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Farenheit 9/11. La obscenidad de la eficacia

Fuentes: Rebelión

La última película de Michael Moore ha convocado a muchos medios de comunicación a informar de ella, debido al carácter crítico con la administración Bush y sus intervenciones imperialistas en el mundo. Muchos hemos ido al cine con ganas de ver en la peli las evidencias bien contadas que sólo un pequeño sector de la […]

La última película de Michael Moore ha convocado a muchos medios de comunicación a informar de ella, debido al carácter crítico con la administración Bush y sus intervenciones imperialistas en el mundo. Muchos hemos ido al cine con ganas de ver en la peli las evidencias bien contadas que sólo un pequeño sector de la población conoce.

Sin embargo, a pesar del incuestionable papel que puede desempeñar el documental, sobre todo en su país de origen, mostrando los intereses ocultos de los dueños del imperio para forjar una maquinaria continua de guerra, me gustaría reflexionar sobre el planteamiento de algunos temas en el citado film.

Podría comenzar haciendo notar mi perplejidad ante la escasa crítica al partido demócrata que ha montado tantas guerras como el republicano en su macabra historia. En lo particular, me da igual a quién vota el señor Moore, si es que vota, pero en la peli, si bien se explican las conexiones entre la familia Bush y los intereses petrolíferos mundiales, pareciera como si las otras administraciones gobernantes en la Casa Blanca no respondieran a los mismos intereses o a otros tan siniestros como los de este presidente imbécil que tan bien describe la película.

Por otro lado, se dice que los soldados gringos apoyan el propio sistema que los usa como carne de cañón, pero al mismo tiempo se les agradece su labor en el mundo. ¿Qué hay que agradecerles? ¿Que lleven matando niños, mujeres y hombres sin distinción durante décadas? Ser pobres no les exculpa de sus crímenes. El capítulo del documental en el que Moore se dedica a darle voz a la madre de soldados estadounidenses que se siente más patriota que nadie me puso más que irascible. La única explicación posible es que Moore es americano o que quiere entrarle al poco instruido público gringo y no ser acusado de antipatriota. Porque la verdad, los lloros de esa pobre mujer que manda repetidamente a sus hijos a la guerra sobran por todos lados frente a la no mención de un solo muerto afgano. Y fueron unos cuarenta mil -lamentablemente nunca un número exacto, porque a los muertos de segunda los entierran en los ceros- los inocentes que murieron a cuenta de un gasoducto en una guerra que apoyaron los demócratas, partidos como el PSOE y muchos estados que luego, peripecias del destino, se quejaron de la invasión de Irak. Que esos 40.000 muertos sólo cuenten en un incendiado mapa de Afganistán y en una leve dedicatoria final que apenas dura unos segundos de hiriente anonimato, me parece cuanto menos obsceno. Un doble rasero al que estamos muy acostumbrados en el estado español, en el que se traen los soldados de Irak como pura maniobra publicitaria y a cambio se mandan a Afganistán o a Haití, donde están desempeñando el mismo papel de legitimadores de invasiones ilegales y de crímenes de lesa humanidad.

Al final del documental muchos fueron los que aplaudieron. Igual no habían oído antes hablar de tantas barbaridades. Yo no aplaudí por respeto a tantos muertos cuyo rostro, nombre e historia nos han arrebatado.