Madrid, la ciudad de la resistencia antifranquista, la ciudad que combatió durante casi tres años, la ciudad que luchó contra el fascismo hasta ser traicionada por el coronel Casado, se prepara para recibir a los mineros. La ciudadanía se mantiene en pie. Dignidad, solidaridad obrera, organización, comunidad, necesidad de resistir. Esta es la orden del […]
Madrid, la ciudad de la resistencia antifranquista, la ciudad que combatió durante casi tres años, la ciudad que luchó contra el fascismo hasta ser traicionada por el coronel Casado, se prepara para recibir a los mineros. La ciudadanía se mantiene en pie. Dignidad, solidaridad obrera, organización, comunidad, necesidad de resistir. Esta es la orden del día. Temas esenciales.
Hay otro asunto que se ubica en la otra cara de la moneda, su lado más oscuro. No hay que olvidarlo.
«Creo que en los Estados Unidos se exigía un referéndum, supongo que no federal sino estatal, para permitir la instalación de un casino público para juegos de azar, esencialmente el de la ruleta», ha señalado Rafael Sánchez Ferlosio, en su artículo (excelente como todos los suyos) sobre EuroVegas del pasado lunes en el diario global-imperial [1].
Eran otros tiempos sin duda. Fue el rechazo generalizado el que indujo a Las Vegas a situarse, literalmente, «lejos de todas partes», en medio de un desierto, aun a costa de tener que enfrentarse a gigantescos problemas de orden «logístico», recuerda el autor del Alfanhuí [2]
Privilegios legales y fiscales, apunta nuestro Premio Cervantes, son los que pide el millonario americano que anda viniendo por España especialmente en contacto con doña Esperanza Aguirre. No es sólo doña Esperanza: también don Artur Mas y su gobierno (porcionista) de privatizadores desalmados. Y si no el millonario americano no viene a visitarnos, allí se planta don Artur, manipulando les colles de castellers, elogiando ad nauseam las andazas del Estado belicista y anexionista de Israel y vendiendo la moto de una Catalunya que apuesta por la investigación, la ciencia y «el desarrollo sostenible», el nuevo cuento de los cuentistas de siempre.
Sea como fuere, no es eso lo más grave. RSF señala otro nudo esencial en el que no hemos reparado suficientemente: «nada de lo hasta aquí referido tiene gran importancia; y si la tiene la pierde ante la diferencia capital entre Las Vegas (que no dejaría por eso de ser puro infierno) y lo que el millonario quiere traer a España».
La diferencia capital, señala el hermano del gran lógico internacionalista Miguel Sánchez-Mazas, entre lo que es Las Vegas y lo que el millonario americano pretende instalar en Madrid o Barcelona (o Barcelona o Madrid, los proyectos son casi idénticos, tienen la misma matriz neoliberal y servil) «reside en la inconmensurable diferencia entre construir una ciudad o, si se quiere, una aberración urbana, en medio de un desierto y hacerlo en los aledaños de una ciudad de cinco millones de habitantes, trátese de Barcelona o de Madrid, y en un lugar cuidadosamente elegido en cuanto a facilidades de acceso, comunicaciones tanto con el interior como con el extranjero».
Este es el punto, éste es también el punto de la «apuesta» EV. Y con mayor gravedad si cabe en Barcelona dada la cercanía de la posible ubicación del megacasino -algunos hablan abiertamente ya de puticlub- a la ciudad de los prodigios y negocios («la millor botiga del món», ¡qué lema tan sofisticado!) y los planes ya anunciados del alcalde convergente para rediseñar el puerto de la ciudad con la intención de acoger en un muelle especial y en exclusiva yates de lujo y de alto standing, con viajeros probablemente muy interesados en el juego y en la diversión desenfrenada. ¡Todo sea por la pasta! Esta es, lo ha sido tradicionalmente, la divisa actual de la burguesía catalana. El capitalista americano, recuerda RSF, ya traía elegida la abusiva ventaja de la nueva ubicación: «tener los clientes literalmente a la puerta de casa; la electricidad, que bastaría con empalmar la línea; la traída de aguas, con llamar al fontanero, etc».
En fin, apunta nuestro gran escritor, tampoco deja de ser un tanto vergonzoso que «una señora tal vez un bocadinho de mais pagada de sí misma, pero con tan patriótico orgullo de acendrada españolez como para querer hacer de los toros patrimonio de la humanidad, no pueda resistir ver agitarse ante sus ojos un cheque de seis ceros sin sentirse dispuesta a entregarse y entregar Madrid y España entera a un millonario americano».
Es probable que el cheque tenga más de 6 ceros pero no deja de ser también llamativo que el president de la Generalidad catalana -nada españolista según dice pero con más de un tic español en todos estos turbios asuntos- que se las da, esto sí, de catalanista, de amante del país, de admirador de tus tierras y paisajes, de sólido defensor de sus derechos históricos y actuales, el president, decía, que dice ser -aunque lo dice muy pocas veces- heredero de Lluís Companys, esté dispuesto -igualito, igualito que doña Esperanza Aguirre y Gil de Biedma- a entregar el país de su alma y su corazón partío a las huestes insaciables de un sionista billonario norteamericano que, si se me permite el vómito lingüístico, produce -y me quedo corto- acidez de estómago, náuseas, arcadas, vergüenza ajena e incluso imágenes asociadas con terroríficos personajes de terror de malas novelas, cómics o dibujos animados. Vamos, algo así como si algún personaje de Crepúsculo chupara la sangre de la Catalunya trabajadora.
EuroVegas, no es casualidad claro está, es cosa del Prat de Llobregat, de trabajadores y campesinos, de gentes que apenas cuentan, y de paisajes poco frecuentados por los sectores hegemónicos de la sociedad catalana. L’Empordà, en cambio, no se toca. Ni un pelo. Es reserva natural casi en exclusiva para una burguesía catalana que dice ser ilustrada. La que se formó precisamente en Aula. Como inversión de futuro por supuesto.
Nota:
[1] Rafael Sánchez Ferlosio, «Luz de neón», El País, 9 de julio de 2012, pp. 25-26.
[2] Sigue siendo una excelente aproximación a esta obra de juventud de nuestro Premio Cervantes la reseña que le dedicara Manuel Sacristán en Laye, en el número 24, en 1954, el último que publicó antes de su cierre (ahora en Manuel Sacristán, Lecturas, Icaria, Barcelona, 1985, pp. 65-86).
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