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Dos años después (V)

Francisco Fernández Buey: estudiante antifranquista y comunista democrático, profesor universitario, maestro de ciudadanos y ciudadanas

Fuentes: Rebelión

Para Jorge Riechmann, amigo, maestro, compañero, imprescindible discípulo de Manuel Sacristán y Francisco Fernández Buey   Entrevisté a Francisco Fernández Buey a propósito del libro que comentamos, Por una Universidad democrática (Ediciones El Viejo Topo, Barcelona, 2009). Creo de interés recoger algunas de sus reflexiones sobre su libro. Dedicas el primer capítulo del libro, le […]

Para Jorge Riechmann, amigo, maestro, compañero, imprescindible discípulo de Manuel Sacristán y Francisco Fernández Buey

 

Entrevisté a Francisco Fernández Buey a propósito del libro que comentamos, Por una Universidad democrática (Ediciones El Viejo Topo, Barcelona, 2009). Creo de interés recoger algunas de sus reflexiones sobre su libro.

Dedicas el primer capítulo del libro, le pregunté, al SDEUB, al Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Barcelona (de hecho más de uno). Los lectores más jóvenes tal vez puedan sorprenderse. ¿Un sindicato democrático en años de dura represión franquista? ¿Podíais ser tan hábiles y democráticos en tiempos de silencio, represión y forzada clandestinidad?

El SDEUB fue para él, comentaba el estudioso de Benjamin, «la primera experiencia de participación activa en un movimiento social crítico y alternativo.» Y sin duda esa experiencia, a los veintipocos años, le había marcado mucho.

«He escrito sobre el SDEUB desde el recuerdo personal y como aficionado a la historia de las ideas. El SDEUB fue posible por la vocación y actuación radicalmente democráticas de la mayoría de los estudiantes activos en aquella época, pero también por el apoyo que recibimos, en Barcelona, de una parte del profesorado y de la ciudadanía. De hecho el SDEUB fue declarado ilegal por la Dictadura, pero nunca fue clandestino; clandestinas eran, dada la situación, las organizaciones políticas antifranquistas que había detrás, pero no la actuación del sindicato democrático, que operó siempre a la luz del día.»

Ni qué decir tiene que «aficionado» es adjetivo inexacto, y que el apoyo del profesorado, e incluso de la ciudadanía, estuvo lejos de ser masivo.

No eran hábiles precisamente, señaló FFB, «no creo que lo fuéramos; éramos jóvenes estudiantes antifascistas, por lo general buenos estudiantes, con ilusiones fundadas y mucha pasión política.»

De esa insólita experiencia sindical, de la que hablaba en el segundo capítulo del libro, qué le parecía más destacable le pregunté, había quedado huellas de ella en el movimiento universitario posterior, en qué se notaba.

Lo más destacable de aquella insólita experiencia fue, en opinión de FFB, «construir una organización sentida como propia por la gran mayoría de los estudiantes bajo una dictadura que reprimía duramente todo tipo de disidencia. Y, desde luego, que aquella organización se mantuviera, a pesar de la represión, durante casi dos años». El éxito más importante del SDEUB había sido lograr reunir a muchos delegados estudiantiles, a unos quinientos, «que representaban a muchos más estudiantes, en su asamblea constituyente el 9 de marzo de 1966». Había muy pocos precedentes de ello entre los diversos movimientos sociales que habían actuado bajo un régimen dictatorial. «Eso exigía mucha capacidad de organización, mucho apoyo externo y bastante tacto en el trato entre las diversas corrientes y posiciones. Y esto último vale para cualquier movimiento social amplio que se precie, independientemente del contexto».

Por eso el SDEUB, remarcaba el entonces profesor de la UPF, había dejado huella, y no sólo en Cataluña. Por eso aquella experiencia se había puesto «como ejemplo muchas veces en los movimientos estudiantiles posteriores.»

Los tres siguientes capítulos del ensayo, le pregunté, estaban dedicados al Mayo de 1968. Qué pasó aquel año, cómo pudieron irrumpir en lugares tan alejados movimientos estudiantiles con finalidades bastante similares.

Había dedicado, respondió, un ensayo al antes y al después de 1968 porque, aunque esta fecha se había convertido en un símbolo, la rebelión estudiantil en EEUU, América Latina y Europa no se había reducido a lo que ocurrió en mayo de 1968 en Francia, ni siquiera a las movilizaciones que tuvieron lugar aquel mismo año en diferentes países del mundo. Por más razones:

«Y también porque, además de concomitancias entre los varios movimientos estudiantiles de la segunda mitad de la década los sesenta, hubo diferencias derivadas de los distintos contextos nacionales. No es lo mismo lo que pasó en Berkeley en 1966 que lo que pasó en Barcelona en la misma fecha; ni es lo mismo lo que pasó en Berlín en 1967 que lo que pasó en París en mayo de 1968 o en México y en algunas universidades italianas alrededor de esa misma fecha. De todas formas, desde el punto de vista ideológico-político creo que se puede decir que hubo dos rasgos compartidos por todos los movimientos estudiantiles de aquellos años: anti-autoritarismo (en las aulas) y anti-imperialismo (en la calle). La protesta contra la guerra de Vietnam acabó siendo el elemento central aglutinador de los distintos movimientos.»

Y qué había sido mayo del 68: ¿rebeldía juvenil? ¿Un movimiento revolucionario que no alcanzó el clímax? ¿Una movimiento altermundista avant la lettre?

Se ha discutido mucho sobre eso, y se seguía discutiendo, me respondió.

«Como por lo general la historia la hacen los vencedores, se suele llamar rebeldía a las revoluciones derrotadas y revolución a las rebeldías triunfantes. En Francia, el movimiento de mayo de 1968 empezó siendo, efectivamente, expresión de la rebeldía juvenil, sobre todo universitaria, pero en el transcurso de los acontecimientos acabó convirtiéndose en un movimiento inequívocamente revolucionario.»

No había que olvidar, por otra parte, que el momento crítico se había producido cuando los estudiantes había enlazado con los obreros, «cuando a la ocupación de las universidades se unió la ocupación de las fábricas y a éstas las grandes manifestaciones conjuntas en París. Eso fue un gran susto para los distintos sectores de las clases dirigentes». Y añadía el ex dirigente de un PSUC clandestino y no nacionalista:

«[…] lo fue también para el PCF y para los sectores sindicales que se habían acostumbrado ya a usar de manera ritual la palabra revolución como flatus vocis. Clímax hubo. Lo que ocurrió es que la burguesía y sus aliados, con el apoyo de la policía y del ejército, fueron más fuertes que las fuerzas entonces partidarias de un cambio radical. Y por eso, y porque las capas medias de la población no se recuperaron del susto, el movimiento de mayo del Sesentayocho fue derrotado.»

Si por altermundismo, señala finalmente FFB, se entendía un movimiento inequívocamente anticapitalista, no había duda de que el movimiento de mayo del Sesentayocho lo fue.

Había sido un claro antecedente de lo que posteriormente se llamaría altermundismo.

Qué influencia, le seguí preguntando, había tenido el Mayo del 68 en España, hubo aquí en nuestro país de países algún movimiento estudiantil que se produjera en paralelo.

Las ideas del mayo francés del Sesentayocho llegaron a España cuando en Francia se había producido la derrota en la calle y en las elecciones posteriores, comentó:

«Hubo aquí, sí, un movimiento estudiantil, entre 1968 y 1970, inspirado en el mayo francés; un movimiento estudiantil que adoptó bastante miméticamente eslóganes, formas de actuación y formas de organización procedentes de París; un movimiento que creyó al pie de la letra aquello de que no es más que un comienzo, la lucha continua. Hubo, entre nosotros, cierta obnubilación política, precisamente por mimetismo.»

¿Por ejemplo? Por ejemplo, apuntaba autocríticamente FFB, al criticar y despreciar la lucha anterior en favor de la democracia como mero reformismo. Bastaba con pensar que tal desprecio «se manifestaba aquí mientras la Dictadura había decretado un larguísimo estado de excepción», que había durado casi todo el año 1969, cuando «se sucedían los cierres de universidades y cuando la universidad no estaba cerrada se encontraba ocupada por la policía.» En esas condiciones, no podía ser de otro modo, «la vanguardia estudiantil sesentayochista quedó aislada y se fue separando del sentir de la mayoría de los estudiantes. Se hizo irrealista exigiendo lo imposible, por parafrasear un eslogan muy conocido.» Y FFB, el defensor de la utopía, el marxista que nunca dejó de sentirse comunista (o el comunista que acostumbraba a pensar en términos marxistas), el activista que batalló en mil batallas que parecían perdidas y que además perdió, fue siempre un defensor del realismo político bien entendido. La locura y el irrealismo no ayudaban ni han ayudado nunca a nadie.

Pero no se había exagerado la importancia del movimiento. Cuáles fueron sus conquistas, qué había quedado de todo aquello.

Más que exagerar, comentó, él creía que se había tergiversado por completo lo que había sido tanto el mayo francés como el postsesentayochismo aquí.

«Sobre la tergiversación de lo que había representado el mayo francés ya Guy Debord escribió en su momento lo esencial al reconsiderar la sociedad del espectáculo. Y sobre el pronunciamiento estudiantil de esos años en general, hay que remitir a lo que escribieron por entonces Manuel Sacristán y Agustín García Calvo, que sabían de lo que hablaban. Los estudiantes de ahora harían bien recuperando esas cosas hoy casi ignoradas. En cambio, todo aquello siguió teniendo mucha importancia desde el punto de vista socio-cultural.»

En ese ámbito las ideas, no sólo del mayo francés sino también de los estudiantes críticos alemanes y norteamericanos, habían servido para abrir muchos ojos y para hacer cambiar prácticas y costumbres ñoñas y conservadoras. Sin ninguna duda, se dijera lo que se dijera, se escribiera lo que se escribiera años después.

Una nueva pregunta se imponía: ¿por qué la derecha, especialmente la francesa, atribuye todos los males posteriores al Mayo de 68 y vindica la necesidad de romper con esa herencia arrojándola con la máxima urgencia política, nocturnidad y alevosía al archivo de los trastos inservibles, inútiles, ineficaces, utópicos, quiméricos, estúpidos, cuanto menos en sus aristas más sociales, más políticas, menos lúdicas?

Porque todavía recuerda el susto que se les dio entonces, señaló FFB. Por primera vez en bastantes décadas la derecha había visto peligrar en serio sus privilegios.

«Y no sólo en Francia, también, aunque no tanto, en Alemania y en Italia. Incluso aquí la idea aquella de que los hijos de la burguesía han dicho basta implicaba un riesgo para los sacrosantos privilegios. Si hay algo que la burguesía no puede tolerar es que sus hijos se vayan del redil y encima para juntarse con los obreros de las fábricas».

Que la derecha quisiera enterrar aquel recuerdo era comprensible, muy comprensible.

«Lo que es ridículo, y hasta patético, es la contribución a la ceremonia de la confusión sobre el mayo francés de tantos y tantos estudiantes que entonces no paraban de llamar a hacer tajadillas del burgués y que luego dicen que la esencia de aquello fue la imaginación al poder y que ellos eran la imaginación.»

De estos últimos, luego ya instalados en los podercitos, escribía FFB, «habría que decir lo que decía mi abuela Guadalupe ante visiones así: que santa Lucía les conserve la vista…» No se las ha conservado… ¿o es más bien otra cosa?

FFB dedicaba varios capítulos al movimiento de los PNN, de los profesores no numerarios. En esta temática se centraron las siguientes preguntas.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes