Para Jordi Mir Garcia, que tanto amó
Llegamos finalmente al libro. Con disculpas… Tal vez necesarias.
El índice de Por una universidad democrática, un libro que iba a llamarse inicialmente «La universidad en movimiento» (que tampoco hubiera estado nada mal) es el siguiente:
1.Memoria personal de la fundación del SDEUB (1965-1966).
2.La insólita experiencia de un sindicato democrático estudiantil bajo el fascismo (1965-1968).
3. 1968: antes y después.
4. Situacionistas y mayo francés del 68.
5. Sobre el 68 en España.
6. Estudiantes y profesores universitarios contra Franco.
7. Para la historia del movimiento de los pnn de universidad (1972-1984).
8. Sobre la universidad, desde Ortega y Sacristán
9. La universidad veinte años después: mercantilización y corporativismo.
10. La universidad entre la LRU y la LOU (1984-2001).
11. Bolonia como pretexto y como oportunidad.
El octavo, en mi opinión, sin ningún desmerecimiento del resto, uno de los grandes textos filosóficos del traductor de Fourier.
Antes de su edición, FFB me pidió que le diera mi opinión, que le comentara su trabajo. Su generosidad conmigo -y con tantos otros- no tenía límites. Intenté estar a la altura de las circunstancias pero, repasando mis observaciones y sin falsa modestia, no logró comentarle nada sustantivo.
Después de contestarle, me escribió poco después agradeciento mis observaciones. En los términos siguientes (creo que hay su escrito algunos nudos de interés para adentrarnos en sus reflexiones, por eso creo razonable la edición de su carta):
«Querido Salva,
He visto ya tus correcciones y anotaciones a los dos primeros artículos. Te agradezco mucho la lectura atenta de los textos y, desde luego, las enmiendas. Tomo nota y las incorporaré. Respecto de la pregunta acerca de la confianza en los estudiantes con buenas notas, etc: hasta 1967 no me cabe duda de eso. Hay datos que lo avalan suficientemente, el principal de los cuales es el expediente de los delegados de facultad y escuela en el SDEUB (que salió a relucir en el juicio, en el TOP, en mayo de 1967, que, claro, se adujo entonces como una prueba de la «representatividad» de los mismos).»
El dato, me recordó, había aparecido incluso en la prensa franquista de la época, «que se ocupó del juicio: varios de los delegados del SDEUB (en Derecho, Filosofía, Económicas, Ciencias e Ingenieros) teníamos una nota media de sobresaliente en las respectivas carreras».
La carta proseguía:
«La explicación de la «confianza» en aquella época creo que es esta: la mayoría de los estudiantes que nos eligieron, de orientación digamos que «liberal» o tibiamente antifranquista, no sabía (y muchos ni siquiera sospechaban) que éramos «rojos» (en el sentido de que varios estábamos en el PSUC), pero sabían, en cambio, las notas que teníamos en las respectivas carreras y eso era suficiente para fiarse. La clandestinidad en sentido propio tenía esas cosas. Por otra parte, las elecciones libres para el SDEUB no eran «políticas» en el sentido que luego ha cobrado esa palabra (o sea, no se elegía a alguien por pertenecer a tal o cual partido o con la convicción de que se estaba votando tal o cual ideología); se elegía como se elige en las organizaciones vagamente sindicales o sindicalizadas: pensando en que tal o cual persona, por su trayectoria, será un buen representante de los intereses (vamos a decirlo así) de la mayoría, en este caso para las cosas que había que discutir con autoridades y cátedros.»
Luego, proseguía FFB, desde 1967 y más aún desde 1968, «nos acostumbramos (todos) a pensar en términos más directamente políticos o ideológicos». Empero
«[…] entre 1964 y 1966 no era así: para obtener la confianza de la mayoría bastaba con ser conocido por el expediente y con cierta disposición para impulsar lo que la mayoría quería, o sea, una organización estudiantil propia, no impuesta. Eso, visto desde abajo.»
Como la Historia se veía siempre o casi siempre desde arriba, lo que se acababa resaltando era el papel de la vanguardia
«[…] o sea, si tales o cuales fulanos eran del PSUC o de otra organización. Aquí, en los movimientos sociales ilegales, hay siempre un problema historiográfico difícil de dilucidar: una cosa es describir por qué razones se elige a alguien delegado (con lo que los votantes sabían en ese momento histórico) y otra cosa es la interpretación del asunto a partir de lo que hemos sabido después ( y que a veces, y es el caso, no se sabe en el momento) acerca de la trayectoria de los delegados o representantes. En este caso, como en tantos otros, los historiadores tienden a ver la cosa sabiendo lo que votantes o electores no sabían y, por tanto, trasponiendo al pasado lo que ellos saben desde el presente, a saber: el papel de las vanguardias organizadas, deducido del hecho de que tales o cuales personas formaban parte de un partido (aunque esto último en el momento de los hechos no lo supiera ni la familia más próxima al interesado)».
Todo lo anterior parecía inevitable en un «juicio histórico» a posteriori, más que interesado en resaltar, por ejemplo, el papel que tuvieron los dirigentes que luego se han hecho célebres, pero también era un proceder engañoso.
Había una pregunta previa que el que escribía historia y había estado además en los asuntos de los que se escribía tenía que hacerse en algún momento:
«[…] ¿por qué yo o nosotros, y no otros, en aquel momento concreto? Siempre que me he hecho esta pregunta he llegado a la conclusión de que el ser representante en un determinado momento histórico es algo mucho más aleatorio de lo que parecen creer los historiadores que tienen ya una idea previa o establecida de lo que ocurrió. En mi caso estoy convencido de que me eligieron delegado de Filosofía no porque fuera del PSUC (cosa que no sabía casi nadie, y que hubiera sido además secundaria porque yo mismo en aquel entonces no pintaba nada o casi nada en el PSUC) sino porque me había pasado antes cuatro años estudiando sin parar y sacando sobresaliente en casi todo para seguir con la beca con la que estudiaba.»
Con la beca y con mucho esfuerzo. Como estudiaría su hermana Charo Fernández Buey.
El Paco Fernández Buey de entonces, proseguía el FFB de la carta, «y como yo, creo, la mayoría de los que fueron delegados del SDEUB» era, sobre todo, un «becario» que estaba dispuesto a dar el paso y a jugársela, en tiempos de penumbra, oscuridad, fascismo y fuerte represión añado yo.
«De hecho, y esto es relevante para el asunto, los delegados de entonces no fueron los principales dirigentes de la organización estudiantil de PSUC de entonces; en todo caso lo fueron luego, más tarde, sintomáticamente cuando ya no eran delegados.».
Podía ofrecerme una contraprueba (conocía mis ataques popperianos) de lo que estaba diciendo:
«[…] en cuanto tres o cuatro estudiantes de Filosofía, también ellos politizados, aunque en otra dirección ideológica, empezaron a sospechar, ya a finales de 1966, que además yo estaba en el PSUC o tenía relación con los comunistas, hubo problemas: el delegado ya no era simplemente el estudiante becario, con buenas notas, que se la juega por motivos éticos; se suponía que tenía otros «intereses ocultos»… Por eso, porque desde 1967, a pesar de la clandestinidad y de la ilegalidad, empezaba a saberse quién era quien desde el punto de vista político e ideológico, el ambiente en las asambleas y en la organización inicialmente «sindical» cambió por completo.»
Hubo otro factor además: con tanto movimiento y tanta represión ya no había tiempo material para estudiar, !con lo cual los dirigentes «electos» o representantes tenían que ser no los que más estudiaban sino los que más se movían…»
FFB finalizada aquí y así: «Dejémoslo ahí. A lo mejor este rollo te sirve para la entrevista. Un abrazo fuerte, Paco.»
De rollo nada por supuesto. Y me sirvió para la entrevista claro está.
Se publicó en El Viejo Topo, una revista en la que yo empecé a escribir por su indicación, con sus ánimos, con su ayuda y con la generosidad de Miguel Riera. Como en tantas otras cosas y en tantas otras ocasiones.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.