Friedrich Katz llegó a México, su patria adoptiva, en 1940. Tenía entonces 13 años de edad. Desde los tres comenzó a vivir, junto a su familia, la amarga experiencia del exilio. Había pasado por Francia y por Estados Unidos. Su experiencia aquí fue fundamental. Gracias a México me hice historiador y mi trabajo sobre su historia es lo más útil que he hecho en mi vida; si volviera a comenzar haría exactamente lo mismo
, dijo a La Jornada.
Su padre Lieb Katz fue un periodista e intelectual austriaco, judío, opositor socialista a la Primera Guerra Mundial, participante en la gran huelga general de Viena de 1918, integrante del Partido Comunista y antinazi. Obtuvo su doctorado con una tesis sobre La situación de los judíos en la Alemania del siglo XIV y cambió su nombre por el de Leo. Su madre trabajó de secretaria. Comunista, fue una mujer muy interesada por la música y la cultura.
Perseguido por los nazis, Leo Katz huyó a Francia, hasta donde lo siguieron su esposa y su pequeño hijo Friedrich. Colaboró con la República Española introduciendo armas. En 1938 fueron expulsados de ese país y se trasladaron a Estados Unidos. Allí, Leo devolvió al gobierno republicano en el exilio los fondos españoles que había en su cuenta. Dos años después, el gobierno estadunidense le negó la residencia por consideraciones políticas. La familia Katz se mudó entonces a México, en donde la administración de Lázaro Cárdenas le otorgó asilo político. Aquí dirigió Tribuna israelita. En 1949 quiso irse a Israel pero finalmente se instaló en Viena, donde siguió militando en las filas del Partido Comunista.
En Francia y Estados Unidos, Friedrich asistió a la escuela pública y se vio obligado a aprender de un día para otro francés e inglés. En su casa se hablaba alemán. En México fue inscrito en el Liceo Franco-Mexicano. Se respiraba en el país en ese entonces, según el historiador, un sentimiento de optimismo entre la población, aún era el México de Cárdenas y la gente que había vivido la Revolución parecía empezar a notar los beneficios del movimiento. Y yo, aunque muy joven, sentí ese optimismo
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La formación sentimental de Katz se realizó al fragor de la experiencia del exilio en tres países, el judaísmo, el aprendizaje de lenguas e historias distintas a las natales, la erudición y la labor editorial de su padre y la participación política en las filas del comunismo. «Creo -dijo muchos años después- que mi interés por las revoluciones se debe a esas experiencias y a los escritos y novelas de mi padre».
Irónicamente, el gran historiador sobre México no tuvo en sus primeros años de educación en el país instrucción sobre la historia del país. Sus maestros no se la enseñaban en el Liceo. Su pasión por el pasado de México se dio por oposición a la escuela francesa, porque ahí se enseñaba mucha historia de Francia, pero muy poco de la de México. Entonces empecé a interesarme y a leer a autores como Luis Chávez Orozco y Martín Luis Guzmán. Me fascinó la historia antigua de México leyendo a Bernal Díaz del Castillo, y después, precisamente por el contacto con el México de Lázaro Cárdenas, la Revolución empezó a tener dimensiones muy vivas dentro de mí
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En 1945 se fue a estudiar al Warner College en Nueva York, de donde se graduó en ciencias sociales. Tres años más tarde entró a la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) en México. «Puedo decir -aseguró a La Jornada– que es la mejor escuela entre las que estudié, comparándola inclusive con las universidades de Viena o Berlín. El nivel de la ENAH era el más alto que conocí». A finales de la década de los 40 regresó con sus padres a Austria, se afilió al Partido Comunista y se doctoró en la Universidad de Berlín con una tesis acerca de Las relaciones socioeconómicas de los aztecas en los siglos XV y XVI. Al terminar sus estudios no consiguió trabajo por sus ideas políticas y por el antisemitismo que existía en su país de origen. En 1962 obtuvo otro doctorado en la Universidad de Humboldt de Berlín oriental, con un estudio sobre el imperalismo alemán en México, base de su célebre libro La guerra secreta en México.
Antropólogo e historiador, se involucró con la historia, gracias a México. Desde que era estudiante de secundaria estuvo interesado en el estudio del pasado, pero fue la experiencia de vivir en este país y estudiar en la ENAH lo que le hizo descubrir su vocación.
La experiencia de vivir en la Alemania Democrática lo convenció de que el socialismo no era una realidad en Europa Oriental. La experiencia había degenerado hasta convertirse en una dictadura. En 1968 criticó la invasión soviética de Checoslovaquia.
Promotor de un socialismo de rostro humano, siguió muy de cerca la trayectoria intelectual de Ernst Fischer, heredero del austromarxismo. Convencido de que esos regímenes no iban a hacer realidad el tipo de socialismo que él anhelaba, abandonó Europa en 1970 y se trasladó a vivir a Estados Unidos.
La obra de Friedrich Katz es fundamental para comprender la historia de México. Sus trabajos sobre la Revolución Mexicana en general y acerca de Francisco Villa en particular fijaron un canon en los estudios historiográficos. Sus dos tesis de doctorado abordaron el pasado mexicano. Escribió más de quince rigurosos y sugestivos artículos académicos sobre el país. Una parte muy relevante de sus libros fueron publicados en español por Editorial Era. Su investigación sobre el Centauro del Norte abarcó más de 50 archivos públicos y 10 privados, en cuatro idiomas y en nueve países. Concluyó, para disgusto del pensamiento rreaccionario, que el villismo fue un movimiento revolucionario genuino: no un movimiento de marginados, sino un movimiento de gente del campo que quería una transformación.
Más allá del amplio reconocimiento que disfrutó entre la comunidad académica mexicana y de los entrañables amigos que aquí tuvo, Katz fue condecorado con la Orden del Águila Azteca, el Congreso de Chihuahua lo nombró ciudadano honorario y una serie de universidades (Colima, Puebla, Michoacán) le otorgaron doctorados honoris causa.
A contracorriente de la ofensiva conservadora en la interpretación histórica, Friedrich Katz consideró a la revolución Mexicana como una revolución, por la participación masiva de grupos populares, porque no fue un simple cambio de régimen y porque destruyó al antiguo Estado. Para él, México ha tenido una historia de movimientos populares de enorme diversidad, muy diferente de las de otros países de América Latina. Una historia que muestra que, a pesar de las derrotas que han sufrido, éstos mantienen su continuidad.