Deciden qué enseñan, cómo lo enseñan, a quién y a qué ritmo. Tienen tanta libertad como preparación. Son los maestros de Finlandia, venerados por el resto de la sociedad y una de las claves de que su país lidere desde finales de los noventa la lista educativa de la OCDE, más conocida como Informe Pisa. […]
Deciden qué enseñan, cómo lo enseñan, a quién y a qué ritmo. Tienen tanta libertad como preparación. Son los maestros de Finlandia, venerados por el resto de la sociedad y una de las claves de que su país lidere desde finales de los noventa la lista educativa de la OCDE, más conocida como Informe Pisa. «Hacemos la escuela que queremos. Dependemos de nosotros mismos. Es maravilloso». Lo cuenta Eine Liinanki, profesora de primaria en el Arabia, una de las 200 escuelas de Helsinki.
Son las nueve de la mañana y Liinanki y el resto del claustro del Arabia toma café, lee la prensa y charla sobre los planes de la jornada. Los compañeros de Liinanki no se quedan atrás en elogios a un sistema educativo dominado por las escuelas públicas -más del 90% de las del país- y que no se caracteriza por tener muchos alumnos brillantes, sino por cosechar un número muy bajo de fracasos escolares. Según datos de 2001, Finlandia dedicó a la educación el 6,25% del PIB mientras España invirtió el 4,42% del PIB.
El Consejo Nacional de Educación de Finlandia, un organismo dependiente del ministerio, es el encargado de elaborar los contenidos mínimos que luego los profesores, todos con formación universitaria y la mayoría con un master en su haber, desarrollarán según sus criterios. «Les damos mucha libertad y eso es fundamental para la motivación del profesorado. Es verdad que los maestros no están muy bien pagados, pero gozan de un gran reconocimiento social», explica Reijo Laukkanen, del Consejo Nacional. Un maestro de primaria en Finlandia cobra en torno a un 25% menos que un colega suyo español, según datos de la OCDE. Pero los profesores son conscientes de su papel como motor fundamental en la sociedad finlandesa. Por eso, hay tortas para entrar a la escuela de Pedagogía y por obtener una plaza como profesor.
Pero, ¿qué hace que en un país la educación se convierta en el eje sobre el que gira la sociedad? ¿Qué conduce a un país a venerar a sus maestros? «Es una cuestión de cultura, de reconocimiento histórico», indica Jari Jokinen, que representa a su país ante la UE. «Finlandia fue el segundo país del mundo, y el primero de Europa en permitir el voto de las mujeres. Las mujeres siempre han tenido muy claro que a sus hijos les iría mejor en la vida si estudiaban, y ellas han empujado y participado en la vida pública para que el nivel educativo sea alto en Finlandia». Otro de los argumentos que se manejan en los círculos educativos apunta al nacionalismo del siglo XX. Helsinki, deseoso de deshacerse del dominio sueco y ruso, apostó por la educación y el aprendizaje del finés como herramienta para la emancipación cultural. Fue entonces cuando se crearon las escuelas públicas.
Suena el timbre en el Arabia y los profesores marchan hacia sus clases. Los alumnos -todos descalzos- preguntan sin complejos por la identidad de la visitante. La relación con los mayores es muy fluida y los alumnos hacen gala de una saludable seguridad en sí mismos. A un grupo de alumnos de 15 y 16 les toca a primera hora de la mañana clase de sueco, idioma oficial que habla el 6% de la población. En clase, Justus Mollberg, vestido al más puro estilo mod londinense, se aburre. Se levanta en medio de la lección y habla en inglés fluido. «A mí esto del sueco no me gusta, porque es obligatorio». «Eso está muy bien, que seas sincero», le responde la profesora. La clase de Mollberg tiene 16 alumnos, el número máximo permitido.
Cuando termine el año, Mollberg y sus compañeros se sentarán con sus padres y sus maestros, evaluarán los objetivos que los propios alumnos se fijaron al comenzar el curso y se pondrán nota. Poco importa, porque en realidad lo que cuenta es la evaluación continua, es decir, el aprendizaje y la actitud del joven durante todos los días del año. Para Matti Meri, uno de los profesores de la Facultad de Pedagogía de Helsinki, es la única manera sensata de funcionar. «El ser humano tiene que ser capaz de fijarse sus propios objetivos, y después, ser capaz de evaluarse. Hay que hacerles responsables de su propia vida desde el principio, que aprendan a no delegar en la sociedad la responsabilidad de sus actos». Meri cree además que es fundamental establecer una relación de iguales entre profesores y alumnos. «El maestro no tiene que saber mucho. Tiene que saber escuchar. A veces, es más importante escuchar al alumno y compartir sus conocimientos. En Finlandia, los profesores y los alumnos se respetan mucho, pero no desde la jerarquía, sino desde la igualdad». Y esa palabra, igualdad, aparece una y otra vez en los folletos del Ministerio de Educación finlandés. Enseñanza pública para todos, comida gratis en la escuela, libros de texto que proporciona el Estado…
Hoy, todos los profesores del Arabia, que toma el nombre del barrio de clase media de las afueras de Helsinki en el que está ubicado, llevan puesta alguna prenda de ropa roja. Los alumnos han decidido que esta será la semana de los colores y los profesores acatan la voluntad de los más pequeños. Hoy toca el rojo. El recreo también está teñido de rojizo: collares, bufandas y faldas se mezclan con las cabezas rubias de los alumnos. La clase que más prendas rojas reúna ganará el concurso, una iniciativa que también ha partido de los alumnos.
A principios de año, cada clase elige a dos representantes entre los alumnos, que se reúnen periódicamente con los padres y profesores para exponerles sus problemas y proyectos. Una vez al año, los delegados de todos los colegios de Helsinki se reúnen con el alcalde y le presentan una petición, consensuada entre todas las clases. Los flamantes sofás deuno de los corredores del Arabia, en los que se desparraman los alumnos entre horas fueron la petición del año pasado.
Son las 10.45, la hora de comer. Kaisu Kärkäinen, la directora del Arabia almuerza en el comedor junto con el resto de profesores y los alumnos. «En esta escuela los maestros mandan. Deciden en qué debemos gastar el dinero, elaboran su propio programa, salen de excursión cuando quieren y eligen algunos de los libros de texto», explica. Unos pescan en el hielo durante la clase de Naturales, otros van al museo para la de Historia o hacen uso de Internet en Geografía. La falta de directrices procedentes del ministerio o de la escuela les obliga a ser creativos.