En Tilcara, Jujuy, se realizó el Primer Encuentro Internacional de Feminismos Comunitarios, Campesinos y Populares en Abya Yala convocado por las pensadoras y activistas feministas: Rita Segato, María Galindo y Silvia Rivera Qusicanqui. Allí se colectivizaron sentimientos y pensamientos de las mujeres que defienden los territorios, la cultura y los saberes ancestrales frente al extractivismo.
La ciudad de Tilcara, Jujuy, fue sede del Primer Encuentro Internacional de Feminismos Comunitarios, Campesinos y Populares en Abya Yala. Asistimos más de 2000 mujeres de la región, convocadas por tres potentes pensadoras y activistas feministas: la antropóloga argentina Rita Segato, la referenta del movimiento Mujeres Creando de La Paz, Bolivia, María Galindo y la socióloga boliviana Silvia Rivera Qusicanqui.
Hacia el norte argentino fuimos con nuestras amigas, hijas, madres, abuelas, dispuestas al abrazo colectivo. En nuestro caso, viajamos desde Mendoza a Tilcara en una travesía de 22 horas. El viernes 13 de agosto, agotadas pero felices, nos sumamos a los ejes de trabajo que se habían propuesto en el marco del encuentro. Mis compañeras participaron del eje llamado «Epistemologías del cuidado»; había otro sobre «Estéticas feministas y cuerpos». Yo participé, junto a mis dos hijas, del eje denominado «Feminismo campesino y popular».
Esa ronda de debate se ubicó en el patio de adoquines del museo de arte Terry de Tilcara, situado frente a la plaza principal. Las mujeres se dispusieron en un gran círculo para comenzar la actividad. Una compañera llevaba el orden de las breves exposiciones. Luego de cada intervención se habilitaban comentarios, reflexiones y sentires vinculados a lo relatado. Llegamos a ser 60 mujeres debatiendo sobre feminismos comunitarios, campesinos e indígenas en el contexto actual. La lista de expositoras incluía a sujetas individuales y colectivas, movimientos y redes de mujeres.
En la ronda de «Feminismo campesino y popular» se abordó el rol de las mujeres en el sindicalismo, las circunstancias que viven las juventudes rurales, las experiencias de pescadoras y campesinas, la situación de los medios de comunicación feministas y también cómo trabajamos hoy en relación a la violencia de género. La conversación colectiva estuvo atravesada por la lucha indígena en defensa de la propia identidad y las resistencias a los conflictos socioambientales en los diversos territorios.
Con un nudo en la garganta
Cada exposición era expresión de un sentir experiencial. Los relatos fluían, por momentos se detenían, cambiaban el tono y el color de la voz. Hablar desde el lugar que nos implica, que nos motiva e interpela generaba espejos entre nosotras: era muy difícil no empatizar con las palabras de una compañera sindicalista u otra activista de un movimiento ambientalista.
Los relatos sobre las luchas cotidianas de las mujeres contra el extractivismo minero, las fumigaciones y el avance de los biocombustibles, con la carga de despojo e impacto en la salud y en la vida cotidiana que significan esas prácticas, nos dejaba un nudo en la garganta.
A la impotencia de contar la injusticia de un “progreso” que depreda las formas de vida se le opone la valentía de las mujeres campesinas e indígenas que dicen basta y se organizan para denunciar cómo se altera la vida en el campo, para clamar que debido a la contaminación y a la falta de trabajo las familias abandonan la ruralidad.
Hubo quienes contaron que un día ya no pudieron ingresar al campo donde vivían, que luego su entorno fue modificado por la siembra y que finalmente solo quedaba su tierra sitiada por la implantación de cultivos para el biocombustible. Hubo, también, testimonios de cómo se contaminan las casas con solo lavar la ropa de trabajo que los hombres usan en el campo.
En la ronda aparecieron testimonios provenientes de la triple frontera del Gran Chaco (Argentina, Paraguay y Brasil), que se expresaron a través de redes de mujeres campesinas e indígenas que le hacen frente al extractivismo, la contaminación y la violencia. Ellas nos hablaron de su resistencia a la megaminería, a los proyectos carreteros y al avance de los monocultivos.
Dos hermanas de la etnia Uru Muratos (Bolivia) con sus wiphala y artesanías en las manos y haciendo un gran esfuerzo para hablarnos en español, denunciaron la contaminación del Lago Poopó. Este espejo de agua salada se encuentra en el departamento de Oruro, en el oeste boliviano. Es el lago más grande de ese país, después del Titicaca. Pese a que es un Sitio Ramsar, su caudal se ve amenazado por la explotación minera de plomo, zinc, arsénico y plata. Las mujeres relataron que su comunidad vivía ancestralmente de la pesca pero que eso ya no es posible. Creían que el turismo sería una alternativa, pero aún no lo es porque no les asegura la subsistencia y la alimentación como si lo hacía la pesca. Sus artesanías, elaboradas con fibras vegetales que crecen en el lago, podrían ser una salida.
No consulten a la universidad
Cada vez que alguien mencionaba a alguna universidad (de Salta, de Córdoba o de Jujuy), o a algún investigador o investigadora, surgían los comentarios sobre las experiencias altamente negativas en la vinculación entre ciencia y territorio. La cuestión académica emergió como un tema al que había que ponerle cierto reparo.
Al respecto, fue contundente el relato de las compañeras respecto de la alianza ciencia-universidad al momento de definir un informe de impacto ambiental, por ejemplo para la aprobación de un proyecto minero. Las mujeres que participaron de la ronda lo resumieron con un ejemplo: “Los científicos no le consultan a nadie que viva en el lugar. Vienen, se bajan de una camioneta y registran al primer pájaro que ven en un árbol… Si nos preguntaran a nosotros, sabrían que durante el día hay diferentes pájaros que se posan en ese árbol. No contemplan nuestros saberes a la hora de decidir y luego nos perjudican”.
De todas maneras, también hubo quienes sostuvieron que dentro de las universidades se vienen dando cambios.
Las abuelas, nuestras raíces
Recordar las enseñanzas de las abuelas fue primordial para este encuentro. Se trajeron a la memoria experiencias de organización ancestral, como los consejos de ancianos de las comunidades originarias. Sobre este punto, se debatió con profundidad acerca de la necesidad de superar la vergüenza de ser mujer indígena. El orgullo de ser mujer originaria vino de la mano de aquellas abuelas que resisten a la colonización y reivindican su identidad. Escuchar esas experiencias fue movilizante. Con silencio y respeto las compañeras expresaron su emoción, su llanto y su necesidad de decir: “Aquí estamos, existimos”. ¡Qué orgullosas estaban las abuelas!
Las luchas contra proyectos que ponen en riesgo la vida de las comunidades campesinas e indígenas fueron claves en el eje «Feminismo campesino y popular».
Este primer encuentro fue un gran paso para colectivizar cómo están pensando el feminismo las mujeres que defienden los territorios, la cultura y los saberes ancestrales. Quedaron explícitas las prácticas de resistencia y de reconstrucción que ellas están tejiendo. La intersección entre feminismos populares, campesinos e indígenas es clave para terminar con el poder colonial que sigue subordinado, saqueando y matando.