El pasado domingo día 20 de noviembre, hizo 30 años que murió Franco. Lo recuerdo muy bien. Estaba en París. Vivía por entonces en un apartamento cutre situado en la calle Xavier Privas, a muy poca distancia de la mejor librería de la capital de Francia, La Joie de Lire, junto a la iglesia de […]
El pasado domingo día 20 de noviembre, hizo 30 años que murió Franco.
Lo recuerdo muy bien. Estaba en París. Vivía por entonces en un apartamento cutre situado en la calle Xavier Privas, a muy poca distancia de la mejor librería de la capital de Francia, La Joie de Lire, junto a la iglesia de Saint Severin, en el mismo corazón del Barrio Latino. Aquel día había acompañado a abortar a una amiga, y yo, pusilánime y propenso a los desmayos como soy -como era, más bien-, había sobrellevado la breve y sencilla intervención bastante peor que ella. Regresamos al cuartucho de Xavier Privas para reponernos, ambos a dos. Al poco, oímos bullicio en la calle. Me asomé para enterarme de qué pasaba y vi que había grupos de españoles bebiendo y haciendo guasas. «¿No os habéis enterado? ¡Franco ha muerto! ¡Venga, venid a celebrarlo!», nos gritaron desde abajo. «No sé qué habrá que celebrar», le dije a mi amiga. «Supongo que no será nuestra incapacidad para derrocarlo».
Dos días después, Juan Carlos de Borbón y Borbón soltó su célebre parrafada: «Juro por Dios y sobre los Santos Evangelios cumplir y hacer cumplir las leyes Fundamentales del Reino y guardar y hacer guardar lealtad a los Principios Fundamentales del Movimiento». Dicho lo cual, lo nombraron Rey.
Desde entonces, no han faltado los que le han reprochado haber deshonrado tan solemne juramento.
Creo que esa acusación peca no poco de superficial. En el fondo, Juan Carlos I ha cumplido con lo que juró.
Me falla la memoria, de modo que no sé dónde lo he leído -¿en las Memorias de Rafael Pérez Escolar, tal vez?-, pero recuerdo bien que alguien ha contado lo que Franco le dijo a un recién nombrado embajador estadounidense que fue a departir con él. El norteamericano estaba mareando la perdiz, tratando de preguntar a Franco qué creía que iba a suceder en España cuando él muriera, y el viejo dictador, que se dio cuenta del embarazo del diplomático, se lo aclaró por la brava. Le dijo (cito de memoria, ya digo que mala): «Pues todo seguirá más o menos igual, supongo. En los cines se podrán ver marranadas de ésas que ponen por ahí, y poco más».
Vistas las cosas con perspectiva, considero que Juan Carlos I ha hecho cuanto ha estado en su mano para que todo siguiera «más o menos igual». Aunque con marranadas. En los cines y fuera de ellos.
La verdad es que, formalidades aparte, ha sido bastante fiel al encargo que recibió.