Francisco Báez, ex trabajador de Uralita en Sevilla, inició en los años 70 del pasado siglo la lucha contra esta industria de la muerte desde las filas del sindicato de CCOO. Ha dedicado más de 40 años a la investigación sobre el amianto. Paco Puche, otro luchador imprescindible, reseñó su obra (escrito editado en las […]
Francisco Báez, ex trabajador de Uralita en Sevilla, inició en los años 70 del pasado siglo la lucha contra esta industria de la muerte desde las filas del sindicato de CCOO. Ha dedicado más de 40 años a la investigación sobre el amianto. Paco Puche, otro luchador imprescindible, reseñó su obra (escrito editado en las páginas de Rebelión.org).
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Seguimos en el primer capítulo, en temas de investigación científica. Se podría redactar, afirma, todo un manual de anti-epidemiología que recogiera un conjunto de prácticas fraudulentas. Habla usted incluso de camelos pseudo-científicos. No sé si sabe usted de la existencia de ese manual. Sea como fuere, aunque ya nos ha hablado de ello un poco, ¿nos da otros ejemplos de fraudes, de camelos pseudo-científicos?
Ese supuesto manual de anti-epidemiología, obviamente, no existe, pero lo que sí existen, son una serie de trabajos de crítica, que oportunamente, y aduciendo siempre ejemplos concretos, se dedican a señalar con su dedo acusador a aquellos autores, y a sus respectivos trabajos, que son merecedores de esa acusación; es de destacar que se trata de errores intencionados, y con una finalidad manifiesta: minimizar o negar abiertamente ciertos riesgos, asociados a un determinado contaminante o a una situación de riesgo inducida por esos contaminantes. Eso ha ocurrido con suma frecuencia en el caso del amianto, y eso es así, simplemente, porque ha habido quienes han puesto la determinación y el dinero para que ello ocurriera de esa manera, a favor de los intereses económicos involucrados -los suyos-, y en contra de la objetividad y de la verdad científica, que siempre será contingente, por su propia naturaleza, en función, en cada oportunidad y momento, de las evidencias disponibles.
Los combustibles fósiles, en el caso del cambio climático, el tabaco, ciertos medicamentos, etc., son también objeto de tales prácticas deshonestas, al igual que ocurre con el amianto. En mi libro, aunque su tema central es esa última materia prima, no obstante también incluyo una amplia lista de Think Tanks, con señalamiento de las respectivas «subvenciones» recibidas, y todo ello referido al único tema del negacionismo del cambio climático. Repasando el contenido de los mensajes voceados, se puede apreciar el descarado desenfado con el que se bombardea a políticos poco versados en esos temas (aquí en España, tenemos uno, con barba, con primo, y con niña), a los formadores de opinión (que probablemente igual a veces están también en la misma nómina que los «institutos» Think Tanks), y a la opinión pública en general.
Aparte de estar alertas, de criticar estas prácticas y estas financiaciones fraudulentas e interesadas, ¿qué se puede hacer más?
Se puede, por ejemplo, hacer un censo exhaustivo de todas aquellas publicaciones que no han tenido reparos en acoger a este tipo de trabajos de dudosa o nula calidad científica, o que no han demostrado la necesaria diligencia en detectar su condición espuria, para haberse podido negar a su publicación. Ese censo no lo puede hacer cualquiera, aun cuando le anime a ello la mejor voluntad. Los investigadores, cuando emprenden un programa de pesquisa de esta amplitud, necesariamente han de poder hacerlo bajo el amparo de una financiación razonablemente garantizada. Financiación que tiene que proceder de quienes no representen el más mínimo atisbo de dudas sobre su neutralidad en la cuestión que se investiga, máxime en esta ocasión, dada la índole de lo que en ella se pretende denunciar públicamente. Al propio tiempo, han de dotarse de todo un equipo de colaboradores, especializados en las distintas áreas científicas abarcadas, que el caso de las patologías del amianto, consistirán, por ejemplo, en la estadística, la epidemiología, la neumología, la radiología, la oncología, la inmunología, la microscopía, la analítica, etc.
Lo más aproximado que por nuestra parte hemos podido encontrar, es el conjunto de los trabajos acometidos por el investigador David Egilman y su equipo de colaboradores, además de algunos otros que igualmente se han ocupado también del mismo asunto, de una forma más o menos dispersa e individualizada. Pero lo que en cualquier caso echo en falta, es esa exhaustividad en el tratamiento de tan delicada e importante cuestión.
Sólo cuando esas publicaciones se vean abocadas a contemplarse incluidas en ese censo exhaustivo de la «ciencia basura» sobre el amianto, la situación podrá a empezar a cambiar, y lo dicho, evidentemente, reza igualmente para aquellos otros contaminantes inmersos en este tipo de malas prácticas, como es el caso, por ejemplo, del tabaco o de los combustibles fósiles, porque es que, además, en una fuerte proporción, es seguro que se tratará de las mismas editoriales o de idénticas publicaciones, con independencia del contaminante considerado en cada caso. A grandes males, deben de aplicarse grandes remedios.
Critica usted en varios apartados el sesgo de selección. ¿Eso qué es? ¿Nos puede dar algún ejemplo relacionado con el amianto?
El sesgo de selección, como la propia expresión ya indica, se produce cuando, por ejemplo, aparentemente se quiere determinar la estatura media de las personas de un país y se hace un muestreo, que tendría que ser aleatorio, pero que en realidad ha sido confeccionado seleccionando para ello a determinados barrios marginales y zonas económicamente deprimidas, en donde ya de antemano se sabe que nos vamos a encontrar con una población peor nutrida, por comparación respecto del conjunto de todos los habitantes del país, y que, por consiguiente, previsiblemente también, su estatura media igualmente va ser inferior a la verdadera cifra representativa que tendría que ser obtenida sin ese deliberado o inadvertido sesgo de selección.
En los estudios epidemiológicos hay que ser muy cuidadosos, porque ya el simple hecho de que una estrategia de agilidad nos lleve, por ejemplo, a hacer una selección del grupo de control entre las personas que tienen teléfono fijo puede ya estar distorsionándonos el resultado a obtener.
En el caso concreto del amianto, ese tipo de sesgo se produce, cuando, por ejemplo, para determinar la tasa de cáncer pulmonar entre los trabajadores de empresas con utilización de asbesto, para ello se escoge a una cohorte formada exclusiva o predominantemente por mujeres (como suele ser, frecuentemente, el caso en las plantillas de las factorías de textiles de asbesto), pasando por alto un importantísimo factor, como es el del tabaquismo, que en el pasado, y por costumbre, es un hábito vital que ha sido notablemente menos generalizado entre las mujeres. El tabaco tiene un extraordinario efecto sinérgico, en su concurrencia con la exposición laboral al asbesto (o en las exposiciones de cualquier otra índole), respecto del cáncer pulmonar. Lo peor, evidentemente, es cuando ese sesgo es intencionado, buscando una exoneración parcial o total del contaminante involucrado, que en los casos de nuestra precisa atención, es el amianto.
¿Qué pasó con el doctor Vorwald? ¿Un estudio que elimina toda referencia al cáncer y los tumores de manera consciente? ¿Es así? ¿No exagera un poco?
En todo caso no sería yo el que exagerara, sino quienes me precedieron en la afirmación de los hechos. Creo que la mejor forma de explicarlo, es haciendo uso de mi propia descripción, incluida en mi libro. La «conspiración de silencio», la podemos conocer en su modus operandi, atendiendo a lo indicado en LaDou et al. (2007): «Hubo entonces un doctor en el Comité TLV, el Dr. Arthur Vorwald, del Laboratorio Saranac, una consultora de la industria, en el estado de Nueva York. Vorwald acababa de ser distinguido con el «Merit in Authorship Award», por la IMA («Industrial Medical Association»), por «Estudios experimentales sobre la asbestosis», publicado en 1951. En la elaboración de este documento, Vorwald había eliminado toda referencia al cáncer y los tumores, siguiendo la directriz de los patrocinadores de la investigación, la industria, pero esto no saldría a la luz pública sino hasta décadas más tarde. Lo que, en todo caso, dijo Vorwald, en defensa del TLV, no se registró en las actas de las reuniones de la IMA, a pesar de que fue uno de los 27 identificados como presentes en la discusión».
La actuación del Dr. Vorwald es tanto más reprobable, si se tiene en cuenta que ese mismo autor ya había publicado un artículo en el año 1938, acerca del nexo entre las neumoconiosis -entre las que, obviamente, se encuentra la asbestosis- y el cáncer de pulmón.
Vemos, por consiguiente, que la «conspiración de silencio» es algo más que una simple frase hecha, respondiendo a una realidad que, de forma consciente y deliberada, se ha mantenido vigente durante décadas, en una ficción falsamente tranquilizadora, que las autoridades sanitarias han asumido, sin que durante mucho tiempo se haya llegado a cuestionar su nulo fundamento científico, y su ocultación de las evidencias.»
Seguidamente, le cito de nuevo, «nos ocuparemos de una cuestión, de la que el autor del presente libro sabe más de lo que puede decir». ¿Más de lo que puede decir? ¿Y por qué no puede decir lo que sabe de más y no ha dicho?
Porque sólo se debe difundir públicamente aquello de lo que se está en condiciones de poder probar documentalmente, o por cualquier otro medio, en sus precisos y concretos datos y fuentes. Todo lo cual no obsta para que, si el autor ha estado involucrado personalmente en alguna situación en la que haya podido tener acceso a datos confidenciales, de imposible corroboración por terceros, o sin soporte documental, pero, al propio tiempo, constándole su estricta veracidad, no pueda hacer un guiño de complicidad al lector, y el que quiera creérselo, que se lo crea, y el que no, que no se lo crea, porque todavía seguirán existiendo otros muchos elementos de convicción, y esos sí que tendrán respaldo documental más que suficiente. Es, por tanto, una apelación a la confianza de los lectores, por parte del autor.
Habla usted de métodos para medir las concentraciones d fibras de asbesto en el ambiente de los puestos de trabajo: el ASIA, el BOHS y el NIOSH. ¿En qué consisten? ¿Cuál es preferible?
Para que nos entendamos todos: esto se trataría… como de averiguar qué detergente es que lava más blanco. Cada cual tendrá sus fans. Yo lo que trato de llevar al ánimo del lector, en todo caso, es hacerle consciente del grado de incertidumbre, y de datos diferentes a obtener, en función del método de muestreo y de recuento utilizado, y de cierto grado de arbitrariedad, por consiguiente, y que se evidencia en cuanto se escarba en la maraña de comparaciones y de estudios de ventajas o debilidades, por contrate entre los diversos métodos existentes, según lo que la literatura técnica nos brinda. Y en lo que también pongo el énfasis, es en el hecho de que ese dato así obtenido, con su inevitable carga de relativa arbitrariedad, será después determinante, por ejemplo, para concluir si había, o no, obligación legal de haber dispuesto la fábrica, de dobles taquillas para las ropas de trabajo y de calle, respectivamente, y de si había obligación, o no, de que el lavado de la ropa de trabajo se efectuase en la propia factoría, y no en los respectivos domicilios de los trabajadores.
Cuando un juez, escribe usted, tiene que sopesar si una determinada empresa cumple o no con la legislación vigente en la materia de la que hablamos «un guarismo, descontextualizado respecto de las circunstancias reales que lo determinaron» no debiera ser la frontera que por sí solo marcase el territorio de una u otra de las dos posibilidades a considerar. ¿Por qué no? Y si fuera el caso, si no hiciéramos uso de él, ¿qué entonces en su lugar para separar o delimitar?
El juez debiera de tratar de informarse, a través de otros medios, para una eventual corroboración (inspecciones in situ, examen de informes de inspectores de trabajo, declaraciones de testigos, careos, etc.), y decidir en base a ponderar todas esas evidencias e indicios, incluyendo también los propios datos de las mediciones, esto último como un importante elemento más, pero sólo eso, para así conformar su apreciación final. Es que existe la tendencia (entre otras cosas, también por comodidad), a sobrevalorar o a atender en exclusiva a los datos cuantitativos, con olvido de toda una realidad subyacente, y que habitualmente permanece oculta, no manifiesta, en todo caso, en sede judicial, y que en buena medida viene a poner en tela de juicio la tan cacareada imparcialidad de la medida, con su concreción cuantitativa.
Habla también del tiempo de latencia en el mesotelioma que algunos autores cifran entre los 14 y los 72 años. Le pregunto a continuación por esta horquilla
De acuerdo.
[*] Las anteriores partes de esta entrevista pueden verse también en Rebelión
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