado un aceleramiento exponencial en la capacidad de organización del ciudadano común por vía de Internet. Ello ha dado origen a una sociedad mundial de los David, que ha resultado capaz de enfrentarse con éxito a la sociedad de los Goliat, representada por los poderes tradicionales. Las autoridades europeas, sin embargo, no parecieran haberse percatado de la significación real de este fenómeno, tal como se deduce del manejo dado al tema de la Constitución Europea. Luego del rechazo al Proyecto de Constitución por vía de sendos referenda en Holanda y Francia, se «empaquetó» el contenido del proyecto constitucional en un Tratado de difícil comprensión para el ciudadano común. ¿La razón? Para hacer aprobar un Tratado a nivel nacional basta el Parlamento. Cuando a los irlandeses se les ocurrió, no obstante, la idea de hacer aprobar dicho Tratado por Referéndum y el mismo fue rechazado, la respuesta vino en forma de presiones múltiples sobre Irlanda. La falta de adecuada valoración a la participación ciudadana, en las actuales circunstancias, puede dar lugar a incómodas sorpresas.
Europa confronta, sin duda, retos de la mayor importancia.