Las especies vegetales y animales siguen desapareciendo a un ritmo sin precedentes por la acción del hombre y por el efecto del cambio climático. Sabemos que el futuro de nuestro planeta depende del uso inteligente de los recursos naturales y de la protección de los ecosistemas, pero la ONU alerta de que las buenas intenciones […]
Las especies vegetales y animales siguen desapareciendo a un ritmo sin precedentes por la acción del hombre y por el efecto del cambio climático. Sabemos que el futuro de nuestro planeta depende del uso inteligente de los recursos naturales y de la protección de los ecosistemas, pero la ONU alerta de que las buenas intenciones que supone el principio del desarrollo sostenible no se están traduciendo en protección del medio ambiente. La pérdida de especies y la destrucción del hábitat continúan.
La tasa a la cual se están perdiendo especies es alarmante, incluso comparada con la extinción de los dinosaurios hace 70 millones de años. Los científicos sitúan esta tasa entre 1.000 y 10.000 veces más alta de lo que sería en condiciones naturales.
Un 13% de la superficie terrestre, 19 millones de metros cuadrados, son zonas protegidas en el planeta. Pero la gestión de estas zonas no siempre respeta los objetivos de conservación. En los últimos diez años se ha destruido una superficie de bosque equivalente a Venezuela.
Sin olvidar que la mayoría de los gases de efecto invernadero los producen los países industrializados, la ONU afirma que si existe voluntad política es posible la recuperación de la capa de ozono.
El entorno natural no es el único que sufre degradación. El mundo urbano también sufre la presión de la población, provocada por el éxodo de las zonas rurales, 100 millones de personas al año. Algunas de las consecuencias son que 1.000 millones de personas viven en chabolas y que 2.600 millones carecen de letrinas o saneamientos.
Las especies están siendo amenazadas en todos los continentes y en todo tipo de hábitat. Las regiones tropicales de Asia y Australia experimentan altas tasas de extinción. Los ríos, y las islas oceánicas son hábitat gravemente afectados.
En los últimos veinte años se han hecho grandes esfuerzos para contener la pérdida de especies. Existen muchas causas para el actual proceso de extinción, pero la mayoría se originan en una administración insostenible del planeta por parte de los humanos. La dispersión de especies foráneas e invasoras es una de las amenazas difíciles de controlar. Se trata de animales y de plantas, dispersos en áreas que no suelen habitar de forma natural, desplazando a las especies nativas mediante depredación, competencia, enfermedades e hibridación. Otro de los problemas candentes es la explotación masiva tanto de plantas como de animales, que se reproducen por motivos culturales o intereses económicos. Es el caso del comercio de marfil o de mascotas y la extracción excesiva de madera deforestan inmensas extensiones de bosques cada año que contribuyen a la erosión y desertización consiguientes.
Muchas especies parecen estar sufriendo serios declives como resultado del cambio climático pero la lista de problemas incluye la contaminación y los fenómenos climáticos anormales que tienen efectos devastadores. La mayoría de las amenazas se relaciona con los cambios a gran escala que el hombre ejerce sobre el medioambiente. La pérdida de especies es sobre todo consecuencia de una forma egoísta de vivir. La creciente riqueza económica de una parte del mundo exige a la Naturaleza demandas que no pueden ser satisfechas. En el otro extremo, en las regiones más pobres del planeta, la pobreza fuerza a la gente a adoptar modos de vida de subsistencia que conllevan actividades como la quema y el pastoreo excesivo que destruyen espacios vitales críticos para el mundo vivo.
Para abordar de forma eficaz el control de la extinción de especies, es preciso dirigir la acción no sólo a las amenazas inmediatas sino también a las causas que ocasionan esa disminución creciente. Desarrollar estilos de vida más solidarios, humanos y sostenibles sigue siendo un desafío global que nos afecta a todos por aceptar sin examen ni criterio imposiciones de un modelo de desarrollo que sólo pretende el mayor beneficio a costa de la salud del planeta que nos sostiene. Aceptar como criterios de desarrollo el uso indiscriminado de los hidrocarburos, de sistemas de refrigeración que contaminan la atmósfera o sencillamente del papel higiénico por toda la humanidad supondría la extinción de bosques a una velocidad insostenible y la desaparición de la capa de ozono que constituye nuestro pleroma.