Le dijo Fidel a Tomás: «Considero que un revolucionario, un luchador que esté envuelto en la esfera política, en la esfera de una revolución, no puede pensar ni en la gloria ni en la historia; albergo sobre eso la más profunda convicción». Y también le dijo: «Realmente pienso que en nuestra época, en que se […]
Le dijo Fidel a Tomás: «Considero que un revolucionario, un luchador que esté envuelto en la esfera política, en la esfera de una revolución, no puede pensar ni en la gloria ni en la historia; albergo sobre eso la más profunda convicción».
Y también le dijo: «Realmente pienso que en nuestra época, en que se puede tener una visión un poco más amplia -más amplia, no te voy a decir exacta-, un poco más completa de lo que ha ocurrido, en que es posible una visión y un enfoque diferente del papel del hombre, no se correspondería con el deber de un revolucionario, con el desinterés que debe tener todo revolucionario, con su entrega total, la preocupación por la historia; porque pienso que un revolucionario debe darlo todo, estar dispuesto a darlo todo a cualquier precio por un objetivo concreto, por el triunfo de una idea, de una causa, y no debe preocuparse por sí mismo. En realidad, la preocupación por sí mismo es un elemento que puede influir de una manera no constructiva en la conducta del hombre. En dos palabras: no veo cómo justificarlo en el mundo de hoy, porque ningún hombre tendría derecho a luchar por la gloria, ningún hombre tendría derecho a luchar por su imagen ante la posteridad. ¿Te das cuenta? Parecería algo interesado. Parecería algo egoísta hacer eso».
Y Fidel le dijo a Tomás lo que pensaba sobre el ser humano: «Creo que si tú has tenido oportunidad de tener un contacto intenso con la historia y analizas todas estas cuestiones, te das cuenta de que el hombre hace casi el ridículo si se pone a pensar demasiado en la posteridad y en la imagen que se va a tener de él. Yo diría que sería más sabio aspirar a un lugar modesto, a un lugar humilde y hasta, incluso, aspirar a un lugar anónimo. Porque si tú tienes una verdadera dimensión del hombre y del poder de los hombres como individuos, es algo tan frágil, es tan poca cosa que no tiene sentido, realmente, magnificar el papel de cualquier hombre por inteligente que sea, por brillante que sea, por capaz que sea».
Esto le decía hace más de veinte años Fidel Castro a Tomás Borge, comandante sandinista que lo entrevistó durante algunos días en La Habana. Las reflexiones de Fidel luego fueron publicadas «Un grano de maíz», en un libro fundamental.
En pleno auge del fin de la historia -propagada por Estados Unidos-, con el campo socialista destruido – según Fidel por sus propios errores-, y con una profunda crisis en la izquierda internacional, el líder cubano mostraba de forma clara lo indispensable para esta vida. La conducta de Fidel, su lucidez y humildad, se resumen en estos fragmentos donde da a conocer una de sus inquietudes más grandes: el futuro de la especie humana. Y sobre todo, explica con la sencillez de un gigante los valores reales y concretos que se necesitan para transitar la vida.
En momentos de crisis, de consumo desbocado, de desprecio por las costumbres y cualidades del otro, de arribismos políticos, hechos que permiten la reproducción del sistema capitalista, los pensamientos de Fidel hacen reflexionar, preguntarnos y cuestionarnos para, de esa forma, encontrar caminos diferentes a los que venden los grandes medios. Y principalmente, las palabras de Fidel resumen, otra vez, la conjunción exacta entre teoría y práctica, algo que nadie puede negar sobre el líder cubano que, tal vez, sea el hombre que sintetiza de manera justa y coherente el pensamiento de América Latina y el Caribe.
En Fidel se conjugan características que muchas veces se pierden de vista desde la izquierda: una ética intachable, un coraje sin fisuras -su liderazgo durante la invasión a Playa Girón, en la Crisis de los Misiles y durante el Período Especial, lo demuestra-, la claridad política surgida de reflexiones empapadas de pueblo y un internacionalismo sin vacilaciones.
Por todo esto, y por mucho más, es que cuando uno camina por las tierras cubanas, muchas y muchos no dudan en afirmar: «Los cubanos somos fidelistas». Y en esas cuatro palabras está la grandeza de Fidel.
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