Antonio Gramsci, afirmaba Manuel Sacristán en 1977 [1], era un clásico, un autor que tenía derecho a no estar de moda nunca y a ser leído siempre. Y por todos. Nadie tenía derecho a meterse un clásico en el depósito del coche, un clásico no es propiedad privada de nadie. Tampoco de los herederos o […]
Antonio Gramsci, afirmaba Manuel Sacristán en 1977 [1], era un clásico, un autor que tenía derecho a no estar de moda nunca y a ser leído siempre. Y por todos. Nadie tenía derecho a meterse un clásico en el depósito del coche, un clásico no es propiedad privada de nadie. Tampoco de los herederos o representantes cuturales de la tradición de la que el autor, ahora clásico, formó parte y abonó con esfuerzo y acierto.
Tal como apuntó el propio Marx, una parte de sus reflexiones, hipótesis y aportaciones bebían de fuentes alejadas, cuando no opuestas, de las tradiciones obreras. No hay razón alguna que impida a pensadores poco afables con el socialismo no trasvestido estudiar y aprender de la obra de Gramsci. Innecesario es señalar en todo caso que ese todos tiene límites, los nudos que exige la consistencia cuando nos referimos a la vida y obra de un autor revolucionario, no de un mero intelectual o académico brillante. Gramsci, como centro de anudamiento, sumando todas sus dimensiones y caras, no ha sido, no puede ser fuente de inspiración ni puede merecer una interpretación digna de atención por parte de aquellos que fueron sus carceleros y asesinos, el fascismo italiano, ni por los que hoy se reconocen, de forma más o menos disimulada, en los méritos y construcciones de esa historia de opresión, locura, guerra, privilegios, poder insaciable e injusticia.
Si se puede hablar de clásicos en ámbitos poéticas, y no parece que haya objeciones de peso contra ello, no parece injustificado apuntar que el autor de El rayo que no cesa es un autor imprescindible de la poesía contemporánea. Con el primer centenario de su nacimiento, con los festejos, celebraciones y encuentros que van a celebrarse en los alrededores de ese recuerdo, va a pasar lo que la mayoría ya nos imaginábamos y temíamos: el centenario del autor de las «Nanas de la cebolla» se va a convertir, en no pocas de sus aristas, en un espectáculo con boato y estrellas, lo más alejado que uno puede imaginarse de lo que fue su poesía y de lo que fue la vida y el compromiso del propio autor. No es una ensoñación alocada ni una aporía imprudente pensar que un acto institucional en el que algún miembro destacado de la Casa Real borbónica lea «Para la libertad», por la que poeta alicantino luchó y sufrió como pocos, con la marcha de los Granaderos cerrando el acto, pueda devenir un Real acontecimiento, no sólo un sueño monstruoso generado por la razón dormida.
Ni que decir tiene: está en marcha más de una operación que intenta fagocitar o transformar la memoria de un poeta comunista que escribió, además, poesía comunista. Se podrá acento en sus poemas de amor; en su oficio campesino; en su etapa católica; en algunas de las páginas trágicas de su vida; en su relación con Josefina Manresa con anexos afectivos complementarios; en su radical evolución ideológica; en sus relaciones de diverso sigo con García Lorca y Neruda; en su, se dirá, ingenuidad política y se afirmará, si se habla en alguna nota a pie, que un corazón abierto, puro y entregado le hizo militar en el Partido Comunista de España, asunto se remarcará con insistencia, que fue tema de otra época. Eran otros tiempos aquellos lejanos tiempos republicanos. Nada que ver con el nudo esencial de su poesía que puede ser leída con independencia de que Hernández fuera o no comunista.. Que el poeta, por ejemplo, se mantuviera firme hasta el final de sus pocos días, de su corta vida, que no aceptara la oferta del régimen nacional-católico-fascista de recuperar su libertad a cambio de retractarse es tema que se dejará para congresos y seminarios con notables y eruditos.
La comisión encargada (¿por quién?) «de impulsar y coordinar todas las actividades que van a llevar a cabo administraciones, entidades públicas y privadas relacionadas con la conmemoración de los cien años del nacimiento del poeta» ha nombrado Presidentes de Honor a «Sus Majestades los Reyes» [2]. Como oyen, como leen [3]. La Vicepresidenta Primera del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, presidió el 18 de febrero la reunión constitutiva de esta Comisión Nacional del Centenario del Nacimiento de Miguel Hernández (CNCNMH). Forman parte también de ella los alcaldes de Orihuela, la Consellera de Cultura y Deporte de la Generalitat Valenciana (no sé quien es, pero ya pueden imaginarse sus reales aficiones poético-políticas) y representantes de las universidades de Alicante y de Elche. También el ayuntamiento de Elche, gobernado por el PP, el mismo consistorio que ha dado cobertura a textos ultraderechistas que usan la memoria de Hernández y su poesía para insultar a la izquierda. La Vicepresidenta señaló en la reunión que con la creación de la Comisión Nacional el Gobierno de España se ha hecho eco «del deseo de todos los españoles y españolas» de celebrar la obra literaria y poética del escritor oriolano», y subrayó el compromiso asumido por todos los miembros de la Comisión de «ofrecer a Miguel Hernández el homenaje, el recuerdo y la admiración que su vida y su obra merecen».
Deseo de todos los españoles y españolas, homenaje que su vida y obra merecen. Será eso. «Una obra en la que todos nos reconocemos y nos encontramos porque todos compartimos ese mismo rechazo a cualquier forma de opresión, esa misma rebelión ante la injusticia y esa determinación de soñar y crear un país más digno, un mundo mejor», añadió la ministra de Cultura. ¡A cualquier forma de opresión! ¡Rebelión ante la injusticia! ¡Un mundo mejor! Todo eso dice compartirse.
Entre los vocales de la Comisión, figura un representante de los herederos de los derechos del poeta. Es también iniciativa de su familia que se revise el pseudoproceso judicial que hubo de soportar Hernández y se logre la anulación de la consiguiente condena. Es también una reciente, razonable y sentida petición del PCE.
Sin poner ningún pero a la petición familiar, sin negar la excelente intencionalidad del requerimiento del que fuera su partido, mi opinión no es esa. O se anulan todas las sentencias políticas del franquismo, o lo mejor es que el fascismo español quede retratado, muy bien por cierto, por el asesinato de García Lorca, por la muerte-asesinato de Miguel Hernández y por la tragedia de Antonio Machado. Eso, y lo que ellos representan, los millones de ciudadanos y ciudadanas que lucharon contra la rebelión militar africanista, muriendo miles y miles en el intento, muestra bien la esencia de aquel régimen que tiene herederos políticos que se guardan muy mucho de condenar, denunciar y nombrar por su verdadera designación aquel régimen infame.
¿Qué hacer entonces ante lo que se avecina? Gritos en el cielo institucional y actos en la tierra. Criticar, desde luego, y sin contemplaciones, lo que no puede ser aceptado por ningún ciudadano que no quiera convertir nuestra historia en una payasada lista para ser envuelta con colores elegidos por el consumidor con mando en plaza. Junto a ello, actos, actos populares que pueden atravesar, sin esfuerzo imposible, toda nuestra geografía. No es sólo un bello sueño pensar que personas interesadas de ciudades, de municipios, de pueblos, por pequeños que estos puedan ser, organicen actos que aproximen a la poesía de Hernández y que sirvan para homenajear popularmente la vida y obra de un poeta comunista.
Un acto simbólico complementario no estaría de más. El día del centenario de su muerte, 30 de septiembre de 2010, es jueves, día laborable. Llevemos algún poemario de Hernández en nuestra manos aquel día y leamos donde estemos, donde nos sea posible -oficinas, fábricas, escuelas, universidades, hospitales, museos, en nuestras casas- algún poema del autor de Vientos del pueblo. Hay muchos para escoger, todos excelentes.
Como complemento, si la ocasión lo requiriera, me permito copiar aquí un texto sobre Hernández de Sacristán. Lo escribió con ocasión de un homenaje que se celebró en el XXXIV aniversario de su fallecimiento, en el Aula Magna de la Universidad de Barcelona. Sacristán no pudo asistir y fue leído por Mario Gas, creo no errar en este punto, el 20 de mayo de 1976. Dice así, tomemos nota:
Tiene que haber varias razones de la respuesta excepcional, en intensidad y en extensión, que está recibiendo la iniciativa de la conmemoración de Miguel Hernández. Algunas de esas razones serán compartidas por todo el mundo, y del mismo modo, más o menos; por ejemplo, la autenticidad de la poesía de Hernández, en la que, si se prescinde de algunos ejercicios de adolescencia, no se encuentra una palabra de más. Otras motivaciones serán menos generales. La mía es la verdad popular de Hernández: no sólo de su poesía, en el sentido de los escritos suyos que están impresos, sino de él mismo y entero, de los actos y de las situaciones de los que nació su poesía, o en los que se acalló.
Al decir eso pienso, por ejemplo -pero no solamente- en aquella fatal indefensión de Hernández en su cautiverio. Hernández fue un preso del todo impotente, sin enchufes, sin alivios, sin más salida que la destrucción psíquica y la muerte, como sólo lo son (con la excepción de dirigentes revolucionarios muy conocidos por el poder) los oprimidos que no someten el alma, los hombres del pueblo que no llegan a asimilarse a los valores de los poderosos, aunque sea por simple incapacidad de hacerlo y no por ninguna voluntad histórica. O por ella, naturalmente.
Las últimas notas de Hernández que ha publicado hace poco la revista Posible [5] documentan muy bien el aplastamiento moral que acompaña a la destrucción física del hombre del pueblo sin cómplices y, por lo tanto, sin valedores en la clase propietaria del estado, de las fábricas y de las cárceles.
La autenticidad popular de la poesía madura de Hernández es tan consistente porque se basa en esta segunda, en la autenticidad popular del hombre muerto, como el Otro, entre dos o más chorizos, y como ellos.
Un hombre del pueblo sin cómplices, sin valederos en la clase propietaria del estado, de las fabricas y de las cárceles. Él mismo y entero, con los actos y las situaciones de los que nació su poesía, o en los que se acalló. Ese es el Hernández que Sacristán vindicó en 1976. Treinta años después podemos transitar, abonar y cultivar el mismo sendero
Notas:
[1] De la primavera de Praga al marxismo ecologista. Entrevistas con Manuel Sacristán. Los Libros de la Catarata, Madrid, 2004, pp. 87-88. (edición de Francisco Fernández Buey y Salvador López Arnal)
[2] http://www.larepublica.es/
[3] Sobre el disparate político-cultural que representa que este tipo de personalidades presidan la comisión del homenaje, vale la pena recordar este paso de un reciente artículo de Juan Torres López (http://www.rebelion.org/
[4] Reserva de la Biblioteca Central de la UB, fondo Sacristán
[5] Una revista de la transición que hace años no se publica.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.