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Dos años después (XXII)

Francisco Fernández Buey: estudiante antifranquista y comunista democrático, profesor universitario, maestro de ciudadanos y ciudadanas

Fuentes: Rebelión

Para Manuel Sacristán, maestro de todos, al que él amó y supo entender como pocos… y hasta el final de sus días   «Estudiantes y profesores universitarios contra Franco. De los sindicatos democráticos estudiantiles al movimiento de profesores no numerarios (1966-1975)» es el título del siguiente capítulo del libro que comentamos. En comparación con otros […]

Para Manuel Sacristán, maestro de todos, al que él amó y supo entender como pocos… y hasta el final de sus días

 

«Estudiantes y profesores universitarios contra Franco. De los sindicatos democráticos estudiantiles al movimiento de profesores no numerarios (1966-1975)» es el título del siguiente capítulo del libro que comentamos.

En comparación con otros movimientos análogos de la Europa central y occidental, recordaba de nuevo FFB, el rasgo tal vez más saliente del movimiento universitario español había sido su continuidad. Desde la década de los cuarenta hasta la muerte del general golpista Franco, en noviembre de 1975, los estudiantes universitarios fueron, junto con la clase obrera industrial, sin olvidar desde luego otros movimientos ciudadanos, el principal destacamento de la resistencia frente a la dictadura.

«A lo largo de esos treinta y tantos años el movimiento universitario, y sobre todo su vanguardia estudiantil, dejó en esa lucha varios muertos, contó por centenares a los activistas torturados en las comisarías y por miles a sus detenidos y encarcelados. La continuidad y la combatividad de los estudiantes universitarios españoles en esa época sólo es comparable, quizá, a la de algunos movimientos estudiantiles de países latinoamericanos.»

A pesar de la represión, de la expulsión de la Universidad de los dirigentes más activos (la suya entre otras), de las constantes detenciones y encarcelamientos, podía decirse que «la movilización universitaria contra el franquismo no cesó durante ese largo período histórico».

Este rasgo de la continuidad de las movilizaciones resaltaba aún más notablemente si se tenía en cuenta que, por lo general, los movimientos estudiantiles eran «flores de un día que suelen crecer y morir con la misma promoción universitaria en la que nacen». Se ha señalado muchas veces, también años después. El hecho mismo de que una promoción universitaria no permanezca en la universidad más allá de cinco o seis años «ha sido considerado siempre como el motivo principal de ese andar a saltos, entre el entusiasmo y la apatía, que suele caracterizar a la protesta estudiantil y que la diferencia, por ejemplo, del movimiento obrero clásico».

La causa última y más determinante de esta continuidad del movimiento universitario español, según FFB, había sido sin duda la persistencia de la tiranía franquista, el autosucederse de un régimen político que logró superar las consecuencias inmediatas de la derrota nazi-fascista en la segunda guerra mundial con represión salvaje (nunca dejaron de asesinar hasta el último momento) y buscando consenso en determinados grupos sociales. Un régimen que empezó a transformar despóticamente las estructuras agrarias del país en los años cincuenta, proseguía el autor, que impuso un desarrollo industrial relativamente acelerado durante la década de los sesenta -«con un índice de sobreexplotación de la mano de obra trabajadora difícil de igualar»- y que, finalmente, agotado en lo esencial con la desaparición del dictador golpista, dejó en herencia uno de los aparatos represivos más perfeccionados de Europa y también ciertas inquietantes nostalgias del pasado alimentadas.

Entre otras cosas, por lo que un día se llamó o llamaron la «cultura del 600».

«Aunque no sea éste el lugar para una caracterización global del franquismo -tarea que ahora se empieza a abordar con criterios historiográficos- conviene subrayar, de todas formas, esta combinación de elementos (tiranía, sobreexplotación y crecimiento económico relativamente acelerado) porque sólo a partir de ella es posible, en mi opinión, explicar las particulares orientaciones que, en sus distintas fases, conoció el movimiento universitario español bajo el franquismo».

Algunos autores, al abordar los movimientos de resistencia durante esos años, tendían a poner el acento en el «desierto cultural» que era España bajo la dictadura de Franco

«[…] pero esa descripción de las cosas suele establecer una relación demasiado simple y unidireccional entre florecimiento cultural y democracia política, cosa que no se corresponde con los hechos que nos ocupan, ni siquiera para ciertos sectores de la cultura universitaria de los años cuarenta.»

En cualquier caso, para dar cuenta de la continuidad de las movilizaciones universitarias antifranquistas y del mantenimiento durante tantos años de sus reivindicaciones básicas, no bastaba en opinión de FFB con la referencia a la inmutabilidad del régimen político dictatorial, «ya que dictaduras de características semejantes y duración parecida había habido otras en momentos distintos y en países varios» sin que el movimiento crítico, rebelde, de los estudiantes universitarios y no universitarios llegara a alcanzar el grado de organización y de combatividad que había tenido en nuestro país de países.

«En el caso español, además, hay que contar con lo que parecían ser dos dificultades adicionales de partida. La primera es que durante el período republicano el fascismo había reclutado precisamente sus principales cuadros entre los estudiantes; la segunda, que el desarrollo de la guerra civil y la represión inmediatamente posterior a ella aniquilaron no sólo el movimiento obrero organizado, de tradición anarquista o socialista, sino también las principales corrientes de pensamiento liberal-democrático que existían en la Universidad. La resistencia antifranquista en las facultades y escuelas dedicadas a la enseñanza superior partía, pues, de una situación particularmente precaria.»

En tal contexto, señala FFB, nada tenía de extraño que una buena parte de los primeros estudiantes universitarios antifranquistas, y entre ellos algunos de los más combativos, fueran hijos de personalidades afines al régimen, de falangistas, ex-falangistas ellos mismos, que descubrieron pronto, y tal vez simultáneamente, el carácter demagógico del discurso fascista en España y la orientación favorable al gran capital de aquel Estado salido de la guerra civil. El caso de Manuel Sacristán, entre muchos otros (no todos ellos con sus mismas conclusiones políticas) es ejemplo paradigmático (no siempre bien comprendido).

«El hecho es, sin embargo, matizable, y aun necesitado de análisis, según las nacionalidades y regiones del estado español, dado que la situación de cada una de éstas en la zona republicana o «nacional» durante la guerra determinó de forma importante las orientaciones ideológicas en los distintos distritos universitarios de postguerra.»

Por cierto, añadía FFB con toda razón y perspectiva crítica: y acertando en el punto nodal del asunto:

«[…] a veces se ha aducido, polémica o malévolamente, el origen o la inicial formación juvenil falangista de algunas de las más destacadas personalidades de la lucha antifranquista de los años cincuenta y sesenta (Aranguren, Sacristán, Valverde, Tovar, etc.), dando a tal observación un tono crítico que no deja de ser ingenuo, pues identifica el transformismo oportunista, que suele ser característico de los intelectuales en los momentos malos, con su exacto contrario: el paso, por sólido convencimiento moral, a posiciones y actitudes que, en aquellas circunstancias, requerían valor, pues, como se vio precisamente en el caso concreto de alguno de los nombrados, con el cambio de bando se jugaban privilegios personales y familiares.»

La peculiar continuidad de la protesta antifranquista en las universidades de España tenía sus razones. Una de ellas, particularmente explicativa en su opinión, fue el papel de engarce que desempeñaron algunos jóvenes profesores universitarios de Madrid y Barcelona entre varias generaciones de estudiantes; «engarce, por una parte, entre estudiantes veteranos y estudiantes jóvenes, y, por otra, entre ese conjunto y el movimiento obrero organizado en la clandestinidad».

Ese papel fue, por lo que él mismo recordaba de su propia experiencia, «relevante sobre todo en el paso de la década de los cincuenta a la de los sesenta, pues sirvió, entre otras cosas, para transmitir a las entonces nuevas generaciones» las experiencias organizativas y políticas de 1956-1957, el primer momento de crisis de la universidad franquista como se ha comentado.

«Estos profesores desempeñaron en cierto modo la tarea de «veteranos» que el viejo Lukács consideraba imprescindible para superar el carácter «guadiánico» (su discontinuidad, su ir a saltos) de los movimientos estudiantiles.»

(El viejo Lukács, el gran Lukács de las Conversaciones de 1966 por ejemplo, siempre fue especialmente valorado por FFB)

Habría luego, especialmente en los años sesenta, la creación de ciertos núcleos organizativos más o menos permanentes que hicieron posible la conservación de la memoria de acciones anteriores en las nuevas generaciones rebeldes de estudiantes.

«Doy mucha importancia a esto porque generalmente los movimientos estudiantiles suelen ser muy radicales pero se agotan muy pronto. Conservar la memoria histórica es, por tanto, en ellos cuestión organizativa esencial».

Existía, por último, otro factor explicativo de la continuidad del movimiento universitario español:

«[…] el papel del partido comunista en la resistencia universitaria antifranquista, una hegemonía patente ya en los años cincuenta y que se mantendría indiscutida hasta finales de los años sesenta, y, aún después de esta fecha, compartida con organizaciones de la misma tradición.»

Era un hecho que resultaba difícil de explicar a las nuevas generaciones, a las personas nacidas cuando Franco ya había muerto.

«Tanto más difícil de explicar cuanto más se entrelazan dos factores recientes: la reinterpretación de la historia de esos años desde el punto de vista de los actuales gobernantes y la profundización de la crisis de la cultura comunista en Europa. Por eso es tan importante ahora, desde un punto de vista historiográfico, la reconstrucción, organización, ordenación del material y apertura al público de los archivos del PCE y del PSUC».

Quedaba por mencionar el último y, en su opinión, más importante de los factores de la continuidad del movimiento:

«[…] la permanencia, como en una carrera de relevos, de las reivindicaciones básicas de los universitarios demócratas españoles sólo levemente modificadas o retocadas con el paso de los años. En efecto, no es difícil descubrir un núcleo reivindicativo básico que se repite como una constante durante los treinta y tantos años del movimiento universitario bajo el franquismo.»

Esas reivindicaciones habían sido las siguientes.

«En primer lugar, la autoorganización democrática de los estudiantes al margen de la asociación obligatoria (SEU), impuesta por el régimen franquista. En segundo lugar, la autonomía universitaria, entendiendo por tal la capacidad universitaria de organizar la transmisión de conocimientos y de gestionar la enseñanza superior con independencia del poder político. En tercer lugar, la reforma democrática de la Universidad, reivindicación que incluía la libre elección de los órganos de gobierno, la participación paritaria de los diferentes colectivos de la Universidad y también la superación de las barreras clasistas entonces existentes en ella.»

A este núcleo reivindicativo básico se añadía, con más o menos fuerza según los momentos y los distritos universitarios, un conjunto de exigencias directamente políticas que vinculaban al movimiento estudiantil con el más general movimiento (algo más que) democrático antifranquista.

«Dos de estas exigencias se mantuvieron también como una constante desde la década de los cincuenta: la amnistía para los presos políticos, exiliados y represaliados, y el restablecimiento de la libertad de expresión sin distinción de credos ni creencias. »

Era interesante subrayar que la mayoría de estos puntos estaba, en lo sustancial, entre las reivindicaciones de los primeros círculos clandestinos de estudiantes antifranquistas durante los años cuarenta. Con diversas matizaciones «debidas a la correlación de fuerzas y a la solidez del vínculo entre los distintos movimientos antifranquistas, se mantuvieron inalterados hasta la legalización de los partidos políticos después de la muerte de Franco».

«Además, en Cataluña y en Euskadi desde el final mismo de la guerra civil, y en Galicia y Canarias en las décadas siguientes, aquellas reivindicaciones permanentes se mezclaron casi siempre con otras tendentes a afirmar, mantener o reforzar la identidad cultural específica de las nacionalidades, aunque es cierto que el elemento nacionalista no fue nunca predominante hasta el comienzo de la transición política (con la excepción, relativa, de Euskadi).»

Regían entonces sentimientos y valores de emancipación, de fraternidad, de unidad libre entre pueblos y ciudanos, no de separaciones abonadas, por motivos espurios y falsamente identitarios, desde instancias descreadores de la Tierra, los países de países y sus mismos pobladores.

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes