La globalización ha significado la extensión del capitalismo a todo el mundo con la doble vertiente: expansión del espacio físico capitalista a todo el planeta y expansión a todas las áreas de la actividad humana. La globalización, que podría haber dado lugar a la creación de un espacio mundial de intercambio económico y cultural con […]
La globalización ha significado la extensión del capitalismo a todo el mundo con la doble vertiente: expansión del espacio físico capitalista a todo el planeta y expansión a todas las áreas de la actividad humana. La globalización, que podría haber dado lugar a la creación de un espacio mundial de intercambio económico y cultural con justicia, ha significado en la práctica la potenciación de una vieja aspiración del capital: la producción y el crecimiento económico a costa de lo que sea. La búsqueda del beneficio y las ganancias, planteadas como centro expansivo de la sociedad global, ha conducido a consecuencias deshumanizantes, y depredatorias de los ambientes sociales y naturales. Es así como el Siglo XXI nos encontró con un enorme grado de injusticia y grandes masas excluidas del bienestar que el avance de la ciencia y la técnica contemporáneas hoy en día, posibilitan a los seres humanos. (Lamarca, 2005)
Gracias a la globalización posterior a la caída del bloque soviético parecía como si hubiera un sólo modelo viable de organización social: el neoliberal con su furiosa defensa del capitalismo radical. Se planteaba la muerte de las utopías y la defensa un realismo resignado ante las leyes aparentemente «naturales» de los intercambios económico-sociales basados en el egoísmo. Se pretendió institucionalizar al individualismo como la única vía posible para motorizar el progreso, proponiendo la competencia y la rivalidad competitiva como la única manera racional de enfocar la productividad. En este esquema, la vida humana completa se monetariza, y todo se convierte en mercancía. Es más, se propugna que es deseable que todas las acciones humanas adquieran su carácter de mercancía, puesto que así se logra su transabilidad en base a la asignación de valor de mercado. La racionalidad neoliberal concibe al mercado no sólo como la institución social que asigna eficientemente los recursos, sino como regulador de decisiones sociales, como conductor de políticas y aún más, como valorador de seres humanos.
El patriarcado como sistema de poder y modelo de dominación es preexistente, pero el capitalismo neoliberal se apoya en el patriarcado, hay alianza y complementariedad entre ambos. Estos sistemas se fortalecen mutuamente. El sistema patriarcal, inculcado de generación en generación a través de los mecanismos tradicionales de socialización, que diferencian a hombres y mujeres en base a los roles de género, jerarquiza lo masculino fundamentando así la asimetría en el poder y en la valoración de los sexos. Las mujeres, culturalmente ligadas al ámbito de la reproducción de la vida en lo doméstico -dentro del patriarcado-, tienen menos valor y menor participación en las decisiones sociales.
El patriarcado capitalista perpetúa la dominación de las mujeres como grupo, esta realidad se manifiesta en forma muy evidente en los siguientes hechos:
– la mercantilización de todos los ámbitos humanos presente en el capitalismo determina que se considere que sólo es importante el trabajo remunerado, no tiene valor quien no está en situación de ganar dinero.
– el trabajo que la mujer realiza destinado al cuidado de la familia, no se considera «trabajo»
– una mayoría de mujeres mantiene la vida y el funcionamiento de las comunidades con trabajo gratuito para su localidad, las mujeres son las organizadoras de las crisis cotidianas
– las mujeres emplean el doble o una proporción mayor de su tiempo en comparación con los hombres en trabajos no remunerados y cultivan el 65% de los alimentos del mundo[†]
– la fuerza de trabajo femenina tiene menor remuneración y es utilizada cuando le es necesario al sistema para incrementar la productividad, rebajar los salarios y aumentar la tasa de beneficio del gran capital
– la super-explotación de las mujeres del tercer mundo con el trabajo en maquilas y otras formas industriales con insalubres condiciones de trabajo
– por cada hombre pobre en el mundo existen 3,5 mujeres pobres, lo que se denomina «feminización de la pobreza»
– la jefatura femenina del hogar implica mujeres solas manteniendo sus hijos lo que aumenta la pobreza
– aquellas mujeres que acceden a puestos de trabajo remunerado se topan con el «techo de cristal», que les impide la promoción dentro de las organizaciones
– los desequilibrios regionales y la creciente feminización de la pobreza han provocado el incremento de los procesos migratorios femeninos desde los países periféricos hacia los países centrales
– la conciliación de la vida laboral y familiar resulta en realidad sólo un «papel mojado» en la mayoría de las empresas y organismos
– invisilibilización de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, subsumiéndolos en el derecho a la salud
– las redes de comercio sexual esclavizan millones de mujeres especialmente de los países pobres
– globalmente, hay 46 millones de abortos cada año, cerca de 19 millones se realizan en condiciones de riesgo. El 95% de los abortos inseguros se realizan en países en desarrollo (OMS, 2003/4)
– la comercialización del cuerpo femenino como objeto de consumo, y como icono preferido de los mensajes publicitarios
– la modelización de una feminidad consumista, centrada en patrones de belleza normalizados e intervenidos quirúrgicamente, que se masifica a través de los medios de comunicación. Con la belleza como exigencia, la cultura de consumo ha creado un estereotipo de mujer ideal en términos de rostro y cuerpo.
– la mujer como pluri-consumidora es principal destinataria de mensajes publicitarios y productos -muchas veces nocivos- que prometen una felicidad de cartón. Para las mujeres se desarrolla del espectáculo de la mercancía.
El patriarcado que se define como «la manifestación y la institucionalización del dominio masculino sobre las mujeres y los niños, y la ampliación de este dominio masculino sobre las mujeres a la sociedad en general», ha impedido a través de la historia e impide en la actualidad la participación de las mujeres en el poder político. El patriarcado constituye la forma de dominación más antigua y omnipresente, se manifiesta en el machismo como fenómeno cultural que discrimina a al género femenino y a las mujeres, y da base a la utilización de la violencia y la violencia de género, como mecanismo de imposición del poder. Dentro del patriarcado es un imperialismo cultural donde el hombre quedó convertido en el sinónimo de la humanidad y esto invisibilizó a las mujeres.
Existen otros elementos que muestran cómo el sistema capitalista actual impide la superación de la asimetría entre géneros. El neoliberalismo ha fortalecido opciones conservadoras. Se trata de los constantes recortes presupuestarios en inversión social: educación, sanidad, servicios sociales, cuidado de personas mayores, atención de personas con capacidades diferentes, etc. Es decir, se desmontó el estado de bienestar [‡] o estado social, y se fueron eliminando logros en materia de servicios que protegían a la familia y a los niños y facilitaban la incorporación de las mujeres a la vida social en condiciones de seguridad.
La globalización neoliberal produjo la disminución simultánea en las esferas públicas no comerciales – tales como la atención a la salud, escuelas públicas, actividades culturales, medios de comunicación no comerciales, sindicatos e incluso, instituciones voluntarias comprometidas en el diálogo, educación, y aprendizaje. En los países centrales se mercantilizó la asistencia social, lo que condujo a la emigración de cantidades de mujeres del tercer mundo para dedicarse a las tareas de servicio doméstico y tareas de cuidados para familias demandantes de una serie de servicios que el Estado no cubre. En América Latina, se establecieron políticas de ajuste estructural que desmontaron las instituciones de protección y asistencia social. El paradigma social neoliberal se basó en la separación entre lo público y lo privado, en la propuesta de que cada uno se ocupe de sí mismo; no hay perspectiva de bienestar colectivo, el bienestar es visto como un logro individual. Los individuos se someten a las técnicas de valoración corporativa, se invisibilizan y menosprecian todas las formas de trabajo que no puedan ser contabilizadas a efectos financieros y el «tiempo libre» se transforma en tiempo dedicado al consumo.
El capitalismo neoliberal tiene como ideal un espacio público mínimo constituido solamente por el entramado de intereses privados. Pero en este capitalismo tardío lo privado ya no se identifica con lo doméstico sino con lo corporativo. (Neira, 1998) Lo que se opone inmediatamente a lo privado doméstico ya no es, por tanto, lo público o el Estado, sino lo privado corporativo, actuando en conjunto o separadamente del Estado. La política se transforma en la administración del interés privado corporativo, que es diferente del interés privado doméstico. Se piensa lo privado como valorización del capital corporativo antes que satisfacción de necesidades y antes que valorización del capital doméstico.
En este contexto por supuesto, las más perjudicadas son las mujeres, el rol del género femenino identificado con lo doméstico, resulta así más desvalorizado y las mujeres son concretamente recargadas ya no con una doble, sino más bien con una triple jornada de trabajo. Las mujeres en el capitalismo tardío neoliberal deben en principio, cumplir con su jornada de trabajo productivo mercantil, con su jornada doméstica invisible, con su jornada de estudios o preparación para la modernización, e incluso con su jornada de trabajo para el mejoramiento de las comunidades. En América Latina, donde los roles de género son más fuertes y donde además los servicios públicos y sociales son peores, las mujeres llevan una carga aún más pesada.
Aún enfrentando condiciones adversas, las mujeres siempre han luchado por el cambio social, para sí mismas y para la sociedad. El feminismo tiene su nacimiento en la Ilustración pero es un hijo no querido de ésta. La concepción ilustrada de ciudadanía excluía a las mujeres, que quedaban atadas al ámbito de lo privado-doméstico. Sin embargo, la Ilustración como discurso de la igualdad permitió comparar la situación de deprivación de bienes y derechos de las mujeres con las propias declaraciones universales. Afirma Amelia Valcárcel (2005): El feminismo es la primera corrección fuerte y significativa al democratismo ilustrado.
Desde las obras fundacionales del feminismo, tales como Wollstonecraft, Gouges, Condorcet, pasando por la Declaración de Séneca Falls y el movimiento sufragista, hasta llegar al feminismo político contracultural de los años 70 del siglo pasado, se ha luchado y trabajado por la igualdad real. El feminismo y el movimiento de mujeres se centra en la reflexión y el cuestionamiento de una lógica del poder discriminatoria y excluyente. Durante los 80 y 90 se han mantenido en líneas paralelas la visión emergente del enfoque de género, que ha permitido la incorporación de los problemas de las mujeres en los debates públicos, el reconocimiento de los derechos de las mujeres como derechos humanos y los movimientos de resistencia. A lo largo de todo el siglo XX, las mujeres presentaron la batalla en dos frentes simultáneamente, combatiendo por obtener el reconocimiento de sus derechos y participando en los grandes movimientos de emancipación política y social que lo jalonaron.
El socialismo como corriente de pensamiento siempre ha tenido en cuenta la situación de las mujeres a la hora de analizar lo sociedad y proyectar el futuro. Esto no significa que todo socialismo sea necesariamente feminista, sino que ya en el siglo XIX comenzaba a resultar difícil abanderar proyectos igualitarios radicales sin tener en cuenta a la mitad de la humanidad. Los socialistas utópicos fueron los primeros en abordar el tema de la mujer.
Cualquier proyecto emancipatorio que se plantee en serio su objetivo, debe integrar la problemática de la mujer, no como reivindicaciones sectoriales a añadir en un programa, sino como uno de los frentes principales en la lucha por la emancipación. Porque la identidad de género estructura tanto el trabajo, como las relaciones sociales y la participación política. No se trata de establecer una jerarquía de intereses, sujetos o cuestiones. Se trata de sumar las potencialidades revolucionarias de cada contradicción abierta por el capitalismo y el patriarcado en su relación unitaria, para conseguir la abolición de ambos.
El socialismo significa la preeminencia de lo social, y con ella de lo solidario por encima de lo crematístico. Por ello, el socialismo del siglo XXI, propone una nueva utopía en contra del el capitalismo tardío neoliberal que tiene como centro la ganancia y el individualismo. El concepto del socialismo del siglo XXI partiría de un concepto amplio de valor que supere el valor económico como medida de la vida social y del intercambio entre los seres humanos. Deberá incluirse en el valor social el imperativo ético de reproducción de la vida humana, porque básicamente el socialismo del siglo XXI debe partir de un humanismo radical. El socialismo del siglo XXI reivindica el amor, la paz, la solidaridad, la justicia y la libertad, y junto con ellos reivindica los valores femeninos como valores humanos.
A partir de la concepción del socialismo del siglo XXI, como humanismo radical, es posible plantear elementos constituyentes de la nueva sociedad posible, que son aportados por el pensamiento feminista, incluyendo sus variantes y nombres: enfoque de género, equidad de género, movimiento de mujeres, mujeres en resistencia. Todo un conjunto de reflexiones acerca de nuevos modelos sociales con mayor grado de humanización, libertad y justicia, han sido desarrollados por las propuestas feministas.
El socialismo del siglo XXI debe no solamente pensar sino construir una sociedad que permita del desarrollo pleno de las potencialidades humanas, una sociedad que deberá ser construida culturalmente sobre la aceptación de la diversidad sin jerarquías, y fundamentada en la igualdad en la diversidad. De ahí que entonces, en esta nueva sociedad, los roles de género deberán desaparecer, permitiendo a hombres y mujeres ser a la vez sentimentales y racionales, lógicos e intuitivos, fuertes y débiles. Lo femenino y lo masculino podrán vivirse en igualdad de valoración en lo social. Esta utopía significa una revolución cultural, que permita la construcción de una nueva manera de ser mujer y ser hombre.
Todo esto implica la revolución de la vida cotidiana. Porque en este nuevo socialismo, el cuidado de la vida y su reproducción pasan a ser elementos centrales de la organización social. La revolución que la mujer necesita incluye una nueva socialización del trabajo doméstico, que sobre la base del valor de los cuidados para la reproducción de la vida, organice los necesarios apoyos sociales y modele la responsabilidad compartida entre hombres y mujeres. La valoración de los cuidados parte de su visibilización, redefiniendo el concepto de trabajo para abarcar el trabajo doméstico proponiendo su inclusión en los sistemas de contabilidad nacional y en los mecanismos de seguridad social. Se pretende integrar las esferas de producción-reproducción -la producción, tradicionalmente tenida en cuenta por los análisis androcéntricos y la reproducción, sacada a la luz por las feministas- concediéndoles la misma importancia y destacando su contribución a los procesos de generación de bienestar social.
Además, indispensable será una nueva concepción de la maternidad que parta de los derechos sexuales y reproductivos como derechos humanos de las mujeres, basados en la libertad de decisión con autonomía y responsabilidad. La reproducción en la cual el protagonismo es femenino, ha sido ideologizada siguiendo la misma línea de prohibir y coartar el ejercicio de su libertad de decisión. Las mujeres deben tener derecho a decidir sobre su vida y su cuerpo, evitando la discriminatoria muerte de las más pobres. Se requiere una nueva visión y acción de la responsabilidad por la infancia, que incluya la responsabilidad paterna y la responsabilidad social, así como la materialización de sistemas de atención especial de la infancia. Las aportaciones del feminismo respecto a la organización del tiempo, los horarios, la configuración de los servicios y de los espacios físicos de las ciudades, que responden al análisis de las deficiencias de un modelo que se basaba en la división sexual del trabajo y en el pleno empleo, pueden ser extraordinariamente relevantes, no ya para mejorar la situación de las mujeres sino la de la sociedad en su conjunto.
La solidaridad deberá ser la base del nuevo socialismo, y aquí la necesaria transformación cultural de las relaciones entre los sexos-géneros tiene realmente mucho que aportar. La experiencia más primigenia de la alteridad, del otro como distinto de mí es la experiencia del otro sexo-género. De allí que esta experiencia primordial pueda marcar y modelar la experiencia de la solidaridad o de la competitividad, de la igualdad o de la jerarquía. Además la experiencia de la «alteridad», que proporciona la maternidad, por ejemplo, es una experiencia que hay que poder aportar a la sociedad y que hay que poder reivindicar como parte de lo humano.
La «Carta Mundial de las Mujeres para la Humanidad»[§] aprobada el 10 de diciembre de 2004 en Kigali, Ruanda, durante el Quinto Encuentro Internacional de la Marcha Mundial de las Mujeres dice:
Estamos construyendo un mundo en el que la diversidad sea una ventaja, la individualidad al igual que la colectividad un enriquecimiento, donde fluya un intercambio sin barreras, donde la palabra, los cantos y los sueños florezcan. Este mundo considerará a la persona humana como una de las riquezas más preciosas. Un mundo en el cual reinará, equidad, libertad, solidaridad, justicia y paz. Un mundo que, con nuestra fuerza, somos capaces de crear.
Proponemos construir otro mundo donde la explotación, la opresión, la intolerancia y las exclusiones no existan más, donde la integridad, la diversidad, los derechos y libertades de todas y todos sean respetados.
Esta Carta se basa en los valores de igualdad, libertad, solidaridad, justicia y paz. La Marcha Mundial de las Mujeres es un movimiento compuesto por grupos de mujeres de diferentes orígenes étnicos, culturas, religiones, políticas, clases, edades y orientaciones sexuales. La diversidad nos une en una solidaridad más global.
El socialismo del siglo XXI deberá ser, a fuer de solidario, asociativo. Están surgiendo y serán favorecidas todo tipo de organizaciones con nuevas formas de asociatividad tanto para la producción como para la reproducción, para la salud, para la educación, para la cultura, para el trabajo industrial y agrícola, etc. Las mujeres en la actividad diaria, en su práctica cotidiana tienen una gran capacidad asociativa. Han venido trabajando en red, participando de manera muy activa en todo tipo de organizaciones locales de base en América Latina. El reforzamiento de estas iniciativas, muchas veces fomentadas por políticas estatales, garantizará que el socialismo pueda cambiar la competitividad por cooperación y promover valores inclusivos.
El socialismo busca el desarrollo sostenible, en la medida en que ninguna forma de desarrollo puede prescindir de su base de sustentación, que es el medio ambiente. La degradación del ambiente que ha propiciado el capitalismo depredador, ha perjudicado especialmente a las mujeres. Debido justamente al desempeño de las tareas propias de su rol y a su situación de pobreza, las mujeres son especialmente vulnerables frente a la escasez o la degradación de los recursos naturales: la escasez de agua, por ejemplo, las afecta particularmente en las tareas de mantenimiento y reproducción de la vida. Esto las lleva a asumir una mayor responsabilidad para participar en programas de conservación y rehabilitación. Las mujeres han estado siempre más ligadas a la vida, por esto son defensoras de la paz y de la ecología. El ecofeminismo se manifiesta contra el estilo de vida consumista, que asocia a la agresión contra la naturaleza, contra las mujeres, contra los pueblos extranjeros y contra las generaciones futuras.
La base de los aportes que el cambio en las relaciones de poder entre los géneros-sexos puede hacer para la construcción de una sociedad más equitativa, incluyente e igualitaria en el respeto a la diversidad, es la participación. En este sentido, el socialismo del siglo XXI deberá comprometerse a arbitrar mecanismos que garanticen la participación de las mujeres. No basta con la simple declaración de igualdad, porque igualdad de derechos en el orden patriarcal se mediatiza a través de los privilegios históricos del género masculino. Así, no ha bastado con reconocer a las mujeres el derecho a la participación, es imprescindible promover condiciones y mecanismos que garanticen que esa participación sea efectiva. Como el establecimiento de medidas temporales que, con el fin de establecer la igualdad de oportunidades en la práctica, permitan corregir aquellas situaciones que son el resultado del sistema social discriminatorio antropocéntrico y garantizar la igualdad de resultados.
El socialismo del siglo XXI, no puede conformarse con la igualdad de oportunidades debe avanzar hacia la igualdad de resultados. Y también debe construir una nueva lógica del poder, más centrada en la ética de cuidado de la vida humana y natural, donde la debilidad no sea abusada por la fuerza. Las mujeres, y el feminismo del género y de la práctica, pretendemos una reelaboración de los valores para que el mundo sea más amigable y acogedor. En ese camino marcharán unidos feminismo y socialismo. [1]
——
[†] UNCTAD, Banco Mundial
[‡] Hay quienes critican el enfoque del bienestar, que considera a la mujer como la responsable de la supervivencia de la familia, del crecimiento de la población y la hace la principal beneficiaria de los programas sociales, porque la mujer se incluía dentro de los «grupos vulnerables» y su papel no superaba el rol de la reproducción como eje principal, sin embargo, en concreto las mujeres se vieron beneficiadas por este enfoque.
[§] La Carta Mundial de las Mujeres para la Humanidad es el fruto de un largo proceso de consultas, de intercambios y debates con grupos de mujeres de unos sesenta países.
——
D’Atri, Andrea (2004) Mujeres, guerra y feminismo. Fracaso de la igualdad, fracaso de la diferencia. En Estrategia Internacional Nº21
Neira, Hernán. (1998) «Lo público, lo privado y lo doméstico en el capitalismo Tardío» en Revista Cuadernos Salmantinos de Filosofía, Vol XXV, Universidad de Salamanca
Valcarcel, Amelia (2005) «La memoria colectiva y los retos del feminismo» en http://www.mujeresenred.net