Fue en octubre cuando «San» Sebastián Piñera, desde la Moneda anunció a Chile y al mundo que se estaba en guerra, aludiendo a las protestas multitudinarias de amplios sectores del pueblo chileno, cansados durante más de cuarenta años que sus aspiraciones y reclamos fueran aplastados a sangre y fuego por el golpe de estado organizado […]
Fue en octubre cuando «San» Sebastián Piñera, desde la Moneda anunció a Chile y al mundo que se estaba en guerra, aludiendo a las protestas multitudinarias de amplios sectores del pueblo chileno, cansados durante más de cuarenta años que sus aspiraciones y reclamos fueran aplastados a sangre y fuego por el golpe de estado organizado por los EE.UU. y ejecutado con una violencia horrible por Pinochet y su camarilla militar, que lanzó sobre la Moneda y el presidente Allende toda su traición y poderío militar representado por los Carabineros, el Ejército, La Marina y la Aviación. A partir de aquel aciago 11 de septiembre de 1973 empezó una cacería indiscriminada contra lo mejor del pueblo chileno, que conllevó al asesinato inmediato, la prisión, la tortura y las desapariciones. Luego de la desaparición o derrota de la dictadura, ¿desapareció realmente la dictadura o cambió eufemísticamente de nombre? ¿No sería mejor decir que se entronizó la dictadura «democrática» del capital? ¿Es que acaso la doctrina constitucional del Estado que permanece vigente en Chile no lleva el marbete de la República, diseñada y legada por Pinochet?
Hay que decir, a partir de ahora, que todo septiembre tiene su octubre. Pero existen similitudes y diferencias que son necesarios recalcar. En septiembre de 1973 no fue el movimiento del pueblo quien asaltó y destruyó a la Moneda paras asesinar, sino las fuerzas armadas y carabineros para rendir a un presidente leal, democrático y defensor del pueblo.
Ahora en octubre del 2019, en cambio, no fueron las fuerzas armadas y carabineros quienes volvieron a reeditar el episodio del 11 de septiembre de 1973 contra la Moneda y el presidente «San» Sebastián. Esta vez, como ocurriera cuando se instaló la Junta Militar presidida por Pinochet, la orden impartida desde la Moneda y su presidente fue descargar su fuerza de represión descomunal contra el pueblo. Las imágenes de los actos represivos diversos de todos los militares contra los ciudadanos reflejan que en los cuarteles y en las filas de sus instituciones se enseña y cultiva el odio visceral y las actuaciones crueles en los casos cotidianos o en situaciones coyunturales ante las expresiones de descontentos y protestas de los sectores populares. Sólo esperan la ocasión para que sus jefes azucen a sus mastines a la pelea y cacería.,
Parodiando las palabras de Allende en el primer acto para festejar en Chile su victoria, esta vez el pueblo de Santiago y otras provincias se congregaron en su inmensa mayoría para repudiar el paquete neoliberal de «San» Sebastián Piñera y «tratar de abrir un camino nuevo para la patria y tratar de fundar una nueva República mediante la convocatoria de una Constituyente que lance al basurero de la historia a la constitución de Pinochet y apropar una Nueva Constitución surgida de las aspiraciones e ideales despueblo chileno.
Como les dijo entonces al pueblo chileno, hoy al igual que entonces se puede «señalar ante la historia el hecho trascendental que ustedes (es decir, el pueblo) han realizado, derrotando la soberbia del dinero, la presión y amenaza, la información deformada, la campaña del terror, de la insidia y la maldad».
Y hoy como ayer, la derecha y la reacción representados por «San» Sebastián y los poderes conservadores, no serán capaces de reconocer «la grandeza que tiene el pueblo en sus luchas, nacidas de su dolor y de su esperanza»
Por eso es preciso mantener la resistencia y sostener firmes las demandas, todo esto presidido por una verdad que se puede resumir de la forma siguiente: en política la unión es la vida misma mientras que la división es la muerte.
El pueblo chileno en esta hora debe recordar a Salvador Allende, el salvador salvado por la historia, que en su mensaje final expresó estos vaticinios: Primero que todo resalta el destinatario del mensaje, es decir, los trabajadores y el pueblo de Chile. En segundo lugar, su convicción firme, en medio de la vorágine y la tempestad que desataba la traición, de la fe y la confianza en los destinos futuros de Chile. En tercer lugar, el vaticinio revolucionario basado en la firme creencia y convicción de que la resistencia del pueblo vencería a la larga aquel «momento gris y amargo donde la traición pretende imponerse». En cuarto lugar, vislumbraba en su mensaje, la época nueva en que, una vez derrotada la reacción, «se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor».
Se va a cumplir el próximo 2 de diciembre un nuevo aniversario del discurso que pronunció Fidel en 1971, como despedida de su larga estancia en Chile. Vale la pena resaltar algunas de las ideas de sus reflexiones ante el pueblo:
» Porque es -como hemos dicho en otras ocasiones- que no son los revolucionarios los inventores de la violencia. Fue la sociedad de clases a lo largo de la historia la que creó, desarrolló e impuso su sistema siempre mediante la represión y la violencia. Los inventores de la violencia fueron en todas las épocas los reaccionarios. Los que impusieron a los pueblos la violencia fueron en todas las épocas los reaccionarios.
Porque hemos dicho que no existe en la historia ningún caso en que los reaccionarios, los explotadores, los privilegiados de un sistema social, se resignen al cambio, se resignen pacíficamente a los cambios
Y hemos podido comprobar un principio contemporáneo: que la desesperación de los reaccionarios, la desesperación de los explotadores en el mundo de hoy -como ya se ha conocido nítidamente por la experiencia histórica- tiende hacia las formas más brutales, más bárbaras de violencia y de reacción.
Pero, ¿qué hacen los explotadores cuando sus propias instituciones ya no les garantizan el dominio? ¿Cuál es su reacción cuando los mecanismos con que han contado históricamente para mantener su dominio les fracasan, les fallan? Sencillamente los destruyen. No hay nadie más anticonstitucional, más antilegal, más antiparlamentario y más represivo y más violento y más criminal que el fascismo.
Todo proceso revolucionario enseña a los pueblos en unos meses lo que a veces dura decenas de años en aprender. Hay una cuestión: ¿Quién aprenderá más y más pronto? ¿Quién tomará más conciencia y más pronto? ¿Los explotadores o los explotados? ¿Quiénes aprenderán más rápidamente en este proceso? ¿El pueblo o los enemigos del pueblo?
Pero hay, además, algo: los sistemas sociales que las revoluciones están cambiando llevan muchos años de experiencia, ¡muchos años de experiencia! Acumularon experiencia, acumularon cultura, acumularon técnicas, acumularon trucos de toda especie para actuar frente a los procesos revolucionarios. Y mientras, se presentan a la masa del pueblo, que no tiene esa experiencia, que no tiene esos conocimientos, que no tiene esas técnicas, se enfrenta con toda la experiencia y las técnicas acumuladas de los otros.
La reacción, la oligarquía está mucho más preparada (…), mucho más organizada y mucho más equipada para resistir los cambios, desde el punto de vista ideológico. Han creado todos los instrumentos para librar una batalla en todos los terrenos frente al avance del proceso. Una batalla en el campo ideológico, una batalla en el campo político, una batalla en el campo de masas -fíjense bien- ¡una batalla en el campo de masas contra el proceso!
Ahora, los revolucionarios son honrados, los revolucionarios son honestos, los revolucionarios no andan con mentiras, los revolucionarios no siembran el terror, no siembran la angustia ni inventan cosas truculentas y tenebrosas.
¡Ah!, pero los fascistas sí que no se detienen ante nada. Tratan de tocar cualquier sensibilidad, inventar la calumnia más increíble: tratan de sembrar el miedo, el temor, la intranquilidad en amplias zonas de las capas medias de la población: tratan de hacerles creer las cosas más inverosímiles: tratan de despertar los mayores temores en todos los órdenes. Tiene un objetivo: ganarse las capas medias. Algo más: utilizan los sentimientos más ruines y más bajos. El chovinismo -ese nacionalismo estrecho-, esos egoísmos, los tratan de desatar por todos los medios, ¡por todos los medios! El chovinismo, los egoísmos, las pasiones más bajas, los temores más infundados. No se detienen ante nada.
Si quieren saber una opinión: el éxito o el fracaso de este insólito proceso dependerá de la batalla ideológica y de la lucha de masas; y dependerá de la habilidad, del arte y de la ciencia de los revolucionarios para sumar, para crecer y para ganarse las capas medias de la población. Porque en nuestros países de relativo desarrollo esas capas medias son numerosas, y muchas veces son susceptibles de la mentira y del engaño. Ahora, en la lucha ideológica no se conquista a nadie sino con la verdad, con los argumentos, con la razón. Eso es una cosa incuestionable
El pueblo es el gestor de la historia. Los pueblos escriben su propia historia. Las masas escriben la historia. ¡Ningún reaccionario, ningún enemigo imperialista podría aplastar al pueblo!
¡No hay que temer! ¡Luchar con argumentos! ¡Luchar con la razón! ¡Luchar con la verdad! ¡Luchar con convicción! ¡Y luchar no por temor a las consecuencias de la derrota! Saber, sí, lo caro que cuestan las derrotas a los pueblos. ¡Luchar por el ideal! ¡Luchar por la causa justa! ¡Luchar sabiendo que la razón está de su parte! ¡Luchar sabiendo que las leyes inexorables de la historia están de su parte! ¡Luchar sabiendo que el futuro les pertenece! ¡Avanzar con las masas! ¡Avanzar con el pueblo! ¡Avanzar con las ideas! ¡Avanzar sumando! ¡Avanzar creciendo!
Al despedirnos, ¿qué podemos darles? Si tan siquiera pudieran ser de utilidad algunas ideas, algunos conceptos, nos sentiríamos satisfechos, si al menos espiritualmente hemos reciprocado de alguna manera el afecto de ustedes.
El imperialismo, utilizando los grandes monopolios cinematográficos, sus agencias cablegráficas, sus revistas, libros y periódicos reaccionarios, acude a las mentiras más sutiles para sembrar el divisionismo e inculcar entre la gente más ignorante el miedo y la superstición a las ideas revolucionarias, que solo a los intereses de los poderosos explotadores y a sus seculares privilegios pueden y deben asustar.
El divisionismo, producto de toda clase de prejuicios, ideas falsas y mentiras; el sectarismo, el dogmatismo, la falta de amplitud para analizar el papel que corresponde a cada capa social, a sus partidos, organizaciones y dirigentes, dificultan la unidad de acción imprescindible entre las fuerzas democráticas y progresistas de nuestros pueblos. Son vicios de crecimiento, enfermedades de la infancia del movimiento revolucionario que deben quedar atrás. En la lucha antimperialista y antifeudal es posible vertebrar la inmensa mayoría del pueblo tras metas de liberación que unan el esfuerzo de la clase obrera, los campesinos, los trabajadores intelectuales, la pequeña burguesía y las capas más progresistas de la burguesía nacional. Estos sectores comprenden la inmensa mayoría de la población y aglutinan grandes fuerzas sociales capaces de barrer el dominio imperialista y la reacción feudal. En ese amplio movimiento pueden y deben luchar juntos por el bien de sus naciones, por el bien de sus pueblos y por el bien de América, desde el viejo militante marxista hasta el católico sincero que no tenga nada que ver con los monopolios yankis y los señores feudales de la tierra. Ese movimiento podría arrastrar consigo a los elementos progresistas de las fuerzas armadas (…)».
Y para un final de este artículo que espero sea recordable para la conciencia y la acción revolucionarias, les reitero: en política la unión es la vida misma de los pueblos, mientras que la división es la muerte.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.