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Extraordinario acto de Chávez con los trabajadores en Madrid

Fuentes: El Militante

Son cerca de las cinco de la tarde. Un tibio sol de otoño baña el paseo del Prado camino de la sede de CCOO en Madrid. Cuando llegamos más de 300 personas ya hacen cola en la puerta del salón de actos. Esperan pacientemente poder entrar al encuentro con el Presidente Chávez. La situación es […]

Son cerca de las cinco de la tarde. Un tibio sol de otoño baña el paseo del Prado camino de la sede de CCOO en Madrid. Cuando llegamos más de 300 personas ya hacen cola en la puerta del salón de actos. Esperan pacientemente poder entrar al encuentro con el Presidente Chávez.

La situación es caótica. Lope de Vega es una calle estrecha y cada vez son más los que van llegando con la intención de participar en el acto. El servicio de orden está desbordado, algunos de ellos sorprendidos por la expectación que se vive en la calle, se preguntan que es lo que pasa con Chávez e incluso quién exactamente es Chávez (uno le confunde con Chaves, el presidente de la Junta de Andalucía). La policía no entiende nada y no sabe qué actitud tomar; uno de ellos intenta mantener su autoridad con la actitud chulesca que les caracteriza; la gente pasa de ellos. Todos están lo suficientemente contentos y entusiasmados con la perspectiva de ver a Chávez como para caer en ningún tipo de provocación. Durante las casi dos horas de espera, en la fila se canta y se gritan consignas a favor de la revolución en Venezuela y en apoyo al presidente.

Son cerca de las 7 de la tarde. Se abren las puertas y la riada humana empieza a entrar, de cinco en cinco. Hay que pasar por un detector de metales. Hace apenas cuatro días el fiscal encargado de investigar la trama golpista del 11 de Abril ha muerto asesinado en un sucio atentado perpetrado por la reacción. Nadie se queja. Todos entendemos que es necesario tomar todas las medidas de seguridad que haga falta para evitar cualquier problema de seguridad. Sabemos que Chávez está en el punto de mira de la contrarrevolución internacional.

Poco a poco la sala se va llenando. Se corean consignas, gritos y canciones. Se proyecta un vídeo del proceso revolucionario. Varios cantores y músicos suben al escenario para amenizar al personal antes de la llegada de Chávez. Entre ellos la extraordinaria Olga Manzano y Quintín Cabrera, pero también muchos otros que quieren expresar su solidaridad y simpatía con la revolución y que no están en los circuitos comerciales. Por supuesto no está Alejandro Sanz, ese gusano que no tuvo ningún empacho en decir que Chávez debería dimitir porque así se lo exigían y ahora calla como un muerto ante el triunfo del presidente en el revocatorio.

Un momento terrible. Se anuncia que el presidente no va a venir. Son las ocho y media. La sala queda sumida en el desconcierto. La desilusión recorre a todos y cada uno de los asistentes, pero se plantea seguir con el acto. Queremos demostrar nuestro apoyo a la revolución, pero el ambiente se ha tornado de una fiesta en un desencanto. Queríamos oír a Chávez, el dirigente de la revolución venezolana.

William Lara, ex presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela y diputado, toma la palabra. Su discurso no conecta con el auditorio. Habla de que Venezuela es un paraíso para la inversión de los empresarios españoles. Todos callamos, un poco indignados. ¡Son los mismos empresarios que nos explotan, que contratan jóvenes y emigrantes como mano de obra barata sin contratos, que abogan por la mayor «flexibilidad» en las jornadas y en los salarios! Sabemos que no van a ser ellos los que generen riqueza en Venezuela, como sabemos que no son los que generan la riqueza en este país. William Lara sigue con su discurso, y al final habla un poco de que esas inversiones no serán las inversiones explotadoras de antaño. La pregunta flota en el aire, ¿sabe William Lara realmente qué son los empresarios?, ¿sabe que su beneficio es a costa de nuestra explotación?, ¿sabe que ellos jamás invertirán ni una peseta si no tienen garantías de que van a recuperar con creces la misma, aún a costa de la pobreza de la mayoría?

Mientras Lara sigue con su discurso, empieza a circular un rumor: «Chávez viene», primero son murmullos, luego de una fila a otra se va pasando la voz. Nadie hace mucho caso a otra cosa que no sea la confirmación o no de la llegada de Chávez. Desde el escenario, nada se dice. William Lara sigue hablando. Al final, una voz potente se oye en la sala por encima de los murmullos: «Chávez viene». La gente rompe en aplausos. Vuelve la alegría. Ahora suben los músicos y todos coreamos y aplaudimos las canciones. Luego nos enteraríamos que un grupo de gente, encabezados por Manolo Espinar de la Haydeé Santamaría y JM Municio de El Militante se habían ido al Círculo de Bellas Artes, donde Chávez estaba en un encuentro con actores e intelectuales, para explicarle que más de 1.500 trabajadores y jóvenes estábamos esperándole en el salón de actos de CCOO. ¡Lo consiguieron! Cuando Chávez se enteró de que estábamos esperándole, no lo dudó: «Voy para allá, aunque sea para dar un saludo de 15 minutos». Como el mismo presidente diría luego, «gracias, me han rescatado de los intelectuales para traerme con los trabajadores».

Pasan las horas y todavía no llega. Las pancartas siguen reflejando mensajes de apoyo, colocadas en las paredes. Entre ellas la de El Militante y el Sindicato de Estudiantes: «Venepal, nacionalización bajo control obrero».

Nadie se mueve. Cada cierto tiempo nos dicen que sí, que a pesar del retraso Chávez va a venir. Seguimos esperando. Se leen los comunicados de apoyo al acto. Ya hacía tiempo se habían leído los dos primeros, uno de la Alianza de Intelectuales Antiimperialistas y el otro de Cultura contra la guerra. Ahora leen el del Sindicato de Estudiantes, interrumpido en dos ocasiones por los aplausos. Después, entre canción y canción, se van leyendo los demás: Partido Comunista, Corriente Roja, El Militante, Campaña Internacional Manos Fuera de Venezuela… Cantamos. Cantamos canciones y cantamos la Internacional. Toda la sala, puño en alto, la Internacional sale de nuestras gargantas como un grito de lucha revolucionario y solidario de internacionalismo proletario.

¡Por fin, a las 10,30 de la noche, después de más de cinco horas de espera Chávez llega! El entusiasmo se desborda. Todos en pie, puño en alto, recibimos a Chávez.

Chávez de pie, en el escenario. Se le ve cansado y también impresionado por el recibimiento y el entusiasmo que rebosa el auditorio. Nos pide disculpas por el retraso y empieza recitando, por cierto extraordinariamente bien, a Lorca.
Y ya nos explica la situación. Habla de la revolución, de los oprimidos, de la oligarquía y el imperialismo que perpetraron el golpe de estado en abril de 2002, de cómo iban a fusilarle y los soldados evitaron con los fusiles en la mano que el magnicidio se consumara. «Allí, de pie, frente al pelotón, pensé en el Ché (…) como muere un hombre». Nos explicó cómo miles y miles de trabajadores, de pobres, rodearon el palacio de Miraflores en apoyo a la revolución y después, «Lo intentaron una vez y no lo lograron y si lo volvieran a intentar, no lo conseguirían porque en Venezuela las armas las tienen los soldados, que son el pueblo». Referencia al golpe de estado contra Allende. «la revolución chilena fracasó porque era una revolución pacífica y desarmada. La revolución bolivariana es una revolución pacífica… pero armada». Los asistentes entendemos de qué habla. No en vano hemos tenemos un pasado inmediato. Gritos y puños en alto: «el pueblo armado, jamás será aplastado», «el pueblo armado, jamás será aplastado».

Ahora nos habla del dinero de PDVSA que se está invirtiendo en programas sociales y, desde luego, una referencia a Cuba y a los médicos cubanos. Aplausos en la sala y gritos de apoyo a Cuba: «Chávez, Fidel y el Ché».

Referencia a los trabajadores de astilleros. La sala grita «astilleros no se cierra». Habla ahora de la revolución democrática en Venezuela, que el pueblo apoya el proceso. De los pueblos de América Latina. «Si Bolívar viviera hoy sería socialista». También hace una referencia a Marx. Por cierto, antes de entrar, en la puerta se ha parado en la mesa que los marxistas de El Militante teníamos los libros. Habló con los compañeros. Cuando vio los libros de Alan Woods, exclamó: «Hombre, Alan Woods. Es amigo mío». Queremos regarle los libros que ha elegido, entre ellos varios de Alan Woods, Ted Grant y Trotsky, pero él insiste en pagarlos. Al fin acepta el libro «Bolchevismo, el camino a la revolución» de Alan como regalo.

Ahora, hace una reflexión sobre los trabajadores, la necesidad de unirnos. Hay una internacional socialista y una internacional demócrata-cristiana. ¿Por qué no formar una internacional democrática revolucionaria? Unir a los pueblos oprimidos, a los trabajadores, a los indígenas… Aplausos cerrados. Sigue el hilo del discurso. «La clase obrera debe ser la vanguardia de la revolución (…) No sólo preocuparse por las reivindicaciones salariales e inmediatas, que es necesario y lo tiene que hacer, sino mirar más allá, hacia la transformación integral de la sociedad» El entusiasmo se desborda. «Viva la clase obrera» y «La clase obrera no tiene fronteras» son consignas más que coreadas, vividas, unánimemente por toda la sala.

Durante el discurso, allí de pie, le han ido pasando tazas de café que ha ido bebiendo regularmente. Ha tenido un día intenso. Ha estado en la Universidad Complutense donde los estudiantes le recibieron también con entusiasmo, desbordando todas las previsiones. Ha tenido una reunión con Zapatero, otra con los intelectuales y el mundo de la cultura en el Círculo de Bellas Artes y a las 10, 30 se ha reunido con los trabajadores… Lo mejor, que ha dado plantón a los empresarios por estar con nosotros. Hoy la prensa dice que es inaceptable este recibimiento y que es un impresentable porque plantó a 200 empresarios. Hoy, los trabajadores entienden todavía más quién es Chávez y el apoyo que recibe de los trabajadores venezolanos.

Son más de las 11,30 y por fin se despide de nosotros. Mientras sale de la sala, al igual que ocurrió como cuando entró, todos de pie, gritando «La revolución p’alante, p’alante y al que no le guste que se joda y que se aguante».
Como siempre, allá por donde va, el entusiasmo también se refleja en el deseo de acercarse a él y saludarle. A pesar de la escolta, de las medidas de seguridad, cuando sale se ve rodeado por un mar de manos que quieren transmitirle el apoyo y la solidaridad a la revolución venezolana. Él, amable, atento y educado, en un intento imposible, procura saludar y hablar con todos los que se le acercan porque comprende que esas muestras solidarias son el deseo de los trabajadores de transmitir, en su persona, a los trabajadores y oprimidos de Venezuela, la esperanza que su revolución ha despertado en los trabajadores y jóvenes de todo el mundo.