Sábado 12 de junio de 2010. Aunque parezca imposible, se sigue emitiendo en TV1, una televisión pública, un programa que abona la rancia cultura cinematográfica del franquismo. Su nombre es un insulto a la cultura y costumbres de los comunes: «Cine de barrio». No es una muestra, crítica e históricamente presentada, del cine que se […]
Sábado 12 de junio de 2010. Aunque parezca imposible, se sigue emitiendo en TV1, una televisión pública, un programa que abona la rancia cultura cinematográfica del franquismo. Su nombre es un insulto a la cultura y costumbres de los comunes: «Cine de barrio». No es una muestra, crítica e históricamente presentada, del cine que se hizo durante el franquismo -jamás un Saura o un Buñuel han aparecido ni aparecerán en el programa- sino cine franquista de toda la vida con sus Masó, Lazaga, Landa y sus «¡Vente a Alemania Pepe!» y afines. No sé qué película del infame catálogo tocaba este sábado.
Sé, eso sí, que antes se emitió una breve presentación. Lo que logré ver de ella. Es posible que hubiera detalles complementarios que se me escapen:
La película era finales de los sesenta; 1969 si no recuerdo mal. Ese año, comentaba una voz en off, las dos ganadoras de Eurovisión, Massiel y Salomé, se habían casado; Serrat cantaba a Machado -imágenes del cantautor de Poble Sec interpretando «Cantares»- y Franco, no el dictador, no el criminal golpista, no el asesino de Grimau y Puig Antich, no el máximo responsable de la dictadura nacional-católica, sino Franco, a secas, recordaba en el mensaje de final de año que España celebraba el 30 aniversario del año de la victoria. Tal cual: ¡que España celebraba tres décadas del año de la victoria! Tomando las infames palabras del general golpista asesino, presentado como un abuelete de la familia, sin un comentario anexo, sin hacer un breve análisis crítico del significado de ese «año de la victoria» y de esa celebración. Jaleando con la misma música los mismos oídos acostumbrados a oirla.
Apagué el aparato. Tomé Noticias de Santiago Alba Rico y De mal asiento de Carlos Blanco Aguinaga para intentar calmar el ánimo. No lo conseguí.
Bajé a la calle para pasear en dirección a Santa Maria del Marx, del Mar quería decir. Pasé delante de la Jefatura Superior de Policía, el máximo que no único centro de tortura del fascismo barcelonés. Francesc Vicens ha contado alguna vez que cuando lo detuvieron por primera vez, hacia 1957, tenía entonces 30 años, pasó largos días en ese lugar siniestro. Pensar en la torturas a las que sería sometido le hizo orinarse encima sin poder contenerse. El miedo y el horror transitaban por todo su cuerpo. Con razón.
Ni que decir tiene que en ese lugar oficial no hay ni la más ligera indicación de lo que fue aquel centro de aniquilación, tortura y asesinato de luchadores. Estos días se han colocado en Barcelona grandes fotografías en lugares emblemáticos de la resistencia. Ninguna se puede observar a la entrada de esa institución de tortura del fascismo hispánico.
En esa misma Jefatura Superior de Policía reconvertida ondea una sola bandera. La rojigualda desde luego, la franquista-monárquica. No oculto que los únicos símbolos en los que yo me siento representado señalan en otras direcciones: el rojo, la tricolor y los que representan los movimientos alterglobalizadores son mis colores favoritos. Pero es significativo que en el máximo centro de la «policía nacional» de Barcelona no ondeó la bandera catalana. El Estado y sus prolongaciones partidistas serviles montan uno o mil números y acuden a la guardia civil, y acaso al Ejército si fuera necesario, si en un ayuntamiento vasco ondea sólo la ikurriña, pero es razonable, legal, justo, como está mandado, según ese sesgado y abyecto punto de vista, que en una institución de esas características sólo ondee la rojigualda. Será eso.
Eso sí, bien mirado mejor: la cara al descubierto del poder, como en los viejos tiempos, tan viejos y tan actuales por cierto.
Un ejemplo que a nadie se le ha escapado. La anunciada contrarreforma laboral, esa nueva infamia gubernamental que cuenta con los apoyos de siempre, y acaso con alguna sorpresa de última hora, de consecuencias difícilmente calculables no sólo a medio sino a ancho y largo plazo, se aprobará este próximo 16 de junio, el mismo día en que «la roja» inicia la aventura futbolística. La coincidencia puede ser casual, desde luego, pero puede no serlo y recuerda sin apenas creatividad propia las estrategias de despiste y encubrimiento de los gobiernos franquistas. Pan y circo; fútbol y, si se permite el palabro, alienación abonada. Que las gentes olviden, porque necesitan olvidar, vivir y alejarse de este mundo sin entrañas ni piedad al que nos están conduciendo, la que nos está cayendo. Llueven piedras.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
rCR